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CASTILLOS QUE SE INCENDIAN

de José Luis Zárate

Manuel Barroso Chávez

 

No sé ustedes, pero a mí me agradó enterarme de que había cartoneras en México. Libros hechos a mano, portadas únicas, ediciones cuidadas, todo bonito el asunto. Luego, La Regia Cartonera tuvo la gran idea de publicar a Alberto Chimal y dije “órale, esta madre pinta cool”.

Y de repente los regios tienen una iluminación y se les ocurre LA idea: publicar un libro de cuentos de José Luis Zárate.

(Corte comercial de mi lado fanático de las citas: “José Luis Zárate (…) es todavía hoy uno de los secretos mejor guardados de la literatura mexicana. Y esto, con toda franqueza, es indignante. No habla muy bien de nosotros, como lectores y como cultura que honremos más a autores con mucho menos talento” (Alberto Chimal). “José Luis Zárate, nuestro mejor tejedor de historias” (Bernardo Fernández, BEF))

¿Qué pienso yo? Que Zárate es el mejor narrador de su generación y probablemente también de la que le sigue. Una prueba de ello es Castillos que se incendian, su más reciente libro.

La cosa, de ochenta cuartillas aproximadamente, junta cuentos breves, algo que Zárate ha practicado desde hace años (ha hecho su tarea escribiendo cuentos diarios en Twitter). Pero las historias breves se están haciendo cada ves más comunes, ahí están Cabalgata en duermevela de Édgar Omar Avilés, 83 novelas de Alberto Chimal o Mortinatos de Miguel Antonio Lupián. Entonces ¿cuál es la particularidad de este bicho?, ¿por qué leerlo?

Porque la carne sabe y hay tres razones, a botepronto, que hacen diferente este texto de los demás:

1)    De los libros de cuentos publicados hasta ahora por el escritor poblano (Permanencia voluntaria, Hyperia, Quitzä y otros sitios, Trece ficciones apocalípticas (minibuk) y Petits chaperons), Castillos que se incendian (título que no acaba de convencerme) es el más sólido. La selección de los textos, la forma en que se hilvanan y, sobre todo el ritmo que va planteando en el lector. Es como si fuéramos entrando en un túnel oscuro que va haciéndose cada vez más estrecho y tiene cuchillas en las paredes. El escalofrío es inevitable.

2)     La exploración. Si hay algo que hermana todos los textos del libro es la carne. Carne mutilada, carne erótica, carne testigo. La piel, la nueva piel, como una forma de interpretar al mundo. Es inevitable que, mientras avanzamos por este túnel estrecho, no nos sorprendamos revisando nuestras manos (por si le aparecieron ojos), toquemos nuestras extremidades (por si creció una nueva) o pongamos el dedo sobre nuestras costras (rutas a nuestro interior, al permanente dolor). Esto no es algo nuevo en la obra de Zárate: la exploración por la piel aparece claramente en La ruta del hielo y la sal y su deformación/evolución es el tema en el que giran Las razas ocultas y Voces del mar inmóvil. La piel como puente al mundo; pero ante un mundo hostil, arruinado y arrunado por igual, sólo queda la opción del cambio, la aparición de la nueva carne.

3)    Porque Castillos que se incendian cuesta $60 más gastos de envío. Pocos libros de autor (lo es a fin de cuentas) más baratos que eso.

Si son fans, no pueden perderse el libro. Si apenas van a entrarle a Zárate, es una de las mejores opciones (en parte porque es de lo más conseguible (por ahora)). Si esta madre tuviera marcador con estrellitas, le pondría 4.5/5, pero como no lo tiene pueden irse olvidando de eso.

Por cierto, antes de que lo olvide: el libro hay que pedirlo mandando un  mail a regiacartonera@gmail.com. Con ellos arreglan todo el show del pago y el envío. Ahora largo de aquí y pidan el suyo.

 

Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí. Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras. Mañana comprará un rifle.