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¿CUÁNTAS VECES ME HE IDO CAMINANDO A CASA?

Iván Farías

 

Cada película depende de todas las demás

 y conduce a las demás.

El cine era una novedad, un juguete científico,

 hasta que produjo una serie de obras,

las suficientes para crear otro mundo intermitente,

una poderosa, infinita mitología

en la cual sumergirse a libertad.

Jim Morrison

 

 

Otra vez me volvió a dejar plantado la Hilda. Con ésta ya van tres. Si no es porque me trae loco, ya la hubiera mandado al carajo. Otra vez ya empezó la función. Son ahora justamente las seis y cuarenta y siete. Podría entrar y ver la película en flash back, aunque uno de los mandamientos del cinéfilo lo prohíbe. En fin, mejor me compro mi boletito y entro a ver la que me gusta. Jaladas románticas sólo las resisto cuando vengo con una nena. ¿Por qué todas las mujeres serán tan cursis? ¿Por qué no disfrutan de las películas de vísceras y balazos? Son tan parecidas entre ellas: siempre huelen a chicle de frutas y usan braguitas blancas haciendo juego con los sostenes de perritos. Bueno, eso entre los doce y los dieciséis. Cuando crecen traen minifalda y escotes, y apestan –porque esa es la palabra correcta– a una vil imitación de Poison.

Le doy un billete a la cajera con cara de que nadiemeinvitaríauncafé y me regresa el cambio acompañado del boleto azul, mal cortado, con la leyenda “Cinemas Gemelos Sala II”. No conozco ningún cine doble o multi en el cual ponga las cintas de serie B en la primera sala. Llego a la dulcería y compro unas lunetas Golocine. Es lo único que acostumbro comprar porque me duran hasta que se acaba la proyección. Me dejo caer en el lugar de espera. Siempre los adornan con carteles de estrenos que nunca llegan. Por acá hay uno de Harrison Ford, uno de Scorsese, otro de Clint Eastwood. Y tú que me ves, pinche mono, sigue besando a tu novia.

Luego de angustiosos momentos, llega el intermedio y una bandada de sujetos ponen como locos a la chaparrita y al taradote que están detrás del mostrador. Palomitas al mayoreo, cocas, sorbetes, pasitas con chocolate y párale de contar. Cierran las cortinas y el tumulto se va, dejando a los despachadores que se encargan de surtir porquerías para ambas salas. Olor a mantequilla y la inactividad se vuelve a posesionar de ellos. Otra función y se van a sus casas.

Es gente extraña que sólo la ves ahí, nunca afuera. Tal parece que necesitan las cortinas rojas y polvorientas, del piso alfombrado y de las luces intermitentes de los anuncios para vivir. Jugueteo mentalmente que cuando cierra el cine ellos desaparecen en el limbo, y que la taquillera, el policía, los despachadores, el proyeccionista y demás no vuelven a existir hasta que las puertas del cristal se abren al otro día.

Ya camino, ya me siento, ya leo los carteles. Noto que la mayoría de las cintas están basadas en libros o en cómics. Me siento y le pinto huevos al Ford, pues ya me cansó ver su cara de voyasalvartemiamor, con la escuadra 45 en la mano. ´Uta, por fin salen. Veo los créditos, a la protagonista tras de ellos con sangre en la cara y al héroe tan sólo un poco sucio, con la consabida escopeta recortada en pose de looser. Una canción de rock acompaña la salida. A lo lejos, el fuego consume lo que a mi parecer es el monstruo. No terminan de pasar las letritas y se enciende la luz. Las parejas salen abrazadas, la mamá regañando al hijo por la violencia del filme, dos chavos rememorando las escenas con más sangre y al docto acompañante que explica la trama a la tonta espectadora. El mismo idiota que da santo y seña de cómo fue logrado el fin del engendro.

Subo el primer piso, busco el  balcón y justo en la segunda hilera al fondo, me siento. Limpio un poco, pues está lleno de envases de refresco y helados. Bien, es la última función y sólo entran unos cuantos. Arriba, conmigo, dos sujetos de gorra platican experiencias que nunca vivieron, pero que con la ayuda de su imaginación lo hacen.

Me figuro al proyeccionista regresando los carretes, poniendo en el sonido ambiental un cassette con la banda sonora de Carros de fuego, esperando que sean las ocho y media, momento justo en que está programada la función. Primero estaba bien sentadito, después me fui escurriendo hasta acabar con mis piernas en el respaldo de enfrente. La música es horrible. La filarmónica de quién sabe donde quiso convertir en obras clásicas las canciones de Robin Hood, la insufrible de El Guardaespaldas y otra que no logro identificar. En total somos nueve espectadores, por ahora expectantes. Creo que va a empezar. Se apagan las luces y aparecen los cortos. Una aventura más de Stallone, una historia cursi sacada de la vida real y la nueva súper producción de un director nacido  en Cincinnati, Ohio. Cinco, Tres, Dos, Uno. Brilla ante mis ojos la distribuidora: La Hollywood, la Paramount, la Metro, la Universal: todas dan lo mismo.

La historia está basada en el libro de un europeo naturalizado norteamericano. El director, el guionista y el productor son la misma persona. Actriz rubia, actor guapo y villano con apellido de minoría racial. La anécdota es simple y previsible: en época de la conquista mueren varios españoles en Sudamérica a causa de algo. Las escenas son filmadas en Tabasco. Da lo mismo México que Brasil. En los años treinta un arqueólogo gringo, por supuesto, encuentra con cofre de piedra y lo manda a su país. El paquetito se pierde y llega a ¿Los Ángeles? ¿Chicago? ¿Nueva York? En la época actual un ama de casa lo encuentra y comienza la matazón. Tanto preámbulo para que se pusiera bueno. El monstruo no aparece a cuadro, pero se divierte de lo lindo descuartizando y mordiendo. La chicha y el chicho (científica y policía, respectivamente), cada quien por su lado, se dan cuenta que el asesino no es humano. El engendro ya revolvió media ciudad y se hace la psicosis. Los héroes se dan cuenta que es extraterrestre y que el cofre es una cápsula que lo mantenía dormido. Escenas y más escenas de baba, de dientes largos y afilados, garras y chillidos. Por fin se percatan que lo único que lo daña es el fuego. Se meten a un edificio y lo llenan de gas. Ahora le varían un poquito, antes lo que los vencía era el frío.

Calculo la escena final y me salgo. Algo raro pasa: ya no hay nadie en la sala y se podría decir que en todo el lugar. No está el vigilante en la entrada y al parecer nadie más. Camino lentamente por el estacionamiento. El monstruo, hago conjeturas, perseguirá a la chava, el villano caerá en sus fauces y en la toma final todo explota y los  héroes se dan un beso. La calle está vacía. Es muy tarde: diez y media. Ni un coche.

Nada de dinero en mi bolsa. A caminar. ¿Cuántas veces me he ido caminando a mi casa? Esto es lo malo de vivir en el municipio aledaño a la ciudad. Son como ocho kilómetros y toda la noche por delante. A buen paso llegaré como a la una.

Voy por el camellón del pedazo de autopista bulevar que comunica Agua Suave con San Carlos. Ya salí de la ciudad y a lo lejos se ven las luces de las farolas y el letrerote del cine lleno de foquitos intermitentes. Oigo ruidos a mi espalda, como de un animal: seguramente alguna marmota o zarigüeya. Por estos lugares aún hay. El camino a casa esta bordeado de bosque y ocasionales viviendas. Por allá hay una gasolinera. Algo sigue tras de mí: oigo sus pasos y una respiración que me recuerda al engendro del cine. ¡Pero qué estupidez! Es raro, no ha pasado ningún auto en todo lo que llevo del recorrido. No se oye tampoco la sirena de alguna ambulancia o el ruido de un tíbiri en la lejanía. Todo está en silencio.

La noche es tétrica y propicia para… ¡Ya cállate, chingao! Nunca antes ninguna película me había puesto nervioso. Al ver El Exorcista sentí un poco de miedo; El día de la Bestia fue de lo más fuerte que he visto. Bueno, todo ayuda a que sienta terror. Me detengo y pego mi espalda a un robusto árbol para observar alrededor: asfalto, pinos, álamos, soledad. Sigo con mi marcha y los murmullos se definen como algo que se acerca.

Acelero el paso, me bajo del camellón y tiemblo. Las manos  en la chamarra, la vista delante y mis ojos mirando hacia los lados casi sin volver la cabeza. Pisadas: pap, pap, pap. Mi respiración se acelera. Si es un ladrón le tendré que entregar mi reloj, pero … ¡si es el engendro!

Estoy loco. Los monstruos sólo existen en la imaginación de los escritores. Veo una casa cerca en la que pienso tocar. Ni un jodido automovilista a cual pedirle un aventón.

Es un perro. Eso es, un dóberman o un pastor alemán. Ahorita cojo una piedra y se la aviento con fuerza. Allí hay una. La levanto, abarca buena parte de mi mano, tomo impulso y al voltear la arrojo y… No es un perro. ¡Es la bestia!

Es el desgraciado extraterrestre de fauces y garras que come carne humana ¿Por qué todos los monstruos prefieren la carne humana?

Son preciosos los segundos que pierdo al verlo.

Es asqueroso. Rebasa casi los dos metros. Escupe un liquido baboso y sangre en el hocico. Acaba de matar a alguien. Por eso estaba vació el cine. ¡Los mató a todos!

Corro y sigo oyendo sus chillidos tras de mí. Una casa. Voy a tocar en esa casa. Me pego al timbre durante breves instantes, que  se me alargan como horas. El monstruo da zancadas más largas.

No queda tiempo, tengo que saltar la reja. Si salgo de ésta juro hacer más ejercicio. Lo conseguí. La bestia me observa y nadie sale ante el alboroto. No puedo esperar, sus garras están haciendo que la reja esté a punto de caer. Rompo el vidrio de la puerta y llego al interior.

La casa está completamente sola. Desesperado, busco las escaleras y subo imaginándome que alguien debe estar dormido en las habitaciones. ¡Oigo sus chillidos abajo! ¡Es algo repelente!

Mis nervios están a punto de hacer shock. ¿Qué haría un héroe en mi lugar? Quemarlo, la solución es quemarlo. El monstruo sube y cierro la puerta de la recámara donde estoy. La cama, un ropero y la cómoda me ayudan a que no entre.

Me asomo a la ventana y abajo veo unos tambos con basura. Me aviento hacia ellos y se oyen golpes en la pieza donde estaba.

Ya me jodí la columna. Corro sin detenerme.

Otra vez estoy solo. La bestia no tardará en darse cuenta que ya me fui. Necesito fuego. Un bote de spray y un encendedor como en La noche de los insectos. El engendro aún no se ve. Me duele la espalda y oigo un alarido infernal. Allí hay una gasolinera. Un coche. No hay ni un maldito coche ¿Cómo se pudo haber salido de la pantalla? ¿En qué momento saltó a la realidad? ¿Dónde chingaos están todos? Por fin llego a la gasolinera y… ¡Dios mío! Esta cerrada por falta de combustible. Pruebo todas las bombas y el resultado es el mismo: están vacías. Ahora estoy de nuevo en la carretera, ni luces del engendro. Sin embargo mi mente no lo olvidará en todo lo que me quede de vida. Los fotogramas de la película son claros: de un sólo golpe me podría despedazar.

¿Nunca te has sentido solo? Luz, veo luz allá adelante. Mis piernas avanzan rápido, mi espalda pide piedad. Es un restaurante. Árboles y árboles  con salpicaduras de luciérnagas. El lugar es una cabaña de madera bronca; las ventanas están cubiertas por cortinas de tela cuadriculada roja y azul. Toco la puerta. No abren. Empujo y caigo dentro. Platos con sopa humeante y café caliente. Nadie come. Busco en el baño, tras la barra.. y ahí encuentro una escopeta. Me persigno. La pongo en mi espalda y salgo. Falta más de la mitad de camino a mi casa. Oigo a la bestia a pocos metros. Sus pasos rasgan el pavimento y brillan sus ojos en la curvatura de la carretera. Ahora es uno de esos momentos en los que odio a Stephen King y sus terrores cotidianos, a Clive Barker y sus ilusiones sangrientas; a Lovecraft y sus primigenios. ¡Chinguen a su madre a todos ellos!

Añoro la soledad de mi recámara con luz acogedora y con carteles de demonios. Cómo me gustaría estar leyendo una novela o viendo un vídeo de splatter o gore, a sabiendas que los horrores nunca se escaparán de ahí. Que las carreteras fantasmales nunca se encontrarán con nuestra realidad. Me detengo y decido enfrentar a la bestia. Me siento por unos segundos como el único sobreviviente de El despertador del diablo. Corto cartucho. Espero a que esté en la mira. Mis manos están heladas, jalo el gatillo y… ¡jódeteeeeee! Tiros, tiros, tiros, tiros, tiros; bang, bang, bang, bang. Caen en su zalea: esplosh, esplosh, esplosh, esplosh.

La Bestia cae, se revuelve, chilla, de su garganta escapa un alarido agudo, como el riff de una guitarra distorsionada. Lo he vencido: está tendido a mis pies. ¿Pero a caso no era invulnerable a todo?

El engendro se levanta. Una sangre fosforescente le escurre. Está vivo. Corro. La Bestia no tardará en darme alcance.

Corro como un maldito cerdo tratando de huir, de esconderse en su chiquero de dos por dos,  a la espera de que el carnicero baje su gancho y lo coja por la garganta. Ahora me río de mis sueños de ser un bárbaro estilo Conan. De cómo me veía en mi iniciación matando un toro con mis propias manos, de cómo le decía estúpido al detective D´Amor cuando veía que El Amo de la Ilusiones lo iba a vencer, de cómo Cujo no era más que un San Bernardo imbécil y que yo podía agarrarlo a patadas, de cómo no aprendí del padre Karras a vencer al diablo. Chingá, es lo malo de ser tan sólo un asesino de celulosa.

El engendro está a unos cuantos centímetros. Cae encima de mi maltrecho cuerpo y me desgarra la cara, el pecho; me gruñe y sus manazas me reducen a un guiñapo sanguinolento. Ahora veo lo inocuo de procurarse sustos en la imaginación.

Ayúdame, Hellboy.

Salen los créditos y la música del filme.

Qué porquería de guión y de efectos especiales. El autor es pésimo y el monstruo parece de peluche. Se encienden las luces, la sala está sola. A esta hora ya no pasa ningún maldito camión. Ni modo, voy a tener que irme a pie.

¿Cuántas veces me he ido caminando a casa?

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faríasIván Farías (1976)

Es narrador y crítico de cine. Ha publicado dos libros de cuentos y dos de ensayo. Con el libro “Entropía” se hizo acreedor al Premio Beatriz Espejo de cuento en el 2003 y fue considerado por el Reforma como uno de los mejores de ese año. Ha publicado cuentos y artículos en diferentes revistas y periódicos de circulación nacional como Reforma, La Jornada, Complot, Replicante, Gótica, Generación y Playboy.  Ha escrito el guión para dos cortos filmados. Su libro más reciente es «Extraños».

http://difamacion-y-conspiracion.blogspot.com/