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¿POR QUÉ CHINGADOS HAGO ESTO?

Manuel Barroso

 

 

 

En la primera nota de estas entregas dije que escribiría sobre los monstruos que rugían con más fuerza en la literatura mexicana, y di mis razones.

Ahora veo que dichos motivos estaban incompletos. Christopher Domínguez me hizo verlo con su reseña de La torre y el jardín, y se lo agradezco.

Por ello, me pronuncio de nuevo.

Hago esto porque:

1) Me preocupa la letanía que afirma que los “subgéneros” son “literatura menor” y para lectores (¿autores?) inmaduros.

2) Me angustia el tipo de crítica que se realiza en México.

El primer punto es un show que, por cuestiones de espacio y reto personal, abordaré brevemente.

Las etiquetas son útiles a la hora de vender, de armar congresos, de realizar estudios académicos, de promocionar talleres literarios.

Son útiles para que un autor se pronuncie con respecto a su obra, para escribir manifiestos, para retar la imaginación.

Ricardo Piglia escribe bajo el esquema de la literatura policiaca, Juan Rulfo da voz a los muertos, Philip K. Dick usa todas las convenciones de la ciencia ficción, Edgar Allan Poe muestra los momentos cumbres de su narrativa con elementos de terror.

Vicente Huidobro logró ser un clásico con estética creacionista, Ernest Hemingway llegó a la cumbre escribiendo de forma realista, Jane Austen hizo arte con la escritura más cursi que se le pudo ocurrir.

Tírenme de a loco, pero todo lo arriba mencionado es igual. El realismo es tan subgénero como la literatura fantástica.

Los escritores de la OuLiPo consideraban que la forma más entretenida de escribir (la más apropiada, la más interesante, la más arriesgada) era con limitantes. Restricciones predeterminadas para constreñir la imaginación del autor.

Todo en pro de lograr una obra de arte, algo capaz de sobrepasar las limitantes autoimpuestas siguiendo las reglas del juego.

Todo subgénero –literatura cursi, humorística, infantil, realista, de la imaginación, juvenil, vanguardista, erótica, bestsellera, laquesetedelagana– es una restricción, un conjunto de reglas para el autor, y de él, de su capacidad, depende sobrepasar o no las obstrucciones que se impuso para crear una obra de arte.

Aclarada mi postura sobre el primer punto, quiero adentrarme en el segundo.

En México (chance en todos lados) es lugar común pensar que el crítico es un gatillero que se dedica a desmembrar a balazos los libros de gente que no le cae bien y a alabar desmedidamente los textos de aquellos a quienes estima (o a quienes tiene que alabar por cuestiones de “mafias” o “posición de poder”). Me vale madres tratar dicho lugar común porque quienes hacen eso se llaman haters y lameculos (si hemos creado una palabra para denominar algo hay que usarla).

Entonces, ¿qué es un crítico? ¿Es aquel que lee inteligentemente una obra, la desglosa, ilumina sus particularidades y la vuelve a armar?, ¿es quien acerca un escrito al lector?, ¿es alguien que se ocupa de criticar el texto y no al autor y/o a los lectores de dicho autor? ¿es un lector profesional que sabe encontrar la clave de lectura que realmente sirva para calificar (piénsenlo como un ISO 9000 si se les da la gana) un trabajo literario?

Es todo eso, sí. Pero es algo más: el crítico es el amante más apasionado de aquello que critica.

Ricardo Piglia afirma que hablar de libros malos no tiene ningún mérito, y tiene razón. Destrozar basura es facilísimo. Lo realmente complicado, lo que tiene verdadero valor (de nuevo siguiendo a Piglia), es hablar de los libros que uno ama.

Fui a ver Sucker Punch con un amigo hace tiempo. Salí de la sala mentando madres por lo mala que era. –Lo sé, es pésima –dijo mi amigo–, pero me encanta.

Explicar ese amor y transmitirlo con una lectura inteligente y pasional a la vez, esa es la verdadera función del crítico

Por eso, porque mi objetivo es lograr eso, practico con Los monstruos del baúl.

Se ha hecho de la palabra esta olla de frijoles quemados. Se ha pronunciado esta olla de frijoles quemados. Se ha manifestado esta olla de frijoles quemados.

Regreso al prosaico agujero del que salí.

 

 

TyJ

 

 

 

 

IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí. Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.