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PATY CHAPOY DICE QUE

 PEPE ROJO ES DIOS

Manuel Barroso Chávez

 

 

Puede sonar raro, pero cada vez hay más autores que escriben partiendo desde la teoría.

¿Quién se echó un pedo? ¡Lo que digo es en serio! ¿No me creen?, lean entonces las últimas novelas de Ana Clavel (que no dejaba de pensar en Barthes) y de José Ramón Ruisánchez (que no tiene empacho en explicitar la teoría con la que dialoga su libro).

Lean Punto cero de Pepe Rojo.

Bernardo Fernández (a.k.a. BEF) afirma que el hijo adoptivo de Tijuana es el perfecto ejemplo de escritor mainstream: “demasiado culto para la raza, demasiado desmadroso para las altas esferas”. Coincido totalmente y, creo, no hay mejor ejemplo de ello que el libro publicado por la extinta Times editores y reeditado (recuperé algo de fe en la humanidad) por Editorial Resistencia (algunos dicen que esta es su única novela, pero yo afirmo que Plan de juego también cuenta como tal).

El texto nos narra las historias de Andrea (una feminista que se dedica a armar comerciales), Mauricio (un fisicoculturista que trabaja en el turno nocturno de una farmacia) y Lucy (hermana gemela de Andrea que da asesorías de inglés, consejos con psicología pop… ah, y ve tentáculos que controlan a la gente (y a las muñecas inflables)). Todos ellos están unidos por un amigo en común cuya historia es de lo más curiosa.

La escena es así: Ray está sentado frente al televisor en su nuevo departamento. Las cajas de la mudanza aún están apiladas y forman pasillos casi laberínticos de cartón y marcas. La luz de la tele y el click del control remoto acompañan a Pinol, Colgate Fresh, Cloro y Corona. De repente, Ray deja de pasar los canales. Está viendo el noticiero y se entera de que ha sido secuestrado (ajá, el tipo que está frente al televisor también está encerrado en algún lado por culpa de unos hijos del huevo).

Ahí están las piezas que Pepe Rojo desperdiga en la mesa para que el lector trate de aventurar alguna idea de qué carajos va a encontrar.

Y créanme, no hay manera de adivinarlo.

Hay cantidad de cosas que destacar en este libro, pero quiero centrarme en dos que me llamaron mucho la atención:

1)    La estructura de la novela. Fragmentaria y con saltos entre historias, dirían algunos. Cambiando de canales, diría yo. Punto cero se construye alrededor de la publicidad, las marcas y de cómo la sociedad se ve a sí misma a partir de ellas (y del New Age (y de las muñecas inflables)). Por eso, el que la novela se lea como si estuvieras arranado en un sillón cambiando canales en la tele es un acierto digno de aplaudirse. La estructura funciona según el contenido y el tema. Que así ocurra es raro de ver y, por ende, que suceda aquí es destacable.

2)    Lacan. Ajá, Jaques Lacan. El primer texto dentro del libro es una explicación de lo que el francés entendía por “punto cero”. Y ahí, en esa idea, orbita toda la novela. Literal, toda. Los fantasmas, tentáculos, muertos, golpes, perros maniacos, comerciales, marcas y teles giran alrededor de un término lacaniano, le dan una vuelta de tuerca y lo analizan de cantidad de perspectivas posibles

No sólo estamos frente a una historia que dialoga con una tradición literaria que apunta a Philip K. Dick, también estamos ante un texto que cruza teoría y psicoanálisis como ningún otro autor en México ha podido hacerlo.

Esto es simple y me pongo aquí para recibir los golpes: con Punto cero, Pepe Rojo logró, guardando proporciones, lo que Ricardo Piglia hizo con Respiración artificial en cuanto a escribir alrededor de la teoría sin que se sienta, sin que se note y, sobre todo, sin que las referencias maten la historia.

Podría seguir hablando de lo bueno que es este bastardo, pero siempre es mejor que ustedes lo comprueben. Busquen I nte rrupciones (Nortestación), Yonke está rolando en Scribd y lo acaba de reeditar Pellejo, el ensayo Tócame, estoy enfermo (hermoso, sin más; terrible y hermoso) está publicado en “La langosta se ha posteado”. No tienen pretextos, corran a buscar a una de las mentes más desquiciadas y brillantes que ha visto nuestra literatura.

Dios existe y nos odia. Por eso nos dio bombas y balas, para que nos matáramos.

Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí. Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras. Mañana comprará un rifle.