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¡BEBÉ MALO, BEBÉ MALO, BEBÉ MALO!

Manuel Barroso

 

 

Cuando se habla de “literatura fantástica” suele pensarse en dragones, unicornios, gnomos, elfos y la mamá de los pollos. Eso ya lo he dicho antes en este lugar y también he mostrado mi inconformidad con esto. Basado en eso es que me agrada más el término “literatura de la imaginación” que, si bien la palabra “imaginación” lo abre de más (¿qué no toda ficción viene de la imaginación?), las posibilidades que permite me parecen de lo más atractivas.

Es esa apertura la que me permite tratar de asir Loquios de Manuel R. Montes.

Miento, no sólo es eso lo que me hace querer hablar de él. Lo que pasa es que no he escuchado que se hable de él a pesar de un par de premios de novela y de la calidad estúpidamente alta que fluye por sus historias.

Manuel R. MontesEl tipo es bueno, realmente bueno. Y este texto (publicado en Tierra Adentro en el 2008) es una prueba de ello.

Empecemos por lo primero que salta a la vista: Loquios está dividido en una Obertura, dos fragmentos enumerados (1 y 2) y una cuartilla preciosa a modo de Exit. El primero consta de tres largos fragmentos (antes del nacimiento) y el segundo está armado con 22 fragmentos breves, certeros, experimentales (luego toco estos que, me parece, son lo más interesante del libro).

El libro narra, en la voz extraordinaria de un bebé (quien se pronuncia y, a la vez, revisa las notas desperdigadas de su progenitor), la historia de los momentos previos a su nacimiento, su concepción y la “pelea” con su padre en sus primeros días.

Un padre que escribe, que lo ve como una bestia… y que hace un trato con Mefistófeles (uno que no le pide nada al de Goethe) con el que su hijo será nombrado Fausto.

Así, entre parteros demoniacos y alfombras de vello incontrolables, va apareciendo ante nosotros un ejercicio de escritura aterrador porque, como dice la Obra maestra, “la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas” (Montes, 73).

Y es con esto con lo que llegamos a la parte que más me interesa del libro. Los 22 fragmentos de la segunda parte hablan de la paternidad, por partida doble, del padre de Fausto: la que lo hace responsable de su endemoniado bebé clarividente y la que lo hace igualmente responsable de sus otros vástagos deformes: sus escritos.

Dicho en corto: lo que aquí hace Manuel R. Montes es una poética que dialoga con tradiciones tan separadas como Goethe, Kafka y López Velarde.

Una poética que se lee, me parece, en el fragmento “Novedad en ánimas”. El texto, como buen hijo, puede enorgullecernos, escupirnos, negarnos o arrebatarnos el control sobre ella.

Sobre todo (y lo cito porque me parece increíble), es una poética en la que “la literatura mal parida o descuidada, fermentada en sus propias heces, puede vomitarnos la cara y meársenos encima” (77).

loquiosLoquios es, pues, un libro de aparentes sobras, de excresencias que nadie recogería, de aquello que sale, sin que nadie lo quiera, después de la concepción que a todos importa (¿alguien celebra lo que sigue saliendo de la vagina ya que nació el escuincle? (porque eso significa loquios, por si querían saber)). Es un libro que junta todo para hacer un texto inclasificable (¿cuentos, novela, ensayo, todo junto?, decidan ustedes) que despliega una prosa envidiable y una advertencia: si Manuel R. Montes pudo, en el 2008, entregar una historia genial que disloca la imaginación del lector (quien, sin una declaración abierta, es desafiado desde la primera página), ¿qué ha de ser capaz de hacer ahora, con el resto de su obra?

No sé ustedes, pero yo apuesto los dos centavos que traigo a que puede ser algo grande. Lean Loquios y lo discutimos luego.

Los bebés hacen evil faces, fingen que se caen y bailan el Gangnam style. Son retemalos.

***

IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle