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LA LITERATURA LIBRE Y SUS PRECURSORES

II

Emiliano González

Primera parte

 

Varios libros valiosos dan origen a la literatura beat.

Los libros de “hai-kais” del mexicano José Juan Tablada, “bodhisattva” en Nueva York, son precursores. El “bodhisattva” es alguien que sólo tiene que pasar por una encarnación más para llegar al Nirvana (emblema de beatitud). La esencia se vuelve inteligencia.

La ciudad de los sueños (1925) del autor español Arturo Capdevila es una continuación original de los Cuentos de un soñador de Lord Dunsany, continuación que nos lleva a una identidad clara. Uno de los libros de Capdevila se titula Dharma. Esto influye sobre Libro de sueños y Los vagabundos del Dharma de Jack Kerouac.

Henry Miller, explícito en materia sexual y refinador del sexo, introduce ideas en un mundo sensual y cierta sátira.

La expansión de la conciencia y el sensorialismo decadente y simbolista influyen sobre el modernismo y la literatura beat.

El narrador Thomas Wolfe transforma la tosca materia prima de la realidad en oro crítico y literario. A pesar de ser ultra-moderno, Wolfe no olvida a los autores del pasado. Sus descripciones de la naturaleza resultan poéticas, comparables con las de Mary Webb.

Todos estos autores dan ejemplos de libertad, que llevan a personales libertades.

Un viejo rechaza la civilización separada de la cultura y busca la libertad en los caminos, en la novela El tesoro del cielo de Marie Corelli, publicada en 1906. Otra novela de Corelli, Ziska, influye mucho sobre Justine, de Lawrence Durrell, novela relacionada un poco con Henry Miller.

En Esquina, libro de poemas de Germán List Arzubide, podemos ver los comienzos del arte “pop”: “Mutt y Jeff no sabían que ella / se extravió en mis brazos”.

Los personajes de la historieta aparecen en el poema, así como los diarios aparecen en los cuadros cubistas. Por otro lado, podemos ver los comienzos de la literatura beat: “La América se vuelve sensitiva / el Jazz band lo tocan ahora / borrachos de gasolina”.

Inmediatamente después de estos versos viene una premonición de cierta famosa escena de Marilyn Monroe: “El viento es presuntuoso / Se cree un tenorio / porque alguna vez levanta las faldas / Pero nunca ha venido al cine”.

Esquina aparece en 1923.

Maples Arce alude a un pentagrama eléctrico y Salvador Gallardo titula uno de sus libros El pentagrama eléctrico. Mi tío abuelo Carlos de la Torre se adelanta a estos dos autores en un poema sobre los hilos del telégrafo.

El efecto eléctrico y sexual de la música acústica, descrito por Péladan en la novela Ishtar, llevan a los estridentes a su invención, en que figuran con raras sinestesias: “En la polifonía colorista / hay una interferencia de sonidos”.

Escribe Gallardo en “Carrousell”, y a estos versos sigue un poema, “Cabaret”, que se inicia así: “El jazz extiende su lecho clandestino / y teje una maraña de deseos”.

En “Carrousell” las pupilas orgiastas eyaculan miradas.

El piano eléctrico es mencionado por List Arzubide en un libro.

Arqueles Vela nos habla de las ciudades nuevas que florecerán en la ruta oceánica “bajo el pavor de los arcos voltaicos”. Este último fragmento proviene del modernista cubano Hernández Catá, que en su cuento “Otro caso de vampirismo”, escribe: “algunos arcos voltaicos fingen lunas trémulas”. El cuento de Catá influye sobre tres cuentos de Aleister Crowley: “El testamento de Magdalen Blair”, “Su pecado secreto” y “El leñador”. El cuento de Catá es de 1907.

En un libro de Jean Moréas y Paul Adam podemos ver un fragmento similar al de Catá: “A la intensa luna de los resplandores eléctricos”. El libro es Demoiselle Goubert, publicado en 1886. Sin embargo, en el cuento de Catá la luz eléctrica se une con el horror. El drama en doce actos “La Venus trunca”, del estridentista Salvador Gallardo, se inspira en una anécdota narrada por Catá en su cuento: “El bello crimen perpetrado por un artista loco, quien, creyendo hallar gran semejanza entre la Venus de Milo y su amante, cercenó a ésta con un hacha los brazos, para dar al parecido exactitud”.

En El movimiento estridentista (1926) List Arzubide escribe:

“En honor de Huitzilopoxtli, José Juan Tablada dio una velada estridentista en el salón de actos del Museo Nacional… Aquella noche, fuera de todos los almanaques, abrió chirriando las puertas del espanto metropolitano “Una mujer hecha pedazos” asustó a los soneteros que no se triangulizan y no quieren saber de mujeres, y el grito de los loros académicos….”

Anne Brigman, fotógrafa, es autora de un libro de poemas: Canciones de una pagana, publicado en 1949. La interiorización del paisaje natural se ve acompañada de un renacimiento de las antiguas deidades: Pan y Afrodita vuelven, así como las ninfas y las hamadríadas. En las fotografías de Brigman (incluidas en el libro) podemos ver al cuerpo femenino unido a los cuerpos de diversos árboles. La civilización desconectada de la cultura se rechaza, pero también el ascetismo sin sexo. De ahí que Brigman elogie, con fotos y poemas, un nudismo sensual.

Con la serie de fotos, la autora nos hace pensar en cine o danza, y el cuerpo humano encarna al espíritu vegetal.

El poeta de vanguardia Selwin S. Schwartz elabora un poema, “New York a la Disney”, que termina con la medianoche girando en un mar de Coca-Cola. La mezcla de la caricatura con el producto de consumo nos hablan de un precursor del arte “pop” y de la literatura “beat”. Schwartz publica su poema en una compilación titulada Poeta en azul menor, de 1942. El poema sobre Nueva York es un equivalente literario del collage “pop”, cuyos primeros ejemplos son de un artista de origen italiano que trabajó en Inglaterra: Eduardo Paolozzi.

Este artista se inspira en los ready-mades de Duchamp, “Rueda de bicicleta” (1913) y “Fuente” (1917). El objeto ya realizado se vuelve motivo de reflexión al ser exhibido en un museo. La unión del ready-made y del collage da origen a las primeras obras “pop”, en literatura y artes plásticas. La coca-cola como motivo literario se inicia con la novela decadentista Monsieur de Phocas, de Jean Lorrain, en que la mezcla de cola y de coca aparece como una droga.

Kerouac describe tipos beats claramente reconocibles en 1947 en su raro texto “La muchacha mexicana”. Desde 1941, Kerouac se interesa por el realismo subjetivo y el humanismo.

El libro de Schwartz es importante por contener otros poemas precursores de lo “beat”: “Hora de cocktail” y “Turista”.

Una anticipación de la poesía de Schwartz es la del mexicano Baltasar Dromundo, que en 13 romances (libro de 1937, impreso en tinta verde) nos habla de “la mujer que está hecha de recortes de todas las mujeres”. Dromundo le dedica un romance a Juana Duval, Venus Negra de Baudelaire. La sinestesia y la magia del verde son usadas también por Schwartz. En el poema “pre-surrealista”, Schwartz recuerda a la “locuela de los ojos verdes” del poema de Baudelaire, “La sopa y las nubes”, pero la transforma en algo menos deprimente.

El jazz figura en los poemas del estridentismo mexicano, que obedecen a un impulso iniciado por Tablada, que desde la época de la Revista Azul se interesa por la música negra. Tablada menciona el jazz en dos poemas: “El viejo vestido de azul” (1922) y “Cabaret” (del mismo año). En el primer poema, Tablada dice: “Jazz-band / de Nueva York / en la noche y el mar.”

En el segundo poema, Tablada añade: “El ‘jazz band’ colgó del techo / un friso de máscaras africanas / unas de marfil, otras de ébano.”

Otras vanguardias –entre ellas la de Schwartz– introducen jazz, lo cual nos lleva finalmente a la literatura beat. En el poema “Turista”, Schwartz nos habla de México y de la sensación de desnudez en el tiempo. Un poema de Aleister Crowley, “En Big Trees, Santa Cruz”, es pre-beat: «la noche cae y la arboleda gigante se alza, gótica y priápica, mientras el poeta llora y cree que Dios va a oírlo… aunque su llanto provenga del infierno». Después del poema Crowley incluye una alusión a “la multitud cinematográfica de locos de cocaína y lunáticos sexuales”, lo cual es un fragmento beat. En las Confesiones –que incluyen tal poema y tal fragmento– pueden verse, aquí y allá, premoniciones, anticipaciones.

Recordemos que cuando Duchamp exhibe “Fuente” (un orinal) inventa a un artista, R. Mutt, para firmarla. El artista –o narrador– imaginario, que es común en literatura desde el romanticismo, no es del todo claro en los escritos beats, aunque a veces existe, como especifica el mismo Kerouac en uno de los pocos ensayos sobre el tema.

A partir de Fausto de Goethe podemos ver obras previas, que ya son románticas por intuición, y así ´podemos hablar de fragmentos beats en libros anteriores a la literatura “beat”.

El “R. Mutt” de Duchamp es imaginario, pero se basa en un personaje real, en un ingeniero sanitario.

Los personajes de Kerouac se basan en gentes conocidas por él en la realidad. La crítica Ann Charters, en una antología reciente de Kerouac, observa que el autor imagina nombres para evitar problemas legales. Pero la razón de Kerouac es más profunda: quiere distinguir claramente literatura de periodismo. Los vagabundos del Dharma (1958) es una novela autobiográfica, pero la obra y la vida de José Juan Tablada influyen un poco. El “hai-kai” es un “haikú” que se sale del molde ya conocido o clásico: Tablada atrapa instantes de la vida, que forman pequeños dramas poéticos. No son de diecisiete sílabas, pero el poeta logra la misma síntesis del “haiku” japonés. Si bien las identidades reales de los personajes literarios de Kerouac pueden ofrecer cierto interés a los psicólogos, para el público en general resultan bastante inútiles. La idea del autor es ofrecer una transformación imaginativa de la realidad. Por otro lado, si alguien se reconoce en un personaje, no puede poner distancia entre ficción y realidad, ni reflexionar acerca de la situación en que el personaje aparece.

José Juan Tablada

El “dharma” –como el yoga– nos hace pensar en la disolución de la personalidad en una “voz colectiva” beat, en la que importa poco la identidad. Esto, aunque posible en la artesanía, es imposible en el arte, incluso en el arte pop, en que se ve subjetivizado lo objetivo y personalizado lo impersonal.

Continuará…

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Imagen de cabecera: «Storm Tree» de Anne Brigman.

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).

 

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