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TAN MALA QUE NO PUEDE SER BUENA…

Rodolfo JM

 

Si algo le pido a una película de terror, mis favoritas, en especial si se trata de una película “independiente” o de bajo presupuesto, es que no se burle de mi inteligencia como espectador. Puedo soportar pésimos efectos especiales, guarrerías innecesarias, actuaciones planas, un guion con hoyos, o que se caiga al final, todavía más: puedo disfrutar de todo ello, aplaudirlo incluso. ¿Qué le voy a hacer? Así somos algunos. Pero una de las cosas que no entiendo de esta vida es el empeño en festejar cualquier ocurrencia disfrazada de terror o ciencia ficción con el “argumento” de que entre más mala una película, más buena.

Yo, que a diferencia de ustedes no pasé mi adolescencia leyendo a escritores rusos, sino jugando al basquetbol y viendo todo tipo de slasher o creature feature que encontraba en video, debo aceptar que he perdido la paciencia. Y debo aceptar que eso es cosa de la edad, como las pocas ganas de ir a festivales de música o de enfiestarme un fin de semana sí y otro también, pero no porque hacerme viejo me haya vuelto necesariamente un aguafiestas (ya lo era desde la secundaria), sino porque progresivamente, digamos a partir de los 36, entre el trabajo y la vida diaria, cada vez tengo menos tiempo libre, así que debo ser muy cuidadoso a la hora de elegir cómo malgastar ese tiempo. Una de mis máximas es la de guardar sana distancia del cine de zombis, el de adolescentes que descubren su naturaleza sobrenatural (vampírica, angélica, demoniaca, you name it), el found footage post La bruja de Blair, los imitadores de Saw (ese subgénero tan feo llamado torture porn) y el cine de viajes en el tiempo. Pero todo hay que decirlo: justo ese tipo de películas, al seguir fórmulas estéticas más bien rígidas y simplonas, son verdaderas áreas de oportunidad para que de cuando en cuando aparezca un cineasta capaz de poner al género patas arriba.

 

Pontypool (Bruce McDonald, 2009) es el ejemplo perfecto. Una película canadiense de zombis donde el origen de la infección se encuentra en ciertas palabras. Filmada con escaso presupuesto y en prácticamente un solo escenario, el peso de la película recae en la actuación de Stephen McHattie, el ególatra locutor de radio local, pero sobre todo en su premisa de un lenguaje infectado, cosa que además tendría muy felices a William Burroughs y a Noam Chomsky.

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En Teeth (Mitchell Lichtenstein, 2007) tenemos un primer plano secuencia que muestra un pueblo calcado de una postal gringa de los años 50, pero con una particularidad: en el fondo aparece una planta nuclear cuyos silos se elevan majestuosos, detalle que no es sino un guiño al espectador para justificar lo que sigue. Allí, en ese idílico lugar, vive Dawn, una adolescente que está a punto de descubrir su sexualidad y con ello un secreto sobre sí misma: posee una vagina dentada. Tal argumento, que bien podría ser el de una mala comedia sobre adolescentes calenturientos, en manos de Lichtenstein se vuelve una fábula oscura sobre sexo, violencia y represión.

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Brothers of the head (Keith Fulton, Louis Pepe, 2005) más que una “filmación encontrada” es un falso documental que sigue el devenir de Tom y Barry Howe, hermanos siameses unidos por el estómago y quienes al cumplir 18 años fueron vendidos por su padre a un promotor musical que hizo de ellos la atracción principal de un freakshow rockero con aires de David Bowie, T. Rex y los Sex Pistols. Basada en la novela homónima de Brian Aldiss, la historia se desarrolla durante la segunda mitad de los 70 de una Inglaterra alternativa, con lo que da una vuelta de tuerca extra al género.

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Martyrs (Pascal Laugier, 2008) es un caso aún más particular, no sólo por su naturaleza gráfica tan despiadada, esa famosa y larguísima escena de tortura, sino porque proviene del cine francés, donde el cine de terror o de ciencia ficción no suelen ser muy frecuentados. Lo que inicia como una película de venganza donde la asesina sufre de terribles alucinaciones, poco a poco se revela como una zambullida en aguas bastante más oscuras y profundas. Martyrs cuenta con la distinción de haber provocado, durante su estreno en el festival de Cannes, tanto abucheos como aplausos de pie, lo que dice mucho de ella.

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Póster de Ghoulish Gary Pullin

Pero sin duda, al menos para mí, la joya de la corona se la lleva Safety not guaranteed (Colin Trevorrow, 2012), una cinta cuya premisa suena a comedia romántica con John Cusack en uno de sus papeles como eterno adolescente. Un aburrido reportero, acompañado de dos becarios que le hacen toda la chamba, se dedica a investigar un extraño anuncio que ha encontrado en la sección de clasificados de cierto periódico. El anunciante busca alguien que lo acompañe en un viaje en el tiempo, sólo que, advierte, no garantiza la seguridad o el regreso… Contada desde el punto de vista de una de las becarias (Aubrey Plaza), lo que parece la caza de un freak o de un pervertido, resulta ser una historia llena de matices sobre las relaciones humanas cuya cúspide es el encuentro entre la becaria y el supuesto freak, un excelente Mark Duplass que aporta la justa mezcla de inteligencia, sinceridad y torpeza necesarias para conseguir un personaje tridimensional. Safety… evita con elegancia los lugares comunes de la comedia romántica y de las películas de viajes en el tiempo, retorcidas a más no poder a fuerza de querer ser originales. Ni se banaliza a los nerds (es todo un alivio ver que el protagonista no usa camisetas de superhéroe) ni se abunda en detalles técnicos o pseudocientíficos para explicar un supuesto viaje en el tiempo. La presencia de los dos hombres de negro, que no toman en serio el caso que les ha sido asignado pero cumplen por rutina, funciona excelente como guiño y como recurso narrativo. Sí, desde ya me considero fan de Trevorrow, pero sobre todo del guionista, Derek Connolly, responsables de Jurassic World, a estrenarse en junio de este año.

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Que algo falla en todas y cada una de las películas que he mencionado, es verdad. Que algunas no consiguieron superar el reto propuesto por ellas mismas, también es cierto. Pero es indiscutible que los hallazgos que ofrecen son más grandes que sus tropiezos. Otro detalle indiscutible es que ninguna hace alarde de esos tropiezos ni se regodea en sus limitaciones para resultar buena a fuerza de ser mala, como si el cine de terror o ciencia ficción fuera una licencia para hacer las cosas con las patas. Muy al contrario, se trata de películas que utilizan esas limitaciones como parte activa de la narración y que, así sea con fines humorísticos o paródicos, lo hacen bien y muy en serio.

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jmRodolfo JM

(Ciudad de México, 1973)

Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Julio Torri en 2007-2008, el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2011, así como mención honorífica en el Premio Nacional de Literatura Policiaca en 2007. Ha publicado los libros de cuento Todo esto sucede bajo el agua (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2009), Negras intenciones (Jus, 2010), El abismo: asomos al terror hecho en México (Ediciones SM, 2012) y La vida amorosa de las cigarras (Conaculta, 2013).