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La raíz de todos los horrores

El monstruo como espejo cultural

Aglaia Berlutti

 

Según el psiquiatra Sigmund Freud, conservaremos los terrores que nos atormentan en la infancia durante toda nuestra vida. Quizá por ese motivo, aún la oscuridad provoca en la mayoría de nosotros un sobresalto inexplicable, o el mero pensamiento de un monstruo oculto bajo la cama nos produce escalofríos. Hay temores que sobreviven a la razón, al pragmatismo y, sobre todo, nuestra conciencia sobre su imposibilidad. Y son justos esos, los que brindan forma y sustancia al miedo primitivo —al que no conoce argumentos o explicaciones—, los más poderosos. Los que provocan que las criaturas imposibles de nuestra imaginación sean aún capaces de despertar sobresaltos y terrores. Una especie de reflejo sobre nuestra vulnerabilidad esencial. Ese niño interno que pocas veces reconocemos como parte de nuestra mente.

Es justo en ese miedo originario en el que se basa la mayoría de las obras del escritor Stephen King, quien más de una vez ha confesado que analiza el terror desde una mirada casi ingenua. El escritor, que suele insistir en que su imaginación es un lugar temible y la mayoría de las veces tenebrosa, construyó todo un universo creativo a partir de la idea del temor originario. Del miedo que es el miedo a pesar de la edad, el país de origen e incluso las creencias. Hay una percepción universal en esa visión sobre el terror que King construye a partir de sus pesadillas personales. Un vínculo que sostiene no sólo el poder de sus historias, sino también esa capacidad de su obra para asumir el terror como algo natural, salvaje y fuera de toda explicación. Las criaturas de King no sólo habitan el reino de lo inexplicable: medran en medio de regiones oscuras de nuestra capacidad para creer. Las oscuras fantasías de King se entrelazan entre sí para asumir un cierto peso real. Una percepción sobre lo que nos asusta y nos provoca temor más cercano de lo que podemos suponer. Y, quizás, allí radica su éxito.

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King, por supuesto, sabe cómo elaborar escenarios creíbles donde el miedo —el infantil, totémico, abrumador— se manifiesta a través de símbolos muy cercanos al miedo absoluto. Lo hace, además, esforzándose en que los escenarios en que el horror habita sean plácidas visiones sobre lo rural y lo cotidiano. Con toda seguridad por ese motivo, el mítico pueblo de Derry de King entra en la tradición de ciudades ficticias que escritores de género han creado para dar vida a sus horrores más profundos. De la misma forma que Arkham de Lovecraft —cuya Universidad de Miskatonic esgrime el misterioso lema Ex ignorantia ad sapientiam; ex luce ad tenebras (de la ignorancia a la sabiduría; de la luz a las tinieblas)—, Derry parece ser la materialización de esa descolorida visión de lo cotidiano que hace más poderoso el horror y, sobre todo, más visible su capacidad para destrozar lo que consideramos parte de la realidad. Una frontera específica entre la cordura y el vacío espeluznante que se abre más allá. Una pesadilla que como todas las pesadillas, comienza a manifestarse a través de símbolos reconocibles que crean un rostro familiar en el horror que se desencadenará después. Así como Arkham se mimetiza y deconstruye a través de las ideas elementales del miedo y lo sobrenatural, Derry, con todo su aire melancólico y levemente tétrico, crea un reflejo sobre el miedo que parece desbordar esa visión idílica que esconde algo más retorcido y escalofriante. En Derry —ese pueblo en apariencia anodino, en mitad de ninguna parte, una fachada frágil de una mirada contemplativa de la realidad— se interconectan lugares y percepciones sobre lo que el terror puede ser y, sobre todo, cómo puede manifestarse. Una línea que separa de manera evidente la consciencia ordinaria —con su carga de pequeños terrores ocultos bajo la calma sugerida— hacia algo más peligroso. King vuelve a Derry para recordar (quizás así mismo) que todo terror tiene un origen real. Un rostro reconocible y, más allá de eso, una interpretación personal que lo hace único y, quizá por ese motivo, más poderoso.

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El monstruo en Derry: Una mirada inquietante sobre lo que somos

El libro It es quizás una de las obras de Stephen King que retrata con más claridad el mal originario que para el escritor sustenta el miedo en todas sus formas. Y es Pennywise, esa criatura en apariencia sin forma —o que se transforma a medida que el mal avanza y se transforma en una identidad concreta—, la manifestación más clara de esa idea del miedo como reflejo de nuestra propia oscuridad. Una percepción sobre lo que nos produce terror que tiene una relación directa no sólo con la manera como asumimos lo que nos asusta —y sus relaciones e influencias con el mundo que nos rodea—, sino algo más inquietante y cercano. El mal y el miedo como partes de un mecanismo eficiente para recrear lo peor de lo que somos.

No se trata de una idea sencilla, y King la maneja a través de una serie de visiones sobre lo maligno que van desde lo mitológico a algo más profundo y violento, más relacionado con nuestra visión inconsciente del peligro —o lo que nos amenaza— que el temor como parte de un pensamiento consciente. Por eso, Pennywise encarna el miedo en Derry —como frontera del bien y el mal, la cordura y la locura— y lo hace a través de un reflejo de lo que asusta a nuestra época, desolada por la sinrazón y el cinismo. Pennywise mata niños y, también, los hace desaparecer; quizá la pesadilla contemporánea de una sociedad obsesionada por su capacidad para proteger a sus miembros de los males reales que le acechan. Pennywise, sin embargo, va más allá de eso: aparece como una encarnación de lo maligno, que raya en cierto aspecto ridículo, en comprensión de la sencillez del miedo como el origen de esa presencia omnipotente real que se contrapone al bien y que puede ser cualquier cosa. En Derry, Pennywise devora la conciencia. Ataca y mata no sólo desde la raíz de la maldad sugerida, sino una bastante real. Porque Pennywise es real, a pesar de su simbolismo, y es esa ambivalencia lo que hace del personaje una percepción del horror por completo nueva. La criatura, con la forma de un payaso de feria y la dialéctica de una criatura milenaria, mata y lo hace de una manera despiadada. Mutila, destroza, tortura. Pennywise, como rostro del horror, también es un asesino despiadado. Habita en las cloacas, en los lugares oscuros, aparece en mitad de situaciones inexplicables; pero en medio de esa etérea concepción sobre lo siniestro, hay una reflexión sobre el mal inmediato que desconcierta por su poder. King no sólo refleja al mal puro que suele invocar en sus narraciones, sino que también lo hace a través del mal moderno. Imposible no pensar en el asesino en serie John Wayne Gacy al leer la descripción de este payaso de cara blanca y ojos color carmesí, capaz de mutilar con salvaje ferocidad a sus víctimas. Imposible no asumir el conteo de las cientos de desapariciones que Derry cuenta en su historia, al siempre creciente historial de niños y adultos que engrosan las estadísticas de ausentes en EE. UU. y quizás el resto del mundo. Una pérdida de identidad progresiva que analiza la concepción que tenemos sobre la seguridad que brinda el mundo moderno. No todo es tan brillante y evidente en nuestra época de avances tecnológicos y en la cual la seguridad personal parece estar asegurada como un derecho esencial. El asesinato, la crueldad, el dolor inevitable aún parecen formar parte del mundo a la periferia, de esa percepción sobre la realidad casi invisible en medio del brillante mundo moderno.

Pennywise medra en las sombras. Lo hace desde las alcantarillas, en la oscuridad de los drenajes, de la misma forma en que lo hace en la parte más oscura de nuestra mente, en esa percepción del yo salvaje que Stephen King reconoce como inevitable y que plasma de manera tan fidedigna en su personaje. Una conexión directa con el mundo de lo siniestro. Con Pennywise —que se reconoce a sí mismo como el horror último y no duda en disfrutar de esa maldad sin matices—, King alcanza un nuevo paradigma del mal que se manifiesta en un esplendor casi cósmico por su poder para evocar las raíces de la imaginación convertida en horror.

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Ya Freud había meditado al respecto en uno de sus artículos, «Lo siniestro» (1919), al plantearse el terror como una vivencia cotidiana donde lo extraño se nos presenta como conocido, y lo que asumimos real se torna incomprensible. Esa percepción de lo cotidiano que regresa a nosotros y nos asombra y se convierte en terrorífico. Y Pennywise, con su toda carga simbólica, su imagen de payaso travieso, es sin duda una metáfora poderosa sobre esa percepción del miedo como parte esencial de la realidad. Además, King da un paso más allá y crea a través de Pennywise una comprensión de la abstracción de todos los temores: es el responsable de todo tipo de muertes, ataques, sobresaltos. Pennywise aparece en el pasado y también en el presente de Derry, se asume como parte de la historia del pueblo y, desde cierta perspectiva, como la memoria de su existencia. Pennywise se percibe a sí mismo a través del terror que provoca, y es esa noción doble —el reflejo en un misterioso juego de espejos— lo que hace el concepto sobre su existencia y su capacidad para el dolor y el miedo más poderosa que ninguna otra.

Pennywise representa esa mezcla de lo familiar con lo espantoso, el anuncio del mal entre lo cotidiano. Y esa percepción del mal —o de lo que tenemos— en medio de lo que consideramos normal, un pensamiento infantil que perdura incluso hasta la adultez. ¿Es por esa razón que la maldad originaria de Pennywise parece ser más comprensible que cualquier otra? ¿Que su imagen inquietante reside no tanto en la combinación de elementos que lo hacen terrorífico sino en esa apariencia casi corriente, mezcla de estereotipo y algo mucho más ambiguo? Después de todo, Pennywise resulta escalofriante justamente por lo que no es: de pie en la calle solitaria o medrando desde las esquinas lodosas de las cloacas, su figura brillante lo hace inquietante por el mero hecho de resultar inexplicable.

"Pennywise", por John Aslarona

«Pennywise», por John Aslarona

King suele decir que los adultos no entienden el infierno que puede resultar la imaginación infantil. Y quizá sea esa frase la que mejor explique a Pennywise, de pie con un ramillete de globos color carmesí anudados en el puño. Hay algo tenebroso en el mero anuncio de la maldad detrás de una imagen que parece no encajar en medio de la realidad que lo rodea. Como si el simple hecho de asumir su no existencia —la imposibilidad absoluta— fuera el origen real del temor que anuncia.

El miedo con un rostro conocido: Cuando el monstruo sonríe

Stephen King describe a Pennywise como una mezcla de Bozo el payaso y Ronald McDonald con algo más inquietante. En general, el personaje, que se encuentra a medio camino entre una proyección fallida de un personaje infantil mezclado con algo más terrorífico, es una evidente reflexión sobre la naturaleza primigenia del horror y sus implicaciones más esenciales. Pennywise no sólo asusta, sino que, además, representa el miedo.

Pero incluso en It hay mucho más que ese análisis originario sobre lo que el miedo es. En su necesidad de construir una nueva expresión sobre lo que lo que nos asusta, King se atreve a ir más allá. A buscar razones y motivaciones con una obsesiva meticulosidad que convierten a It en una novela que abarca temas universales, a pesar de su apariencia de argumento de terror puro. Con una habilidad prodigiosa, King se desliza entre cientos de tópicos, entre planteamientos y pequeños mitos que desmenuza para asumir un nuevo rostro. Y lo hace de una manera filosófica que sorprendió a críticos y lectores. Porque debajo de la apariencia de baratillo, de los gritos y la sangre derramada, King cuestiona nuestras motivaciones, nuestras ideas sobre lo que consideramos esencial y lo que no lo es. Porque It no sólo es una narración que se prodiga en mirar al miedo como un reflejo de lo que somos, sino que lo convierte en una paradoja casi confusa. El miedo nace porque lo creamos, y creamos al miedo porque es parte de nuestra naturaleza. Más allá, ¿qué es el miedo? ¿Qué nos aterra? ¿Por qué lo hace? ¿Cuál es el origen de nuestras pesadillas personales? ¿De dónde provienen? Una y otra vez, King cuestiona, en medio de escenas asfixiantes —quizá las más elaboradas de toda su carrera literaria— lo que es la raíz de todos los temores, la idea que une y se entremezcla, lo que el ser humano percibe como aterrador y amenazante. Lo hace, además, con una notoria capacidad para asombrar y desconcertar. Porque a pesar de todas las consideraciones y sutilezas, It sin duda es una novela de terror. Y una extraordinaria muestra de escenarios y planteamientos superpuestos, concebidos para producir —sin cortapisas ni medias tintas— miedo real.

Por ese motivo, la versión de Tim Curry en la miniserie televisiva It, dirigida por Tommy Lee Wallace, resultó fallida: Pennywise resultó mucho más melodramático que absurdo. Más blando que superficial. Además que el histrionismo del magnífico Curry le dotó de una crueldad que por momento resultaba irritante más que terrorífica. Más allá de eso, el personaje ideado por Lee Wallace carecía de verdadero trasfondo, quizá lo más asombroso en Pennywise: que no es un villano al uso, sino una precisa pieza en un universo mucho más complejo.

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Pennywise además es un personaje complejo que, a pesar del hecho de simbolizar y encarnar el mal como una idea originaria, es lo suficientemente ambiguo para sostener una percepción propia sobre el mal. Pennywise no es humano ni tampoco intenta serlo. A pesar de su violencia, no asume la agresión como una expresión concreta, sino como una elaborada visión sobre la amenaza y el dolor como una expresión conjuntiva del horror. Disfruta el aspecto de Pennywise por el hecho de parecerle una forma de miedo refinada, basada en una idea conceptual que engloba la máscara que cubre su verdadero rostro. Lo más curioso es que Pennywise tiene un extraño y escalofriante sentido de sí mismo y del humor. Una inteligencia inquietante que se hace más amplia y extravagante a medida que pasa el tiempo. Se trata de un monstruo que evoluciona, aprende, se hace más terrorífico a medida que la maldad se convierte en algo más. Se trata de un proceso que lleva siglos y que moldea el aspecto del personaje. Y que oculta a la real bestia detrás del rostro del payaso.

El chiste cruel del miedo

Pennywise no tiene una forma fija, pero suele aparecer en forma de payaso. No obstante, la antiquísima criatura que habita dentro del disfraz no disimula demasiado su aspecto monstruoso, y esa noción sobre el mal aparente es una de las características más terroríficas de Pennywise. Para King, la idea de un ser primigenio que adopta de manera voluntaria el aspecto de una metáfora de la maldad tiene cientos de implicaciones. Y las explota todas en las cientos de líneas argumentales que se cruzan en la historia de It y que provienen del multiverso que el escritor amplió durante las últimas décadas. En realidad, Pennywise parece ser una visión sobre el horror que supera la mera comprensión humana, la capacidad del hombre para asumir lo que le aterra, lo que lo hace aún más complejo y peligroso.

Portada alterna de It, por Richard Delgado.

Portada alterna de It, por Richard Delgado.

Según la mitología creada por King para la criatura, Pennywise es en realidad un monstruo antiguo creado antes de la formación del universo mismo, al estilo de los primigenios cósmicos descritos por Lovecraft. No tiene verdadera forma y es bastante probable —o eso se deduce al avanzar en la lectura— que no tenga una verdadera forma física. Esa noción del monstruo interestelar e inhumano hace aún más intrigante su particular psicología. ¿Es Pennywise una expresión del mal como la criatura lo concibe o un reflejo de lo que mira a través de los ojos de quienes lo rodean? ¿Es el mal y el miedo que encarna Pennywise algo más que una insinuación del hecho que lo que tenemos es parte de nuestro mundo interior? ¿Es el terror que muestra Pennywise una visión de nuestra comprensión de nuestros límites y también la forma como los elaboramos y asimilamos?

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Nadie podría decirlo, y Stephen King no responde a ninguna de esas preguntas. Pennywise continúa mostrándose como una imagen mutable del horror que se asume inevitable y, sobre todo, de esa raíz común que muestra el miedo como parte de nuestra cultura. Ya sea dormido en las entrañas de la tierra, como una criatura espantosa que se alza en un interminable ciclo, o protagonista de una ola de violencia, Pennywise parece evitar una definición sencilla. Y, quizás, esa es su mayor fortaleza.

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Imagen de cabecera: «Pennywise», por Lee-Howard-Art.

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Vampiro23Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

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