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HAY GÉNEROS QUE PUEDEN FUNCIONAR EN UNA ÉPOCA

Y EN OTRA YA NO

Manuel Barroso

Hace años, Bernardo Fernández (Bef) escribió en Los viajeros que la imaginación fantástica en la literatura mexicana podía sentirse segura con su relevo generacional. Todo gracias a que ahí estaba Rafael Villegas.

Eso lo dijo antes de que apareciera Juan Peregrino no salva al mundo, libro que no hizo más que confirmar la afirmación.

Por eso está aquí, por eso brota su voz ahora.

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Platícame un poco sobre tu carrera anterior a Juan Peregrino no salva al mundo. ¿Dónde y qué publicaste antes?, ¿qué fue de esos libros?, ¿cuál fue su proceso de escritura?

El proceso de esos primeros tres o cuatro libros fue el accidente. La ignorancia también. Y las ganas de ser leído. El primer libro que saqué (yo tenía 23 años) fue de poesía, porque en ese tiempo estaba haciendo poesía, estaba muy clavado en eso. Según yo hacía poesía, pero ahora no me queda tan claro si realmente lo hacía. Pero tenía muy claro que lo que quería era jugar con el lenguaje, destrozarlo para ver qué podía hacer después con él. Y en esos dos primeros libros, Galería prosaica presenta y Video Ergo Zoom, trato de desmontar el lenguaje para escribir un discurso que no precisamente comunicara algo. Quería probar las capacidades sensoriales del lenguaje, a escucharlo y hacerlo escuchar. Quería aprender un montón de cosas con el lenguaje mismo, y eso fue el objetivo de esos libros. Así los hacía, mi objetivo era jugar con las palabras, aprender a usarlas. Y lo de la publicación de esos textos fue una cosa de suerte porque, ya teniendo los libros armaditos, los mandé a diferentes concursos. Porque vi que todo mundo hacía eso. Vamos, estoy hablando de un muchacho ignorante que no conoce las reglas de los mundos literarios, de cómo ser un escritor o de cuándo es apropiado que un escritor publique algo. Yo no conocía nada. Me di cuenta de que había carteles de concursos por ahí pegados y lo que hice fue mandarlos y, por suerte, ambos salieron premiados. Y así fueron publicados. Muchos dicen que no vale la pena publicar los escritos de juventud. A mí no me quedó de otra. No tenía idea que no hay que publicar lo primero que uno escribe porque luego uno se puede arrepentir de eso. Siempre fui muy desvergonzado con eso. Tenía muchas ganas de ser leído y de ser dialogado, de que lo que yo dijera pudiera ser escuchado. Una ambición muy de juventud. Obviamente me gustó la idea de que se publicaran, pero me costó trabajo después ver que mi interés no era la poesía. Era lo que estaba escribiendo, pero no era un lector de poesía, yo leía otras cosas. Sentía que me hacía falta hacer un ejercicio de sinceridad y plantearme qué era lo que me interesaba escribir. Por eso dejé la poesía. Fue un periodo pequeño, pero me sirvió para saber qué se podía y qué no se podía hacer con las palabras. Y es algo curioso porque esos dos libros (desde los títulos se puede ver) tenían poemas escritos en función de imágenes. A mí lo que me interesaba, en realidad, era trabajar con distintos lenguajes. En este caso imágenes y palabras. Luego salió La virgen seducida que, aunque su título parezca de novela barata de porno suave, es, en realidad, un ensayo sobre la llegada de los protestantes a México en el siglo XIX. Esto de la virgen fue sacado de un discurso de un sacerdote católico de esa época que, advirtiendo a sus feligreses, dijo que los protestantes ponían en peligro al país y que México no iba a ser otra cosa que una virgen seducida. De ahí sale el título. Lo que hago ahí es un análisis de los discursos religiosos de la época. El libro también salió por concurso. Y después de eso creo que lo que vale la pena de publicar libros que ganaron concursos (y publicarlos joven) es que desde muy joven te das cuenta de que las publicaciones estatales pueden ser la perdición de cualquier obra. El de La virgen seducida estaba publicado por el congreso de Jalisco, entonces el 90 por ciento de la edición debe estar en las oficinas de algunos peces gordos de la política del estado. Están perdidos, vamos. Yo conseguí que me dieran más ejemplares de los que me correspondían y los estuve regalando. Los intenté vender y no lo logré, así que empecé a regalarlos. Todos estos libros no se encuentran no porque quiera esconderlos, sino porque están perdidos. Hay otra edición de La virgen seducida hecha por la Universidad de Guadalajara. Si uno entra a las bodegas de la universidad, encuentra un cerro de esa edición. No están perdidos, pues, están llenos de polvo ahí, y ahí se van a quedar. Y también es verdad que tampoco me siento tan a gusto de intentar que se conozcan porque son trabajos sin tanta intención como lo que hago ahorita.

galería prosaica

Video Ergo Zoom

La virgen seducida

¿Cuál fue el origen, la idea básica de Juan Peregrino no salva al mundo?

La idea básica de Juan Peregrino es que los discursos, los signos, las imágenes, las palabras, todo eso puede incidir literalmente en la realidad, en su transformación. No digo transformación para bien o para mal, no hablo de mejora, simplemente de que nos cambian de una u otra manera. Tengo la sospecha, como creo que la tiene mucha gente, de que inciden más allá de ser mero entretenimiento o distracción de la realidad. Creo que la realidad está constituida por cuestiones más intangibles. Históricamente lo podemos ver, por ejemplo, en las narraciones fascistas del nazismo. Nadie puede negar que incidieron en la realidad. Las historias sagradas de todas las religiones han incidido en la realidad. Entiéndase la realidad como lo que vemos, lo que hacemos, cómo nos movemos, cómo nos comportamos. Determinan toda la cultura. Todo lo que inventamos y hacemos para vivir en este mundo. Las historias son una parte central de lo que somos y lo que podemos ser. Juan Peregrino es la historia de una especie de mesías que está destinado a salvar a su ciudad natal a través de las palabras. Esa es la idea base: que la palabra puede transformar el mundo. Yo creo que todo esto es una preocupación vieja para mí. Yo crecí entre protestantes. Pasé mi niñez y parte de mi adolescencia entre protestantes, para quienes el texto y las palabras tienen un peso mayor que para un católico. La relación de los católicos con la Biblia suele ser muy fetichista. Esta idea de tener una Biblia enorme y abierta en la sala o el comedor, pero que nadie lee. Parece un objeto que no debe ser leído, incluso. Que debe ser contemplado, adorado, que es sagrado. Y la idea del protestantismo es eliminar al intermediario entre dios y los hombres. Entonces para los protestantes, la relación debe ser más directa y estar mediada por la Biblia. Tú ves una Biblia protestante y está rayada, tiene marcas. La gente la estudia. Creciendo con esa idea, la palabra se vuelve mucho más importante. Incluso esta idea de que las palabras tienen poder, de no ponerle cierto nombre a un niño porque puede afectar su futuro, o de no llamar a alguien estúpido porque puede volverse estúpido. Ese tipo de ideas es llevar al extremo la idea de que la palabra puede incidir en el destino de las personas. Sí, es una preocupación, hasta ahorita. La empiezo a desarrollar en Juan Peregrino, pero creo que voy a retomarla en otros proyectos. Es un tema que me apasiona.

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Louisiana promete ser un texto puro de ciencia ficción y, de repente, de algún modo, no lo es. ¿Qué fue lo que intentaste con ese texto?

Hay mucho de eso porque tengo una relación de amor-odio con los géneros en la literatura, el cine, lo que tú quieras. Porque en realidad –aunque los géneros son una forma de organizar nuestro pensamiento, nuestra imaginación, nuestro discurso para explorar ciertas áreas (ciertos géneros son más efectivos para explorar ciertas áreas de lo que somos que otros) y son como un martillo, un cuchillo, una herramienta para trabajar nuestra comprensión del mundo– no me gusta la idea de trabajar desde dentro del género. Me gusta que las historias sean más grandes que el género al que, se supone, pertenecen. Creo que Louisiana tiene los elementos de la ciencia ficción: el viaje espacial, los problemas en la nave, todo eso es convencional. Pero mi idea era ver qué se podía contar con esos elementos sin que se trate de eso. Se trataba de desmontar el género y tratar de armarlo de forma distinta. Posiblemente eso tiene que ver con mi gusto específico por las historias. No me gusta la ciencia ficción porque sí, me gustan las buenas historias dentro de cada género. Creo que lo que se hace mucho es tratar de visitar, una y otra vez, el género con todas sus reglas. Y hay quienes saben hacerlo bien, pero la mayoría de las veces son un fracaso. Mi intención es acercarme a los géneros, pero desde afuera. Como colocar al género adelante, verlo desde diferentes ángulos y ver de qué forma puedo cambiar sus reglas o pensarlo de otra manera. Tal vez es mucha influencia de China Miéville. Es lo que él hace una y otra vez. Agarra en Consejo de hierro, por ejemplo, la lógica y los arquetipos de los westerns para contar una historia con una carga política impresionante, con un personaje homosexual. Es la historia de un tren-ciudad que huye de otra ciudad, la metrópoli Nueva Crobuzón. El tren-ciudad se vuelve periferia de Nueva Crobuzón de la manera más literal posible. La ciudad perseguidora envía diferentes batallones para cazarla desde hace años. Es un western, sí, pero la ciudad es un tren, hay una especie de vaquero pero no es un vaquero sino un constructor de golems. Lo que hace Miéville es tomar el género, hacerlo pedazos y convertirlo en otra cosa. Porque lo que importa es armar la historia. Si el género te sirve para eso está bien, pero lo peor que alguien puede hacer es suscribirse al género y tratar de respetarlo completamente. Hay géneros que pueden funcionar en una época y en otra ya no, así que tenemos que ver cómo nos acercamos a ellos, desde dónde. Es todo un reto.

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La literatura mexicana parece andar muy metida en un “debate” entre la literatura “fantástica” y la “realista”. Tratas algo así en tu ensayo incluido en Hic Svnt Dracones, pero me gustaría que ahondaras en el tema.

Hay ocasiones en que, cuando se trata de hacer una genealogía de lo fantástico, hay quienes se van muy atrás. Ponen a Gilgamesh, relatos religiosos, lo que tú quieras donde aparezcan dioses. Y hay quienes han dicho que eso no es lo fantástico, sino que nace en el siglo XVIII, hay cierto abordaje de la literatura, cierta mirada, ciertas reglas. Todorov marca un poco la pauta de lo que se supone que es lo fantástico. Y en ese sentido sí, la literatura fantástica como la conocemos ahora tiene una historia mucho más breve de la que queremos atribuirle a veces. Pero lo que quiero distinguir, y tal vez faltan mejores palabras para hablar de ello, es que hay una forma de entender la realidad que sí es más antigua que todo lo demás, es tan antiguo como el pensamiento mismo. Y de ahí deriva lo fantástico como lo entendemos ahora. Esta forma de entender la realidad va más allá de intenciones estéticas, de la literatura, el arte. Es una forma de pensar y entender el mundo que va más allá de eso. Trato de imaginar a un humano primitivo queriendo cruzar un barranco. ¿Cómo opera su mente para resolverlo? Tiene que funcionar en sentido práctico, de que ahí hay un barranco y que si cae probablemente muera ahí. Eso no tiene nada de fantástico, es un reconocimiento de lo real y no podríamos sobrevivir como especie sin eso. Pero al mismo tiempo, nuestra mente trabaja con lo invisible. La invención de un puente o poner un tronco para poder cruzar el barranco. Eso es imaginación, concebir algo que no existe materialmente. Pasa primero en la mente y luego va a la realidad. Creo que nuestra mente siempre se mueve entre estos dos puntos de la inteligencia. Una inteligencia que reconoce lo que es y hay, y también lo que no hay pero podría haber. Ambos casos son imaginaciones porque, finalmente, estando frente al barranco, lo que haces es imaginar la posibilidad de tu muerte. No ocurre, pero proyectas en tu mente la posibilidad del peligro. Y luego proyectas algo que no existe todavía y lo colocas ahí. Esa segunda mirada, que podríamos llamar mirada de extrañamiento, no reconoce el mundo como es, sino como podría ser. Creo que esa mirada va a la par de la otra, pero deriva en un montón de cosas. Las primeras historias de ficción vienen de ahí. Y estas historias, después, se pueden seguir derivando, especializando, hasta convertirse en un universo. Muchas veces la realidad es una cosa que se ha acomodado en función del pensamiento científico, de la Ilustración para acá. Cuando se empieza a establecer lo que sí existe. Entonces es necesario un pensamiento contrario. No es que salga, es una forma de pensar que va entrelazada con la otra. En este sentido, yo trato de regresar a eso (si es que una vez existió, claro. También esto es pura imaginación de mi parte). Trato de retomar ese asunto y de no pensar que hay estos textos fantásticos y no fantásticos, textos realistas y no realistas. Para mí cualquier texto, cualquier discurso, es un ejercicio de imaginación. La forma en que organizamos ese ejercicio puede o no parecerse a lo que está afuera, pero incluso el naturalismo y el realismo tienen un grado de separación con lo real. Lo que llamamos literatura fantástica es aquello que se separa mucho más. Estamos hablando de grados de separación, de mimesis con lo que se supone que es real. Es importante tener ese abanico de posibilidades porque con ese abanico de grados de separación de la realidad podemos explorar diferentes perspectivas de un mismo asunto. Cosas que no podemos entender si no las llevamos al espacio, cosas que no podemos entender si no las tratamos en una vecindad. Todo el panorama que esto nos aporta, o por lo menos un acercamiento al panorama completo de lo que somos. Para mí la ficción de cualquier tipo –literaria, gráfica, cinematográfica, lo que sea– tendría que servirnos. Cuando digo lo que debería ser la ficción lo digo para mí, no de que esto es la obligación del arte ni nada. Lo digo como mi propio proyecto. La ficción debería servirnos para comprender aspectos que no entendemos de nosotros mismos, conocer nuestra condición de humanos. A lo mejor suena como cliché, pero creo que sigue siendo el centro de la búsqueda del arte. Tenemos un abanico que va desde lo que parece la realidad y llega hasta narraciones rarísimas y todas son posibilidades para entender. Son acercamientos distintos y necesitamos de todas ellas para ver las cosas. Así que yo no dividiría el debate entre “realistas” y “fantásticos”, el debate tiene un montón de matices. Hay autores “fantásticos” que hacen un trabajo más cercano a la realidad que algunos “realistas” donde se nota algo extraño en el fondo de sus textos. Tú ves True detective y es una historia, digámoslo así, realista. Todo se explica, no hay nada sobrenatural. Pero terminas de ver cada capítulo y se queda la sensación de que hay algo más. ¿Entonces qué es True detective?

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Dime un libro que te encante y que nadie podría pensar que te guste.

Voy a dar el peñanietazo, pero un libro que me encanta desde hace muchos años es la Biblia. A los doce años ya la había leído tres veces (familia de protestantes, tiene mucho sentido). Me gusta sobre todo el Antiguo Testamento. Dios en el Nuevo Testamento se vuelve un poco cursi, en el Antiguo Testamento es un gran personaje. Es uno de los mejores villanos que ha dado la ficción. Es tan buen villano que se supone que todo lo que hace es bueno, pero la Biblia entrega argumentos (sobre todo en la historia de Job) de que, cada que interviene, hay una cosa incomprensible que va más allá de lo que entendemos como bien y mal. Podríamos darle una lectura mucho más transgresora porque tiene un gran personaje en Jehová El Terrible. Por eso me gusta mucho y por las historias tan humanas. Tiene esos grandes momentos incomprensibles que tienen que ver con las épocas de los textos. Historias donde la moral de los personajes puede resultar extrañísima, aunque lo nieguen, a quienes tratan de seguir la Biblia al pie de la letra hoy en día. Hay un montón de reglas que no funcionarían con nosotros. Y, por supuesto, toda esta posibilidad de imaginación desbordada. Soles que se detienen, ríos de sangre, Leviatanes. Y el lado más carnal como el pasaje en el que Lot tiene sexo con sus hijas. Eso y además están los detalles oníricos, proféticos, imágenes alucinantes. Es una gran serie de libros. Soy declaradamente ateo, por eso supongo que nadie podría pensar que me gusta la Biblia, pero me encanta. Otros que siempre me han obsesionado, por más que no sean literatura, son los almanaques mundiales. Los que sacaban cada año y vendían en las tiendas o los puestos de periódicos a fin de año. Es sólo la cronología de hechos del año de todo el mundo, y luego tiene una sección país por país. Y trae sus datos: bandera, población, presidente. Es esta cosa tan ridícula, que si lo siguen publicando ya no tiene ningún sentido, era una cosa que no me podía perder. Lo compraba cada año y aunque Mozambique tuviera al mismo presidente que el año pasado me gustaba repasarlo y ver que seguía el mismo tipo. Y me gustaba la idea de que el mundo es algo mucho más grande que eso o que yo mismo. Y por eso me interesaba, me interesa. Y porque me interesa la geografía. Se supone que son países reales, pero para mí Mozambique es tan imaginario como la Tierra Media. Está lejos, no lo conozco, no sé qué hay ahí, no sé si lo veré. ¿Qué me dice que realmente está ahí? La idea de que el mundo es mucho más grande que yo, y que lo será hasta cuando me muera, es una cosa que me atrae. Los almanaques me servían para eso. Era la organización de todo lo que yo consideraba todo el saber del año. Que claro, eran puros datitos que ahora pueden consultarse en Wikipedia, pero entonces era sólo con el libro. Me obsesionaba tener todos los años. Si podía conseguir un año anterior para completar, lo compraba. Los compré, creo, hasta el 2001. Después, sobre todo con internet, ya no le vi sentido. Puedo sustituirlo con Google Maps o Google Earth, que son dos espacios en los que puedo pasar horas “caminando” por calles y avenidas que no conozco. Y necesito eso: la aclaración, por lo menos virtual, del espacio que no me es inmediato. Eso me funciona para entender que el mundo es más grande que yo y evitar ese mal ejercicio que tiene mucha gente, que es mirarse el ombligo toda la vida.

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IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.

@manubch