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LAS RATAS MUTANTES SE RÍEN

CUANDO TOMAN JUGUITO DE LULO

 Manuel Barroso

 

 

Me da pena admitirlo, pero debo hacerlo: casi no conozco lo que se está haciendo actualmente entre las plumas sudamericanas. Fuera de Andrés Neuman y Fernando Iwasaki, nunca había leído a un autor de aquel cono extraño que no estuviera muerto o demasiado pasa.

Eso cambió cuando leí Iménez de Luis Noriega.

Carajo, cómo agradezco que cambiara.

Esta novela, ganadora del premio UPC en 1999, se desarrolla en Ciudad Andina,  un mundo donde hay de tres sopas: o eres un afiliado, un residente o un jodido clandestino que está allá, afuera, lejos de la sociedad y cerca de las ratas mutantes que se comen todo y de los grupos de caníbales que no dejarán ni las sobras.

Es ahí donde Iménez, nuestro guía, trabaja. El empleo del narrador es de lo más peculiar: por control poblacional, todos los afiliados tienen los 45 años como límite de edad. Después de eso, deben morir para que otro, el residente que sigue en la enorme lista de espera, ocupe su lugar en una casa con trabajo, seguridad y una garantía de limpieza y de que todo será hermoso (los del Ministerio son maquiavélicamente ojetes).

El hombre de las pastillas, ejecutor, cocinero. Así le dicen a nuestro amigo porque él se encarga de que los afiliados mueran cuando hacen la llamada (o llega su fecha de caducidad).

Suena torpe la forma en que lo estoy diciendo, ¿no? Se debe, creo, a la novela misma. Me explico: Iménez está dividida en cuatro partes, cada una consta de cinco días y la historia se nos presenta, insisto, contada en primera persona.

El detalle es que el narrador tiene un sentido del humor negro, ácido, certero. El detalle es que los personajes que aparecen aquí (el profesor Groot, Villegas, Gordon, Isabel, Chang, Mayorga, Eugenio Silva, los gatos, el vecino) están muy bien armados. El detalle es que Ciudad Andina, su gobierno, su tecnología y sistema son alucinantes. El detalle es que Iménez te apuntará con su flamante coprometabolizador modelo 47 y te disparará para que te salga mierda por los poros y te mueras siendo una gran caca (amén).

El detalle es que nada sobra en esta novela, que está meticulosamente armada, trabajada por un escritor que conoce el oficio, que sane bien explotar los rasgos de sus antecesores, y que, en cuanto uno empieza a leerla, no hay manera de dejarla (es en serio).

Comentario aparte merece todo lo que involucra a Eugenio Silva, escritor que se gana la vida (literal: le dan prórrogas a su edad de muerte obligatoria) escribiendo novelas best-sellers de un ejecutor llamado Jaramillo. El tipo es importante porque Noriega usa los textos de su personaje para discutir la estructura y poética de su propia obra. Lo mejor es que no es algo que se sienta pretencioso o metido con calzador (como suele pasar cuando alguien  hace eso), sino que le da nuevos matices a la historia y la ayuda a crecer.

El libro tiene algo raro que me gustaría contar antes de que las ratas mutantes rompan la puerta y me coman. Se publicó en España en el volumen que juntó las novelas finalistas del UPC de 1999. Doce años después apareció en Colombia bajo el sello de Taller de Ediciones Rocca. Dicha edición trae una nota en la que el autor aclara que la que se publicó en 2011 es una edición con un tono radicalmente distinto a la primera versión. El texto es más amable con el lector, según él.

Aviento la cuerda para quien quiera aventarse: por todo lo que las enmarca –desde el humor negro hasta las múltiples versiones de las historias pasando por la violencia, el cyberpunk y los mundos alucinantes que al lector le toca completar –, Iménez y Candy Flip (de Gerardo Sifuentes, para los que son nuevos en el baúl) son, sin conocerse entre sí, textos hermanos (y, creo, textos claves en la literatura de la imaginación latinoamericana).

Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí. Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.