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JACK EL DESTRIPADOR

depredador de vacíos

 

 

Magdalena López Hernández

 

 

La madrugada del 31 de agosto de 1888 Mary Ann “Polly” Nichols fue encontrada muerta. Se dice que murió en silencio, pues el grito apenas comenzaba a gestarse en su garganta cuando fue degollada, por lo que, afortunadamente, no sintió el cuchillo trazándole en el abdomen las heridas que, al amanecer, escandalizarían las calles del East End. No obstante, si su muerte sembró el miedo, éste enraizó pánico el 8 de septiembre tras el descubrimiento del cadáver de Annie Chapman, quien fue localizada con la cabeza cercenada y de cuyo cuerpo habían sido extraídos el útero y el apéndice. Para el 30 de septiembre la histeria decidió salir del barrio de Whitechapel para asentarse también en las refinadas calles de Londres tras la noticia del asesinato de Elizabeth Stride, quien tuvo la suerte de morir únicamente por el filo del cuchillo atravesando su cuello, y de Catherine Eddowes, que fue encontrada treinta minutos después con el rostro desfigurado, el abdomen mutilado, los intestinos sobre el hombro y sin rastros del riñón izquierdo. Finalmente, el caos floreció el 9 de noviembre con el hallazgo de la irreconocible Mary Jane Kelly, la cual, rodeada por sus propios órganos, yacía sobre su cama con el rostro sin carne y reducida a retazos humanos.

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Con estos cinco homicidios, quien fuera bautizado como Jack el Destripador firmó el contrato con la posteridad, y tan exitosa ha sido su “obra” que, aún en nuestros días, es reconocido no sólo como el primer asesino serial, sino también como uno de los más populares; sin embargo, quedarse sólo en el morbo que producen estos crímenes es reducir la importancia de su impacto. No son ni fueron los cinco cadáveres, sino el hecho de que con ellos el asesino dio muerte a algo aún más grande: el ideal del hombre como centro luminoso, civilizado y fuerza creadora, el cual ya había sido cuestionado dos años antes entre las líneas de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), de Robert Louis Stevenson, novela que ya muestra la emersión del lado oscuro a través y a pesar de toda bondad y toda racionalidad; de esta manera, tras el otoño de 1888, la concepción del hombre como recinto seguro queda destruida para revelar la sombra de una humanidad perversa, caótica y destructiva.

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Pero ¿no antecede a Jack toda una tradición del crimen que deja al descubierto la misma oscuridad?, ¿no lo precedió Gilles de Rais, Vlad Tepes, Erzébeth Báthory y la secta de Sawney Beane? Si bien esto es cierto, no podemos olvidar un punto fundamental: la característica que conforma su legado esencial es el anonimato. Él no sólo mostró el lado oscuro del hombre a partir de sus asesinatos, sino que, como carece identidad, abre la posibilidad de que cualquiera sea El Destripador. Por ello, su rostro vacío es un abismo revelador, no tiene rostro para que podamos ver el nuestro, y en este sentido marcó un giro en la concepción de lo monstruoso: esto ya no va a situarse en el exterior en forma de vampiros, hombres-lobo, fantasmas, etc., sino que habitará en el interior para volverse una cualidad inherente al hombre que puede detonarse en cualquier momento y bajo cualquier pretexto. No es gratuito que la novela publicada más importante después de los sucesos sea El retrato de Dorian Gray (1890), de Oscar Wilde, la cual presenta una monstruosidad que trasciende la planteada por Stevenson, pues mientras Henry Jekyll se transforma en otro para vivir su sombra, Dorian Gray no lo necesita: es él cuando desciende a los infiernos para seducir y aniquilar, pero sigue siendo él cuando sale para presentarse en las reuniones aristocráticas.

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Así, pues, Jack El Destripador, al revelar a través de la violencia el peligro latente que existe donde sea que haya seres humanos, se conforma como agente del Caos, pues encarna la fractura y la transgresión a una serie de valores y paradigmas establecidos, pero también es el espacio desde el que surge una nueva creación monstruosa: la figura del Serial Killer, que nutrirá la literatura de géneros desde el siglo XX, y que, a diferencia de los monstruos ancestrales, el hombre no puede identificar con tanta facilidad; al igual que Jack, se trata de monstruos anónimos que pasan inadvertidos porque andan entre nosotros como uno más. No pueden exorcizarse ni erradicarse, pues, incluso cuando son capturados, sabes que siempre pueden volver a llamar a tu puerta con otro rostro o el tuyo.

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Pero ese… ya es cuento para la siguiente ocasión.

 

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magdamurderMagdalena López Hernández (Ciudad de México, 1992)

Eterna aprendiz de Edgar Allan Poe, asidua visitante de la melancolía romántica, los clásicos góticos y victorianos, así como exploradora de los terrores contemporáneos impresos en celulosa y celuloide. Cautiva de las aguas ochenteras y rocanroleras de un Orfeo en rebeldía. Lectora por vocación y pasión; maestra de literatura por convicción; correctora de estilo por oficio.

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