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LA CAJA DE HERRAMIENTAS DEL TÍO OREN

Rodolfo JM

 

Sí, lo admito, durante muchos años el nombre de Stephen King significó para mí unas cuantas buenas películas y decenas de tabiques intragables. Aún más, como buen adolescente pretencioso que fui, llegué a decir que estaba seguro de que había un equipo de “negros” que trabajaban para el llamado rey del terror, y que eran quienes verdaderamente escribían.

la-expedicion-stephen-king-_MLA-F-2529627673_032012Por cierto: hasta ese momento no había leído nada de Stephen King, y en casa no había un solo ejemplar que significara el pretexto para acercarme al de Maine. El tiempo corrigió ese defecto. Pronto leí La expedición, una colección de cuentos que incluía entre otros La balada del proyectil flexible, uno de mis cuentos favoritos de King, y una inquietante historia sobre la relación locura/escritura. Después vino La mitad siniestra, que me leí de un tirón una noche de desvelo; y después Pesadillas y alucinaciones, una colección que reunía la mayoría de los cuentos publicados en solitario, ya fuera en revistas o recopilaciones. Mi percepción de Stephen King cambió favorablemente. Mi gusto por el cine de terror y la cultura pop sin duda influyó. Donde antes veía un mercenario de imaginación siniestra, comencé a ver a un escritor talentoso, pero muy descuidado. Qué pena que el tipo estuviese obligado contractualmente con su editorial a cubrir una cuota de palabras escritas, me decía, porque si se dejara de maquinazos y se tomara el tiempo de escribir algo en serio…

Esa era mi idea, que se pusiera a escribir en serio.

Quiso la casualidad que el siguiente libro de Stephen King que llegó a mis manos fue Mientras escribo. Esta vez no se trataba de una novela sino de un libro parte biografía parte manual de escritura. Lo leí, y entonces, de nuevo, mi percepción sobre Stephen King cambió. No es que Mientras escribo me pareciera una obra maestra, pero me permitió ver a su autor de una manera más terrenal, cercana, dejé de ser sólo su lector, me volví su cómplice. Durante la primera parte del libro King nos cuenta sobre su vida como escritor exitoso, sus problemas con el alcohol y la cocaína, su gusto por el heavy metal, y sobre los libros que se escribieron solos (o mejor dicho, que fueron escritos cuando King estaba demasiado drogado y borracho para recordar algo); pero también sobre su época como profesor de escritura creativa, cuando se encerraba en el baño del remolque en el que vivía, con la máquina de escribir sobre las piernas, mientras su esposa se encargaba de dos hijos pequeños. Se trata sin duda de algunas de las mejores páginas escritas por King.

Martin A. La Regina

Cuando alguien ha escrito más de cinco libros que se han colado a la lista de los más vendidos en un país cuya industria editorial genera billones de dólares al año, lo menos que se puede inferir es que ese alguien tiene “oficio”, lo cual implica un método que funciona. Lo tuvieron Faulkner y Hemingway, Fuentes y Cortázar. Lo tienen Grisham y Murakami. Coelho y Pérez-Reverte. Stephen King por supuesto que lo tiene, y de los más probados, así que no le cuesta nada lanzar algunos garbanzos de a libra, consejos básicos y recomendaciones para el escritor en ciernes. No se trata de descubrimientos inéditos, hay que admitirlo, pero tampoco de un recetario superfluo. (Nunca será superfluo elogiar la brevedad, o recomendar alejarse de la adjetivación, por ejemplo).

Así, King nos cuenta una anécdota sobre su tío Oren, un hombre que cuando tenía que hacer una reparación cargaba con su pesada caja de herramientas, aunque sólo fuera a utilizar un destornillador. El tío Oren se justificaba diciendo que cargaba con toda la caja pues nunca se sabía qué problema inesperado se podría presentar, ni que herramienta necesitaría para resolverlo. Tras la anécdota, King comienza a dar instrucciones al lector sobre cómo construir su propia caja. Ofrece ejemplos sobre qué se debe incluir, cómo y por qué, y para evitar la pesadez de manual King salpimienta el discurso con anécdotas personales. Como lector honesto debo confesar que no es esta la mejor parte del libro, sin embargo es la que mejor recuerdo y también la que me dejó una huella más profunda. Una idea en especial se convertiría en pieza importante de mi propio proceso creativo: la caja de herramientas.

King dice que debemos colocar la gramática y el vocabulario en la bandeja superior de la caja, los elementos estilísticos en la segunda, y así, de manera que la caja sea, además de un contenedor de herramientas, un sistema que permita ordenar y clasificar. La caja del tío Oren, según la anécdota, tenía tres niveles, pero nosotros, lectores, si queremos escribir y contar historias, nos dice Stephen, y tener nuestra propia caja de herramientas, debemos considerar al menos cinco o seis bandejas en las que vayamos guardando nuestros recursos narrativos personales.

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Por algún motivo, tal vez mi formación como ingeniero industrial y técnico en máquinas y herramientas, la idea me pareció tan atractiva que me la apropié de inmediato y la tuneé. De ser un tipo que aspiraba a escribir historias de terror y de ciencia ficción, me convertí en un tipo que aspira a escribir historias, y que para ello cuenta con una caja de herramientas que incluye bandejas con los recursos que ha podido robarle a la literatura de ciencia ficción y de terror. Ahora soy como el tío Oren, cuando escribo tengo siempre a mano mi caja de herramientas. Es posible que sólo necesite las dos primeras bandejas (las de la gramática, el vocabulario, y los elementos estilísticos), pero quién sabe. Uno nunca sabe qué problemas habrá en el camino, y mucho menos cuándo será necesaria la presencia de un zombi o un robot que lo solucionen todo.

 

 

Foto 77Rodolfo JM (Ciudad de México, 1973)

Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Julio Torri en 2007-2008, el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2011, así como mención honorífica en el Premio Nacional de Literatura Policiaca en 2007. Ha publicado los libros de cuento: Todo esto sucede bajo el agua (Fondo Editorial Tierra Adentro 2009); Negras intenciones (Jus 2010); y El abismo: asomos al terror hecho en México (Ediciones SM, 2012)