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EL SONIDO DEL TRUENO 

mitos, símbolos y literatura fantástica

 

Andrés Galindo

 

Introducción

Era como el sonido de una gigantesca hoguera donde ardía el tiempo,

todos los años y todos los calendarios de pergamino,

todas las horas apiladas en llamas.

—Ray Bradbury (El sonido del trueno).

Desde siempre me ha llamado la atención el significado de los símbolos y los mitos. Así que cuando Miguel Lupián me invitó a colaborar con una columna en la página de Penumbria, pensé que este podría ser un buen momento para volver a meter las narices, y los ojos, en los diccionarios de símbolos y mitologías. Después de un par de semanas de pensármelo, al fin di con el nombre con el que podría titular la columna: El sonido del trueno, como el cuento de Ray Bradbury. Pensé en el impacto que han tenido símbolos y mitologías en la historia de nuestras literaturas. Cada autor, cada tradición, cada género, ha reapropiado los símbolos, mitos y leyendas que pueblan el imaginario universal; y por cada lectura o relectura que hagamos de ese tiempo impreso en la historia universal de la literatura, estamos reinventando nuestra propia existencia como lectores. En definitiva, no podemos mirar hacia atrás sin regresar al presente sin una mariposa dorada debajo del zapato.

Ilustración: Franz Altschuler (Playboy, junio de 1956).

Ilustración: Franz Altschuler (Playboy, junio de 1956).

Ahora bien, como imposible y necio resultaría tratar de estudiar toda la literatura del mundo a la luz de esta propuesta, y para acoplarme al género propio de Penumbria, la literatura fantástica, abordaremos aquí los símbolos y mitos de los que desde siempre se ha valido este noble género del que Jorge Luis Borges es uno de los máximos exponentes, y quien escribía en el prólogo a su Libro de sueños:

Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo. Hay lugares análogos del Petronio y de don Luis de Góngora.

Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada nos cuesta aprobar para la buena ejecución de este prólogo y para la lectura del texto, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras.

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Como si de un orden misterioso se tratara, curiosamente, hace un par de semanas volví a un autor abandonado por mí durante muchos años, Lovecraft. El epígrafe de El horror de Dunwich, que pertenece a Charles Lamb (Brujas y otros terrores nocturnos) terminó de brindarme las señales necesarias para la continuidad de esta columna:

Las Gorgonas, las Hidras y las Quimeras, las historias terribles de Celeno y las Harpías, pueden reproducirse en el cerebro supersticioso, pero existieron antes. Son transcripciones, tipos, los arquetipos están en nosotros y son eternos. ¿De qué otro modo puede afectarnos a todos el relato de aquello que, despiertos, sabemos que es falso? ¿Acaso concebimos de modo natural el terror por tales objetos al considerarlos capaces de infligirnos daño físico? ¡En absoluto! Esos terrores vienen de antiguo. Vienen de tiempos anteriores al cuerpo, o son ajenos a nuestro cuerpo…

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Sin más, El sonido del trueno será la puerta que da a un jardín de senderos que se bifurcan en un ir y venir de mitos y símbolos.

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Árbol

Cualquier diccionario de símbolos registra, antes de Árbol, una variada cantidad de entradas de diversa importancia para los propósitos de esta columna, que quizás el futuro nos permita abordar. Sin embargo, he querido comenzar aquí por la coincidencia de una lectura y un recuerdo.

Hará un par de meses que me he dado a la tarea de leer sistemáticamente todos los cuentos de todos los números de Penumbria (ya que antes leía saltando páginas aquí y allá). Pues bien, la página 18 del número 9 reproduce “La madurez”, cuento de Alejandra Elena Gámez Pándura. El argumento implica el repetido sueño de una joven en el que un árbol sale de la boca de una mujer desconocida. Al despertar una noche, la soñadora se reconoce como la protagonista del sueño.

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Al terminar de leer el cuento de Alejandra, mi memoria no pudo sino viajar al pasado. Poco más de quince años atrás conocí a una mujer que me contó la siguiente anécdota: acostumbro comer mandarinas siempre quitándoles las semillas; mi abuela solía decir que si las comes con semillas te podía crecer un árbol dentro de la panza. Un día soñé que comía mandarinas con todo y semillas. Desperté sudando y lo primero que hice fue mirarme al espejo, para corroborar que no me saliera un árbol por la boca. Me había despertado el sonido del trueno, como un árbol azotado por un rayo dentro de mi estómago.

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Con el propósito de estas líneas, esa feliz coincidencia entre la lectura y la memoria me hizo volver a los viejos libros de símbolos.

Dentro de la simbología, el árbol llega a tener variados y distintos significados, cuya explicación podría abarcar más de un libro. Como el breve espacio no nos permite extender demasiado nuestras ramas, trataré de ser sintético, esperando referir lo necesario para esta nota.

Si bien el significado puede inclinarse según la especie de árbol de que se trate o de los elementos de que esté acompañado, algo en que coinciden las distintas interpretaciones es que es el eje del universo, toda vez que toca los tres planos de la realidad: sus raíces se hunden en el inframundo, su tronco pertenece al plano terrenal y su copa conecta con el cielo.

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En distintas culturas o mitos se habla de la existencia del árbol al centro del mundo, motivo por el que pude implicar una evolución, no necesariamente afortunada. Pensemos en el árbol del bien y del mal que se situaba al centro del jardín del Edén, cuyo fruto es causa de la caída y destierro de la pareja original.

De cualquier modo, al conectar con los tres planos (y aunque más de una mitología refiere un árbol invertido, cuyas raíces están en el cielo y sus ramas se pierden en la tierra), el árbol implica un proceso de cambio y maduración, incluso de poder. Recordemos la historia de Nabucodonosor, quien en una ocasión soñó con un árbol enorme que crecía en el centro de la tierra y llegaba a atravesar los cielos. Al despertar, el profeta David interpreta que ese árbol es el propio Nabucodonosor, rey de Babilonia. Con esto, podemos notar que el ser humano está estrechamente relacionado con el simbolismo del árbol, ya que su tronco pertenece al plano terrenal, como decíamos antes, y sus ramas pretenden alcanzar el contacto con las divinidades celestes.

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Muchas han sido las culturas que, en su etapa panteísta, se han identificado con los árboles, manteniendo una estrecha empatía con ellos, llegando, incluso, a asociarlos con divinidades o haciéndolos motivo de adoración.

Ahora bien, dependiendo de la cultura y el tiempo, el árbol puede adquirir atributos femeninos o masculinos, cuando no ambos. En un segmento de la tradición judeocristiana:

El árbol es un símbolo femenino porque surge de la tierra madre, sufre transformaciones y produce frutos (Jean Chevalier / Alain Gheerbrant. Diccionario de los símbolos).

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Para concluir esta entrada, y para regresar a la imagen del árbol que crece desde dentro del cuerpo humano, referiremos el pasaje bíblico del libro del profeta Isaias (11, 1-3):

Una rama saldrá del tallo de Jesé, y de su raíz subirá una flor y el espíritu de Yahvéh se posará sobre él: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad; el espíritu del temor de Yahvéh lo llenará.

Desde luego, en este pasaje se presagia el advenimiento de la figura mesiánica en la cosmogonía judeocristiana, significando el árbol de Jesé (Jesé, padre del rey David) la genealogía que evolucionará hasta Jesús el Cristo. Aunque el arte sacro ha representado este árbol de diversas formas, el diccionario de Jean Chevalier cuenta la siguiente imagen:

Un árbol emerge del ombligo o de la boca de Jesé. El tronco lleva a veces ramas en las cuales aparecen los reyes de Judá, ancestros del Cristo.

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Imagen del encabezado: «The Halloween Tree», pintura de Ray Bradbury (1960).

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gal1Andrés Galindo

Ciudad de México (1974)

Alguna vez estudié letras hispánicas y, entonces, lo que entendía por literatura fantástica era la sorprendente prosa argentina, que nunca podré superar. Esa prosa argentina que, en algún momento, abrevó en Poe y en Lovecraft.

@andresrsgalindo

misimposturas.blogspot.mx