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ON THE EDGES OF VISION

pequeñas visiones macabras de Helen McClory

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Miguel Lupián

Hace unas semanas se entregaron los premios de la Saltire Society, sociedad que promueve y premia las artes y ciencias escocesas. En lo literario, los premios a «mejor libro de ficción» y «mejor libro del año» se los llevó Michel Faber (del que muy pronto escribiré). Mas hoy les contaré de On the edges of vision de Helen McClory, ganador del premio a «mejor primer libro del año».

 

Mientras hojeaba en la librería a los nominados y ganadores, On the edges of vision capturó de inmediato mi atención, pues se trataba de una colección de minificciones con tintes macabros. Al pagarlo, el vendedor, sorprendido, me preguntó cómo había dado con él y me aseguró que me encantaría. Y así fue.

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On the edges of vision es uno de esos libros que con el mero título activa el engranaje de la imaginación. ¿Qué podemos encontrar en los bordes de la visión, donde las figuras se tornan borrosas, donde la fina capa que separa lo real de lo imaginario se diluye? ¿Qué historias se nos escapan pero alcanzamos a atisbar con el rabillo del ojo? Helen atrapó 40 de esas historias escurridizas. Historias de chicas asesinadas que regresan a la casa de sus captores para tomarse un café, de vampiros, de caníbales, de chicas que todas las noches queman sus cuerpos para renacer al día siguiente, de ahogados, de diablos en merenderos, de pueblos malditos, de sueños, de monstruos, de películas que nunca verás, de brujas, de amas de casa tristes, de chicas rezándole a San Miguel, de bailarinas de ballet tan pequeñas que no pueden contar sus historias, de fantasmas, de casas embrujadas, de botargas en busca de venganza, de rituales en aeropuertos, de cíclopes, de marionetas, de niñas vestidas con trajes de buzo, de venados blancos…

 

Helen absorbe las leyendas locales, las asimila y las transforma, creando su propia mitología; todo esto con un lenguaje preciso, bello y críptico que genera un ambiente de ensueño.

 

Conforme devoraba las historias (aunque estoy seguro que ellas me estaban devorando), una extraña sensación se apoderó de mi cuerpo; esa misma sensación que te visita cada vez que encuentras a un autor cuyos vasos comunicantes son muy evidentes (anteriormente me sucedió con Iliana Vargas y Lola Ancira, por citar a algunos): la brevedad, lo fantástico, lo críptico, el lenguaje cuidado… Además, descubrir que los lugares que frecuentas (como la biblioteca central, donde paso la mayor parte de las tardes) sirvieron como locación de algunos cuentos me hicieron sentir que yo también estaba ahí, como actor incidental.

 

Cada historia se va clavando en tu pecho como aguijón de abejorro, pero las que llegaron directo al corazón fueron “Man and What”, bellísima historia de amor donde la chica le pide al chico que sólo cuando muera podrá quitarle el listón que ha permanecido toda su vida atado a su cuello; al hacerlo, la cabeza se desprende, y el chico (ahora viejo) descubre con horror que todo el cuerpo de su difunta amada está cubierto de listones. “A short story of creation”, donde el joven Miguel (sí, tal cual) descubre que todo lo que dibuja y fotografía muere. Y «Museum of Harms», donde el diablo se la pasa leyendo novelas junto a la chimenea porque «la condición humana se disfruta más impresa en un libro».

 

También la siguiente historia, que, previa autorización de la autora, traduje para ustedes:

 

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CONFLAGRACIÓN

Helen McClory

 

Ella sacó el cerillo desató su cabello rojo raspó la caja vio la chispa miró al hombre sonrió ante su ruego contó hasta tres lanzó el cerillo corrió entre el campo de trigo se apresuró bajo la noche fue perseguida por las llamas fue perseguida hasta el arroyo no pudo cruzarlo maldijo todas las historias sopló un camino entre el fuego se dirigió de nuevo hacia el hombre apagó su cuerpo desanudó las cuerdas carbonizadas tocó su mano le devolvió la vida maldijo ante su mala suerte con una voz forjada en oro preguntó me puedes perdonar puedes imaginar mi angustia él respondió carajo ni siquiera recuerdo cómo llegué aquí alzando la cabeza y poniéndose de pie como si regresara de un viaje pesado y caminó hacia su carro sin mirar atrás.

 

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La historia, cuya ausencia de puntuación le da un ritmo increíble, les hará recordar a “Álbum” de Alberto Chimal; y en general, el estilo de Helen me recordó al de Karen Russell y Anna Starobinets, pero condensadas.

 

Helen ha sido un gratísimo y maravilloso descubrimiento, que justifica con creces la misión que me propuse al llegar a estas tierras lluviosas.

 

Si quieren saber más de Helen (por ejemplo, que es editora en Necessary Fiction y que la mayor parte de su libro la escribió durante su estancia en Banff, Canadá), visiten su sitio Schietree, donde además podrán leer sus historias y enterarse de sus nuevos proyectos.

 

Me despido con una cita de Helen (a quien agradezco tanto el permiso para traducir su cuento como los amables comentarios que expresó sobre los míos):  

 

“Escribo porque el futuro sigue viniendo hacia mí; desde la ansiedad, desde la terquedad, desde el deseo de comunicarme con los libros que he leído y voy a leer”.

Helen McClory @HelenMcClory

Helen McClory
@HelenMcClory

 

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yoscaryMiguel Antonio Lupián Soto

Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy.

mortinatos.blogspot.mx

@mortinatos