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EL PODER DE LA BRUJA

y todos sus secretos

I

 

Aglaia Berlutti

 

Durante la década de los sesenta, buena parte de las feministas comenzaron a explorar la literatura, costumbres y el folclore mundial en busca de figuras femeninas poderosas, a través de las cuales pudieran comprender la importancia del poder de la mujer en situaciones en las que la ley, la cultura y la tradición las limitaban a un poder secundario. Se trató de una revuelta cultural —muy semejante a la política que se llevaba a cabo en las calles— que permitió a toda una generación de mujeres hacerse preguntas sobre la mujer que habitaba detrás del estereotipo de la sumisa, amable y complaciente que el imaginario histórico de todas las épocas había sostenido como canon cultural. El Dr. Ronald Hutton, autor de The Pagan Religions Of The Ancient British Isles, analizó el fenómeno y llegó a la conclusión que la serie de investigaciones que llevaron a cabo un nuevo tipo de mujer (educada bajo la concepción de la síntesis del conocimiento histórico y social) creó una manera nueva de comprender el sentido sobre la femenino como sagrado, poderoso y, en especial, significativo. Además, el experto encontró que la mayoría de los hallazgos antropológicos llevados a cabo por mujeres investigadores en varios ámbitos de conocimiento concibió un reverso misterioso sobre la historia de la magia, el poder y la trascendencia del conocimiento oral, que hasta entonces había pasado inadvertido. “La mayoría de las estructuras de aquelarres genuinos, tal y como antropólogas e historiadoras han reconstruido como hallazgos históricos recientes, comparten los principios básicos de la adoración a la diosa, la creencia de que la naturaleza es sagrada y el honor de entidades, como la noche, la luz de la luna y lo femenino. En este sentido, es una contrarreligión que venera lo que ha sido degradado por nuestra cultura”, apuntó el escritor en su libro. Se trata de un reconocimiento al poder de la mujer y, en especial, a la forma como la voluntad, la cualidad intelectual y la preeminencia de ideas basadas en el ideario relacionado con lo femenino tiene una renovada importancia en la cultura de masas.

No hay antecedentes precisos sobre la primera mujer que se llamó a sí misma bruja. Pero sí de que Dios, el eterno patriarca de los valles celestiales, antes de ser un célebre soltero tuvo una divina consorte. Al menos en eso insiste la investigadora de la Universidad de Exeter Francesca Stavrakopoulou, quien señala que antiguamente las religiones que derivaron en las grandes religiones monoteístas contemporáneas adoraban a la diosa Asherah, La Gran Madre. ¿Y quiénes eran sus hijas, sino la mujer poderosa, la sabia, la curandera, la que era capaz de crear vida, la eterna desobediente?

Asherah, Queen of Heaven (Roerich, 1930).

Durante el medievo el continente europeo se cubrió de piras de castigo. Las llamas quemaron a brujas y a inocentes, a librepensadoras, a putas, a sospechosas de crear. La mujer se convirtió en mártir de su género, en una prisionera de una iglesia tan despótica como cruel. Pero la bruja, la verdadera, la que recorrió Europa como carta de tarot, como escoba detrás de la puerta, como los pequeños ritos del jardín, como las pequeñas costumbres y supersticiones de una época remota, era indomable. Y sobrevivió a pesar de las sentencias. La imagen de la mujer fuerte por encima de la casta. Durante años, los romances medievales cantaron odas de amor a la mujer misteriosa, velada. Un imagen sobre un tipo de mujer poderosa que parecía provenir de varias fuentes distintas, pero que al final era parte de la imaginación colectiva como figura mágica y símbolo de lo enigmático.

Eran tiempos convulsos en los que la Iglesia Católica todavía enfrentaba la influencia de las diferentes religiones agrarias a lo largo y ancho de Europa. A pesar de los esfuerzos de unificación y mezcla de la figura de la Diosa sin nombre del bosque con la Virgen María, Roma no había logrado que buena parte de las tradiciones agrícolas abandonaran sus prácticas para celebrar el sagrado femenino de manera muy distinta a la de la Madre de Jesucristo, doncella y figura bienhechora en los altares de buena parte del continente. Al contraste, la Diosa de los campos Europeos era cruel, poderosa y a la vez benefactora, una combinación de atributos que le permitían sostener una creencia informal que incluía ritos de cosecha y paso en la mayor parte de Europa del Este y en algunas regiones del Sur.

Para la Iglesia era imprescindible unificar la fe a través de una única figura que pudiera monopolizar lo sagrado, por lo que comenzó a tomar medidas políticas y sociales para erradicar la percepción de lo femenino sagrado. La figura de la Inquisición nació del miedo y del odio a la diferencia y, en especial, a las creencias basadas en figuras femeninas de poder, que contradecían la idea del Dios omnipotente que Roma sostenía como centro de todas las admoniciones religiosas con fuerzas de ley alrededor del continente. Hasta entonces, la Iglesia había tolerado —con renuencia y bastante esfuerzo— otras formas de creencias y opiniones que pudieran contradecir su poder absoluto. No obstante, a medida que su influencia y poder aumentó, la Iglesia instituyó diversos mecanismos para atacar y finalmente destruir la disidencia. Para una Institución que se alimentaba aún de fuertes raíces paganas, y en la mayoría de los casos de las visiones judaicas sobre aspectos de la creencia y la construcción del mito dogmático, la “Herejía” fue una contradicción. Aún así, se utilizó como la primera fórmula concreta para atacar la independencia intelectual, la necesaria divergencia de ideas y la libertad espiritual. Por siglos se utilizó como una manera de asegurar que la Iglesia controlara los escaños del poder y, sobre todo, infundir terror entre el pueblo recién convertido. No obstante, la Inquisición Episcopal —primera fórmula de la Inquisición Medieval propiamente dicha, establecida en 1184 por la Bula del Papa Lucio III— dio origen a la tortura y la muerte como formas de castigo para los culpables. Eso y a pesar que el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico II Hohenstaufen se había opuesto anteriormente al castigo físico por considerarlo poco “divino”. No obstante, para Lucio III la necesidad de erradicar —de raíz y, de ser necesario, con violencia— cualquier tipo de Herejía tuvo mucho más peso que cualquier visión divina. Para la Iglesia, el castigo ejemplarizante tenía una cualidad inmediata nada desdeñable: la tortura y la muerte como demostraciones del poder material de la Santa Madre Iglesia y sus agentes en la Tierra, bendecidos por Dios —y encomendados por el mismo Padre eterno— para asaltar con fuego y sangre cualquier tipo de disidencia y manifestación de pensamiento independiente.

Continuará…

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

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