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LOS QUIJOTES DECADENTES

VI

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

Quinta parte 

Emiliano González

 

En El desencanto de Dulcinea (1916) de Efrén Rebolledo, el Quijote se enfrenta a la muerte en un torneo y está a punto de matarla, pero le perdona la vida. Homenaje a Cervantes, el cuento que titula el volumen incluye episodios de la novela resumidos. Como dice el árabe Alhazred, “hasta la muerte puede morir”. El libro de Rebolledo influye sobre autores modernos, sobre todo con el último cuento, “Jardín zoológico”, que inspira las novelas El circo del Dr. Lao (1935) de Jack Finney, El último unicornio (1968) de Peter S. Beagle y el Manual de zoología fantástica (1957) de Borges. En la primera edición del libro de Rebolledo, de Imprenta Ballescá, la portada de Duhart muestra a Dulcinea montando en un caballo blanco, una de cuyas orejas parece el cuerno de un unicornio. El ejemplar que tengo está dedicado a Antonio Caso por su “amigo y admirador” Rebolledo, en marzo de 1916. Rebolledo sabe captar las buenas intenciones del Quijote, pues lo relaciona con Lafayette, Bolívar, Lord Byron, Luis Napoleón, Zola y Nicolás II. El cuento de Rebolledo se inspira en el prólogo de una tragedia nunca representada aunque sí publicada de Urueta, “Dulcinea” (1899), donde el Quijote es relacionado con Hamlet, por las alucinaciones, y lo cierto es que el héroe de Cervantes es una versión cómica del héroe de Shakespeare. El caballero andante de Urueta quiere castigar a los cobardes, a los avaros, a los tiranos y “a todos los hi de puta que han puesto su grandeza y su altivez sobre cimientos de lágrimas y de sangre”. La obra de Urueta destaca por su estilo decadente que mezcla lo culto con lo vulgar-popular, como el estilo de Huysmans o de Rachilde.

Hay un recuerdo del ritual dionisiaco, en que se mezclaban las clases sociales. El estilo decadente se basa en el estilo barroco de Cervantes. Pero también consiste en una mezcla de ciencia y arte. Dice Urueta: “El arte es la hostia de los elegidos: hecha de pasta de hashish, de panales del Himeto, de lo que usted quiera, pero siempre es hostia!” (México, enero de 1893).

En la novela De sobremesa, Silva describe una alucinación del narrador imaginario, en que ve “una cabeza horrible, la mitad mujer de veinte años, sonrosada y fresca, pero coronada de espinas que le hacían sangrar la frente tersa, la otra mitad calavera seca, con las cuencas de los ojos vacías y negras, y una corona de rosas ciñéndole los huesos del cráneo.” La descripción se adelanta al sueño del Ulises (1922) de Joyce, en que la madre de Stephen surge del suelo, “leprosa y turbia, con una corona de marchitos azahares y un desgarrado velo de novia”. En la novela de Silva, la cabeza horrible le dice: “Yo fui la hermosa May Goulding. Estoy muerta.” Joyce observa que dice eso “con la sonrisa sutil de la demencia de la muerte.” La demencia en el fragmento de Joyce nos recuerda a la locura del fragmento de Silva, en que hay ecos de “Las metamorfosis del vampiro” de Baudelaire y del episodio de la vida de Apolonio de Tiana, narrado por Filóstrato en que Apolonio calumnia a la mujer de su discípulo, transformándola en calavera, según una versión gráfica. Esta calavera es símbolo de la muerte de la mujer.

El colombiano Silva se identificaba demasiado con su personaje José Fernández, el narrador imaginario, a diferencia del venezolano Dominici, que veía al conde Carlo con distancia. Sin embargo, ambos autores tenían afinidad profunda.

El intelectualismo atrae a Fernández, en la novela de Silva. Lo anti-sensual se disfraza de abuela –como el lobo de “Caperucita”–, ya que Fernández aspira a una “noble vida de pensador”, en que “la única figura de mujer” que pasa por su imaginación “como depurada de sensualidad por las altas especulaciones intelectuales” es la de la abuela. Fernández conoce a una rubia “con perfil de Diana” a quien ve por primera vez “oyendo la música sobrehumana de las walkirias”. Fernández se cree decadente y canta a Safo y a Adriano y Antinoo, pero en realidad es un inmoralista que se ve fascinado por lo anormal, que es “una prueba de rebeldía del hombre contra el instinto”. Dos personajes se debaten en su interior: un intelectual y otro sensual, y son enemigos. En una carta al Obrero Universal, Fernández dice que el frío viento del Norte no trae ya la piedad ni las bienaventuranzas del consuelo, sino “un evangelio que cuenta la historia de Zaratustra, en una cueva, meditando, entre el águila y la serpiente, en el reavalúo de todos los valores.” Este “reavalúo” consiste en desprestigiar a la piedad y en exaltar la crueldad, vista como un instinto sano que la sociedad rechaza con la noción del deber. La “moral de los débiles” es la de los esclavos, etc. El inmoralista se disfraza de revolucionario e invita al obrero a rebelarse contra el rico que lo oprime.

Fernández conoce luego a tres mujeres: una alemana que le dice que él es el “sobre-hombre” que ella soñaba, una romana que le recomienda a D’Annunzio y una amiga sentimental que no lee y que con su pereza ayuda a las otras dos.

Hay una pequeña guerra mundial en el cerebro de Fernández, habitante del fin de siglo decimonónico. La novela termina con una danza de átomos dorados.

Lo leído en un libro y luego vivido en la realidad no es romántico cuando los héroes se vuelven villanos o viceversa: hay una deformación de la lectura, como en la época de la segunda guerra mundial y en otras. El hecho es que los textos o libros con intuición (capacidad de llegar a la verdad antes de la razón) y crítica (juicio sobre un fenómeno real o ficticio) se han visto llevados a la realidad, o bien deformados al volverse reales.

Los Quijotes de Silva y Dominici confunden la aristocracia irreal y mental que Baudelaire atribuye a Poe con la aristocracia real y física. La democracia injusta de la época de Baudelaire, que busca una igualdad basada en la mediocridad, que no reconoce –como en tiempos de Pericles– a Sócrates ni a Eurípides, obliga a Baudelaire a idear una aristocracia de la irrealidad y de la mente, que provoca terror por medio de cuentos y poemas. También es una aristocracia espiritual, compuesta por humanos consagrados al arte, humanos que pueden ayudar a resolver problemas, siempre y cuando reciban ayuda de los demás. La aristocracia de Baudelaire no es política ni social.

El problema que resuelve es mental, no físico; es de deseo, no de necesidad. Es personal, no social. Pero tampoco es anti-social, ya que no propone el suicidio ni el asesinato. Los suicidas nietzscheanos –Maupassant, Davidson, Zweig, Howard, Mayakovsky, Sah-Carneiro, London, Lugones– confunden aristocracia espiritual con aristocracia política y social… aprobada por el espíritu. Esa confusión provoca un problema mental muy grave.

Silva es suicida; al combinar al superhombre con el vampiro en metamorfosis nos recuerda a Maupassant, que a su vez nos recuerda a Polidori, que se refería a un vampiro y a una mujer con cabeza de calavera, castigada por atisbar por el ojo de una cerradura. Mary Shelley dice que Polidori nunca llegó a escribir el cuento sobre la mujer, aunque la redujo a peor condición que la de Tom of Coventry (Peeping Tom, enceguecido por ver desnuda a Lady Godiva). El suicidio de Polidori nos recuerda el suicidio de Jan Potocki, el autor polaco incomprendido, también dedicado al vampiro, que logra aislar el germen del complejo de Apolonio de Tiana en su novela Manuscrito hallado en Zaragoza.

Robert E. Howard, autor del cuento “Rostro de calavera” (sobre hashish mezclado con opio), se suicida después de la muerte de su madre, haciéndonos pensar en la madre de Stephen, con cara de calavera, en el Ulises de Joyce. Esto quiere decir que el complejo de Apolonio a veces tiene que ver con el complejo de Edipo. El suicidio de Polidori, autor de una novela sobre el moderno Edipo, ya anticipa el suicidio de Zweig, autor freudiano y nietzscheano a la vez.

El suicidio de Howard es también producto de la pugna mental con sus propios personajes, entre ellos el guerrero ario llamado Niord.

La influencia de Nietzsche sobre Freud ha sido exagerada. En su libro El sueño y los naïfs (1981), Hélène Renard afirma que “Freud tenía conciencia de lo que le debía a Nietzsche al considerarlo el ‘precursor directo del psicoanálisis’”. Esto no es cierto. Es Otto Rank el que le da a Nietzsche una importancia desmedida: “Nietzsche, al que… hemos de reconocer como precursor directo del psicoanálisis, descubre análogas relaciones del sueño con la vida despierta….” Este fragmento, de “El sueño y la poesía” de Rank, un ensayo sobre muchos románticos alemanes, está en la base de las desviaciones de algunos psicoanalistas. Rank cita un fragmento en que Nietzsche dice que “el sueño nos trae de nuevo lejanos estados de la civilización y nos proporciona el medio de comprenderla mejor”. Freud en “Psicología de los procesos oníricos”, dice: “Sospechamos cuán acertada es la opinión de Nietzsche de que el sueño continúa un estado primitivo de la Humanidad”. La opinión no es de Nietzsche sino de Jean-Paul Richter: durante el sueño nos visita nuestro pasado más lejano. Sin embargo, Nietzsche es retórico cuando repite a Jean-Paul, así como es impiadoso cuando repite un sueño del mismo autor, al decir que Dios ha muerto, sin mostrar la actitud cristiana de Jean-Paul. Rank dice que “la más amplia anticipación de las teorías psicoanalíticas sobre el sueño” la ofrece Nietzsche en un pasaje de Aurora, “Vivir e imaginar”, en el que queda reconocido el sueño como “un medio de la satisfacción alucinatoria de los instintos”. La satisfacción del instinto por medio de la representación involuntaria está presente en los sueños de niños y animales, como dice Jean-Paul, antes de Nietzsche. Cuando Nietzsche repite fragmentos románticos inocentes se gana la confianza de algunos lectores, que suponen que Nietzsche es inocente, como un loco sagrado. Jean-Paul en “El eclipse de luna” se refiere a “las tiernas almas que el odio no ha desflorado” y dice que “el amor y la paz confunden a todas esas almas en un mismo abrazo, como uno ve entrelazarse los arcoíris de una cascada”. Esa imagen se vuelve luego la de Zaratustra jugando con los arcoíris, imagen nietzscheana transformada por el cantante Donovan en su canción “Sunshine Superman”. Es obvio que el superhombre de Nietzsche le permite a Freud llegar a la designación “super-yo” para referirse al personaje censor, originado en la relación con los padres y reforzado luego por maestros, compañeros y amigos, personaje que carece de piedad: es cruel, como el super-hombre. Dice Ernest Jones en su ensayo “La génesis del Super-Yo” (1926) que el super-yo “puede incluso dictar un asesinato como si éste fuera deseable y recomendable.” Nótese la similitud del título de Jones con El origen de la tragedia de Nietzsche.

Así como el super-hombre permite llegar al super-yo, las confesiones del criminal Marqués de Sade, semejantes en cinismo a las de Gilles de Rais, son aportaciones útiles para eliminar el sadismo.

Jung en su libro Memorias, sueños y reflexiones (1961) admite que Freud mismo le dijo que nunca había leído a Nietzsche.

No todos los autores leídos por Freud son locos profanos: también hay locos sagrados, como Hoffmann, Goethe y Jensen.

Por medio del humanismo freudiano de filósofos, poetas, narradores y cuentistas del siglo XX, el público en general ha resuelto sus problemas y por medio del psicoanálisis el público en particular ha resuelto los suyos. Breton ha señalado la posibilidad de usar el análisis para liberar, no para oprimir a la gente, y Crowley ha criticado al analista que depende del paciente, en vez de vivir de otra fuente de ingresos. Breton y Crowley tienen razón y yo creo que en el futuro sus críticas serán tomadas en cuenta.

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).