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LAS PELÍCULAS DEL MAL

I

Davo Valdés de la Campa

 

 

La serie de textos Las películas del Mal, que inauguro con esta entrega, busca reflexionar sobre el cine de horror y algunos géneros cercanos y su impacto social, específicamente en temas como la violencia, el sexo y la política. Uno de los temas que más me interesa es entender si el poder de una película se encuentra en el acto de la creación o en la postura del espectador. El cine de explotación, por ejemplo, que brinda imágenes violentas sin un filtro crítico ¿legitima la violencia?, ¿es posible hallar otras lecturas a esa violencia gratuita?, ¿el espectáculo de la violencia qué alcance tiene en el público?

 

El horror de las ficciones que legitima la violencia

¿Existe una película tan perturbadora que muestre algo tan violento que lleve al espectador a los límites de la locura? Algo similar lo propone John Carpenter en Cigarette Burns, octavo capítulo de la serie televisiva de Mick Garris Masters of Horror.

En la cinta una suerte de detective, que se encarga de conseguir películas raras (su equivalente en libros sería el personaje de Johnny Depp en The Ninth Gate de Roman Polanski), es encomendado a encontrar La Fin Absolue du Monde, un filme del cual sólo existe una copia, ya que en su primera proyección, en el festival de cine fantástico de Sitges, desencadenó una enorme masacre en la audiencia y posteriormente la misteriosa muerta del staff de producción.

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¿Qué podría contener una película para provocar una reacción así? ¿Podría ser violencia? ¿Será verdad que la violencia genera más violencia (necesariamente)? Pienso en la tortura a la cual es sometido Alex, protagonista de A Clockwork Orange en el clásico de Kubrick. Alex es un individuo con una fascinación por la violencia que es obligado a observar vídeos ultra violentos, incluso sin la posibilidad de parpadear. El resultado: una intensa repulsión por lo violento, al menos en un inicio. Pienso en Alex como el espectador que de forma pasiva mira de forma cotidiana los noticieros sin detenerse a reflexionar sobre la enorme cantidad de violencia que se legitima desde la televisión.

Algo que es sumamente importante en la escena de la rehabilitación conductista de Alex es entender qué es lo que le muestran para tratarlo: se trata de imágenes reales del régimen nazi. Es decir, la documentación de una de las consecuencias más atroces de los alcances de la violencia en la historia de la humanidad. No le muestran fragmentos de películas de horror sino de hechos reales.

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Sabemos que El triunfo de la voluntad, película propagandística del Tercer Reich, no motivó el rechazo a la violencia por parte de los ciudadanos alemanes sino todo lo contrario. Pienso que la cinta de Leni Riefenstah resulta interesante para nuestra reflexión por su frágil postura en el borde de la ficción y la realidad. La película intenta demostrar de forma documental las virtudes del nacional socialismo en Alemania, sin embargo, -ahora lo sabemos- no es sino una ficción cuidadosamente construida y delimitada por las ideas de propaganda de Goebbels. Por ejemplo, uno de sus principios se muestra revelador: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad”. El arte nazi repitió incansablemente una serie de ideas y conceptos hasta que éstas emergieron de la ficción para instalarse en la realidad y legitimar sus prácticas de tortura, exterminio y genocidio.

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Walter Benjamin advirtió sobre ese problema a través de lo que él denominó la “estetización” de la política, específicamente en manifestaciones de vanguardia como el futurismo italiano que enaltecía la guerra y embellecía la violencia. El arte fascista exclama, según Hannah Arendt, “¿Qué importan las víctimas si el gesto es bello?” La estética al servicio de la política sirvió al fascismo para organizar a las masas, pero, además, su exaltación, en términos estéticos, fue una importante herramienta para fijar la atención exclusivamente en el valor estético y excluir cualquier otro tipo de juicio. Del mismo modo y siguiendo incluso los 11 principios de propaganda propuestos por Joseph Goebbels (que he visto que enseñan en algunas escuelas de mercadotécnica y publicidad en la actualidad, sin detenerse a analizar quién es el autor) funciona en gran medida el flujo de imágenes violentas desde la televisión y muchos medios de comunicación. No necesariamente generan violencia sino que legitiman una violencia estructural, sigilosa y subterránea. El individuo alienado se permite, según Benjamin, “vivir su propia destrucción como goce estético de primer orden”.

La rehabilitación de Alex en A Clockwork Orange fracasa porque el rechazo a la violencia es equivalente a la aceptación cotidiana de ésta. No existe una reflexión de por medio sino un bombardeo explícito que termina por detonar con su propio suicidio. ¿Cómo podemos rechazar la violencia y erradicarla si los métodos para hacerlo son incluso más violentos? Por ejemplo, la idea absurda de comenzar una guerra para alcanzar la paz.

La representación de la violencia -como alegoría o metáfora crítica de una realidad social- a través del cine de horror puede convertirse en una herramienta de reflexión que conduzca al rechazo de ésta, quizás en forma de expiación o de purga. Por ejemplo, en Balada triste de trompeta, película de Álex de la Iglesia, un payaso le pregunta a otro: “¿Por qué eres payaso?” A lo que éste responde de forma tajante: “Porque si no lo fuera sería un asesino hijo de puta”.

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Algo similar ocurrió con Jonathan Davis, vocalista de la banda estadunidense de metal Korn. En una entrevista, el cantante aseguró que sólo a través del arte pudo descargar la violencia que marcó su infancia. Su caso me parece interesante por el desarrollo de su proceso. En la adolescencia trabajó en una morgue. Y confiesa: “Pensé que sería interesante ver cadáveres y cortarlos en pedazos… Por aquella época todo lo que veía eran películas de horror, y quería sentir algo más real”. Casi todos los fanáticos del horror buscan traspasar ese límite. Pero pierden en cambio la frontera que existe entre una película de horror, es decir, una representación ficticia y la realidad de un cadáver putrefacto, víctima quizá de un asesinato brutal. Perder ese límite es perder en muchos casos la posibilidad de la negación o de la crítica. Un cuerpo muerto es un cuerpo muerto. El arte permite que ese cuerpo signifique muchas cosas.

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A la morgue, relata Davis, llegó el cadáver de una niña, la cual había sido destrozada de rostro a piernas por su padre. Esta experiencia lo marcó y detonó recuerdos propios que lo inquietaban, como el abuso sexual del que fue víctima de pequeño. A partir de este hecho, Davis desarrolló estrés pos-traumático. La composición de canciones lo salvó, dice. La búsqueda del horror desde la música lo alejó de convertirse en un psicópata. En la canción “Pretty” narra las imágenes y las sensaciones que experimentó aquella noche de guardia:

Smashed and raped!

Not again.

This is a real crime.

What a pretty face.

Who do I feel sorry for?

WAIT, something NOW rips my HEART, and takes MY soul.

I WAIT too late. NOW I feel HURT inside. TAKE my soul away…

La letra de la canción acepta la división entre un crimen real y el impacto de sus implicaciones y la ficción. No es lo mismo ver películas de horror y ser testigo de un crimen violento. Pero tampoco es lo mismo ver un filme de horror sin el filtro de la crítica y la reflexión y ver una película con ojos de un espectador emancipado, tal cual lo establece Jacques Rancière: La emancipación comienza cuando se cuestiona de nuevo la oposición entre mirar y actuar, cuando se comprende que las evidencias que estructuran de esa manera las relaciones mismas del decir, el ver y el hacer pertenecen a la estructura de la dominación y de la sujeción. Comienza cuando se comprende que mirar es también una acción que confirma o que transforma esa distribución de las posiciones. El espectador también actúa, como el alumno o como el docto. Observa, selecciona, compara, interpreta. Liga lo que ve con muchas otras cosas que ha visto en otros escenarios, en otros tipos de lugares (…) Así, son a la vez espectadores distantes e intérpretes activos del espectáculo que se les propone”.

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(aquí lo puedes descargar)

Propongo que el espectador de horror sea de ese modo.

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En la próxima entrega analizaremos algunas películas de distintos géneros que han funcionado como La Fin Absolue du Monde, volviendo locas a las audiencias, enfrentando ideologías y desatando la censura por temor a que su contenido replique el caos y la violencia.

 Continuará…

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davoDavo Valdés de la Campa / Cuernavaca, Morelos (1988)

Fanático del cine de terror. Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del estado de Morelos. Forma parte del Colectivo La Piedra. Beneficiario del Programa de Es­tímulos para el desarrollo y la cre­ación artística en 2009 y en 2011. En el 2010 publicó su primer libro de cuentos Relatos de un mundo depravado (EdicioneZetina). A finales de 2011 fue ganador de la convocatoria para publicación de obra inédita del Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos con su libro Ignoto (poesía). Forma parte del Grumo de Escritores de la Barba Naranja.

@Davovaldes