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POPPY, CHRISTA Y YO

Rodolfo JM

 

 

No soy bueno con las fechas. Olvido fácilmente los cumpleaños, los aniversarios, las citas que se programan con mucha anticipación… Aunque puedo recordar sin ningún problema la música que escuchaba en esos días, el cine que vi y, sobre todo, las lecturas que me acompañaban.

Mi memoria se mide en libros, películas y canciones. Cosa que poco sirve cuando se quiere localizar un hecho en el calendario. Por ejemplo, hace unos días terminé de leer la novela Hoodtown de Christa Faust y recordé que por ahí, en algún librero, había un viejo fanzine con cuentos en español de Christa y de Poppy Z. Brite que se me antojó re leer. No encontré el fanzine, pero ese fue el pretexto para recordar el encuentro que tuve con ellas en El Inframundo, la librería de viejo que está en Donceles. El fanzine, un ejemplar de Goliardos, era un número conmemorativo de cierto festival internacional de ciencia ficción, terror y fantasía al que Christa y Poppy habían venido como invitadas, y bastó con eso para que se detonaran decenas de recuerdos en mi cabeza, toda una época de mi vida, pero no un año preciso.

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Pude acudir a Google y buscar la referencia exacta. Puede que incluso hallara fotos, tal vez el mismo fanzine versión electrónica o escaneado, pero no pude resistirme al ejercicio de reconstruir el encuentro primero a base de recuerdos. Después contrastaría con el dato duro y observaría el resultado.

Así recordé que tenía 18 años y eran los días en que acostumbraba ir a las librerías de viejo a gastarme el poco dinero que tenía, que estaba maravillado con los cuentos de JG Ballard y que intenté leer, sin ningún éxito, Paradiso de Lezama Lima. Recordé que escuchaba una y otra vez el Beautiful Maladies de Tom Waits, que recién había visto Lost highway de David Lynch, película que todavía hoy me hace sentir escalofríos, y que acababa de ver un ciclo de cine de Alejandro Jodorowski en el Cinematógrafo del Chopo. A Christa y a Poppy me las encontré de frente, en la entrada de El Inframundo. Yo estaba a punto de salir y ellas apenas llegaban. Fue raro. Iban acompañadas por dos tipos, uno de ellos con aspecto de motociclista cervecero. El otro se parecía a Daniel Ash. No las reconocí al principio. Es decir, Poppy había aumentado suficientes tallas como para dificultar toda posible relación con la belleza gótica de sus tiempos de bailarina. A Christa no la conocía, pero había leído en alguna parte que fue dominatrix profesional, así que la imaginaba parecida a Poppy, con el cabello color ala de cuervo y la piel blanquísima, enfundada en un traje de látex negro y zapatos de tacón alto. Al principio dudé, pero no tardé en recordar el festival y que ellas eran las invitadas. El resto fue una simple suma. Las manos me comenzaron a sudar y mi corazón se aceleró. Reconozco que fue un poco como encontrarte en el supermercado a un rockstar. Aunque tampoco me comporté como groupie. Las observé durante algunos minutos, las escuché reír y hablar en voz baja con sus acompañantes y entonces lo hice. Me acerqué a decirles, en mi titubeante inglés, que había leído sus libros, que las admiraba mucho y que si me podían regalar un beso.

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Poppy 

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Christa

A propósito, yo entonces era un lector declarado de Poppy, había leído tres novelas suyas: La música de los vampiros, La llamada de la sangre y El arte más íntimo. Amaba su estilo lleno de ambigüedad sexual, su estética goth rock, su brutalidad y su intención poética. De Christa sólo conocía dos cuentos, uno de ellos era sobre una exposición privada en la que los artistas, genios de la modificación corporal, exhibían sus híbridos de hombre y automóvil. Esculturas vivas de cromo, hueso y piel. El otro cuento era una fábula gore de sadomasoquismo y ángeles. Si Clive Barker enriqueció el género y escandalizó a algunos por la sexualidad explicita de sus textos, Christa y Poppy ampliaron los límites e hicieron del erotismo hardcore y el fetichismo la marca de la casa. Así que imaginen como me sentí llevando su beso en mi mejilla derecha.

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Curiosamente después de aquellas tres novelas y algunos cuentos sueltos, no volví a leer nada de Poppy. Sé que publicó una biografía de Courtney Love y una novela en la que unos jóvenes Lennon y McCartney mantienen una complicada relación homoerótica, pero no me interesaron para nada.

Con Christa Faust pasó lo contrario. Es decir, que de ser conocida como autora de novelas lésbicas, sketches para Dita Von Teese, guiones y novelizaciones de películas y series de TV, hace unos pocos años se convirtió en la dama revelación del pulp. Su literatura se alejó del terror sobrenatural, pero derivó al género negro. Su primera novela, Money shot, es dura, violenta, casi pornográfica. Una historia de venganza ambientada en los submundos de la pornografía y el crimen organizado. Y además está Hoodtown, una historia situada en el barrio del mismo nombre en Secreto City, un lugar en el que habitan los “freaks, los rechazados, los criminales y los fugitivos”, y donde todos los habitantes usan máscaras de lucha libre. En este lugar hay un asesino serial suelto que ha comenzado a matar prostitutas y, grave profanación, a quitarles su máscara. El caso llega a manos de X, una ex luchadora ruda y entrada en años que ante la indiferencia policiaca se convertirá en detective y dará caza al asesino. Estética kitsch, erotismo duro, acción hardboiled y, sobre todo, su prosa, su manera de contar.

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Lo último que supe de Poppy, hace unos días, directo de Internet, es que justo mientras escribía una nueva novela se dio cuenta de que estaba harta del terror sobrenatural, y entonces decidió que sus siguientes libros serían más “divertidos”, así que comenzó una saga con una pareja de chefs gay como protagonistas. Supe que algunos la llaman “transexual no operativo”, y que ella se define como un hombre gay con cuerpo de mujer. Supe que vive en su amada Nueva Orleans con su esposo de toda la vida, Chris, y que tienen un restaurante y un refugio para gatos.

Por cierto, ahora que veo las fotos de ella y su esposo caigo en la cuenta de que el tipo que las acompañaba aquella tarde en El Inframundo, y al que por alguna inexplicable razón recordaba parecido a Daniel Ash, no era sino Chris, quien físicamente es todo lo contrario que el guitarrista de Bauhaus. Así me entero también que el otro tipo, el que parecía motociclista cervecero, era Kevin Andrew Murphy, escritor y diseñador de juegos de cartas, y también invitado al festival, pero sobre todo me entero de que ese encuentro tuvo lugar en diciembre de 1999. Esto último lo sé gracias a una nota de la edición electrónica de El Universal, y así confirmo algunos de mis recuerdos, pero sobre todo confirmo la naturaleza mutante de los mismos recuerdos, su calidad de productos perecederos, y me digo que está bien que así sea. Me digo que no importa si entonces yo no tenía 18 sino 24, que no importa si Christa y Poppy jamás me besaron y si salí de la librería dudando que de verdad fueran ellas. En mi cabeza (y en la tuya, lector) el beso sucedió, y ahora es recuerdo.

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Cortesía de @Edel_Xi

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Foto 77Rodolfo JM (Ciudad de México, 1973)

Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Julio Torri en 2007-2008, el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2011, así como mención honorífica en el Premio Nacional de Literatura Policiaca en 2007. Ha publicado los libros de cuento: Todo esto sucede bajo el agua (Fondo Editorial Tierra Adentro 2009); Negras intenciones (Jus 2010); y El abismo: asomos al terror hecho en México (Ediciones SM, 2012)