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POR LOS LINDEROS DE LA MINIFICCIÓN[1]

Andrés Galindo

Estaban una vez Tin Tan, Tintín y tan tan.

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El tiempo

Aunque necesario para los estudiosos, los puntuales, los taxonomistas de las letras, es difícil hablar de géneros literarios, porque se corre el riesgo de encontrarse con las siempre difusas fronteras que enmarcan palabras, tiempos y espacios. Con todo, sin pretender ser definitivos, algo diremos en este, también, breve espacio.

Ahora que inicio este ensayo, pienso que fue bueno que la primera vez que di con la llamada “minificción” fue justamente hace ya varios años, cuando las redes sociales no existían, si bien, como veremos más adelante, éstas han permitido la proliferación de un género que, incluso contando con textos ya canónicos en su universo, no termina de tener carta de naturalización en la república de las letras.

Y digo que fue bueno porque, creo, hoy día el lector común, el lector de a pie, identifica la minificción con la llamada tuiteratura, ese espacio virtual que admite lo que algunos sarcásticamente han llamado “los ciento cuarenta caracteres de fama”. Broma o no, el uso de las nuevas tecnologías moldea la dimensión y, a veces, el sentido de los textos.

La literatura no nace, no es eterna por sí misma, más bien, se hace o se rehace permanentemente dentro de un contexto histórico y cultural determinado. (Luis Barrera Linares. P. 14)[2]

Pero, como bien podría imaginar cualquiera que piense en la evolución de los géneros, la minificción no nace mágicamente con la llegada de las redes sociales. Violeta Rojo y Lauro Zavala son quienes, de muchas maneras, desde finales del siglo XX y a la fecha, han puesto mayor empeño en el estudio y la promoción de este noble género, tan digno y tan “proteico” como la novela o cualquier otro género canónico.

Sin embargo, la minificción no es un cuento pequeñito, aunque puede serlo. Una de sus características más interesantes es que es proteica y des-generada, y con esto quiero decir que, igual que el mítico griego, cambia de forma y de género. Es por eso que a veces la minificción es un cuento brevísimo, otras puede ser confundido con poesía en prosa, o un pequeño ensayo, o una parodia de receta de cocina, o un relato mítico, o una fábula, o una sentencia, o un bestiario, entre las muchísimas formas que puede adquirir. (Violeta Rojo. Mínima expresión… P. XII)

En efecto, la minificción tiene la posibilidad de apropiarse, en determinado momento, de todos estos géneros porque, bien se puede afirmar, es heredera de toda la historia de la literatura. Quienes ejercen la minificción no hacen otra cosa que recrear y apropiar las técnicas que ya estaban puestas en siglos pasados, sólo que ahora con un grado más de dificultad o, si se quiere, con una forma de expresión que se acomoda a los tiempos que corren.

Dando por sentado que la literatura es una actividad social inmersa en su tiempo, no cabe dudas de que el lector de hoy es un sujeto diferente del lector del siglo XIX, cuyas posibilidades recreativas eran escasas, por lo que contaba con la posibilidad de dedicar muchas horas de lectura a las fructíferas novelas de su tiempo, ricas en detalles, donde todo era nombrado para intervenir de la manera más exacta posible en la recepción del lector. (Miriam Cairo)

Hoy, reza el viejo adagio, “el tiempo es oro” y, a pesar de que la novela (por citar un ejemplo entre el cúmulo de géneros con mayor volumen de palabras, páginas, texto) sigue teniendo un lugar entre las predilecciones del lector, la minificción ha ido ganando fervientes seguidores, entre quienes escriben y leen[3]. Cualquier aficionado a la literatura que, debido a la premura de los tiempos que corren, no pueda sentarse a disfrutar por horas de una lectura que implique cientos de páginas, muchas veces encuentra la felicidad en los mundos posibles que se dibujan en un pequeño texto que se lee en menos de un minuto.

A alimentar esa brevedad ha ayudado, en buena medida, el uso de las redes sociales. Dado que ha sido en Twitter que se ha forjado eso que ahora se llama, bien o mal, “tuiteratura”, hablaremos pensando en su contexto. No sólo ha proliferado el género gracias a su brevedad y a su capacidad proteica. Siempre he pensado que lo bueno de la literatura (y de las artes en general) es que hay autores, géneros y propuestas para todos los gustos; también para todos los tiempos. Así, la minificción no tendría cabida hoy sin un conjunto de lectores que la siguieran, en muchas casos, con asiduidad. También pienso que el uso de las nuevas tecnologías ha democratizado el intercambio de información (si bien en una dura batalla legal y moral), siempre que se sepa buscar contenidos específicos en lugares adecuados. Y eso es Twitter, una red social que, gracias a la posibilidad de conexión desde distintos dispositivos electrónicos, permite una lectura constante: lo mismo en la comodidad del hogar que en la calle o cualquier espacio que precise la flexibilidad de tiempo/lectura. Una minificción puesta en el timeline de Twitter puede ser leída casi en cualquier circunstancia, basta apenas una cuenta en la red social y menos de un minuto para ser testigo del universo que se presenta en ciento cuarenta caracteres. Hay quienes, incluso, esperan fervientemente un día determinado para leer y escribir su hashtag favorito.

El espacio

Ahora bien, el panorama que hasta ahora se ha mostrado puede, también, ser peligrosamente un indicador de frivolidad. Como decía en el párrafo anterior, lo bueno de la literatura es que hay para todos los gustos y cada quién es libre de decidir qué tiene buena calidad y qué no. Exactamente lo mismo sucede con la minificción: su difusión y reproducción en las redes es controversial, ya que, prácticamente, cualquiera con un poco de imaginación puede escribirla. Lo cierto es que, como en cualquier otra literatura, como en cualquier otro ejercicio lúdico, hay reglas. A este respecto recuerdo que durante el siglo XVII se solía pensar que escribir largas oraciones compuestas era indicador de una mente compleja e inteligente. Si bien en el breve espacio de los ciento cuarenta caracteres se pueden acomodar este tipo de oraciones, el rigor de la síntesis es lo que apremia y se aprecia en un minificcionista.

Precisamente puede decirse que la minificción es expresión literaria del pensamiento complejo. (Miriam Cairo)

Entonces, ya por aquí podríamos ir distinguiendo las características de la minificción[4]. Hemos visto que, por su mismo nombre, el atributo principal del género es la brevedad. Palabras más, palabras menos, tanto Lauro Zavala como Violeta Rojo están de acuerdo en que una minificción podría ir de unas cuantas palabras hasta dos páginas impresas. Sin embargo, esta brevedad por sí sola no hace una minificción. Desde luego, y pensando en la espontaneidad de las redes sociales, habrá quien afirme (con todo derecho) el uso correcto de la palabra escrita, tanto en lo referente a ortografía como en gramática. No basta con tener una idea, hay que saber darle forma y sentido en la escritura.

Descontadas la brevedad y la capacidad de síntesis, es necesario hablar ahora sobre lo que parece ser angular en el ejercicio de la minificción: la intertextualidad.

En un espacio pequeño la intertextualidad es fundamental. No es posible narrar una historia en tan pocas palabras si no hay una cantidad de referentes que el autor da por descontados y que el lector conoce de antemano. (Violeta Rojo. P. XIII)

La intertextualidad requiere, al menos, dos piezas: el texto que se escribe con una referencia y ese otro texto original que sirve como base para la reformulación de uno nuevo. Desde luego, cualquier otro género admite este juego intertextual. Sin embargo, tal parece que la minificción ha sabido capitalizar el artificio a fin de resultar atractiva y seductora al lector. Esta referencia a otros textos permite a la minificción dar por descontada información que en otras circunstancias tendría que proporcionarse de manera extensa. Además, la intertextualidad es el medio que permite la reinvención por parte de quien escribe, poniendo a prueba, de paso, la imaginación y el catálogo de lecturas y vivencias previas del lector.

Cuando se habla de “intertextualidad” suele pensarse en otros textos ya fijados por la tradición. En buena medida, esto es cierto para la minificción. Sin embargo, he visto que este juego de referencias pueden estar encaminadas hacia otro tipo de discursos fuera del estrictamente literario, como puede ser el cine, un contexto social determinado, la música, una noticia en boga y un largo espectro de posibilidades. La minificción tiene esa virtud de poder llamar la atención del lector desde cualquier tipo de discurso y su intertextualidad puede ir desde la cita directa hasta la marca del estilo o temas de un género o autor.

Los personajes

Ahora bien, dado el panorama de la minificción y sus características básicas, cabría una última cuestión sobre el tema: ¿quiénes están escribiendo actualmente minificción?

El título del pequeño ensayo de Miriam Cairo perfila una respuesta: “El boom latinoamericano de la brevedad”. Y Lauro Zavala (P. 31) es quien en sus cursos sobre el tema ha enlistado una serie de razones por las que cree que la minificción tiene campo fértil en Latinoamérica:

  • Tendencia al empleo lúdico de la palabra oral y escrita.

  • Tendencia al empleo de un lenguaje metafórico (albures, adivinanzas, etc.).

  • Tendencia al empleo del doble sentido en el habla coloquial.

  • Tendencia al humor frente a tragedias colectivas (chistes crueles).

  • Tendencia a la democratización didáctica y sorprendente de la alta cultura.

A mi parecer, dar por definitivo un “boom de microficción en Latinoamérica” sería extremar las cosas y hacer más complicadas las definiciones y formas de un género que, como decía al principio de este ensayo, a pesar de textos canónicos y angulares (como el archiconocido “Dinosaurio” de Augusto Monterroso) no termina de adquirir su carta de naturalización en la república de las letras, acaso afortunadamente para quienes escriben y crean universos completos con tan pocas palabras.

Anexo para una breve, muy breve antología comentada

Durante la pasada Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México (octubre de 2014) fui invitado por Penumbria a hablar sobre minificción. Miguel Lupián, Mariano F. Wlathe y yo hablamos, creo que con justicia, sobre este género que si bien noble y ya masivo en las redes sociales, no deja de tener sus difíciles particularidades, como espero se haya demostrado en el presente ensayo. Pero, como suele suceder en estos casos, no siempre salen las cosas como se tenían planeadas, no al menos en lo que a mi participación se refiere. Aquel día de minificciones y amistades, un poco por el nervio connatural de hablar en público y otro tanto por no invadir el tiempo de mis compañeros de mesa, olvidé leer casi toda la selección que tenía de los distintos autores que había leído durante la semana. ¡Y pensar que esa selección también era breve!

Teniendo en cuenta que Penumbria es una publicación dedicada a la literatura fantástica, el lector encontrará más de un desatino en la selección que ahora pongo. Sin embargo, he querido mantenerla porque, de alguna manera, he creído ver un hilo conductor en ella: los temas que me preocupan y que ocuparon y ocupan a los autores seleccionados.

En Florencia echaron a los nobles del pueblo los populares que gobernaban. Dieron un oficio principal a un remendón. Preguntole un noble:

—¿Cómo gobiernas?

—Haciendo lo contrario a lo que vosotros haciades. (Luis de Pinedo; España, ¿1527-1580?)

De regular, los investigadores de la minificción arrancan sus pesquisas en el siglo XX, y sus razones acaso sean justas. Yo he querido ver en este pequeño texto del español Luis de Pinedo una historia que no perdería vigencia en el México actual. Originalmente, estaba incluido en la colección de chistes y cuentos cuyo título en latín es Liber facetiarum et similitudinum Ludovici di Pinedo et amicorum.

Cuatro soldados sin 30-30

Y pasaba todos los días, flaco, mal vestido, era un soldado. Se hizo mi amigo porque un día nuestras sonrisas fueron iguales. Le enseñé mis muñecas, él sonreía, había hambre en su risa, yo pensé que si le regalaba unas gorditas de harina haría muy bien. Al otro día, cuando él pasaba al cerro, le ofrecí las gordas; su cuerpo flaco sonrió y sus labios pálidos se elasticaron con un “yo me llamo Rafael, soy trompeta del cerro de La Iguana”. Apretó la servilleta contra su estómago helado y se fue; parecía por detrás un espantapájaros; me dio risa y pensé que llevaba los pantalones de un muerto.

Hubo un combate de tres días en Parral; se combatía mucho.

“Traen un muerto —dijeron—, el único que hubo en el cerro de La Iguana.” En una camilla de ramas de álamo pasó frente a mi casa; lo llevaban cuatro soldados. Me quedé sin voz, con los ojos abiertos abiertos, sufrí tanto, se lo llevaban, tenía unos balazos, vi su pantalón, hoy sí era el de un muerto. (Nellie Campobello; México, 1900-1986)

Este cuento se incluye originalmente en Cartucho, una compilación de cuentos breves que refieren, desde la mirada de una niña, el horror de la guerra en el México revolucionario. El siguiente cuento hará pensar que todo el libro de Campobello no ha perdido vigencia.

Victoria

Al soldado que repartía poemas en las filas enemigas lo mataron de un balazo. Lo curioso fue que, tiempo después, todos se murieron de amor. (Efraím Blanco)

Ya completamente inmerso en el contexto de la brevedad de las redes, esta minificción de Blanco pertenece a Estos pequeños monstruos (2011).

El visitante te hace creer que se marchará, pero sólo se esconderá entre tus traumas y obsesiones, esperando, esperando. (Miguel Lupián)

A fin de no perderse en el mar de la información, es recurrente que se hagan compilaciones de minificciones de un autor que originalmente fueron puestas en una red social o en un blog. Este es el caso de El visitante (2014), de donde procede el texto anterior. Tanto en este libro como en Trilogía Cthulhu (2013), Lupián delata sus inquietudes, fuentes y obsesiones lovecraftianas. Hay también en otros autores esta fuerte inclinación por lo obsesivo en sus series de minificción, con la clara intención de dar continuidad al tema tratado en la totalidad de un libro o una serie.

En su bañera, Mirna cierra los ojos y aguanta la respiración hasta llegar al fondo del mar. (Mariano F. Wlathe)

Esta minificción de Wlathe la tomo de su blog personal (wlathe.blogspot.mx), en donde se pueden leer series completas dedicadas a un personaje puesto en diversas y extrañas circunstancias, como es el caso de Mirna.

Ancho de banda

Para desesperación de todos, Facebook, Twitter y parecidos funcionaron muy mal durante el Apocalipsis. (José Luis Zárate)

Este apocalíptico texto, que pertenece a El fin del mundo, manual de uso (2012), demuestra que no siempre la intertextualidad se construye a partir de la referencia hacia un texto literario canónico. Cabe también la referencia metatextual hacia la plataforma virtual que se está usando.

Plagio

A se defendió de la acusación con las palabras que B había usado un año antes y C se atribuía desde 1999. (Alberto Chimal)

Cierro esta pequeña selección que había querido leer aquella tarde de minificción en la FIL Zócalo con este texto de Chimal que me parece un claro ejemplo de las posibilidades de la minificción en nuestros días. 83 novelas (2011) está plagado de pequeños textos con temas afines y que a su vez invitan a ser universos, posibilidades de novela particulares, muchos con referencias canónicas hacia obras o géneros literarios ya establecidos, dando un giro de tuerca en pocas palabras.

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Bibliografía

Cairo, Miriam. “El boom latinoamericano de la brevedad”. En www.ciudadminima.com/2014/09/el-boom-latinoamericano-de-la-brevedad.html

Rojo, Violeta. Breve manual (ampliado) para reconocer minicuentos. Prólogo de Luis Barrera Linares. Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar. Venezuela, 2009.

Rojo, Violeta. Mínima expresión. Una muestra de la minificción venezolana. Selección, fichas y prólogo: Violeta Rojo. Fundación para la cultura urbana. Caracas, Venezuela, 2009.

Zavala, Lauro. Curso: Minificción contemporánea. Universidad Autónoma de Guanajuato. México, marzo de 2011.

Obras de minificción consultadas (el lector puede agregar o restar tantas como le resulte pertinente)

[1] Uso aquí el término “minificción” en un sentido amplio, toda vez que Penumbria ha usado el nombre y no cualquier otro que los especialistas han discutido largamente, entre los que se pueden encontrar: microficción, textículo, cuento breve, ficción mínima… y una larga lista para designar a un objeto de estudio cuyos límites, para fortuna de sus practicantes, no terminan de fraguar.

[2] Barrera Linares, Luis. «Mínimo prólogo para un breve Manual», en Breve manual (ampliado) para reconocer minicuentos.

[3] Prácticas éstas que, en el contexto de la red social Twitter, casi siempre van de la mano. Es inevitable que quien alguna vez lea una minificción con un hashtag termine, a su vez, escribiendo sus propias historias mínimas.

[4] Aun cuando los especialistas se han esforzado por determinar aquello que distingue a la minificción de otros géneros, lo dicho aquí debe tomarse como una guía para ejercer la siempre bien recibida creatividad y flexibilidad de las fronteras entre géneros, y no como una preceptiva.

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gal1Andrés Galindo.

Ciudad de México (1974)

Alguna vez estudié letras hispánicas y, entonces, lo que entendía por literatura fantástica era la sorprendente prosa argentina, que nunca podré superar. Esa prosa argentina que, en algún momento, abrevó en Poe y en Lovecraft.

@andresrsgalindo

misimposturas.blogspot.mx