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ME GUSTA HACER ZAPPING IMAGINATIVO

Manuel Barroso

 

 

José Luis Zárate es mi escritor favorito. Eso no es ningún secreto, es tan notable como que el sol quema mucho. o que la gente suele ser estúpida. Pero si eso fuera todo no tendría razón de estar aquí. El detalle es que José Luis Zárate también es una de las voces más fuertes que habitan bajo la cama.

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En En el principio fue la sangre el motor son los asesinos seriales. En Entre la luz…, es la cultura pop que terminó en el canal cinco. Todo de forma lúdica, pero crítica, dura. ¿Qué tan diferente es tu proceso de escritura entre tus ensayos y el resto de tu obra?

Son las cosas bonitas, vistosas y llenas de colores que consumíamos sin saber qué demonios nos estaban diciendo. En Puebla hay una cosa muy extraña –que a mí me da mucha gracias porque es la evolución. Cuando llegaban las películas de Disney, llegaban al Cine Colonial. Todo el mundo sabía que ahí había películas correctas y animalitos que hablaban. Pasó la época de los cines concesionados por el estado y se acaba la distribución exclusiva de estas películas. Ahora el Cine Colonial es el único cine porno de Puebla. Disney se convirtió en porno. ¿Qué pasaría si proyectaran sus viejas glorias?, ¿cómo reaccionaría la gente? Dirían: “¡Yo vi eso!”. De pronto me di cuenta de que no importa qué esté pasando aquí y ahora, conservo muchas de esas cosas brillantes y hermosas que consideraba cool para entonces, a pesar de la nueva realidad. Yo quería hablar de esa época luminosa jugando, re-armando qué significarían, pero no negando que son parte de nuestro disco duro. Así salen mis ensayos. Tengo la necesidad de explicar por qué algo me gusta, por qué considero que algo es valioso. Me gustan mucho los ensayos, los libros de divulgación científica, los libros donde alguien trata de convencerte de algo. Sólo que hay una serie de convenciones políticamente correctas en los ensayos que son muy necesarias, pero que hacen que sean difíciles de leer. Hacen que realmente tengas muchas ganas de leer un ensayo para acabarlo. A mí me gusta usar un lenguaje mucho más accesible, más de plática. Poner a veces el mensaje árido, pero que el ensayo no sea árido. Yo lo considero una plática a las tres de la mañana en la que tu mejor amigo trata de convencerte que la flaca que lo trae loco es hermosa a pesar de que tú pienses que está bien flaca. Esas pláticas son ensayos. Ese ambiente de charlar de las cosas que nos interesan y que, de cierta manera, nos da pena decir que nos interesan. El ensayo es hablar de lo que se quiere hablar, independientemente de si viene al caso o no. Cuando uno escribe, muchas veces hace que los personajes digan lo que uno quiere que digan. El ensayo le habla directamente al lector. Usa las herramientas del escritor para hablarle al lector del ambiente que lo rodea. Se puede a veces. Uno tiene muy buenas intenciones, pero no siempre sale.

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De Hyperia o Quitzä y otros sitios a Castillos que se incendian o ¿Cómo terminó la humanidad?, ¿qué tan diferente es el proceso de creación entre el cuento largo y la minificción?, ¿qué tan distinto ha sido armar estos libros?

Yo siempre he escrito minificción. En uno de los primeros talleres a los que asistí, todos se quejaban porque siempre llevaba un cuento. Aparte eran larguísimos. Malos pero larguísimos. Entonces un día dije: “No traje un cuento largo. Traje 75 minicuentos”. Yo leía la revista El cuento religiosamente. Primero los minicuentos y luego todo lo demás. El libro de la imaginación es uno de mis libros centrales. Cuando me preguntan por mi mayor influencia como minicuentista, yo respondo que es La pared de Pink Floyd. Es una película, pero yo la veo fascinado por todo lo que puede significar la pared. Es lo que aísla al roquero, lo que lo mantiene aislado del horror, es la madre, el gobierno. Un mismo concepto tiene tantas variantes como uno quiera. Puedes agarrar un símbolo y convertirlo en un millón de cosas. Lo que pienso, cuando escribo minicuentos, es: ¿Cuántas versiones puedo dar de esto?, ¿de cuántas formas puedo verlo?, ¿cómo lo narraría, si es la princesa y el sapo, la reina?, ¿y la princesa, el sapo, los otros sapos del estanque?, ¿y si los sapos piensan: “¿Si nos besa nos haremos príncipes?”? Y entonces hay una generación de sapos que tratan de seducir princesas. Actualmente, de las cosas que más me horrorizan es que el gobierno ha eliminado la diplomacia de sus palabras: o estás conmigo o estás contra mí. Siempre están hablando de versiones únicas. No hay quien se equivoque, no hay pendejos, no. Todos son malignos. Es una versión o la del enemigo. Pero hay montón de grises en medio. Y hay que mostrarlos. Es muy diferente a los otros cuentos que escribo. Ahorita estoy haciendo una serie de cuentos sobre Sherlock Holmes. Jugar con las piezas del canon y contar otra cosa. Cuando escribo cuentos de terror trato de escribir una observación morbosa de la realidad. Hay que potencializarla para hacer inquietante el ambiente. Depende de lo que quieras narrar cómo agarras los cuentos.

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La voz en Xanto, novelucha libre no tiene que ver con las de La ruta del hielo y la sal, Del cielo profundo y el abismo o El tamaño del crimen. ¿Cómo logras esa polifonía en tus novelas?

En mis inicios, cuando empecé a leer, no tuve una biblioteca a la mano. Tenía libros de mi papá, que leía mucho, y sus intereses eran muy variados. No había acceso a bibliotecas públicas, no había internet. Yo conseguía los libros en las librerías de viejo. Mi papá me dio el mejor consejo: “Hijo, puedes leer lo que quieras, siempre y cuando tú te lo compres”. Podía leer lo que quería en la casa, pero era lo que podía conseguir. Cerca de mi secundaria había una tienda de libros de tercera. Mojados, hinchados, baratísimos. Compraba lo que me alcanzaba, entonces mi lectura era increíblemente variada. Casi siempre best sellers de los setenta. Tiburón, Infierno en la torre, era de chile, mole y de manteca. Y una de las cosas que más me gustaba entonces era que los fines de semana íbamos a ver una película. ¿Qué película?, la que fuera, la que pusieran en el cine Puebla, que era el sitio al que nos gustaba ir. Entonces podía ser una de vaqueros, una bíblica, un musical, nadie sabía qué íbamos a ver, era nuestro día de ir al cine estuviera lo que estuviera. Entonces para mí cambiar de contexto imaginariamente es normal. Un día estoy leyendo sobre tiburones y al otro sobre vampiros y podía ver una película de Gastón Santos y luego una del Santo y luego una de Godzilla. Para mí, hacer zapping imaginativo era lo más rico de esa época. Entonces, cuando me siento a escribir hago zapping imaginativo. No digo: “Ya tengo una voz establecida, tengo que conservarla”, digo: “¿Qué vamos a contar esta semana?”. Mi voz narativa viene de la necesidad de lo que voy a contar. En Del cielo profundo y el abismo, era Superman hablando como detective duro y cansado de la vida, pero sin dejar de ser Superman. Tenía que ser ingenuo, grandes sueños pero poca capacidad cerebral. La ventaja de Superman es que es Superman. No tiene que ser Batman. Él llega, le pega a los malos y ya ganó. La novela trata de una caída, de la muerte de Superman. Todo lo que lo rodeaba tenía que tener elementos progresivamente más oscuros y que fueran hacia la muerte. Eso da una voz, un contexto. La ruta del hielo y la sal es la narración en primera persona de un capitán homosexual. Yo la empecé como juego: “Vamos a expandir una escena de Drácula a novela”. Me gustaba la idea del viaje maldito y terrible, así que me puse a leer cosas de viajes malditos y terribles. Arthur Gordon Pym, el viaje del Pequod. Y me di cuenta de que casi todos los viajes malditos son buddy movies. El protagonista se une al viaje y la tripulación se vuelve su familia. En realidad, el primer Drácula de Bram Stoker está luchando contra una enfermedad. La primera víctima, que es Lucy, se consume. ¿Cómo te enfrentas a una enfermedad?, ¿cómo la golpeas? Las páginas van desmejorando, van muriendo. Me gustaba esa idea. Y te das cuenta que toda pelea con una enfermedad es la pelea con la soledad, estás solo con tu enfermedad. Entonces no podía ser una buddy movie, tenía que ser un relato de soledad. La voz del personaje se me convirtió en una voz sola, no tiene lazos con nadie desde que empieza la novela. ¿Y por qué no tiene a nadie?, pues hay que hacerle un background: pasó algo terrible que hizo que se quedara solo. Pensando en lo que quieres, en el ambiente que quieres, se va transformando tu personaje, la voz. Cuando me siento a escribir no pienso en la voz, sino en las circunstancias del personaje. Si no es un optimista no puede ver las cosas bonitas. Y mientras cambia el personaje, lo que lo rodea debe cambiar. En mi novela Fe de ratas quería hacer un narrador omnisciente metiche. El narrador omnisciente es como un mayordomo inglés. “Las cabezas rodaron por el suelo” y no hay ninguna emoción. Yo quería que fuera: “Y le sacaron las tripas y estaban asquerosas”. La voz narrativa es un personaje. Conforme estás escogiendo las palabras para narrar, las estás convirtiendo en un personaje. Las voces tienen que ver con el relato, y como me gustan cosas dispares, mis voces son dispares. Una vez es un luchador mexicano, un marido que se siente culpable. Y también es que no me gusta contar dos veces lo que ya conté. Cuando terminé Xanto, novelucha libre me gustó tanto el personaje que quice hacer una segunda parte. Esbocé la novela, tengo unas cuarenta páginas. Eran los ochenta y sonaba ridículo: Xanto contra los narcovampiros. Empezaba en el secuestro de un agente de la DEA al que llevan a un rancho donde hay una fiesta. El sabe que va a morir. Mientras avanza la fiesta pasan cosas más y más raras. Entonces no había narcosatánicos. Si la hubiera escrito nadie me la hubiera creído. Lo veo ahora y digo: “Dios, debí haberla escrito hace veinte años. Ahora dirían: “La primera narconovela mexicana”. Pero bueno. Había dos vampiros en lucha: Pedro Malo y Jorge Bueno. Me gustaba mucho Dos tipos de cuidado. Peleaban entre sí. Y desarrollé eso, pero no le vi mucho caso porque ya había hecho luchadores, ya jugué este juego. Y me puse a hacer otras cosas.

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Gente como Bef, Alberto Chimal o Karen Chacek están haciendo cosas importantes en la tradición de la literatura de imaginación fantástica en México. Todo después de lo que Verónica Murguía, Gerardo Porcayo o tú empezaron. ¿Cómo ves el momento actual de esta tradición en el país?

Yo tengo un problema para describir personas. Cuando me preguntan por la edad de alguien, sólo hay tres opciones: son de seis años, hormonosos o viejos amargados. Y cuando me preguntan: “¿Cómo te ves en tu generación?”, yo respondo: “No veo generaciones”. Si te preguntas quién es una generación hay que preguntarse quién está escribiendo. Cuando me preguntan: “¿De qué generación te consideras?”, yo digo: “… ¿Hormonosa?”. Soy parte de una tradición de literatura fantástica, y ésta ha estado siempre. Hay quien la practica y quien no. Al contrario de la novela policiaca, que puede rastrearse con Rafael Bernal o Paco Ignacio Taibo II. Lo fantástico es narrar que hay algo más allá de nuestra realidad o que no hemos terminado de entender nuestra realidad. Me gusta mucho una frase de Arthur C. Clarke que dice: Toda la tecnología que no entendemos la consideramos magia. Entonces toda realidad que no entendemos es fantástica. Un niño llega a mitad de la película, no entiende nada. Entonces llena los espacios con su imaginación. De pronto llega la noche y un niño de dos años pregunta quién apagó el sol, si la luna es un foco que se puede desenroscar. La literatura fantástica está bien hormonosa en este momento. Viva, burbujeando. Los editores de repente dijeron “¡la gente sí lee estas cosas!”. Taibo II nos lo dijo: son unos idiotas. De las diez películas más taquilleras, cinco o seis son fantásticas. De los libros más vendidos, igual. Dejémoslo claro: ¿cuántos conocen a Ulises y cuántos conocen a Drácula? Al fin, después de mucho tiempo y best sellers, en México se dan cuenta de que sí se leen estas cosas y empezaron a editarlas. Es una ola, sube y baja. En los ochenta, la ciencia ficción a todos les falló. Editores, escritores, divulgadores. Nos dieron el portazo en la cara. Nos habría dado más coraje si no le hubieran dado el portazo a todo el mundo. No tuvimos acceso a un mercado editorial y la gente se desesperó. “¿Para qué escribo esto si no va a ser publicado?”. Eran tiempos anteriores a internet. Ahora puedes escribir sin que te pelen en tu terruño, pero ya no es importante. El terruño ahora es la red. Andy Warhol dijo que todos serían famosos quince minutos en el futuro. Le faltó decir que habría millones de canales. Puedes hacerte famoso en 9gag. Tienes una comunidad que te lee, te sigue o se entera de que existes. Yo me considero parte de la literatura de la imaginación porque me encanta ese tema. No somos todavía un movimiento coordinado, pero somos existente. Lo que me gusta de esto es lo que me gustaba de la ciencia ficción en los ochenta: no hay líderes. Hay gente conocida que escribe, pero no hay quien dicte cómo debe escribirse. Hay una tradición muy seguida en México: es la del maestro asesino. El escritor que da su verdad, tiene su grey, pero que mata a todos los que sean como él porque no puede haber dos machos alfa en la misma manada. Le pasó al PRI antiguo, al CTM. Se murió el líder máximo y todo se derrumbó porque no había segundos al mando porque fueron destruidos por el mismo líder para que no le hicieran sobra. Eso mismo pasa mucho en la literatura mexicana. En la literatura de imaginación hay gente notable, pero no un líder moral, porque lo más rico es que cada quién anda por donde quiere.

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Dime un libro que te encante y que nadie pueda pensar que te guste.

La colina de Watership de Adams. Es la narración épica de unos conejitos que cambian de la colina A a la colina B. Está contada desde el punto de vista de los conejos, en un tono muy serio y es increíble. Hay toda una lucha, hay profetas, hay guerreros, hay nazis. Y todos son conejos. No conejos antropomorfizados, son conejos que hacen todo lo que hacen los conejos. No creo que nadie crea que me guste, básicamente porque nadie la conoce. Liberty bar de George Simenon. Es una historia del comisario Maigrett. Es increíble esa novela. Es la forma perfecta de narrar ocho vidas lo más escuetamente posible, sin florituras. Y, de pronto, te das cuenta de un universo más grande de lo que está pasando. Absolutamente realista. Uno acaba destrozado. Ensayos de divulgación científica, sobre los fractales, cosas así. Terry Pratchett decía: “No sólo la literatura importa”. En Microciervos hay una parte en que los personajes se ponen a leer los tipos diferentes de pavimento que existe para los puentes. Y sacan toda la simbología desde tipos de pavimentos. En Carrera de ratas dos personajes se ponen a comparar los senos de las mujeres con notas musicales. Siempre puedes tomar otra nomenclatura del mundo y usarla en tu obra.

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IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.

@manubch