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EL MONSTRUO QUE ENGENDRÓ A LA CIENCIA FICCIÓN

Maya Jurado

 

 

MS2No podría haber sido más adecuada la noche en que el monstruo del Doctor Frankenstein nació.  Cuenta la leyenda -y la propia Mary Shelley en el prólogo- que la gestación tuvo lugar en Suiza. Ella y su hermana Claire pasaban el verano de 1816 viviendo romances dignos de las novelas de folletín que por entonces se publicaban: el objeto del afecto de Claire no era otro que el inmortal Lord Byron, y Mary se había fugado con Percy Bysshe Shelley, un poeta que huía de su anterior esposa, dos hijos y la vida mundana en general. Una noche de tormenta, Lord Byron ideó un juego para pasar las horas: las hermanas, los poetas y John Polidori -su médico personal- debían inventar un cuento de terror: el que lograra aterrorizar a los presentes, ganaría. El resultado de aquella noche fue El Vampiro de Polidori, novela precursora del género vampírico; y también una idea difusa que en la mente de Mary se convirtió en pesadilla: esa misma madrugada despertó alterada después de soñar con un hombre de ciencia que trataba de revivir a un cadaver. Por la mañana, comenzó a escribir lo que dos años después sería Frankenstein, o el moderno Prometeo, dando el pistolazo de salida a la literatura de ciencia ficción. Mary tenía diecinueve años.

El siglo XIX fue una época de convulsos cambios que arrasaban sin miramientos con todo lo conocido; a su paso, el progreso derribaba las más firmes certezas en las que se cimentaba la realidad misma, y el arte era el último bastión ante este nuevo mundo, extraño y aterrador; si el terror gótico (natural encauce del romanticismo) había sido respuesta a la fría lógica que despreciaba lo irracional y lo emocional, este primer atisbo de la ciencia ficción planteaba sus propias preguntas: ¿Estamos listos para los lugares hasta ahora velados que nos descubrirá la ciencia? ¿Cuáles son las implicaciones morales? ¿Perderemos nuestra humanidad al tener en nuestras manos el poder de los dioses? ¿No traeremos nuestra propia perdición?

La ciencia ficción comparte la misma maldición que la fantasía y el terror, literaturas hermanas: las convenciones del género están tan bien definidas y son tan fuertes -incluso icónicas- que es difícil para lectores y escritores no dejarse arrasar por la atractiva iconografía, olvidando la propuesta que cada género lleva consigo. Si hablamos de las convenciones de la ciencia ficción lo primero que llegará a nuestra memoria son las naves espaciales, los cosmonautas, los futuros distantes, las razas alienígenas, las mutaciones humanas, el uso de máquinas que quiebran las leyes del tiempo, los planetas lejanos, las utopías, distopías, ucronías y dimensiones paralelas. En este panorama, ¿dónde caben un castillo -más bien gótico- y un monstruo vagamente humano? ¿No nos habremos equivocado de anaquel y en realidad el “Moderno Prometeo” pertenece al terror?

Shelley -3Si antes comenté que las convenciones de género están perfectamente establecidas, también debo hacer una pequeña anotación, y es que la linea que divide el terror, la ciencia ficción y la fantasía suele desvanecerse cuando se trata del quehacer del escritor.  La literatura fantástica cuenta con un amplísimo abanico de escritores no sólo de calidad altísima y oficio impecable, también muestran con orgullo un gran amor por los “géneros menores”; suelen desarollarse sin empacho alguno tanto en un género como en otro y sin ningún problema escriben ciencia ficción  que coquetea con el policiaco o fantasía en un tono inequívoco de terror. ¿Es éste el caso de Frankenstein? Sí y no. Mary Shelley ocupa algunos de los lugares más comunes a la literatura de terror de la época: mansiones lúgubres, monstruos amenazadores y tragedias personales con las que el protagonista “paga” sus pecados.  Sin embargo, la propuesta de la ciencia ficción es clara en el discurso de Shelley, y para argumentar recurrimos al subtítulo de Frankenstein, es decir “El moderno prometeo”.

Prometeo es un personaje de la mitología griega, un titán hábil y astuto que disfrutaba burlarse de los dioses (en particular de Zeus) y sentía una particular predilección por los humanos. Los mitos varían en el cómo, pero la mitología indica que Prometeo robó las artes de los dioses -entre ellas, el fuego-  para regalarlas a los humanos y que así consiguieran sobrevivir y crecer, dando al hombre una porción del poder divino. En castigo, Zeus ideó dos venganzas, una contra Prometeo, al que encadenó al Cáucaso a merced de un águila monstruosa que le comía cada día las entrañas; al ser inmortal, el cuerpo de Prometeo se regeneraba y la penitencia sería eterna. El segundo castigo fue para la raza humana: Zeus envió a Epimeteo -hermano de Prometeo- una bellísima mujer que tenía como único defecto la curiosidad. Epimeteo había recibido de Zeus una jarra (o caja) cuyo contenido ignoraba y había recibido la orden de no abirla. Él obedeció sin problemas, pero su nueva esposa, Pandora, no pudo resistir la tentación y soltó desgracias, dolor y plagas sobre al humanidad.

 prometeo encadenado

(Anotación: la primera incursión cinematográfica de Frankenstein se da en el cine mudo -1910- en una adptación que más tiene que ver con magia y alquimia que con ciencia; dos décadas después, Boris Karloff y las películas de horror de la Universal impregnarían el imaginario colectivo con la imágen que aún conservamos del monstruo de Frankenstein: una enorme masa nacida de cadáveres y un rayo, incapaz de articular ideas más allá de gruñidos y mentalmente más cercano a un niño pequeño que al monstruoso filósofo incomprendido que nos muestra el libro).

 

 

 

 

Stranger in MoscowRegresando a Mary Shelley, debo decir que el tono del libro es evidentemente moralista. Aun siendo hija de una de las fundadoras del feminismo, Mary Shelley sufría los mismos miedos y prejuicios que cualquier persona de la época: en su vida había asuntos que sólo concernían a dios y no a los hombres, la idea de que la ciencia pudiera desentrañar los misterios sagrados y ser capaz de meter las manos en las “tareas divinas” -como dar vida, por ejemplo- le parecía no sólo blasfema, también peligrosa. ¿Cómo, entonces, se puede considerar “Ciencia Ficción”? Mi respuesta sería que es erróneo buscar ciencia -por extraño que parezca- en la ciencia ficción: no se trata de cátedra, se trata de revisar posibilidades, terrores, sueños y al ser humano a partir de ellos. El arte no se trata de verdades absolutas sino de expresión: la visión subjetiva del mundo y las personales verdades que estamos dispuestos a jurar. Si a Frankenstein…  se le reconoce como la primera novela de ciencia ficción es porque, a diferencia de obras anteriores que se centraban en viajes fantásticos propiciados por súper máquinas, la obra de Mary Shelley se enfoca en el examen de lo humano -que a fin de cuentas es tarea de toda literatura- a través de la ciencia y cómo su uso incorrecto puede convertirnos en monstruos.

En la novela, Mary nos muestra su visión de la época que le tocó vivir y los terrores que le representaba, añadida una reflexión de lo que nos hace humanos; una lectura que resulta bastante sediciosa para la época: el moderno Prometeo es el Doctor Victor Frankenstein que le da a la humanidad el regalo del fuego de la vida, pero al no contar con la sabiduría para controlar el conocimiento divino la tarea resulta fallida y su creación se convierte en castigo. Lo más perturbador es justamente el monstruo: habría sido fácil cerrar el discurso con un ser bestial y sanguinario como consecuencia de la falta de alma, pero la criatura que crea el Dr. Frankenstein -a la que ni siquiera pone nombre- resulta ser el más humano, sensible y racional de todos los personajes que nos encontramos en la narración, la definición perfecta de “Tabula rasa”; una página en blanco que resulta pervertido y arruinado por el hombre mismo y su crueldad innata. La criatura anhela amor y compañía, pero al carecer del “soplo divino” el hombre -único poseedor de alma- lo odia y le rechaza hasta llevarle a la desesperación y la condena. Frente a frente con la criatura, nosotros somos el verdadero monstruo.

MS4No preguntaré a cuántos de ustedes, lectores, un maestro o un abuelo les habrán recomendado dejar de leer tonterías para centrarse en la verdadera literatura. Es fácil entender por qué son tan mal vistos los géneros fantásticos: fantasmas, extraterrestres y dragones no podrían ser material de calidad literaria, y esa es una maldición que persigue a casi todo aquel pobre inacuto que decida escribirlos. ¿Por qué anclarse a la inmadura fantasía cuando se puede explorar los más intrincados rincones del ser humano mediante la ficción realista, incluso naturalista? ¿Por qué perder el tiempo –y el prestigio, el amor propio y ajeno, dinero, poder y editores interesados- en cuestiones infantiles como monstruos o científicos locos? Cada lector de literatura fantástica -y cada escritor, por supuesto- tendrá su propia respuesta, para esta ocasión yo propongo una:  porque fue precisamente un monstruo y un científico loco los que en una época en el que el mundo era cada vez más rápido y extraño, permitieron que una chiquilla de diecinueve años alzara la voz y gritara por todos los que estaban tan aterrados como ella: gritó su miedo, su ignorancia, su temor por un mundo que derrumbaba todo en lo que ellos creían y habían cimentado sus vidas, un mundo en el que pronto no tendrían lugar.

Tres siglos después, Mary Shelley sigue con nosotros.

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maya-dragon-vencidoMaya Jurado

Escritora, guionista de historieta, cinéfila obsesiva, bibliófila compulsiva, melómana violenta, comiquera adicta y -todo sea dicho- cafeinómana confesa. A la fecha sigue prófuga de la SOGEM y el Centro de Capacitación Cinematográfica; puedes encontrarla en el blog “La Caja del Diablo”, en TwitterFacebookPinterest o en algún oscuro tugurio haciendo tratos sucios para aumentar su colección de dinosaurios y robots. Su lema -que hace honor a la inmortal Tucita- reza: “¿Pa’ qué me dejan sola si ya me conocen?