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LATAS DE AVENTURAS

(variación a un tema de Warhole)

Manuel Barroso

 

 

Hace dos o tres años, ya no recuerdo bien, fui a la FIL de Minería con un buen amigo. Ahí me llené de libros en el stand de SM (estaban al 3 por 2 o algo así). En un punto, me faltó un texto para completar la promoción, pero no me decidía. “Llévate éste”, me dijo mi amigo. Luego dijo que no me iba a arrepentir. Compré la novela y no la saqué de la lista de “los libros que ocupan espacio en mi librero pero nunca he pensado abrir” hasta hace unos días.

Vaya fortuna conocer, por fin, El club de la salamandra.

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Jaime Alfonso Sandoval (San Luis Potosí, 1972) no es el tipo de escritores que haga mucho ruido o se la viva alardeando en redes sociales de lo que es capaz (tampoco se toma selfies afuera de las minas y eso se agradece). Sin embargo, es uno de esos autores que han marcado el rumbo, bajita la mano, de la literatura infantil y juvenil hecha en México. Repúbica mutante o La ciudad de las esfinges son prueba de ello, pero la más grande muestra es la novela ganadora del Gran Angular en 1997.

jasan

Esta historia está narrada por Rudolph Green, hijo de un investigador de tribus caníbales y un cocinera ruso-polaca, quien cuenta cómo, desde muy chico, se propuso tener grandes aventuras y ser un reconocido explorador o científico. Por eso aprende once idiomas y se lee todas las biografías conocidas de los más grandes héroes de la ciencia.

Pero todo cambia cuando llega a sus manos un trabajo peculiar: traducir un mensaje de apariencia ancestral que fue encontrado en el interior de una lata de sopa. El mentado recadito sólo recomendaba ir a una vieja librería en Roma, nada más… ah, y tenía por ahí anotada una clasificación inexistente de biblioteca.

¿O existente?

Esa duda lleva a Rudolph a gastar todos sus ahorros en un boleto a Italia para encontrar la mentada librería y descubrir la anticiencia.

No, no me equivoqué. Dije ANTIciencia.

Es ahí donde aparece, brillante como fuego en salamandra, la genialidad de Sandoval. No sólo es cuestionar aquello que damos por sentado (¿hay algo en el mundo occidental más incuestionable que la ciencia, acaso?), eso ya no es suficiente (se hace mucho (y, últimamente, mal)). Lo de hoy, lo que maravilló en 1997 y sigue maravillando ahora, es descubrir qué nueva aventura puede entregarnos dicho cuestionamiento, qué maestros puede cruzarnos en el camino, qué amores imposibles nos puede presentar.

Porque de eso se tratan las maravillas, a fin de cuentas. Y de eso, entre muchas cosas, habla esta historia.

Me explico: en el momento en el que Rudolph tiene que replantear sus conocimientos sobre el mundo al descubrir disciplinas como la biorología (estudio de la vida de las montañas), la Declaración de los derechos de todo (literalmente todo), la antimúsica, la ovología (anticiencia que afirma que la Tierra es un huevo de una criatura gigante y que toda la vida de la superficie será destruida cuando la cosa nazca) o la complejísima anticiencia de hablarle a una chica bonita y lista, comienza a ver todo desde nuevas perspectivas. Vuelve a maravillarse con los milagros del mundo. Ahí está, me parece, la mayor virtud de El club de la salamandra: maravilla al lector no sólo por su historia, sino porque hace recordar que el lugar en el que vivimos es una cosa sin igual en lo que conocemos. Mientras leía, no podía evitar acordarme del momento en el que el Doctor Manhattan le dice a Laurie que no ha visto en el universo nada más milagroso que la existencia que habita la Tierra. Sentí que de eso hablaba Sandoval en la voz de Rudolph Green. Me gusta pensar que así es, que esta novela maravilla para hablar sobre cómo nos maravillamos del mundo.

Aunque éste nos trate de sorprender con algo tan insignificante como una lata de sopa.

 

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IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.

@manubch