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LA NOSTALGIA DE LA MUERTE

EN HOMBRES Y MUJERES

 

Emiliano González

 

Al leer el cuento de miedo “Venecia y su veneno” de Antonio de Hoyos y Vinent, prosa decadente con “negras góndolas que flotan como ataúdes”, recuerdo el cuento de miedo “Sir Eustace Carr”, incluido en Trivia (1918) de Logan Pearsall Smith, acerca de un explorador suicida, en que aparece la gran iglesia del campo cercano al alojamiento del autor, en Venecia: iglesia tétrica, barroca, llena de tumbas espantosas, “adornadas con esqueletos y figuras alegóricas y ángeles tocando trompetas.” La oscuridad fantástica de ese espacio extraño se ve acompañada de la lluvia, que cae junto con la noche, y el autor se refiere a Sir Eustace Carr, cuyo rostro se distingue por el hechizo de Venecia, “el tremendo encantamiento del Pensamiento de la Muerte.” Añade el autor que “la ciudad triste con sus palacios deteriorados e iglesias atestadas de tumba había parecido ser realmente, en esas semanas oscuras y desoladas, la casa y la metrópolis del Gran Rey de los Terrores”. Este hechizo, sentido por el autor un rato y de manera vaga, se vuelve una obsesión, arrojando su sombra más y más, hasta cubrir por completo una vida antes próspera y feliz, en el mundo de Sir Eustace Carr. El autor piensa en los grandes personajes de la historia antigua “parecen vivir una especie de placer mórbido a la sombra de este gran Pensamiento” y “se han rodeado de recuerdos fúnebres y horribles símbolos del poder de la Muerte”. Como los egipcios, “han encontrado su principal interés, no en el presente, sino en imaginarias exploraciones del futuro desconocido, no en la superficie soleada de la tierra, sino en las criptas y habitaciones de los muertos debajo de la tierra”.

Añade Pearsall Smith: “Ya que esta preocupación, esta curiosidad, esta nostalgia ha ejercido una fascinación tan enorme en el pasado, no encuentro imposible imaginar a algún moderno favorito de la fortuna cayendo víctima de esta enfermedad del alma; hasta que finalmente, cansado de otras satisfacciones, puede verse llevado a abrir para sí mismo el oscuro portal y unirse a los habitantes de una región oscura, Reyes y Consejeros de la Tierra, Príncipes que tuvieron oro,  que llenaron sus casas de Plata”. Esta es la noción que embrujó al autor, el lazo que su imaginación estableció entre la presencia de Sir Eustace Carr en esa oscura iglesia veneciana y el suicidio ocurrido años después.

Jean Lorrain, al elaborar a su personaje el duque de Freneuse en su novela Monsieur de Phocas (1901), se refiere a una pesadilla de morfina y de éter en que prostitutas enmascaradas y muertas se asoman a las puertas de las casas, en Venecia. En esta pesadilla podemos ver el complejo o atavismo de Apolonio, que proviene de un episodio de la vida de Apolonio de Tiana: éste calumnia a la mujer fenicia de su amado discípulo Menipo, hasta que ella desaparece o se vuelve un esqueleto.

El episodio de la vida de Apolonio determina el final del poema Muerte sin fin (1939) de José Gorostiza. El poeta mexicano logra controlar el complejo o atavismo de Apolonio, aun desconociéndolo, así como Xavier Villaurrutia controla la nostalgia de la muerte, propia de Sir Eustace Carr, en un libro de poemas titulado justamente Nostalgia de la muerte (1938). Jorge Cuesta, compañero de Gorostiza y Villaurrutia, no controla esta nostalgia y se suicida como el personaje de la novela de Nervo El bachiller (1895), víctima del atavismo de los sacerdotes afeminados de Cibeles, la Magna Mater, mencionada en el cuento de Lovecraft “Las ratas de las paredes”. En este cuento, el narrador imaginario, en vez de castrarse, se vuelve caníbal, recordándonos el final de El satiricón, sobre canibalismo. La habitación almohadillada en que lo ponen es para evitar los golpes suicidas de un loco.

En su libro Venus Castina (1928), C. J. Bulliet menciona a “un joven apacible y de disposición morbosa”, Damocles, que se suicidó saltando a un caldero de agua hirviente, después de ser ultrajado por el tirano Demetrio Poliorketes.

En alta mar, la nostalgia de la muerte se manifiesta en forma de “un sonambulismo morboso”, en que un buque donde se suicidan los marineros sintiendo “un gran desgano y obstinación de las mismas ideas”, en “Los buques suicidantes” de Horacio Quiroga. El argumento se basa en un cuento de horror de Francis Marion Crawford, titulado “La litera superior”: un fantasma obliga a suicidarse a los sucesivos ocupantes de un camarote. El autor americano no se suicida como el autor uruguayo.

Quiroga se detiene en el enigma de los buques abandonados, tema digno de El libro de los condenados (1919) de Charles Fort. Este libro es anti-positivista, como la filosofía de Rodó, pero en vez de metáforas modernistas emplea metáforas de ciencia ficción.

En “La lluvia de fuego”, Lugones describe un caso digno del libro de Fort: la caída de partículas de cobre incandescente sobre Gomorra, caída que obliga al narrador a suicidarse con un veneno. Lugones nos hace pensar en pequeños meteoritos que se han vuelto incandescentes al entrar en contacto con la atmósfera terrestre. La lluvia de fuego provoca una gradual nostalgia de la muerte: el narrador se ve acometido por “un miedo infantil de una presencia enemiga y difusa”, y llora como un loco. Después cae en modorras entrecortadas por “funestas pesadillas” y siente “un terror paralizante”. La soledad lo agobia “con una honda desolación”. Finalmente, el veneno le causa “un gran bienestar, apenas turbado por la curiosidad de la muerte”. La limpieza de la cisterna en que se hunde lo regocija y “una dulce impresión acaba de embargarlo.

El suicida nietzscheano Carlos Días Dufoo (hijo) escribe: “Inmortalidad. Sin apetitos ni deseos, sin dudas, sin esperanzas, sin amor y sin odio, tirado a un lado del camino, mira pasar eternamente las horas vacías”. Más que una sensación de eternidad, el fragmento trasluce una indiferencia atroz, un estado de ánimo de fastidio insoportable, que en realidad es nostalgia de la muerte. Y el autor quiere referirse a un hombre que ha pasado por todas las experiencias posibles y en consecuencia desea la muerte.

Es curioso el hecho de que Trivia, el libro de Pearsall Smith, en que aparece por primera vez la nostalgia de la muerte, incluya una alusión a las verdes colinas de África. Hemingway, autor suicida, escribe una novela titulada Las verdes colinas de África (1935).

Hemingway, suicida por enfermedad física, es parecido al autor Horacio Quiroga, que en su cuento “El almohadón de plumas” hace aparecer a una mujer, Alicia, esposa de Jordán y víctima de un parásito vampiro. Esta mujer tiene una alucinación en que un mono siniestro pone sus ojos en ella.

Edgar Rice Burroughs, influido por Quiroga y Poe, elabora Tarzán de los monos (1912), en que una mujer llamada Alicia, la madre de Tarzán, es víctima de un mono agresivo, pero su hijo se salva. Es absurdo que la mamá de Tarzán, sinónimo de la presumida en los chistes populares, sea en realidad una víctima. El nombre de la madre de Tarzán inspira a los argumentistas del filme King Kong (1933), en que un mono gigante ama a una mujer rubia y finalmente cae desde un rascacielos, ultimado por balas de aviadores.

La mujer pequeña se basa en Alicia de Carroll y el mono gigante se basa en Gulliver de Swift, aunque también en Poe y Quiroga. Este último autor tiene influencia de Le Fanu al elaborar “El almohadón de plumas”, pues en “Té verde” aparece un mono en alucinaciones y en “Carmilla” hay una vampiresa.

El filme de Dreyer, Vampyr o la extraña aventura de David Gray, es una variación original del cuento “Carmilla”, muy bien elaborada. Sin embargo, la actriz Sybille Schmitz, después de muchos papeles secundarios, se suicida, como el personaje Sybil de la novela El retrato de Dorian Gray de Wilde. Sybil es una actriz que se suicida por las ironías del inmoralista Lord Henry, recibidas a través de Dorian.

En el libro de cuentos La isla de los muertos (1922) del mexicano Carlos Barrera hay anticipaciones de King Kong y hay un cuento sobre un hombre en un ataúd, escena que luego podemos ver en Vampyr.

En el filme La isla de los muertos, con Boris Karloff, aparece el tema del vampirismo.

Los monos y las mujeres, e incluso una mujer desnuda atacada por un vampiro, en los dibujos art-nouveau de los mexicanos Carlos Neve y G. Gutiérrez para el libro Azulejos de Julio Sesto, anticipan asimismo las mejores escenas del filme King Kong.

Todos estos autores nos llevan al mexicano Jordi García Bergua, autor de la novela Karpus Minthej (1981), que es comparable con Los papeles de Aspern de Henry James y que es también uno de los mejores libros publicados en México en el siglo XX.

 

La muerte de Jordi nos recuerda la novela La estrella de la Giralda (1918) de José Más.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I(2007) y Ensayos (2009).

 

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