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H. P. LOVECRAFT

Ceci Oliveros

 

H. P. Lovecraft en Providence.

H. P. Lovecraft en Providence.

 I

 Prefiero los relatos fantásticos porque se adaptan mejor a mi predisposición: uno de mis deseos más intensos y persistentes consiste en lograr por un momento la ilusión de suspender o violar de alguna forma las mortificantes limitaciones del tiempo, del espacio y las leyes naturales que siempre nos aprisionan y frustran nuestra curiosidad acerca de las infinitas regiones del cosmos apenas visibles y más allá del ámbito de nuestra comprensión.

Notas sobre la escritura de ficción fantástica (nota 1 al final del texto).

Leyendo un volumen de cuentos completos de Borges, me emocionó encontrar uno dedicado “a la memoria de Howard P. Lovecraft”, llamado There are more things. Al ver la nota que puso sobre este relato en el epílogo, la desilusión me tocó un poco cuando Borges describió a Lovecraft como “una caricatura involuntaria de Poe”. Aun así, Borges le dedicó el cuento a Lovecraft, no a Poe, y considerando las grandes capacidades literarias del argentino, pudo haber hecho un honroso homenaje a Poe, cuando quisiese, sin embargo, no fue así, o al menos, no me he enterado de ello. Por otro lado, desde la primera a la última sílaba del cuento, rezuman íntegramente el estilo de Lovecraft, un homenaje lejano y póstumo para alguien extremadamente reservado, y que, podríamos decir, casi escribía para sí mismo.

"Lovecraft" de Abigail Larson.

«Lovecraft» de Abigail Larson.

II

El auténtico cuento fantástico tiene algo más que asesinatos secretos, huesos ensangrentados, o figuras cubiertas con sábanas que agitan chirriantes cadenas, de acuerdo con las normas. Debe haber cierta atmósfera de intenso e inexplicable pavor a fuerzas exteriores y desconocidas; y una alusión, expresada con una gravedad y una execración que se convierten en el tema principal, a esa idea sumamente terrible para el cerebro humano: la maligna y concreta suspensión o rechazo de esas leyes fijas de la Naturaleza que son nuestra única salvaguardia frente a los ataques del caos y de los demonios del espacio insondable.

El horror sobrenatural en la literatura.

La persona común confunde al mal con sus propias perversiones ocultas. Las películas y relatos de miedo abundan en situaciones escatológicas, más no propiamente terroríficas. En el caso de las películas, mucho del horror proviene del susto o sobresalto inspirado por la situación, la música o incluso los gritos. Esto se anula viendo la película tantas veces que el efecto sorpresa desaparece, o simplemente apagando el volumen. Inclusive las películas ultragore no son tan nauseabundas como una cesárea o una resección de cáncer de colon. En los libros, los adjetivos e imágenes más estridentes y morbosos posibles cumplen la función de la sangre y las tripas, así que leemos historias sobre homicidios triples, zoo-necrofilia, putrefacción o fluidos corporales.

Sin embargo, viéndolo bajo la lupa, no hay nada de particularmente horroroso en estas situaciones. Un vampiro no es más horrible por hacerlo cocainómano o fetichista. Si lo estudiamos científicamente, o al menos desde una posición neutra, desde el exterior, no hay nada que sea realmente amenazador para nuestra psique.

Pondré un ejemplo. Fui a revisar la casa de mi abuela, en un período en que ella se ausentó por más de dos semanas. Tiene un pequeño patio rebosante de humedad y plantas de ornato, a un lado de una tapa de drenaje. En la pequeña concavidad de esa tapa de concreto, donde tendría que ir un trozo de varilla que serviría para levantarla, había un pequeño charco, cubierto con una docena de caracoles. Los caracoles me parecen repugnantes, pero aun así caí en la cuenta de lo anormal de la situación. O, al menos, no lo suficientemente normal. Armada con una escoba vieja, empujé suavemente los caparazones. Abajo tenían un líquido viscoso parduzco, que salía de ellos al moverlos. Tomé una cubeta de agua para lavar la tapa del drenaje, lanzando el agua con energía y desde una distancia segura, empujando los caparazones al suelo seco y soleado para que se secaran. En quince minutos no quedó ningún rastro. Explicación científica: en el hueco de la tapa del drenaje se hizo un charco que atrajo a los caracoles, quizá por algunas hojitas que cayeron ahí, y éstos, atrapados en el hueco, o atrapados entre sí, murieron ahogados. Eso es todo. ¿Causa miedo? Por supuesto que no.

El horror, el buen horror literario, maneja conceptos, ideas que mueven nuestra perspectiva a un ángulo que no habíamos usado antes. No se trata de asquearnos o sorprendernos, se trata de inquietarnos o ponernos a pensar. El terror no está en lo que el humano hace, el verdadero horror vive en lo que el humano no comprende, o no conoce.

Otro ejemplo. Tengo un patio amplio, y en unos cimientos al descubierto, anidan de vez en vez ratoncitos. Existe una eficiente población de gatos en los alrededores, así que encontrar una rata adulta y gorda es difícil. Una mañana salí con mi padre a la parte trasera del patio y hallamos una cabeza minúscula de ratón, una piernecilla arrancada y, un poco más allá, el cuerpo –con cabeza- al que pertenecía. Era no mayor a diez centímetros, una cría. El gato le arrancó la cabeza a uno, se comió el cuerpo, alcanzó a morder y cercenarle la pierna al otro, que murió allí. Dicho así, tampoco tiene nada de temible, pero entonces me puse en el lado del ratón. Ser cazado, olfateado, perseguido por un ser gigantesco, hambriento, en la porción más fría y negra de la noche, porque ser devorado vivo es el motivo de tu existencia. Ahora hablemos de esa monstruosa bestia, el gato. Un gato al que le tomamos fotos por ser tierno, lo consentimos; ese ser es capaz de decapitar a un indefenso ratoncillo, masticar sus huesos y carne sanguinolenta, arrancando la piel de una presa que huye aterrorizada. Y ante nuestros ojos se presenta adorable, juguetón, aun cuando su instinto es cruel y asesino. Elevemos un poco la idea.

¿Qué sucedería si la raza humana fuese un símil de los ratones, es decir, pequeña e indefensa ante un depredador omnipresente? ¿Y si ese depredador existiese a una escala macroscópica, fuera de nuestro rango de visión y entendimiento, donde nuestra escala de raciocinio lo pierde por completo? ¿O lo contrario, ese depredador es ignorado ante la vida real, así como la naturaleza cazadora de los gatos, pero a la primera oportunidad nos devorarán, pues por ello existen y para eso nosotros hemos nacido?

Insisto, el miedo no proviene del hecho, de los personajes, ni siquiera de la situación. Proviene del concepto.

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III

El cosmos es, con toda probabilidad, un conjunto inmutable de fuerzas cambiantes y que se influyen mutuamente, de la que nuestro actual universo visible, nuestra diminuta tierra, y nuestra insignificante raza de seres orgánicos, no son más que un episodio momentáneo y desdeñable. De modo que mi verdadera concepción de la realidad es rotundamente contraria a la posición fantástica que adopto como esteta.

Autobiografía

Tomando como base el ateísmo, la negación de un Dios y un Orden cósmico, Lovecraft llegó a la conclusión de que el humano no es más que un mero accidente astronómico. Observando a las estrellas, en esas largas temporadas de soledad adolescente, pudo haber llegado a pensar que quizás en uno de esos soles remotos existan planetas con otro tipo de seres vivientes, quienes se rigen bajo órdenes extrañas al pensamiento humano. Si estos alienígenas nos mirasen, sólo seríamos curiosidades biológicas miserables. Ahí nace el terror de Lovecraft, en lo desconocido, oculto e intangible, en la posibilidad de la catástrofe, en la ciencia torcida desarrollándose en rincones donde ni la más leve luz de luna llega a alcanzar. En el concepto de que somos pequeños, indefensos, alimento de abominaciones hambrientas y, por más que luchemos, por más que huyamos o nos escondamos, esas abominaciones nos encontrarán y devorarán. Como ratoncitos.

Por ahí han llamado a Lovecraft como el primero en el terror materialista. Materialista porque ya no trata temas de fantasmas o mitos paganos. Sus terrores son casi científicos, inspirados por la astronomía. Sin embargo, la influencia de Poe es clara, con sus cuentos de impresiones o descripciones de escenarios. Mientras Poe explora el romanticismo –tétrico, pero romanticismo al fin–, Lovecraft decidió permanecer en la producción de impresiones, breves pero profundas, de ascenso lento, con una escena final que causa estremecimiento. La música de Erich Zann, Viento frío, entre otros,  son cuentos donde su estilo ya definido nos lleva al clímax mórbido. Han tratado de dar explicaciones raras a por qué no hay personajes femeninos o situaciones románticas en sus historias, pero el fondo es simple: no tienen nada que ver con su concepto, con lo que a él le interesa escribir. En su narrativa no hay nada más allá del suspenso, o de eventos que alimenten al suspenso. Cero desperdicios.

La creación de Cthulhu y el ciclo narrativo de los dioses Primigenios obedece al mismo concepto de terror extrahumano. Inventó un dios desconocido, con formas aberrantes para anular nuestros demonios habituales –nadie le teme a Satán hoy en día– y sustituirlos por otros peores, advirtiéndonos de que ninguno de nuestros conocimientos, o nada de lo que podríamos llegar a adivinar, nos ayudará contra esos monstruos, quienes juegan con nuestras mentes (La llamada de Cthulhu), engendran abominaciones entre nosotros (El horror de Dunwich) o manipulan el planeta a su antojo (En las montañas de la locura), dejando en claro que su origen cósmico (El color que vino del espacio) los deja fuera de la mitología o magia terráquea y, por lo tanto, de sus leyes y yugos.

Las descripciones tan ricas que hace de los antiguos dioses, abundantes en tentáculos, escamas, viscosidades, ojos y anatomía alienígena, tienen el fin de crear una imagen mental de algo carente de sentido en primera intención, privado de lógica, para que su misma bizarrez alimente el miedo que nos origina la narración. Cuando esas imágenes se hacen gráficas, se pierde gran parte del clímax tenebroso, pues la descripción es necesaria para enrarecer el ambiente del cuento. Y, por otro lado, acentuar la no humanidad de esos seres, pues si apenas podemos imaginarlos, ¿cómo podríamos comprenderlos?

Quedan aparte sus relatos oníricos. Lovecraft usa el terreno del sueño para ubicar cosas fuera de la lógica consciente, como un espacio extradimensional sin reglas materiales o temporales. Sus relatos primeros ubican fantasías de castillos o personajes fantasiosos, pero es con Randolph Carter, el viajante de los sueños, cuando empieza a desarrollar y a fundir el terreno etéreo, y en cierta manera intercambiable del sueño, a una visión cósmica compleja en donde el acto de soñar cumple con la función de entrar a esa dimensión en donde radican inteligencias anómalas poseedoras de sabiduría arcana (La llave de plata). Para Lovecraft, al dormir nuestras mentes dejan la comodidad corporal para elevarse a terrenos inmateriales de los cuales, probablemente, un día nos falte la fuerza para regresar.

"Lovecraft" de Mike Mignola.

«Lovecraft» de Mike Mignola.

IV

Más vale escribir sinceramente para una pequeña revista sin ser remunerado que urdir algo superficialmente llamativo, pero sin ningún valor y ser pagado por ello.

Algunas notas sobre narrativa interplanetaria.

Como sé muy bien que nunca seré rico, estaré muy contento si puedo quedarme aquí (Providence) el resto de mis días, un lugar tranquilo muy parecido a mis primeros escenarios, y desde el que se puede ir andando a los bosques, prados y riberas por los  que vagué cuando era niño.

Autobiografía

H. P. Lovecraft vivió gran parte de su vida solo, entre libros y estrellas. En sus breves autobiografías nos describe una vida en cierta manera tranquila, apretada por las penurias económicas, pero suavizada por las bondades de la sencillez campestre, con absoluta libertad creativa. Lo imagino y envidio todo ese tiempo que tenía para pensar, desarrollar la introspección y poder desarrollar su literatura casi sin presiones externas. No acudió a la Universidad, ni ostentó un título universitario, carrera en periodismo, tener agentes literarios o la creación de revistas. Podría compararse a un moderno nerd, sustituyendo la internet por la correspondencia escrita (existen casi cien mil cartas suyas) con amigos escritores noveles que armaban publicaciones pequeñas con sus propias colaboraciones.

Cierto que fue un total desconocido en su época. Aquí está la parte engañosa de la historia, porque fue un desconocido en su época no debido a que escribiera cuentos demasiado modernos o vanguardistas, sino porque muy pocos se tomaron la molestia de leerlo. La literatura de ciencia ficción era marginal (nota 2). Y cuando fue, mucho después, descubierto y admirado, no fue por que la injusta sociedad literaria finalmente lo haya valorado, al contrario, su obra, excelente desde el inicio, ha alcanzado un mayor público a través del tiempo y las generaciones.

Si bien sus cuentos no siguen una línea narrativa, la vox pópuli ha elegido a Cthulhu como si este dios fuese el sello de marca de la producción literaria de Lovecraft. No es así. Cthulhu es un accesorio de increíbles monstruosidades, sólo una figura pagana que insinúa un culto blasfemo. Los seres que ha creado Lovecraft en su imaginación tienen la misión de ser terroríficos y lo más alejados de nuestra cordura posibles. Al momento en que arrastramos a Cthulhu a nuestra comprensión, lo antropomorfizamos con cabeza de pulpo y tratamos de recrear su historia con base en los cuentos inconexos de Lovecraft; estamos tratando de identificarlo, darle motivos y deseos para que se siente cómodamente en el estante de nuestros demonios familiares, como Baal, Astaroth, Hades, Jörmungandr, Kali. Es entonces una imagen de Cthulhu, de cómo nos gustaría verlo o de cómo creemos verlo. Pero eso no es Cthulhu. Los Dioses Primigenios, a los que él pertenece, son antiguos, insondables, lejanos, incomprensibles, tenebrosos, terribles.

Me he topado con gente que ve en el personaje de Lovecraft la imagen de genio incomprendido, que espera silente el momento de brillar para ser alabado y popularizado. Opino que esa es una visión equivocada. Lovecraft escribía porque amaba hacerlo, pero nunca deseó, ni buscó, algún tipo de reconocimiento. Ponía todo el esmero en sus letras y conceptos, no tanto en contratar agentes literarios, promover sus textos o modificar su estilo para volverse más accesible. Creo que esos son los mensajes más importantes de Lovecraft: la sencillez de su persona, el escribir con dedicación sólo por el gusto de crear una buena historia, sin presiones o avaricias, desarrollar un nuevo concepto, basándose en ideas profundas.

Aun si ese concepto es la percepción de un miedo espantoso, más allá de lo visible, lo real, y la cordura…

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Notas

Nota 1. Para abreviar las cosas, sólo anotaré el nombre del escrito de donde tomé la cita. Todos estos escritos breves de Lovecraft se encuentran a manera de apéndices en el libro “El horror sobrenatural en la literatura y otros escritos teóricos y autobiográficos”, en la edición de Juan Antonio Molina Foix de editorial Valdemar, 1ª edición, mayo 2010  (¡soy adicta a las compras en línea, sólo allí encuentro estas joyas!).

Nota 2.  La literatura de ciencia ficción sigue siendo marginal hasta nuestros días. Pero actualmente es peor, porque tanto los escritores como los editores la ven como una fuente fácil de ingresos, que tiene características específicas por cumplir (estar dirigido a cierto grupo de edad y público, tener determinada longitud, no tocar determinados temas o, por el contrario, explotar en demasía otros… etc.), y si un escrito no cumple con la rentabilidad económica de la inversión, se desecha. En el período de Lovecraft la marginalidad se debía a la escasa y casi nula difusión ante las masas. 

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dark_fairy_by_evergard-d52qkm4Cecilia Oliveros

Soy una mujer renacentista, amante del té y los gatos. Para mí la literatura, en especial la fantástica, ha sido un deseo innato de mi corazón. He escrito desde que tengo uso de razón. Por lo que soy autodidacta, en cierto sentido, pero en otro, mis maestros han sido los grandes literatos del pasado, y aprendo con base en sus obras.
Soy escritora, amo escribir y seguiré escribiendo hasta que Muerte venga a visitarme