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SUPERMAN MIS PELOTAS

(y mis pelotas también)

Manuel Barroso

 

 

 

Voy a contarles un secreto extraño: en México se escriben novelas de superhéroes.

Existe Del cielo oscuro y el abismo, grandiosa historia de José Luis Zárate, un principiante anda armando un héroe sombrío y hay por ahí un grande que, dicen, está creando un texto de superhéroes mexicanos (con villano acariciagatos y todo).

(Mientras tanto, lejos, un almendro florece)

¿Qué, no es suficiente?

Ok, ok, con dos de esas novelas inéditas (y en estado de construcción) está difícil sostener mi afirmación.

Gracias al cielo existe El beso de la liebre, rarísimo libro de Daniela Tarazona.

Una historia sin hilo simple de ver, una mujer hija de dios, un dios descendiente de hombres antiguos, una estructura que recuerda los capítulos de las novelas de caballerías, un mundo sobreviviente de guerras memorables, un hombre con ojos tan pequeños que no se ven dentro de las cuencas, una doctora que busca la inmortalidad, un heredero del monstruo de Frankenstein que es pura piel, una escritora capaz de mezclar sus influencias de Clarice Lispector con una heroína inmortal arman una novela publicada por Alfaguara. Eso es un libro raro y no jaladas.

(Mientras tanto, lejos, una mujer sufre por las piedras en su riñón)

El beso de la liebre es la historia de Hipólita Thompson, quien es mandada a la Tierra para cumplir la voluntad de dios y hacer justicia. Para ello, Hipólita recibe, por medio del mensajero de dios (del cual ella se enamora perdidamente), poderes de lo más variados: capacidad de volar, de escuchar las quejas del mundo, una habilidad envidiable para la guerra y, sobre todo, la inmortalidad. Este último detalle (coincido con la contraportada, el mundo seguro sí se acabó) marca, de alguna forma, el ritmo de la narración. Hipólita Thompson muere y revive un montonal de veces y eso, aparte de tenerla harta y hacerle buscar la forma de morir definitivamente, permite a Tarazona cortar el texto donde se le de la gana para iniciarlo (adivinaron) donde se le de la gana.

¿Lo mejor? La prosa exacta de la autora de El animal sobre la piedra, unida al control que tiene sobre su historia hace que el lector, aunque a veces no sepa dónde carajos está, no pueda soltar el libro y sienta que algo especial habita cada fragmento.

(Mientras tanto, a unos kilómetros de donde estás, una niña chimuela sonríe)

Ahí está el punto que no se menciona en la contraportada (¡uju!) y que más llama mi atención: a veces, un momento de la narración (puede ser cualquier momento, en verdad), es sucedido por algo que pasa en otro lado, lejos y que tiene que ver con personajes que no aparecen nunca más.

Pero en la novela las barreras del tiempo se quiebran. Hipólita Thompson actúa en todos los tiempos, en todos los mundos. Y cada accionar, sea lo que sea, es otra acción dentro de la existencia.

Ni siquiera la divinidad es tan trascendente como para afectarlo todo.

Es una forma de leer un detalle de una historia que puede cansar a un lector acostumbrado a historias fáciles de seguir, pero que una vez que le agarras y aceptas su rareza, se convierte en uno de esos contadísimos libros que pueden hacerte decir “Está rarísimo. Sé que no lo entendí todo. No mames, me encanta.”

Perdí mis pelotas de ping pong. ¿Me regalas Cheetos de bolita para jugar?

Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí. Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.