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LA CARNE

No Hilda

No te levantes hasta que no termines la comida.

 

En cuestión de placer, tendemos a buscar la forma de saciar esta necesidad por medio (o con ayuda) de otro cuerpo; aunque no es raro que cuando ese otro no está disponible, utilicemos el propio para el mismo fin.

Virgilio Piñera, destaca por su poesía cruda y poco adornada, casi salvaje; si este cuento fuera una de sus obras líricas, los jugosos versos del cuerpo de su poema serían mutilados con cada relectura hasta desaparecerlos sin haber saciado el goce. En “La carne” nos muestra cómo mezclar la diferente iluminación del hambre y la interminable penuria.

Virgilio Piñera

Virgilio Piñera

No es necesario el realismo para dar vida a los trazos que se presentan detrás de las letras, pero entre más gordo el pincel más lejos estará la gula. Predominan los tonos turquesa en el lado izquierdo, cuando amanece y los gestos de la gente, tras una honda preocupación, se muestran desesperanzados; un día más sin carne. Verduras y frutas de toda clase abundan en las calles del débil pueblo. Aun así, el colmillo no se hunde igual en un filete que en una lechuga. La desesperación avanza al tiempo del sol y un héroe aparece en el lienzo. Un hombre, con los pantalones en los tobillos y un cuchillo en la mano derecha, corta un pedazo de sí y lo cocina para acompañar a los solitarios vegetales.

A medida recorremos el cuadro, se escurren los tonos ocres. Nuestro héroe, ya en la plaza, protagoniza la cátedra de carnicería, y nuevamente con los pantalones en los tobillos, se corta en esta imagen un trozo más. A su lado, la caldera hierve de ansias para la cocción. Se puede ver la felicidad escondida en el rostro de los espectadores que salivan de asombro, aprendices voraces, todos ávidos a nutrirse no sólo de conocimiento en cortes finos. Al centro del cuadro, hermosas damas con el torso desnudo, de ropas y de senos, nos muestran sus rollizos perfiles de dicha y saciedad. Otras más, en los quehaceres domésticos, ya sin poder hablar, porque no hay lenguas tan malas que no se puedan degustar, se limitan a sonreír como si supieran de las miradas o tal vez porque su sabor es exquisito.

Por el final de esta delicia, en el lado derecho, más oscuro que el resto, las calderas están llenas y los cuerpos, cada vez más difíciles de ver, resultan paradójicamente escuálidos, casi sin sombra. Esas caras que expresaban la alegría de la saciedad ahora sólo son capaces de provocar horror, esos músculos de las sonrisas calmaron la gula de ayer en una exquisita milanesa. El bailarín del pueblo, el artista aclamado, deja para el final sus exquisitos dedos, y los que están con él, aunque quisieran arrepentirse, no dejan de babear. No es para asustarse si cada vez se ven menos personas en la escena, será porque el pintor los ha pensado dentro de sus casas, degustándose cómodamente.

La sangre seca y fresca que cubre los adoquines de las calles fácilmente podría representar una masacre, pero aquí, en este cuadro, está la prueba más clara de que existe la felicidad: un pueblo feliz que nunca más podrá sentir hambre.

"Meat Party", por Francesca Berrini

«Meat Party», por Francesca Berrini

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Imagen de cabecera: Blake Neubert

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yolentesNo Hilda

Psicóloga para ganarse la vida, escritora y lectora para vivirla.https://wordpress.com/stats/insights/lyrictoblood.wordpress.com

 https://medium.com/@nohilda