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INVASIÓN DE LAS RANAS

¿PLAGA O PUREZA BESTIAL?

 

Alicia M. Mares

 

“–¿Te duele, Cata?
–No se queda quieto. Son las ranas que lo asustan.”

“Criaturas”: cierre con broche de oro

Esta es una pregunta tierna que, en otro mundo, se quedaría en solo eso. Pero en el mundo donde viven los protagonistas de “Criaturas”, cuento que cierra la antología La condición animal (Páginas de Espuma, 2016) de Valeria Correa Fiz, es una pregunta hastiada. Harta de las plagas que, cíclicamente, han venido a trastocar al mundo.

Este relato es uno de los pocos —si no el único a través de las cuatro secciones del libro (Tierra, Aire, Fuego y Agua), cada una con tres cuentos— que podría catalogarse dentro de la ficción especulativa.

Y es que la argentina Correa Fiz nos mete de lleno a un mundo en el que, de forma reminiscente a las plagas míticas que alguna vez asolaron Egipto, la humanidad se enfrenta a distintas invasiones de alimañas cada pocos meses:

“Cómo, por Dios, cómo no te ibas a acordar de los gatos. Si había que vivir de peste en peste. Los meses, los años los recordabas según había aparecido tal o cual criatura extraña. Que si la plaga de los canarios desalados para tener el canto y evitar la jaula que había arrasado con no sé cuántas cosechas. Que la de los peces perennes que extinguieron más de cien especies marinas.”

De por sí es una situación estresante, pero el argumento añade una capa de complejidad adicional: el embarazo de Cata, la pareja del hombre protagonista. La suya será la mirada que nos guíe a través de todo el cuento, narrado en segunda persona.

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El croar incesante

Sí, las plagas han sido incesantes. El protagonista menciona la de los mosquitos como una de las más molestas, pues no se podía abrir las ventanas ni un centímetro y la gente debió estar desnuda, sudada y encimada por meses.

No obstante, las ranas son diferentes, puesto que su croar perpetuo —y su fertilidad excesiva, pues se reproducen a centenas y llenan a tope las albercas y los patios de las personas— saca particularmente de quicio. Y, por un instante, creí que serían la gota que colmaría el vaso y llevaría a alguno de los dos protagonistas a cometer alguna imprudencia.

“Ahí estaban los ojos fijos en la oscuridad de la noche, las papadas mórbidas, los vientres hinchados y gomosos, como el de tu mujer, y eso que todavía le faltaban unos tres meses. Tres meses, noventa días y muchísimas horas. Todavía había tiempo.”

Sin embargo, frases como estas evidencian una conexión —neblinosa, pero pronto a aclararse— entre los vientres de las ranas y el de Cata; entre la vida que siempre se está gestando en ambos.

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Somos despojos bestiales

Tanto las ranas como las plagas anteriores siempre dejan anonadados a los científicos, ya que desobedecen a las leyes de la naturaleza y no hay medida, veneno o estrategia que pueda acabar con ellas. Deben esperar a que estas terminen a su propio ritmo.

“Y mientras tanto, la niebla, la humedad, el gusto blando del pan y las ranas que croaban, ¿nunca se callarían?”

Eso es, quizá, lo más estresante: que nada del conocimiento humano les afecte, y que su naturaleza bestial sea tan pura e inocente en su indiferencia hacia la humanidad. Parecida, quizás, a la de un niño.

Cuando llega el momento del parto, cae una nevada tremebunda. Acorde a los pronósticos que van sonando en la radio mientras manejan al hospital, las ranas no sobrevivirán ese frío, y la humanidad tiene la esperanza de que ese sea el fin de esta plaga. Pero también otra cosa está llegando a su fin.

La misma noche que la nieve extermina a todas las ranas, el hijo de Cata nace muerto. Deforme.

Al inicio no lo sabemos. Pero al acabar el cuento, leemos esto:

“La piel fría de tu hijo desnudo, los miembros encogidos, la barriga hinchada, los ojos abultados y su escaso peso te fueron diciendo que sí, que esta vez era cierto, que, sin lugar a dudas, la plaga de los anuros se estaba por acabar.

Cerraste la bolsa; y libre para siempre de criaturas, pudiste por fin llorar.”

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Valeria Correa Fiz

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La animalidad en la humanidad

Ésta es evidente en el relato de Correa Fiz, sobre todo en aquel paralelismo macabro entre la apariencia de su hijo y las pequeñas ranas, cuyo nacimiento y muerte fueron simultáneos.

¿Es una advertencia contra parir en un mundo cada vez más inhóspito contra la humanidad? ¿Signo de cómo el fin de la inocencia puede destapar emociones embotelladas, justo como las del protagonista? ¿Es una manera de resaltar la imanente bestialidad de la condición humana, de la que solemos despegarnos debido a un orgullo vano?

Sin duda, es un cierre ideal para este libro de Valeria Correa Fiz, en el que el mismo título anuncia un análisis profundo de nuestra relación con la animalidad.

Además, queda resonando la pregunta: ¿todavía oyes croar a las ranas?

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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