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PERDER LA CABEZA

Bernardo Monroy

 

 

8

 

Vamos a ver… creo que todos sabemos lo que sigue, ¿verdad?

Pasaba de la medianoche y el camino se hacía cada vez más escarpado. Los árboles deshojados se movían con el viento, y en lo alto, la luna llena brillaba. El camino a Sleepy Hollow no había cambiado a lo largo de los siglos, lucía igual que como a principios del siglo XIX Washington Irving lo describió: Todas las historias de aparecidos y de espíritus que había oído aquella tarde se acumulaban ahora en su memoria. La noche se hacía cada vez más obscura; las estrellas parecían hundirse más profundamente en el cielo, y las nubes las ocultaban a veces a su vista. Nunca se había sentido tan solo y acobardado. Además se acercaba al mismísimo lugar en el cual habían ocurrido tantas escenas de aparecidos. En el centro del camino se levantaba un árbol enorme que se destacaba como un gigante entre sus congéneres y que era una especie de punto de referencia. Sus ramas eran retorcidas y fantásticas, suficientemente grandes para formar el tronco de un árbol corriente, y se inclinaban hacia la tierra, para elevarse nuevamente en el aire.

Tyler caminaba arrastrando su bicicleta y yo sostenía mi tabla entre mis manos. No decíamos una sola palabra, parecía que alguna bruja le había echado una maldición que lo dejó mudo. Escuchaba su respiración entrecortada con el croar de las ranas, la estridulación de los grillos y el soplar del viento Sus jadeos casi caninos. Me atrevería a afirmar que estaba más nervioso que yo.

Nos detuvimos instintivamente cuando escuchamos el inconfundible ruido de un galope. Primero fue pausado y lejano, y luego, intenso, repetido… y cercano. Y entonces lo vimos.

Montaba un corcel gigantesco, imponente. El caballo tenía los ojos rojos y en cuanto relinchó, despidió un vapor azul fosforescente. Quien lo montaba era mucho más alto que Tyler. Estaba completamente vestido de negro. Botas negras. Ropa negra. Guantes negros. Salvo por su capa: roja y brillante como el anuncio de un hotel de paso. Muchas veces se ha intentado pintar a este personaje: el primero fue, como me dijo mi amigo, obra de Felix Octavius Carr Darley. Posteriormente lo plasmó en un lienzo el pintor John Quidor. El sitio web “Deviantart” mostraba buenas versiones de artistas web como Veronica Smith y Chris Rawlins, aunque la imagen más famosa es la del cortometraje animado de Walt Disney, dirigida por Jack Kinney, Clyde Geronimi y James Algar, pero verlo en persona era completamente diferente. Hizo su capa a un lado, y con una lentitud que demostraba su seguridad, teniendo la total certeza que nos iba a decapitar, desenfundó su espada, levantándola y haciéndola brillar con la luna llena. Donde debía estar su cabeza no había absolutamente nada.

—No tiene cabeza —susurré.

—Eso todos lo sabemos, idiota —repuso Tyler—. Por eso se llama el Jinete sin Cabeza.

Con una lentitud desesperante, señal de la conciencia del miedo que infundía, el Jinete sin Cabeza cabalgó hacia nosotros. Tyler y yo sabíamos que tendríamos que movernos lo más rápido que pudiéramos si no queríamos perder la cabeza. Justo por eso le dije que era muy difícil andar en patineta en un terreno lleno de piedras como aquel. Fue cuando me dieron el consejo más idiota que se le puede dar a un skater:

—Imagínate que eres Tony Hawk.

Yo respondí con el consejo más idiota:

—Mejor será que te imagines que eres Ichabod Crane.

El Jinete sin Cabeza descargó su espada, y lo primero que puse como escudo fue mi patineta, que quedó partida en dos como si hubiera cortado mantequilla con un cuchillo caliente. Sin pensarlo dos veces, Tyler me jaló de la playera y me hizo apoyar los pies en los piñones de la bicicleta. La única palabra que repetiría en todo el trayecto sería:

—Sostente.

Comenzó a pedalear tan rápido como pudo mientras que yo volteaba. Como era de esperarse, el Jinete sin Cabeza nos perseguía. El galope era constante, el caballo relinchando, el sonido de la espada cantando. La pesadilla apenas empezaba… un mexicano y un estadounidense huyendo del Jinete sin Cabeza: mejor ejemplo de la globalización.

Las cosas se complicarían, sobre todo porque Tyler practicaba BMX y no cross conutry o ciclotrón. Lo suyo era lo urbano, no el campo. Pedaleó por todo el camino, mientras dejaba atrás al jinete. Washington Irving describió al jinete cabalgando “en alas del viento, a una fantástica velocidad” y no pude encontrar metáfora más adecuada: el jinete nos alcanzó en cuestión de segundos. Se movió hacia la izquierda, a la derecha, pero el Jinete sin Cabeza ni siquiera se esforzaba en darnos caza. De haber tenido sonrisa estaría feliz: aquella noche tendría dos cabezas, y una de ellas de un Crane.

Ya conocíamos la trama, sólo había que seguir el guión: teníamos que llegar al puente, donde el Jinete jamás nos alcanzaría.

Tyler pedaleó tan fuerte que temí que las ruedas salieran volando. El viento me golpeaba a la cara y el sudor empapó la playera de mi amigo y mis brazos. De súbito, una calabaza envuelta en llamas con una  sonrisa grotesca salió volando a unos centímetros de la cabeza de Tyler. El jack o’ lantern se estampó contra un árbol y este comenzó a arder al instante.

—¿De dónde carajo sacó esa calabaza? —grité.

Creo que no era necesario explicarlo: así como Drácula tiene el poder para hipnotizar, Mr. Hyde tiene un bastón letal con el que golpea niñas, Victor Frankstein electricidad con la que revive cadáveres, Norman Bates la ropa de su madre y un cuchillo y el Payaso Pennywise la habilidad de transformarse en tu mayor miedo, el Jinete sin Cabeza de Sleepy Hollow tiene el poder de hacer aparecer calabazas flamígeras.

Un montículo se acercaba hacia nosotros. Tyler impulsó la bicicleta hacia adelante con el fin de prepararse para el salto mortal.

Inmediatamente después, Tyler fue en dirección contraria. De no haberme tenido a sus espaldas habría hecho lo que se conoce como “fakie”. En ese momento pudo ver al espíritu que había aterrorizado a su familia durante siglos. Lo miró con un auténtico odio, pero se desvaneció en cuanto el Jinete sin Cabeza intentó decapitarlo con su espada.

Siguió pedaleando mientras recordaba la escena escrita por Washington Irving: Corrían sacando chispas del suelo. La levita de Crane volaba por el aire, mientras éste, con el flaco cuerpo inclinado sobre la cabeza del caballo, trataba de huir a todo galope. Sólo había que sustituir el caballo por la bicicleta y el idiota, en este caso yo, que iba a su espalda, y todo sería exactamente igual.

—Sostente —dijo Tyler, cuando vislumbró un montón de troncos apilados.

Al sentir su cuerpo tenso, supe lo que iba a hacer, así que me limité a cerrar los ojos. Haría un “backflip”: esto es impulsarse y dar una vuelta hacia atrás en el aire. Me limité a sentir las ruedas aplastando los troncos, el aire en mi cuerpo y como si de súbito cayera al vacío. Pareció durar una eternidad, pero en cuanto sentí cómo el vehículo golpeaba el suelo me alivié…

Me alivié durante unos nanosegundos, porque al voltear vi que el Jinete sin Cabeza había hecho aparecer otra calabaza envuelta en llamas, que estaba lista para arrojarla. Esta vez Tyler la esquivó haciendo un “rollback”, esto es, haciendo un giro de 360 grados.

Habíamos llegado al cruce de caminos que llevaba a Sleepy Hollow. Cada vez estaba más cerca el puente. Sentí cómo Tyler pedaleaba más y más y más y más y más rápido. Sentí el hocico del caballo en mi nuca. Relinchó de una forma tal que me heló la sangre.

—¡Pedalea, pedalea, maldita sea!

—Sostente.

Un “sprint” alejó al Jinete sin Cabeza durante unos segundos, que nos dieron la oportunidad de vislumbrar el cementerio y la vieja iglesia en ruinas.

Y más adelante podíamos ver el puente.

Tyler se movió entre las tumbas del cementerio esquivándolas y haciendo uno que otro “bunnyhop”, o sea, haciendo que la bicicleta se levantara del suelo, elevándola hacia adelante y consiguiendo que casi me tirara. Comenté que era posible que el jinete fuera Van Brunt, después de todo eso es lo que sugiere la historia original. Mi respuesta quedó resuelta cuando el monstruo cabalgó entre las tumbas, atravesándolas como si fuera un holograma… de acuerdo. Era un auténtico fantasma.

Entonces, Tyler se detuvo.

—¿Qué carajos haces? —grité, mirando al Jinete acercarse.

—Sostente —repitió con un tono de voz entrecortado, como si quisiera llorar, y de nuevo volvió a pedalear, esta vez con más fuerza que nunca.

Subió la pequeña colina que conducía hasta el puente, mientras que el Jinete sin Cabeza cabalgó a la par de la bicicleta. De nuevo desenfundó su espada, listo para decapitarnos a los dos de un solo tajo. Tyler se movió hacia la izquierda y se alejó… la táctica del Jinete sin Cabeza era alejarnos del puente… Tyler se movió ligeramente a la derecha, a la izquierda, hasta que por fin llegamos al puente. El sonido de las ruedas golpeando la madera fue lo más placentero que había escuchado aquella noche. Al voltear, pude ver cómo el Jinete permanecía paralizado justo en el apartadero. Entonces, hizo aparecer una nueva calabaza flamígera que nos arrojó… claro, había que suponerlo: así terminaba la historia.

Mi amigo pedaleó hasta el final del puente y me dijo:

—Ahora no te sostengas —y me dio un empujón, tirándome de la bicicleta.

Caí al suelo, revolcándome, mientras Tyler efectuaba el truco conocido como “superman”, que consistía en sostenerse fuertemente del manubrio y soltar las piernas para quedar como si estuviera volando, emulando al personaje de comics. Acto seguido, se soltó, cayendo al suelo. La calabaza se estrelló contra la bicicleta, haciéndola arder.

Tyler se puso de pie, mirando al Jinete sin Cabeza al otro lado del puente.

—¿Qué tal, hijo de puta? ¿Te gustó imbécil? ¡No! ¡No te gustó! —y le dedicó una señal obscena con el más largo de sus dedos.

El Jinete respondió dando la vuelta y cabalgando rumbo a la iglesia, donde desapareció en un conjunto de luces brillantes de colores azul y verde. Caminé hacia Tyler y me dio un abrazo. Después me soltó y los dos caímos al suelo, alumbrados por la luz de la luna y las llamas de la bicicleta ardiendo.

…Concluirá mañana

AQUÍ para ver imágenes y videos del tema.

BERNARDO MONROY


Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos “El Gato con Converse” y la novela “La Liga Latinoamericana”, así como la novela electrónica “Slasher”, disponible gratuitamente en el portal Zona Literatura. Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.