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VERDAD Y RETO

Manuel Barroso

 

Ya es diciembre, ya va a acabar el año, ya es tiempo de que todos hagan su lista de deseos y los propósitos que quieren cumplir en el 2014.

Yo lo único que quiero (aparte de un yate, una vaca lechera y que Paul Pierce regrese a los Celtics) es tratar de picar a los monstruos que suelen aparecer en este baúl.

Y eso es lo que voy a hacer.

braindepainActualizaciones cartográficas

Durante la última década del siglo XX, la literatura mexicana vio cómo le crecieron pequeños monstruos en la piel. Criaturas que jugaban con la fantasía, el terror, la ciencia ficción. Invasores que crearon sus propias revistas, se hicieron un par de premios, recibieron espacios en Tierra Adentro e incluso se construyeron un club de Toby en el que juntaban para atacar la barra del lugar.

De eso se ha escrito mucho ya. Desde Expedición a la ciencia ficción mexicana de Ramón López Castro hasta los trabajos académicos de Samuel Manickam o Wikipedia.

Lo que no se menciona es la actualidad de estos tres subgéneros –cortapisas[1]– dentro de las letras mexicanas.

Las cosas han cambiado mucho. Ahora hay editoriales que se han convertido en nichos para esta literatura. Pienso en Tierra Adentro (Los días con Monna, Moho, Luna cinema, Todo esto sucede bajo el agua, Joni Munn y otras alteraciones del psicosoma, Invasión, etcétera), SM (Los viajeros, El abismo, Así se acaba el mundo, El fuego verde o Loba), Alfaguara (Gel azul, El diablo me obligó, la trilogía de Sho-shan y El beso de la liebre), Tusquets (La última partida y No tendrás rostro) o Almadía (Los niños de paja, Demonia, Hormigas rojas, Ciudad fantasma (1 y 2) y Tierras insólitas). Al mismo tiempo, la aparición de editorial Resistencia o de revistas como Penumbria han ampliado los espacios de publicación para quienes escriben este tipo de literatura. A eso debemos sumarle las traducciones de autores como Bernardo Fernández Bef, F. G. Haghenbeck o Cecilia Eudave al holandés, chino y coreano, entre otros idiomas.

Por último, hay que decir que ya hubo entre los autores mexicanos quien ganó el premio Ignotus de novela breve (Gel azul, de Bernardo Fernández, Bef) y el Gran Angular (Loba, de Verónica Murguía), que una antología (Three messages and a warning) fue nominada en los World Fantasy Awards y que, por primera vez, una novela mexicana de corte fantástico (La torre y el jardín) fue nominada para obtener el premio Rómulo Gallegos.

La literatura fantástica, de terror y de ciencia ficción no había visto en México un mejor momento que el que viven ahora.

Y eso no debe ser suficiente.

brian-despain02En busca de LA historia

Si uno lee los libros enlistados arriba, notará un común denominador en casi todos ellos: se la juegan por la historia. La apuesta es narrar un gran qué, lo cual no tiene absolutamente nada de malo. Después de todo, esto es narrativa y la base es lo que se narra.

Y grandes historias –grandes narradores– hay cantidad.

Ojos de lagarto (Bernardo Fernández Bef) es una novela de aventuras que el lector no quiere soltar por el ritmo y la prosa limpia. Los cuentos de Los niños de paja (Bernardo Esquinca) son historias que sólo pudieron salir de pesadillas sutiles y perturbadoras. W.M.D. (Bernardo Monroy) es desparpajada e invita a leerse con los (metálicos) brazos abiertos.

Sin embargo, la cumbre de la apuesta por la historia es Loba de Verónica Murguía. Desde la extensión hasta los epítetos heroicos de los personajes, todo está puesto para narrar una historia de grandes magnitudes, una épica.

Estos son algunos ejemplos de la búsqueda que, como ya dije, predomina entre los autores de literatura fantástica, terror y ciencia ficción (en toda la narrativa mexicana, a decir verdad). E insisto, está muy bien. Pero, la verdad, tengo algunos problemas con ello.

lrg-strangerEl (supuesto) ausente

Hace unos días hablaba con un amigo sobre los cuentos que se publican en Penumbria. “Todas son historias padres”, me dijo, “pero no hay ni un experimento narrativo”. No tuve más remedio que coincidir. Sigo sin tenerlo ahora. Y no sólo para esos cuentos, también para el trabajo de muchos autores en la literatura mexicana actual.

La pregunta es simple: ¿dónde hay un cuento escrito con una experimentación como la de Macedonio Fernández en “Cirugía psíquica de extirpación”?, ¿quién se ha aventado un juego narrativo como El vivo de Anna Starobinets?, ¿dónde está una apuesta del tamaño de la de Mark Danielewski en House of leaves?

La respuesta parece más simple aún: no la hay

La búsqueda de LA historia, al parecer, ha bloqueado una experimentación formal entre los narradores mexicanos, ha…

Ah, verdad. Les mentí. Si volviesen sus majestades, Loquios, El beso de la liebre o No tendrás rostro son libros donde la historia no es más importante que la experimentación lingüística (en Ignacio Padilla), estructural (en Manuel R. Montes) o narrativa (en Daniela Tarazona y en David Miklos). Son pruebas de que hay raros hasta entre los raros.

Y hay cinco, de entre todos, que llevan esa idea a otro nivel.

lrg-dreamHic Svnt Dracones

Para el afortunado que haya leído La ruta del hielo y la sal no hay ninguna duda: José Luis Zárate es de los mejores escritores mexicanos vivos. Y es que ese libro no sólo es la bitácora de una gran historia, también es un juego estilístico con la voz narrativa. Y si uno lee el resto de su obra, se da cuenta de que Zárate tiene una pluma polifónica. Su escritura tiene un estilo distinguible (párrafos cortos y construcción fragmentaria), pero la experimentación radica en lo camaleónico de su registro lingüístico. No es el mismo en Xanto. Novelucha libre que en El tamaño del crimen (puede sonar muy simple, pero si uno lee cinco novelas de Pedro Ángel Palou encontrará el mismo registro en todas).

El atasque es también una forma de experimentación (si se hace bien, claro). Y si hay dos autores que saben hacerlo bien son Édgar Omar Avilés y Gerardo Sifuentes. El primero ha demostrado que puede desbordar su imaginación y llenar de mundos, en apariencia irreconciliables, un solo texto para componer algo perfectamente armónico como Guiichi. El segundo mezcla todo lo que esté a su alcance –desde Ulises hasta delfines teniendo sexo, pasando por Dick, reallity shows y una sobredosis de LSD– para crear una obra intensa y memorable como Pilotos infernales o Planetaria. En este último el experimento no está sólo en el atasque, sino en los vacíos. Hay un exceso de espacios de indeterminación puestos a propósito, y están ahí para que el lector –con los cachitos de mundo que tiene a la mano– los complete dentro de su cabeza (Planetaria no es una colección de cuentos ni una novela: es un instructivo de cómo crear universos).

Alberto Chimal es la cabeza del gran momento de la literatura caracterizada por la imaginación fantástica. No sólo por su capacidad de crear historias, también por la experimentación con la tipografía y la voz narrativa. Hay pruebas de ello en Gente del mundo o El último explorador. Sin embargo, el tope de su juego está en La torre y el jardín, novela que, con experimentos sutiles y bien pensados (los juegos tipográficos, el riesgo corrido con el narrador, la mezcla de tradiciones), tiene todo para convertirse en un clásico de la literatura en español.

Pero el narrador más arriesgado de la literatura mexicana contemporánea –de toda– es Pepe Rojo. No sólo juega con la voz, la disposición visual, el narrador o el atasque imaginativo, también hay una apuesta teórica que va de Althuser a Lacan, una transgresión de géneros entre ensayo y cuento (como en I nte rrupciones) o un juego de cuestionamiento a la narrativa (pienso en Yonke).

Rojo es el tipo de escritor que, aparte de una gran historia, insiste en llevar el modo en que la narra a otro nivel.

Y es hacia allá, creo, a donde debe ir el camino.

La literatura fantástica, de terror y ciencia ficción viven su mejor momento por la calidad de los narradores que la practican. El siguiente paso, el que puede llevar este buen momento a un acontecimiento literario, vendrá con libros que tengan el mismo gran contenido que se ve actualmente, pero que experimenten con la forma narrativa.

Libros que aún deben escribirse.

Dejo el reto en la mesa, ya será decisión de los autores si lo asumen o no.


[1] Una cortapisa, según Jaques Roubaud en su libro Poesía etcétera,  es una limitante estructural elegida por un autor para crear un texto. Propongo entender todo subgénero –fantasía, realismo, terror, rosa, ciencia ficción, crítica social– como un conjunto de elementos que fungen como parte del laberinto que el escritor decide armarse para crear en él su obra literaria.

Ilustraciones de Brian Despain.

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IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.