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LA DE LOS OJOS VIOLETAS

I

 

Emiliano González

En “La reliquia”, poema del libro Caprichos (1893), Theodore Wratislaw se refiere a los ojos violetas de su amada, recordados al ver violetas marchitas. Como el poema se ve acompañado de otro sobre un muchacho siciliano, podemos saber que la mujer de ojos violetas, en la poesía decadente y moderna, juega el mismo papel de la mujer oscura de Shakespeare, mujer oscura cuya mirada lleva al poeta lejos de Mr. W. H.

En la sección “En Italia”, del poemario El peregrino de Owen Meredith (Lord Robert Lytton), el poeta le pide al Deseo (ave de Júpiter que soporta los rayos que destruyen o por lo menos golpean al joven frigio Ganimedes) que encuentre a su amada, y añade de inmediato el poema “Fatalidad”, en que se refiere a los ojos violetas de ella y a sus cabellos dorados. Esta rubia se vuelve varias mujeres en el libro, finalmente una vampiresa, en cuyos ojos habita Satanás. El poeta se va a Venecia, “ciudad de tumbas”, y a Elefantina, isla del  Nilo, donde una pantera de ojos suaves lo conduce a una cama mágica de flores venenosas y blancas.

Aleister Crowley, en Manchas blancas (1898), incluye “Oda a Venus Calípige”, en que la Venus tiene ojos violetas y nalgas escultóricas (más que escatológicas), llevando al poeta imaginario lejos de la sodomía al implicar sólo placenteros roces y amores inocentes, aunque no reproductivos. Con todo, el poeta imaginario involuciona poco a poco, volviéndose sodomita, anti-cristiano, inmoralista y asesino. Con su libro Caprichos, Wratislaw es precursor de Crowley al jugar el papel de otro, en este caso de un tal Gleason White, en el poema “A un muchacho siciliano”, pues el crítico d’Arch Smith señala que todos los poemas de Wratislaw son heterosexuales. Yo observo que a veces Wratislaw, adelantándose a Crowley, juega el papel del poeta villano, como en su poema “Orquídeas”, en que el poeta es comparado con una araña tejiendo su tela. De Quincey, Poe y Baudelaire son sus precursores. El mexicano Efrén Hernández también se refiere a la mujer de ojos violetas: es la luna, de suave sonrisa. Está en el libro Tachas (1928), con epílogo de Salvador Novo.

En el mismo año aparece Dama de corazones de Xavier Villaurrutia, novela en que hay una lamentación por la muerte de la mujer de ojos violetas, después de la asistencia del autor a su propio entierro. Los señores del cortejo piensan “que han ahorrado, para otra solemnidad, el esfuerzo cinematográfico de producir dos o tres lágrimas”.

En el libro Puntas de plata (1893) de John Gray hay alusiones a la amada del autor y los poemas de Verlaine y Rimbaud que Gray traduce son muy heterosexuales, como si el autor quisiera controlar la tendencia homosexual en otros y en sí mismo. Sin embargo, en la vida real, la represión victoriana es tal que Gray se convierte al catolicismo y se vuelve homosexual (indirecto o discreto), al vivir por años con Marc André Raffalovich.

Si observamos la historia, notamos que el programa decadentista inglés incluía ––como Al revés de Huysmans–– una crítica a excesos y defectos sexuales, y partía del pre-rafeaelismo de Swinburne, Pater y Morris, pero se topó con la férrea neurosis victoriana, moralista e inmoralista, social fría y anti-social cálida: el Establishment inglés.

En Ulises, Joyce se refiere a los párpados “de los ojos de Juno, violetas”. Juno lleva a Zeus lejos de Ganimedes y nos recuerda la leyenda de Ío, que al ser convertida en vaca por Juno, llora y sus lágrimas se transforman en violetas.

La colegiala Dafne, de ojos violetas, rechaza el amor de Gerald, provocando el suicidio de éste, y luego suicidándose ella, en La vida por amor, novela de Mrs. Braddon. Se repite la historia de la Dafne mitológica, que rechaza a Apolo y se vuelve laurel. El encuentro con un pintor desconocido al comienzo, el retraso mental y la pintura, el río de infancia, el libro de firmas, la carcajada, la crueldad de Dafne y otros detalles forman parte de mi cuento “Episodios de la vida del Marqués Invisible”, que resulta premonición de mi lectura de la novela de Braddon, premonición que es una variante moderna de la antigua “dafnomancia” o adivinación con hojas de laurel (en su novela, Braddon alude a la quiromancia de los gitanos). La colegiala Dafne y la pintura aparecen sorpresivamente en la novela La cara pintada de Oliver Onions y en el cuento “Daphne” de Katherine Mansfield. En la novela de Braddon, Dafne adopta de broma el nombre de Popea Sabina. No es imposible que Onions y Mansfield estén influídos por Braddon, pero de cualquier modo mi premonición es indudable. Dos arquetipos particulares se unen en la novela de Braddon: la mujer de ojos violetas y la colegiala Dafne unida a la pintura.

En el cuento de Mansfield huele a violetas y Dafne le dice al pintor que no es la mujer que le conviene. En la novela de Onions, Dafne es un personaje secundario, pues es sólo una joven amiga de la heroína, que se llama Xena, y en vez del pintor está la pintora Amalia. Xena, de ojos azules y acuáticos, deja caer un ramo de violetas ante una cabeza de bronce de Hermes. Los ojos de esa cabeza son “agujeros en una máscara”. Recordamos a la mujer de ojos violetas y el rostro de máscara del personaje de Beerbohm, en el relato “El hipócrita feliz”. En la novela de Onions, Xena vuelve a la oscuridad primordial y es marcada en el pecho con el tridente de Neptuno, su dios. Luego Xena le pide a un sujeto que le pinte la cara de rojo durante el sueño para que su alma, al volver al cuerpo, no la reconozca y así ella pueda morir. Dafne, la ninfa mitológica que rechaza a Apolo, se vuelve, en la época moderna, la nínfula o colegiala cruel que rechaza a los hombres, en estas narraciones.

En “La colegiala”, poema del modernista Alfonso Camín, podemos ver miradas y andares que tienen la extraña fosforescencia “que hay en los ojos de los jaguares” y los temblores de “las pieles de las panteras y los leopardos”. El poema está en un libro de 1918: Quousque Tandem…?

La alusión a jaguares, panteras y leopardos está anticipada por mi cuento sobre Dafne, en que hay alusión a rugidos de leones y a los ojos de los leopardos, que brillan o son cegados por las lámparas. El pintor ciego de mi cuento es llamado con ironía el Marqués Invisible, y Dafne se burla de su cuadro.

¡Y qué crueldades

 hay en su risa disciplinada!

… dice Camín en su poema, completamente desconocido por mí al escribir mi cuento, e inspirado por el fragmento de Jean Lorrain sobre Rachilde ––autora del cuento “La pantera” y recordada por Darío en Los raros–– en que llama la atención hacia “una palidez de colegiala estudiosa”.

En mi cuento sobre Dafne y el Marqués Invisible hay una modernización de la dafnomancia de los antiguos griegos. La dafnomancia era un arte de adivinar que consistía en echar al fuego una rama de laurel, que era buena previsión si chisporroteaba al arder y era nefasta si ardía en silencio.

En nuestros días es necesaria la premonición para que exista el arquetipo particular, y éste es necesario para que exista la influencia de un autor sobre otro.

Los autores en sus textos lamentan que los ojos violetas sean puramente trágicos y no ayuden a la que los tiene ni al que los aprecia, sirviendo sólo para afirmar el rechazo o la separación, obstaculizando la tendencia liberadora y evolutiva, por medio de un “complejo de Dafne” comparable con los complejos de Diana o Godiva por su intensidad. En vez de ser, como Dionisos, moderadora, o defensiva y amazónica, Diana se vuelve agresiva, se arriesga o es como Safo y se suicida. Igual Dafne, que al rechazar a Apolo muestra soberbia y al negar al sol niega a la Naturaleza. Es convertida en árbol, que necesita agua y sol para vivir, y luego es redimida gracias a la dafnomancia.

La vida por amor de Braddon se inicia con una exclamación de Dafne: “¡Ay, sol mío, cuánto te quiero!”, y la autora dice que hay un calor espantoso, que hace sudar a los mortales y los sofoca: un calor casi insoportable, aun en el bosque. Ese calor se ve contrastado por el cuento “El abrazo frío”, también de Braddon, un cuento que es variación de la novela, pues reaparecen el pintor y la joven suicida (esta vez por celos), acompañados de vampirismo, y Dafne se vuelve Gertrude, la prima del narrador (así como Dafne era la hermana simbólica del pintor en la novela, cuyo final incluía el suicidio del pintor). En el cuento, ella se ahoga y vuelve de ultratumba para llevarse al pintor. Mi cuento “La danza de Salomé” es una premonición de mi lectura de este cuento sobre pintor, suicidio y vampirismo, parecido al cuento “La habitación de la torre”, de Benson, en que figuran el retrato de una suicida y el vampirismo. Si bien la Dafne mitológica se ve redimida gracias a la dafnomancia, en la novela de Braddon el principal método de adivinación es la quiromancia, que le sirve al pintor para señalar rasgos de carácter (observa que Dafne tiene un temperamento caprichoso y “está descontenta de la vida”) y a la autora para prevenir el suicidio.

En la novela Ellen (1906) de Jean Lorrain, la enferma Ellen, de diecinueve años, tiene ojos violetas que reflejan el azul del mar y del cielo. En Venecia, los gérmenes de la tisis han atacado a Ellen, “muchacha-flor” con cara rosada como azálea. Un pequeño libro verde contiene los cuentos de Ellen y unos versos de Rossetti. Ellen se suicida, precipitándose desde una terraza. Las siluetas de los palacios dormidos “hacen soñar en una velada de casas fantasmas, de repente surgidas en el encanto del agua, del silencio y de la noche”.  Nótense la similitud con “El pueblo blanco” de Machen (que aparece el mismo año de la novela de Lorrain) y el influjo de Poe (“A Helen”, sobre ojos como estrellas, y “La cita”, sobre Venecia). Elena se suicida o causa suicidios en los escritos de Machen, Alarcón, Núñez de Arce, Villaespesa, Rebolledo y Lorrain. Los palacios dormidos, mencionados por Lorrain en Ellen, anticipan el título de la autora mexicana Luisa Josefina Hernández, Los palacios desiertos, título de un libro acerca del suicidio y Elena. La piedad que los decadentistas muestran por los seres enfermos es tomada por el crítico Mario Praz como un amor perverso.

El libro verde y los versos de Rossetti, mencionados por Lorrain en Ellen, nos recuerdan el libro verde y los versos de Rossetti colocados en el ataúd de Elizabeth Siddall. A diferencia de “El pueblo blanco”, la novela de Lorrain sobre Ellen no contiene hashish.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).

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