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LA VENGANZA DE LAS BRUJAS

Reivindicación de lo femenino desde el horror

Davo Valdés de la Campa

 

Desde Eva, pasando por las brujas y las prostitutas, las mujeres han vivido con el estigma falso de la inferioridad. Quizá por el invento de la culpa por la expulsión del paraíso o quizá por la fuerza atávica que reside en su interior y que el hombre teme por encima de todas las cosas. La feminidad vista desde el horror nos muestra la posibilidad exclusiva de la vida. La sangre o el cuerpo que emerge de su sexo aterra porque perturba el estado de las cosas (da vida a algo que antes no era nada, desecha la existencia en un líquido carmesí orgánico) y porque revela al hombre su única certeza, su único papel: el de la muerte. El hombre, incapaz de concebirse a sí mismo, se consagra como el portador de la verdad y crea la religión. Sus ideas se propagan incluso en el mismo imaginario de la mujer. Por eso se subyuga ante la imagen cruenta de un Dios masculino, principio y fin de todas las cosas.

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En 1486, Jacobo Sprenger y Enrique Institoris, dos sacerdotes dominicos, publicaron una obra intitulada Malleus maleficarum o El martillo de las brujas. En él -como en muchos textos de la época como Elogio a la locura de Erasmo de Rotterdam- argumentan en contra de la mujer como un ser inferior y malévolo. El término fémina, explican los inquisidores, deriva de fe y minus; es decir, con menor fe. Las mujeres se caracterizaban por la infidelidad, la lujuria y la ambición; “seres de lengua ligera y carácter insidioso, crédulas e impresionables”. En el grupo de las brujas se encontraban las lujuriosas, mentirosas y solteras, mujeres más propensas a ceder ante el demonio. La hoguera y los calabozos fueron parte de la campaña que los hombres emprendieron para contrarrestar esta debilidad por la maldad que los sacerdotes consideraban intrínseca de las mujeres. Estas ideas se remontan, como ya mencionamos, a tiempos que se documentan en el Antiguo Testamento o en la antigua Grecia. Hesíodo, por ejemplo, definía a las mujeres como holgazanas y lujuriosas, y explicaba que el mal menor para un hombre residía en una esposa que le diera hijos, varones.

"Aquelarre" (Francisco de Goya, 1821-1822)

«Aquelarre» (Francisco de Goya, 1821-1822)

La quema o la caza de las brujas representa en términos alegóricos el feminicidio histórico por parte de la sociedades patriarcales, pero también la prolongación del mito a través de la participación de la misma mujer. Ejemplo de esto se puede apreciar en The crucible (1996) de Nicholas Hytner, con Winnona Ryder en el protagónico. La película era una adaptación de la obra de teatro homónima de Arthur Miller. Según el mismo autor se trataba de una alegoría de la “cacería de brujas” de la época macarthista en Estados Unidos, sin embargo, aparece un elemento que considero trascendental en la estructura de control del hombre sobre la mujer: la participación-victimización de la mujer en el mismo proceso. En la película, Abigail, interpretada por Ryder, acusa a varias de las mujeres de Salem de ser brujas, luego de que ella misma fuera señalada por actos de brujería. Al testificar en contra de ellas, ofrece cierta evidencia de que ellas son brujas, por lo tanto, materia de juicio y castigo. Todo lo hace en aras de salvarse a sí misma.

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Algo similar ocurre en The Devils (1971) de Ken Russell. En la película, la confesión fabricada de un grupo de monjas, que aseguran estar poseídas por el diablo, incrimina a un sacerdote que hacía frente a las políticas del Cardenal Richelieu. La cinta estaba basada en un hecho supuestamente real de posesión demoníaca en un pequeño pueblo francés. El trasfondo político aprovechó la oportunidad para una vez más encasillar a la mujer como el receptáculo de la maldad. Sólo a través de la maldad que accede al cuerpo femenino es que el hombre puede corromperse. Al final el padre Urbain Grandier, interpretado por Oliver Reed, muere en la hoguera. Pero también las mujeres que osaron defenderlo son recluidas en un manicomio, convirtiendo la locura en otra posibilidad de la condición de ser mujer.

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The Lords of Salem (2013), película de terror escrita, producida y dirigida por Rob Zombie, aborda la posibilidad de que las brujas obtengan su liberación y su venganza. Protagonizada por su esposa, Sheri Moon Zombie, ambienta la historia en Salem, Massachusetts, conocida como «La ciudad de las brujas» por los infames juicios que ocurrieron en 1692.

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En la historia, Heidi, locutora de un programa de radio local, recibe un extraño disco de vinilo de un grupo llamado ‘The Lords’. Un disco con una melodía repetitiva, simple, tétrica y extraña, como una especie de lento latido, que empieza a afectar a las mujeres que lo escuchan, especialmente a la propia locutora. El disco actúa como una especie de detonador para que la maldición vertida en el pasado por las brujas de Salem pueda cumplirse en el presente. Pero la maldición no es sobre las propias mujeres sino de forma paradójica acaece en los propios castigadores. Por si fuera poco la maldición se completa dentro del linaje del principal cazador de brujas de Salem: la última heredera es una mujer y en ella la posibilidad de la vida, destruye el legado de su antecesor.

Otro personaje, Francis Matthias (Bruce Davison), el conservador del museo local, participa a través de su la escritura de un libro sobre las llamadas brujas de Salem, ajusticiadas en el siglo XVII. La historiografía cuenta que, durante aquellos juicios, entre 200 y 150 personas fueron detenidas como sospechosas de conducta contraria a Dios, y finalmente fueron ajusticiadas 26, con base en simples rumores, pero con la ferviente creencia de que eran brujas. El libro de Matthias trata de la contraposición entre historia y leyenda. Él intenta desmitificar la idea de que las brujas existían. Lo irónico en la película es que las brujas existen y han planeado su venganza a lo largo de generaciones.

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De mismo modo, pero quizá bajo un tratamiento mucho más profundo, funciona Anticristo (2009) de Lars von Trier. El enfant terrible de la cinematografía europea ha sido catalogado como un cineasta misógino. Es verdad que muchos de sus personajes femeninos no salen bien librados, sobre todo si le sumamos las declaraciones de algunas de sus protagonistas. Es bien sabido, por ejemplo, que Bjork, después de actuar en Dancer in the dark, le escribió una carta a Nicole Kidman para advertirle sobre trabajar con von Trier en Dogville. “Te chupará el alma”, le dijo.

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Anticristo, protagonizada por Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg, narra la historia de una pareja que, tras la accidental muerte de su hijo, se retira a una cabaña en el bosque donde pasaron las últimas vacaciones con él. Y lugar donde tiempo atrás la mujer intentó escribir su tesis acerca de las masacres masivas de mujeres durante la Edad Media. El lugar se llama Edén.

Una de las conclusiones más apresuradas que se pueden hacer de la cinta es que lo opuesto al Cristo varón es la hembra. Y que Lars von Trier se funde con una larga tradición cultural que ha colocado a Eva en el origen del pecado, en la causa de la expulsión del Edén y del sudor y el sufrimiento del varón inocente. Se plantea la consecuencia de la entrega de la mujer al desenfreno sexual, incluso más allá del bienestar de su hijo; pero creo que en ningún momento coloca al hombre del lado de la víctima, sino todo lo contrario. Y ella es la mujer que trasciende el horror para liberarse de todos los prejuicios. Es la mujer volviendo a su estado natural, libre.

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Él es el hombre racional, científico, que va a guiarla hacia la superación de sus miedos. Su terapia, considero yo, ridiculizada por von Trier, la enfrenta con su esposa que pronto se inscribe en los márgenes de la neurosis y la psicosis. Una de sus terapias consiste en colocar en una pirámide los miedos de la mujer, porque el hombre considera que es eso lo que la mantiene en ese estado de depresión profunda y de deseo sexual desenfrenado. Al principio la mujer confiesa tener miedo del bosque, de la hierba, en sí todo lo que representa Edén, o sea el bosque, espacio que tradicionalmente se ha relacionado con las brujas y lo diabólico. El hombre escribe encima de la pirámide “Naturaleza”, como concepto superior que domina el miedo de su esposa. Aún más arriba escribe “Satanás”, representación simbólica de la Naturaleza.

En un ejercicio dramático terapéutico cerca del final, el esposo propone realizar la siguiente representación:

-Mi papel -dice-, es todos los pensamientos que causan tu miedo. El tuyo es el pensamiento racional. Soy la naturaleza, todo lo que llamas naturaleza. (Intercambian roles para entender su propio pensamiento)
-De acuerdo, señor naturaleza. ¿Qué quieres? -dice ella.
-Hacerte todo el daño que pueda.
-¿Cómo?
-¿Cómo crees tú?
-¿Asustándome?
-Matándote.
-La naturaleza no puede dañarme, sólo eres la vegetación que crece ahí fuera.
-No, soy más que eso -responde él.
-No te entiendo.
-Estoy fuera, pero también… estoy dentro. Soy la naturaleza de todos los seres humanos.
-Ah, este tipo de naturaleza -dice ella-. ¿La clase de naturaleza que hace que la gente maltrate a las mujeres?
-Eso es justamente lo que soy.
-Esta clase de naturaleza me interesó mucho cuando estuve aquí arriba. Era el tema de mi tesis. Pero no deberías subestimar a Edén.
-¿Qué hizo Edén?
-Descubrí más cosas de las que esperaba entre mi material. Si la naturaleza humana es malvada, entonces se puede aplicar lo mismo a la naturaleza de…
-¿De las mujeres? ¿A la naturaleza femenina?
-La naturaleza de todas las hermanas… las mujeres no controlan su cuerpo, lo hace la naturaleza. Está escrito en mis libros.
-La bibliografía que usaste en tu investigación trataba de actos cometidos contra las mujeres, pero ¿la leíste como prueba de la maldad de las mujeres? Tenías que ser crítica con esos textos, ¡esa era tu tesis! En vez de esto los aceptaste, ¿te das cuenta de lo que dices?
-Olvídalo, no sé por qué lo he dicho.

El hombre está desconcertado porque cree que su esposa abraza la noción de maldad intrínseca en la mujer. Pero si retomamos a Nietzsche, él responde: “¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad”. Para él, en todo mal social se encuentra el presupuesto fundamental del cristianismo por ser la causa de una moral que oprime al hombre, basada en la compasión y la debilidad. La mujer de Anticristo no cree en la maldad ni en la neurosis. Ella sabe que detrás de la Naturaleza está su liberación, su fuerza; en el sacrificio y en el horror, que son espacios que el hombre no puede acceder ni entender. Por eso ella se mutila el sexo, en un acto simbólico que busca desprenderse de la etiqueta de la feminidad. Se trata de un sacrificio liberador y radical (no olvidemos que la cinta está dedicada a Tarkovsky) que va más allá de cualquier límite. Pero también -y mucho antes- la protagonista mutila a su esposo, no sólo por la tortura que la ha hecho padecer sino por todos los crímenes cometidos por el hombre contra la mujer.

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davoDavo Valdés de la Campa / Cuernavaca, Morelos (1988)

Fanático del cine de terror. Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del estado de Morelos. Forma parte del Colectivo La Piedra. Beneficiario del Programa de Es­tímulos para el desarrollo y la cre­ación artística en 2009 y en 2011. En el 2010 publicó su primer libro de cuentos Relatos de un mundo depravado (EdicioneZetina). A finales de 2011 fue ganador de la convocatoria para publicación de obra inédita del Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos con su libro Ignoto (poesía). Forma parte del Grumo de Escritores de la Barba Naranja.