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EL DINERO LO PUEDE TODO, BITCHES

Manuel Barroso

 

Lo que voy a admitir en este momento es necesario. No porque sea relevante, sino porque se me da la gana decirlo (y, a fin de cuentas, un reseñista, un crítico y la mamá de los Pitufos tienen derecho a escribir lo que se les da la gana en sus columnas): la primera vez que leí a Francisco Haghenbeck fue agradable y divertido, pero no sentí una propuesta que me asombrara. La que leí fue una de sus novelas más celebradas, así que decidí que no se me antojaba volver a leerlo.

Después me topé con un vato loco. Es de esas veces en que me alegra mucho arrepentirme de una decisión.

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El diablo me obligó es un conjunto de saltos en el tiempo que hablan de tres momentos en la vida de Elvis Infante, un cholo que vive en L. A., que combatió en Afganistán, que detesta tratar con negros pseudohaitianos y tiene dos dientes de oro en la sonrisa.

Que tuvo que matar a su hermano, que ha estado en prisión, que se gana la vida con los dudosos privilegios que conlleva ser un diablero.

El libro, fragmentado en 14 capítulos y narrado con una voz omnisciente, recorre la vida de Infante para mostrárnoslo como un personaje del que te vuelves cómplice a la primera; sin embargo, eso no es lo que más me llamó la atención del texto (tampoco el juego narrativo del capítulo cuatro (vaya que me gustó esa parte, está muy bien hecha)). Lo que quiero resaltar –lo que me parece la genialidad de la novela– es cómo, a base de una narración fluida y rápida,…

                              Interrupción necesaria: en sus Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino resalta como las grandes virtudes narrativas para “las obras que vienen” la rapidez, la levedad, la exactitud, la visibilidad y la multiplicidad (la sexta no existe, por si tenían pendiente). Estas cinco virtudes, con todo lo que resalta el italiano que las debe construir apropiadamente en una narración, están en este libro.

…Haghenbeck construye un universo en el que los humanos entregan enormes cantidades de billetes verdes (o rojos, o azules) por ángeles o demonios para ponerlos a combatir en batallas a muerte (en las cuales, obviamente, se apuestan fuertes sumas de dinero).  Y te la compras por el arma del Tecate, por la elegancia del padre Benjamín, por la decisión del Cónclave de no dejarse exponer por nada ni por nadie (porque, como ya les dije al inicio (el título es parte del texto, y debe decir algo del texto (incluso los títulos risibles que pongo a veces), el dinero lo puede todo, bitches).

Pero bueno, ¿dónde está la magia aquí?

Esa sería una pregunta perfectamente válida si la hicieras. ¿Cuál es la diferencia con cualquier otro libro que se fabrique un universo?

Los espacios de indeterminación, esa sería la respuesta.

Lo que pasa aquí es que se abren puertas a lo tonto, posibilidades miles. ¿Qué clase de gente apostaría ahí?, ¿cómo entrarían a tan alto secreto?, ¿qué clase de imbécil tiene un personaje que ser para meterse en El hoyo a pelear contra un demonio primordial?

Haghenbeck logra no sólo un universo sólido que podríamos completar en nuestra cabeza de lectores, sino que nos hace querer más de él. Mucho más. Y eso no es cosa fácil (¿alguno de ustedes quiere que le den más del universo construido en La fiesta en la madriguera? Porque yo no (porque es un universo clausurado, sus posibilidades se sienten agotadas al acabar la novela, es un circuito cerrado)). Y yo lo amé por eso, por todas las posibilidades que se atisban en el horizonte endemoniado.

Muy pocas novelas me han hecho desear una segunda parte. El diablo me obligó a pedir la suya. Ojalá la petición sea escuchada, el mundo se amplíe y Elvis F. G. Infante H. saque un nuevo demonio del cuerpo de papel.

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IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.