FUNLAND
Richard Laymon
Adriana Carrión-Carlson
Funland es una novela de 1989 escrita por Richard Laymon. Ambientada en la localidad ficticia de Boleta Bay en California, se desarrolla en un espacio que pareciera ofrecer paz y seguridad atribuidas, por lo general, a sitios que están pensados para irse a divertir con los amigos o la familia. En este libro veremos que el lugar encierra una serie de prácticas que, a todas luces, chocan con el concepto que se tenía en los ochenta de la sociedad perfecta.
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Esta novela entretiene y cuestiona porque su autor, famoso por ser una de las voces rebeldes y turbadoras del siglo XX, se enfoca en construir una bestia disfrazada de casa de espejos y diversión que acecha y cuestiona la supuesta tranquilidad que esgrime el sueño americano. Laymon, con una escritura accesible —no por ello descuidada—, se va metiendo en nuestra propia visión de la sociedad y nos hace salir del privilegio para ver otras realidades sociales que han sido ocultadas bajo la piel bronceada y hermosa del mundo triunfante.
Funland es un parque de atracciones que ofrece experiencias inquietantes y que promete otro tipo de esparcimiento oscuro y violento. ¿Cómo nos vendría que existiera un territorio sin reglas donde esté permitido ajusticiar a otros? Es una idea muy preocupante, sólo hay que ver las películas que experimentan sobre la libertad de cobrarse las cuentas y/o ejercer una represión monumental durante 24 horas. Esta novela se podría considerar un posible antecedente de la exploración sobre la conducta de personas “normales” que se dan agencia y se justifican para someter a otros.
Sabía que no era Disneylandia, ni Knott’s Berry Farm, ni Magic Mountain. Había estado en los mejores parques de atracciones del país, y el parque Funland en Boleta Bay era más pequeño, sencillo y ordinario, pero era suyo.
Su nuevo territorio.
El parque Funland es un lugar venido a menos que en su tiempo fue llamativo y alegre. Detrás de la pintura de colores chillones y las luces que quedan se manifiesta un horror mucho peor y que también se compara con el miedo que despierta el espectáculo de fenómenos. La novela le otorga a Boleta Bay un magnetismo y misterio que hacen más evidente el contrapeso que tiene este lugar ante un pasado extinto y un presente lleno de personas que no encajan con el colectivo que rige.
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Laymon construyó su territorio ficcional de cara a una sociedad conocida y venerada por todos. No se trató de un invento de la imaginación, sino el resultado de la investigación de una serie de sucesos reales que tuvieron lugar en los ochenta, cuando algunos adolescentes de Santa Cruz, California, perseguían a personas sin hogar. Asimismo, Laymon trabajó su trama para habilitar al menos uno o dos buenos personajes en cada lado del conflicto, así como un número considerable de miembros trastornados repartidos entre los bandos —muy semejante a como pasa en la vida real.
De esta manera, Laymon nos enfrenta a su adaptación del parque de diversiones. Entre sus edificios y juegos van corriendo los integrantes de un grupo marginal y lascivo de gente viviendo en la calle, quienes aprovechan para echar un piropo a cualquiera que se encuentren en el camino. La gente que reside en la zona les echa la culpa de la serie de desapariciones inexplicables que ensombrecen la calma y alegría del verano. Asimismo, Boleta Bay tiene quien la cuide de los “indeseables”: una violenta pandilla de adolescentes (vecinos del parque) que ha decidido contraatacar, pero que luego se van a dar cuenta de la verdadera amenaza que habita en las esquinas oscuras del parque abandonado.
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Por supuesto, todos estos personajes le dan al autor la oportunidad para mostrar la sangre y la brutalidad que se han convertido en su espeluznante tarjeta de presentación: la población de vagabundos aterrorizada por adolescentes que libran una guerra contra todos aquellos que se oponen a sus prácticas. Laymon encuentra formas ingeniosas para hacer que el lector se estremezca con las escenas de tortura gráfica y humillación que tienen lugar a lo largo de la historia.
Funland fue finalista del Premio Bram Stoker de novela en 1990. La influencia del autor en el género del terror es indudable, pero no se escucha mucho sobre él. No obstante, su presencia se siente entre los lectores que continúan leyéndolo hasta nuestros días. Laymon ha mostrado el universo complejo que opera fuera del mundo ideal, es un escritor que ha entendido cómo mantenerse relajado y honesto al exponer sus premisas. En sus libros se nota el compromiso que tiene por superar sus propios límites y explorar los oscuros recovecos de la mente humana —les recomiendo La estaca, novela interesante porque trabaja la monstruosidad social y nos ofrece una reinterpretación sobre el vampirismo.
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Al igual que el picante o una carne muy condimentada, los libros que ha escrito R. Laymon no son del agrado de todos, lleva tiempo entender lo complejo e incómodo que puede llegar a ser y para algunos su obra resulta demasiado gráfica y discordante. En mi experiencia, su prosa, además de ser cruda, también es capaz de abordar temas profundos. Laymon no se arrepiente de nada de lo que ha escrito, ni del tipo de autor que ha sido. Es muy probable que su eficacia en los recursos y la ausencia de pretensiones sobresalgan mucho dentro de su generación. Vamos a encontrarnos con un novelista que ha sabido trabajar el cinismo y las situaciones incómodas de manera juguetona y oscura.
En Funland se combinan varios elementos del terror cotidiano, lo visceral, lo bizarro y el humor negro sin llegar a convertirse en una historia de terror comercial, pero tampoco logra la categoría memorable que tiene un clásico —algo que no le quitó nunca la tranquilidad a Laymon. Por el contrario, el escritor se concentraba más en que su ficción nos acercara sin escalas a la oscuridad. Es clara la forma en que va incrementando en sus lectores el deseo de saber más y la sensación de encontrarse enfrascados dentro de su propio placer culposo.
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Boleta Bay es el escenario ideal para lo terrible, nos deja en claro que el lugar es igualmente importante al peso que tiene el elemento gore y la sensualidad en las historias contadas por Laymon. Es una historia que muestra los destripados y ahorcados hasta llegar a lo sensual, cruel y delirante. La novela es efectiva porque logra contrastar lo hermoso y, en apariencia, normal con aquello que yace abandonado y sobrevive en mal estado —hablamos tanto de personas como lealtades y espacios habitados. Es precisamente lo que se halla debajo de la superficie lo que este libro pondrá bajo la lupa. Todo aquello que no vemos venir y que nos asaltará por la espalda.
Funland tiene varias subtramas que toman forma en un momento dado en la novela. Por lo general, cuando se trata de tantos personajes y complejidades, se pudieran encontrar defectos en al menos uno o dos. No es el caso en Funland, pero no está exenta de ciertos excesos (como es habitual con Laymon), pero lo que sí hace muy bien es crear personajes atractivos. Laymon nos mete en la cabeza de cada uno de manera sutil. No hay torpeza, ni fastidio. Eso es lo que constituye la columna vertebral de Funland: en ningún momento nos deja de contar sobre las personas y lo que les está pasando. Desarrolla motivaciones fuertes y hasta los personajes secundarios agregan cierto valor. Cuando todas estas tramas finalmente se unen, Laymon logra un resultado alucinante.
Puedes sobrevivir por un tiempo. Y luego, simplemente te das cuenta que el miedo es implacable y te paraliza. Sabes que estás a punto de morir. Y lo único que puedes hacer es aguantar y esperar hasta que llegue la hora de caer.
Aunque la visión sobre la humanidad que ofrece este libro sigue siendo obscena y lúgubre, Laymon comunica con efectividad el tema que sacudió a una comunidad tranquila que se transformó en el epicentro de un horror social en contra de un grupo vulnerable de la sociedad. En el caso de Funland, el autor tomó parte de los sucesos reales acaecidos para construir su historia. En la trama y sus protagonistas se resalta, mediante el gore y el Splatterpunk, la violencia existente en el plano real y sobre la que el autor basó su ficción. Su manejo de los artilugios del terror colocó a Laymon en línea con el tópico y la capacidad para contar este tipo de historias, agregando aspectos sobrenaturales, y lo hizo bastante bien.
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Existe oficio literario en Funland por parte de Laymon, y es importante no olvidar que, en varias ocasiones, la violencia entre las personas se manifiesta antes de que se explore en obras literarias. Creo que en ciertos trabajos podemos hablar de un espíritu conciliador y de comunicación abierta, en tanto que la literatura de terror se la juega tratando de capturar otras realidades que están llenas de verdades crudas. La literatura alcanza a representarlas en el lenguaje escrito para que no nos quedemos con una sola versión de nosotros mismos, sino que accedamos a otras manifestaciones del comportamiento humano para conocer y, en el mejor de los casos, no repetir.
Hay mucho que analizar sobre los planteamientos que hace Funland, pero terminaré diciendo que es una historia sobre la sociedad contemporánea contada a partir de su raíz oscura y utilizando los recursos de la mancuerna del terror y el horror. La historia está impregnada de la naturaleza perturbadora de ciertas conductas homofóbicas, pero sin dejar de lado el roce de los cuerpos y el humor característico de este colosal e irreverente escritor.
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Adriana Carrión-Carlson
Narradora de historias. Lectora serial. Detective literario.
Profesional de la edición y corrección de estilo en inglés. Egresada de Letras inglesas, Relaciones internacionales y de Estudios sobre México-EUA.
Protectora del corazón de los perros y del polvo de los fantasmas.
Facebook: Adriana Carrion
X: @AdrianaCarrin2
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