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LA PERSISTENCIA DE LA MANO PELUDA

Rodolfo JM

 

He intentado rastrear el origen de la mano peluda, sin mucho éxito. Entre mis contemporáneos la mayoría escuchó de ella por primera vez gracias al programa de radio del mismo nombre en el que la gente llama por teléfono para compartir con la audiencia alguna experiencia sobrenatural; varios más creían que se trataba de una expresión del tipo “la manga del muerto” y no pensaban que hubiese historia alguna detrás; otros pocos, los menos, me han remitido a inciertas leyendas coloniales sin versión transcrita qué poder consultar.

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Es una obsesión que cultivo desde la infancia, cuando vivía en el barrio de Tacuba, una época que relaciono con historias de brujas, fantasmas, transformaciones sobrenaturales, espíritus chocarreros, y en las que la mano peluda era el engendro más temible, o por lo menos el preferido en mi familia materna. La historia más detallada que conozco sobre el tema era la que se contaba en casa de la abuela y que durante muchos años creí tan fidedigna como la de la famosa “Noche triste” (cuando Hernán Cortés lloró su derrota a la sombra de un enorme ahuehuete cuyas restos aún hoy persisten a un costado de la calzada México Tacuba), aunque la historia de la mano peluda era más impactante porque tuvo lugar en la que fue mi escuela primaria, la misma en la que estudiaron casi todos mis tíos y tías (un total de catorce), y de la que cada uno contaba su propia versión.

La cosa va más o menos así:

En el centro del barrio de Tacuba hay una escuela primaria de nombre “Estado de Guerrero”. El edificio que la alberga es muy grande y antes de ser escuela fue convento, antes de eso hospital, y antes de eso una hacienda en la que había un capataz muy moreno y velludo que embarazó a la hija del hacendado. Éste, como castigo a tan grave ofensa, decidió ejecutar a latigazos al capataz, pero antes le cortó las manos. La historia dice también que una de las manos del capataz muerto volvió del sepulcro para sembrar el terror entre aquellos que participaron en el asesinato. Eran los días de la revolución de 1910, y al poco tiempo la hacienda se convirtió en un hospital dirigido por religiosos, los mismos que años después harían del lugar un convento, pero no uno tradicional sino uno que serviría como casa de retiro para señoritas de sociedad que hubiesen dado un “mal paso”. La transformación del lugar viene a cuento no sólo porque la mano peluda estuvo presente, aterrorizando con sus eventuales apariciones a los inquilinos del hospital y el convento, sino porque la historia que se contaba en casa de la abuela decía que en dicho edificio hay una serie de sótanos o catacumbas que datan de la época de la hacienda y en las que se han ido acumulando “cosas” con los años. De hecho, se supone que justo allí en esas catacumbas vive la mano peluda.

No estoy seguro de que todas las familias vecinas tuvieran una forma de pensar similar a la nuestra, mezcla de pensamiento mágico y fantasía pop con ribetes católicos, pero hasta donde recuerdo en todas las casas que visité de niño se contaba al menos una historia de aparecidos. Ignoro también si de verdad la escuela fue convento, hospital y hacienda, pero cada colonia tiene su historia de fantasmas, su casa encantada. Es lo que sucede en las grandes ciudades, las comunidades urbanas integran a su entorno las historias de sus ancestros. Es la manera en que se re interpretan y se mantienen vivos ciertos mitos.

Yo no sabía que la historia de la mano peluda pertenece a una tradición que no se limita a México, y a la que pertenece también la película muda Las manos de Orlac (Robert Wiene, 1924), adaptación de una novela homónima de Maurice Renard, donde injertan las manos de un asesino a un pianista que perdió las suyas en un accidente. Las manos se imponen al atormentado músico y lo obligan a cometer crímenes contra su voluntad.

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Otro ejemplo de esa tradición es “Las manos de Bianca”, el cuento con el cual Theodore Sturgeon ganara en 1947 el premio de la revista Argosy, imponiéndose en la final nada menos que a Graham Greene. En “Las manos de Bianca” se cuenta la historia de un hombre y su obsesión por las manos de una muchacha que padece cierto retraso mental.

Y qué decir de aquella secuencia de Evil dead 2 en la que Bruce Campbell se enfrenta a su propia mano, poseída por espíritus diabólicos; o el cuento de Clive Barker, “La política del cuerpo”, donde se narra una rebelión sin precedentes, en la que cada miembro del cuerpo humano busca independizarse del resto, con resultados en verdad sangrientos.

¿Qué soy yo? Es decir: yo soy la suma de cada parte de mi cuerpo más el flujo de conciencia que me recorre a cada segundo. Para las distintas religiones del mundo dicho flujo es “el espíritu”, cierta emanación cuasi divina. Lo cierto es que se manifiesta como un conjunto de complejos procesos químicos imposibles de replicar sin un cuerpo vivo. A su vez, y sin ese flujo, un cuerpo es un cadáver, y su visión, o la de una de sus partes por separado, resulta horrible porque lo deshumaniza. Yo soy mis pies, mis manos, mi cabeza, pero ni mis manos ni mis pies ni mi cabeza son yo. Es, además del horror de ver despersonalizado al cuerpo, el horror de que este posea una individualidad propia e incomprensible para “el espíritu”. Es la máxima de Arthur Rimbaud: “yo soy otro”, llevada al extremo gore.

La historia de la mano peluda, en la versión que he mencionado, posee otro elemento que me resulta notable. La historia del capataz que seduce a la hija del hacendado, es asesinado en castigo, y regresa de la muerte para vengarse. Se trata de otra de esas leyendas que no pueden rastrearse con exactitud y que bien pudieron haber sucedido en cualquier parte. De hecho, la encontramos dentro de otras historias con apenas unas cuantas variaciones. Un ejemplo obligado es “Lo imperdonable”, el cuento de Clive Barker, origen de la película Candyman, y cuyo tema central es justo el de las leyendas urbanas, su nacimiento y su pervivencia. Candyman fue un negro que sedujo a la hija de un hacendado, y al que en castigo torturaron hasta la muerte. Durante la tortura le cortan una mano, y el espectro que vuelve la reemplaza con un gancho. No es coincidencia tampoco el que la manera de invocar al Candyman sea una variación de la leyenda de Bloody Mary (al primero se le invoca diciendo su nombre cinco veces frente a un espejo, a la otra con tres). Barker pudo haberlo hecho como un homenaje, o hasta de forma inconsciente, pero lo cierto es que un mismo río subterráneo corre bajo las leyendas urbanas, uno que se ramifica y conecta de maneras inesperadas, uno en el que habitan criaturas amorfas y temores primigenios, como el de la otredad del propio cuerpo.

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Foto 77Rodolfo JM (Ciudad de México, 1973)

Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Julio Torri en 2007-2008, el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2011, así como mención honorífica en el Premio Nacional de Literatura Policiaca en 2007. Ha publicado los libros de cuento: Todo esto sucede bajo el agua (Fondo Editorial Tierra Adentro 2009); Negras intenciones (Jus 2010);  El abismo: asomos al terror hecho en México (Ediciones SM, 2012); y La vida amorosa de las cigarras (Conaculta, 2013).