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LUGARES IMAGINARIOS

III

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

 

En “El perdido arte de la penumbra” (1990) de Thomas Ligotti, el autor imaginario es un pintor abstracto que nunca pinta “una luz sepia bajando sobre el horizonte trillado de un lago”. Sus abstracciones son Penumbras y representan una realidad, “una zona en que el visitante mismo es transformado en esencia formal, una presencia luminosa, libre de sustancia… un ciudadano de lo abstracto”. En mi cuento “La danza de Salomé” el pintor es vampirizado por el cuadro. En el cuento de Ligotti, el pintor mismo es vampiro. Su vida es “un mundo de penumbra… una existencia crepuscular pura y simple”, entre cielo e infierno, entre “la histeria de la vida” y “la tenaz oscuridad de la muerte”. Al mirar hacia el oeste nebuloso, siente que no hay nada antes ni después de la Penumbra. Come en “el banquete astral del arte”, pero quiere beber sangre, ya que ha sido vampirizado por una familia de vampiros. Al final del cuento, dice que le gusta su nueva vida, como el protagonista de mi novela El discípulo. En el título del cuento de Ligotti hay una mezcla de “El perdido arte de mentir” de Wilde (al que aludo al final de mi libro) y de Penumbria (a la que aludo al comienzo de mi libro). Cuando el pintor desnuda las tres ventanas del oeste, le parecen tres cuadros con la misma escena en el cielo, y dice que es su “salón de otoño privado”. El oeste y el otoño nos llevan de nuevo a Penumbria. “Ahora la penumbra es una alarma, una toxina nociva que me hace despertar en una noche sin fin”, dice el narrador, y añade que “el tiempo existe ahora, medido como un día festivo perpetuo consistente sólo en bacanales de medianoche. Duval, apellido de la familia vampírica, le ha sido sugerido a Ligotti por el apellido del conde en la película mexicana El vampiro. Y cuando el autor se refiere a las gárgolas, recordamos a la autora imaginaria Nusch Cavalieri, que ha escrito “las gárgolas”, unos sonetos góticos, en mi libro Los sueños de la bella durmiente. El día festivo perpetuo nos lleva al otoño perpetuo y la noche sin fin, y las bacanales nos recuerdan los versos “una bacanal sin/fin” del mexicano Solón de Mel, autor de poemas sobre Salomé y el vampiro.

 

Penumbria es una ciudad espejismo: “A los diez días de marcha hacia el Oeste, la ciudad del otoño perpetuo se recorta en el horizonte como un espejismo trémulo.” Que yo sepa, esta ciudad aparece por primera vez en la novela El oscuro dominio (1916) de Antonio de Hoyos: “Era una ciudad maravillosa, como esas ciudades que el espejismo alza en medio del mar o del desierto, una urbe fabulosa hecha de rayos de luna y de reflejos de agua”. Esta visión tienta al protagonista, que ha sufrido y quiere hallar alivio en el campo. La segunda mención notable es en el fragmento “El objeto inanimado más encantador de la vida”, del libro Acuérdate de recordar (1947) de Henry Miller: “Coronado buscando las Siete Ciudades de Cíbola no las encontró. Ningún blanco ha encontrado en este continente lo que buscaba”. Luego Miller dice: “El viaje era interminable y la búsqueda infinita. Como en un espejismo, las brillantes pepitas de oro estaban siempre más allá.” Julieta Campos, en su novela Muerte por agua (1965), dice: “La ciudad caldeada, ardiente, no era más que una ciudad irreal, la ciudad imaginada de un espejismo”. J. A. Chacón, autor mexicano, en un fragmento de su novela El viento del desierto describe el delirio de Cabeza de Vaca por Cíbola, la gran ciudad del reino de Quivira. El fragmento puede leerse en la revista canadiense Ruptures (junio de 1994). En 1999, la revista española Kiss Comix (números 88 a 96) incluye una historieta excelente, a color, surreal, erótica y satírica, “En el imperio de Shet”, de Solano y Barreiro, acerca de la ciudad espejismo, Cíbola, en el desierto del Sahara.

Es emblema de Cíbola la mujer india casi desnuda que embruja con sus ojos dorados (“campos de trigo”) y sus pechos dulces y que provoca el amor y la locura de capitán Diego de Alvar y Núñez, perdido en el bosque tratando de hallarla, en el cuento del autor cubano Germán Piniella, “Por la gloria del rey”, cuento precedido por una cita de Valle Inclán e incluido en el libro Otra vez al camino (1971). En su poema “Las mujeres doradas” del libro Vino de maravilla (1952) Lilith Lorraine dice: “Los conquistadores siempre buscan a las Mujeres Doradas / Los finales conquistadores, desesperados y sublimes, / Y las encontrarán en la penumbra del sueño, / A las Mujeres Doradas en el final del tiempo.”

Anterior a los decadentes y modernos, Mark Twain, en Las aventuras de Huck (1885), se refiere a Cairo, una ciudad que parece ser un espejismo pero que es en realidad la ciudad en que el negro Jim buscará la libertad de los estados libres y trabajará para rescatar a su mujer esclava y a sus hijos. Inesperadamente, el ama de Jim, la Srta. Watson, libera a su esclavo en su testamento.

Penumbria antes fue Corcira e incluso Sweendlenboom (transformación de Swingin’ London). En realidad Penumbria se basa en Banú, la tierra prometida, pero es escenario distópico. Hay también el recuerdo de cuentos míos que sólo llegaron al título: “Epitafio a los Rutherford” (sobre una familia decadente). “La muchacha del circo Barnum” (proyecto vago, nebuloso, iniciado en mi viaje a San Antonio). En la novela de Ray, están una mujer de un circo, una enana, una mano invisible, los grimorios y el canibalismo, elementos también de “Rudisbroeck”. En “La última sorpresa del apotecario” hay un recuerdo inconsciente de mi cuento “Una sorpresa en el desierto”. El desierto de Arabia se vuelve el mercado árabe, el menú se vuelve las raras comidas, las meseras rubias se vuelven la hija bonita y rubia y la madre fea de pelo negro, el postre “cariono” se vuelve el apotecario.

En la novela de Ray, la arrugada máscara amarilla que después de la sospecha de ojos sombríos, se le aparece a un personaje, nos recuerda la máscara amarilla a la que alude Darío en su poema “Santa Elena de Montenegro”:

¡Oh amarga máscara amarilla

ojos do luz siniestra brilla

y escenario de pesadilla!

El cuento de Frederic Brown, “Pesadilla en amarillo”, viene a la memoria.

Rudisbroeck en su torre, componiendo sonetos eróticos y usando opio, es una transformación del uruguayo Julio Herrera y Reissig, en la Torre de los Panoramas, componiendo sonetos eróticos y usando morfina. Las drogas narcóticas acompañan mal al erotismo. En “Rudisbroeck”, la droga psiquedélica es “ganja”, cannabis, fumada por Braulio, enfermo de hipertricosis.

Cuando escribí “Rudisbroeck” no conocía el argumento de un cuento de Holmberg, aunque sí el título: “Horacio Kalibang o los autómatas”. Frank Baum, autor de El mago de Oz (1900), parece influido por Holmberg, pues hay un personaje Baum en “Horacio Kalibang”. Asimismo, hay un personaje Fritz, previsto por mí al escribir sobre el Gran Guiñol de Papá Fritz. En el cuento de Holmberg, todos son autómatas. En el mío, todos son autómatas también, excepto Rudisbroeck. Alfred Kubin, en su novela La otra parte, parece influido por El mago de Oz.

Cuando escribí “Rudisbroeck” desconocía yo el libro Penumbra del autor español Emiliano Ramírez Ángel, cuya portada encontré años después de escribir “Rudisbroeck”, pero hasta ahora no he podido encontrar el libro. En la portada se ve una mujer art-nouveau dibujada por Roqueta en 1913.

En el libro de Kubin, lleno de dibujos del autor, el mago de Oz se ve sustituido por Claus Patera, “la presencia lejana” –como decía García Ponce– del libro, una presencia basada en el multiforme mago de Oz. En el cuento de Holmberg, primero el narrador es el autómata Fritz y luego el Fritz real (Óscar Baum). Cuando los humanos no cumplen con sus aptitudes (el médico que mata, el orador que adula, el abogado que miente, el sabio que rebuzna), puede decirse que son autómatas. El autor repudia la robotización y propicia la originalidad y la identidad clara, indicios de libertad.

En “Rudisbroeck” se ve realizado el ideal de la novela simbolista como es descrito por Jean Moréas en su manifiesto: “seres con gestos mecánicos, siluetas ensombrecidas [que] se agitan alrededor del personaje único”.

En “Rudisbroeck” los personajes de El mago de Oz se ven transformados: el león cobarde se vuelve Braulio, el hombre de hojalata se vuelve el autómata, el mono volador se vuelve Krao, el campo de amapolas se vuelve la esencia de tiburón. Recordemos el argumento de El mago de Oz: llevada por un ciclón, la casa de Dorothy cae sobre la Bruja Mala del Este, y Dorothy se adueña de los zapatos plateados de la Bruja. Conoce al espantapájaros, que necesita un cerebro, al hombre de hojalata, que necesita un corazón (suerte de reloj) y al león cobarde, que necesita valor. Todos van hacia la Ciudad Verde de Oz, la ciudad esmeralda en que habita el mago que puede darle un cerebro al espantapájaros, un corazón al hombre de hojalata, valor al león cobarde y el regreso a Kansas a Dorothy. Antes de entrar en la Ciudad Verde, todos adquieren unos lentes verdes que permiten soportar el resplandor de la ciudad de Oz. El mago, que nunca nadie ha visto, adopta diversos aspectos: el de un joven, el de una bola de fuego, el de una cabeza y el de un monstruo híbrido. Les permite a todos cumplir sus deseos, con tal de que todos lo complazcan a él matando a la Bruja Mala del Oeste. Dorothy la mata con agua, única sustancia mortífera para la Bruja. El mago de Oz –que es también un hombrecillo embustero– les concede todos los deseos a todos, y finalmente Glinda, la Bruja Buena del sur, le da instrucciones a Dorothy para que los zapatos plateados de la Bruja Mala del Este la lleven de nuevo a Kansas. Llaman la atención el campo de amapolas y la sustancia que da valor al león: la droga maléfica y la droga benéfica, las dos únicas drogas del libro, en las que hay recuerdo de Alicia de Carroll. Baum está influido por Cervantes y por Holmberg (de ahí la palabra humbug aplicada al Mago de Oz). En el cuento de Holmberg, Óscar Baum es el artífice que da origen a los autómatas. Esto influye sobre Frank Baum, que imagina al hombre de hojalata, y a Tik Tok, el autómata de cobre de la novela Ozma de Oz (1907).

 

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta(1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito(1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).