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LUZ Y OSCURIDAD

en parajes desconocidos

 

Aglaia Berlutti

 

 

El terror ha sido un género desde el origen del cine, desde los días del cine mudo. No creo que desaparezca nunca porque es universal.  El humor no siempre funciona en otros países, pero el terror sí.

John Carpenter

En una de las escenas de la película The Innocents (2021) de Eskil Vogt, los personajes permanecen en silencio. Acaba de ocurrir una tragedia (o mejor dicho, ambos provocaron una) y, en medio del desconcierto y la excitación, tanto uno como el otro aguardan las consecuencias. Pero el guion muestra el momento en una escena radiante, simple y levemente terrorífica. La niña de poncho amarillo sólo observa al niño que aguarda, las manos apretadas, los dedos retorcidos sobre el pantalón de franela. Y el grito de horror —la consecuencia— jamás llega del todo. De hecho, la secuencia termina por mostrar a los personajes en una especie de complicidad silenciosa que se vuelve inquietante por minutos. Cada vez más dura de asimilar como parte de algo más grande.

El terror contemporáneo se ha vuelto contemplativo, carente de juicios o aspectos morales. Todo eso, sin renunciar en absoluto a su retorcida belleza o a su aspecto sangriento.

Una combinación de ambas cosas es Antlers (2021) de Scott Cooper. Con claras reminiscencias al horror folclórico inglés, la película recorre el duro escenario del miedo y el dolor a través de lo terrorífico. Pero no se trata sólo de una historia que rinde tributo —y uno preciso— a la narrativa basada en elementos mitológicos. También es un argumento emocional que mezcla sutiles percepciones acerca del abandono, la necesidad de comprensión y, al final, el sufrimiento extremo para crear algo más perdurable y angustioso. Con su paleta de colores fríos, escenarios destartalados y destruidos por la tragedia del tiempo, el cuento “The Quiet Boy” de Nick Antosca (2019) llega a la pantalla como un paisaje de la miseria. Lo aterrador se convierte en una serie de pequeños elementos sobre el abandono, lo tétrico y la violencia en estado puro. Unidos entre sí, sostienen un discurso acerca del olvido y el miedo transformado en una criatura primitiva y antigua. Como buen relato de raíces literarias, Antlers no intenta brindar una explicación ni tampoco englobar lo que atemoriza detrás de una definición en específico. Más bien, lo que produce miedo se enlaza hacia la sustancia del tiempo y lo primigenio en una combinación que resulta efectiva por su sencillez.

Sencilla también es la propuesta de The Night House (2021) de David Bruckner, que retoma la casa embrujada y sintiente para crear un vínculo con el duelo y la desaparición física. Pero se trata de un recurso engañoso para envolver una idea bien estructurada sobre la pérdida de la identidad y la destrucción de la esperanza. También, con ciertas raíces en el miedo que provoca lo desconocido y lo innombrado, el film es una revisión a los mejores puntos sobre espacios terroríficos.

Mientras que en No One Gets Out Alive (2021) de Santiago Menghini —la gran otra exponente del año pasado sobre casas y espacios embrujados— la idea sobre los lugares que contienen el bien y el mal se ata a una entidad salvaje, en La casa oscura es un recorrido hacia el centro del sufrimiento. Un giro narrativo que convierte la estructura de la película en un salón de espejos en el que se deshace la percepción del yo, para después sostenerse sobre la convicción de la existencia como algo fortuito.

Por su parte, en The Power (2021) de Corinna Faith la oscuridad y la luz lo es todo. Pero también la tensión de una atmósfera enrarecida que se sostiene sobre el miedo en estado puro. En esta película de terror el recorrido de lo espantoso tiene una estrecha relación con la necesidad de enfrentarse a lo invisible. A lo que vive en los espacios más allá de lo cotidiano. Y la realizadora lo logra con un truco en apariencia sencillo: utilizar un hecho histórico como frontera entre lo real y el misterio. En el año 1973 —en medio de una crisis laboral considerable que afectaba el suministro eléctrico— Inglaterra tomó la decisión de implementar medidas drásticas. Además de enfrentar la huelga de la industria del carbón de forma legal, también llevó a cabo cortes de eléctricos a lo largo y ancho del país. La decisión creó una situación inquietante y aterradora en la mayoría de los lugares en que se implementó. The Power toma la premisa y la lleva a una dimensión inquietante, que mezcla el miedo del ciudadano común por una situación anómala con lo sobrenatural. Pero además de eso, logra un pulso brillante entre la narración con tintes de realidad casi documental y algo más oscuro. Y de nuevo está el miedo convertido en una sustancia negra, sin forma e inconclusa. Una pregunta sin respuesta y también una forma de mostrar la razón en medio de la fugacidad de la experiencia humana a un nivel muy cercano al dolor.

El miedo como reflejo y como espacio diminuto

¿Qué provoca el miedo en el cine contemporáneo? ¿Se trata de un elemento tangible o simplemente una visión del bien y del mal llevado a un terreno sobrenatural?

En una de las escenas de la película Hereditary (2018) de Ari Aster, la magnífica casa de muñecas construida por el personaje de Toni Collette reluce en la oscuridad, resplandeciente de vida propia. Tal vez la tiene o tal vez no. O sólo se trata de un símbolo. Después de todo, el ojo narrador del argumento aprende junto a la familia el fenómeno que está ocurriendo en medio de un duelo amargo y doloroso que poco a poco se transforma en algo aterrador. De pronto, la diminuta escala de la vida hogareña de la familia refleja no sólo sus sufrimientos sino también un terror antiguo y posiblemente inexplicable. Una mirada al futuro inmediato en que la historia tomará un giro definitivo hacia la oscuridad.

El director ha dicho en más de una ocasión que la película no está pensada para ser comprendida de inmediato y mucho menos para asimilarse como un conjunto sino como una serie de pequeñas estructuras, que juntas crean un tipo de horror originario difícil de explicar a primera vista. Se trata de una forma de narrar que se sustenta sobre una meditada comprensión del misterio como elemento constitutivo del argumento. En una reciente entrevista, el director admitió que el guion y la dirección se combinan para elaborar una percepción sobre el mal tan poco clara que sea imposible de definir a primera vista.“En cierto modo, quería hacer una película de conspiración sin exposición”, por lo que las líneas narrativas avanzan con cuidado, sin cruzarse unas a otras y sosteniéndose sobre las diversas explicaciones a fenómenos paranormales, convertidos en pequeñas y dolorosas visiones del tiempo y de los espacios en la que la familia debe lidiar con el horror. “Estamos con estas personas que no saben lo que está sucediendo, y estamos con ellos en su ignorancia”. Para Aster es de enorme importancia que esa ignorancia sustente el enigma y, por ese motivo, elabora una serie de pequeños misterios que se entrecruzan entre sí para crear algo más complejo, complicado y duro de comprender a primera vista.

Claro está, se trata de una apuesta de riesgo que combina varios factores a la vez. Aster decidió crear una obra de terror al más puro estilo de un tipo de vanguardia visual que sostuviera un argumento que explora el duelo y el dolor desde lugares extravagante. La misma fórmula convirtió a Midsommar (2020) en una mezcla de folk horror y algo mucho más complicado de analizar, con su combinación de referencias sobre paganismo, miedo y un tipo de panteísmo relacionado con el fervor primitivo.

Algo semejante logró Robert Eggers con la percepción del mal en medio de un paraje aterrador aislado con elementos sobrenaturales muy sutiles en The Lighthouse (2019), un recorrido por la percepción sobre la angustia existencial del desarraigo, la mitología nórdica y viejas leyendas marítimas. En 2016, el director ya había meditado sobre la posibilidad del miedo en medio de parajes silenciosos y desde un punto de vista inquietante.

Pero el terror contemporáneo en el cine llega a dimensiones incómodas cuando incorpora comentarios políticos. Jordan Peele elaboró para Us (2019) una mitología sobre dobles y condiciones sobre el bien y el mal escindido, que brindó un extrañísimo trasfondo intelectual a la película, a la vez que sostuvo una inquietante narración sobre la naturaleza humana que emparenta al film con la anterior obra del director, la exitosa Get Out (2017).

Para bien o para mal, el cine de terror actual tiene un altísimo contenido de reflexiones sobre la mente humana y la incertidumbre, que le lleva a recorrer caminos poco usuales dentro de la interpretación del miedo y de lo que podría producirlo.

El miedo en mitad del silencio

A estas alturas, nadie duda que la película The Witch (2016) de Robert Eggers es quizás una de las mejores películas de terror de la última década. No sólo se trata de una vuelta de tuerca al género sino además una renovación del lenguaje fílmico sobre el miedo. No obstante, quizás el mayor logro de la película es abandonar los clichés fílmicos habituales sobre la bruja, la magia y la brujería para crear algo por completo distinto y poderoso. Fiel exponente del terror folclórico, The Witch evita los terrenos habituales del cine de género y bebe en tradiciones judeo cristianas para sostenerse, creando una atmósfera creíble donde la naturaleza —esa agreste, tenebrosa y espesa visión del bosque atávico— se impone sobre la naturaleza.

No hay nada sencillo en una propuesta que se cimienta sobre visiones clásicas sobre el bien y el mal, el horror y la beatitud y, sobre todo, en esa visión clásica de la bruja como una figura ambigua y la mayoría de las veces aterradora. Con un pulso firme y un manejo de escena que sorprende por su sutileza y poder de evocación, Robert Eggers crea una propuesta que se nutre de todo tipo de símbolos y metáforas hasta construir una reflexión sobre lo que nos asusta —y por qué nos asusta— que sorprende por su solidez. El miedo se transforma entonces en un rasgo, una interpretación de la realidad. Una elaborada percepción sobre lo que nos rodea y su implicación sobre el dolor y la pérdida.

Pero la obra de Eggers no es la primera en meditar sobre la Bruja como elemento simbólico cultural y convertir la tradición que la rodea no sólo en una propuesta filosófica sino en un planteamiento más complejo y extravagante. Durante buena parte de la historia del cine, la bruja, la magia y la brujería han sido motivos y elementos recurrentes para comprender no sólo el origen del bien y del mal —en una aproximación humana, elemental y dura— sino también como una expresión elemental sobre esa noción sobre lo desconocido que obsesiona al hombre y al creador. De manera que resulta interesante realizar un recorrido no sólo por la forma en que el arquetipo de la bruja ha sido analizado a través del tiempo en la cinematografía mundial sino su repercusión inmediata sobre la figura de la mujer, la forma como comprendemos el bien y el mal y, más allá de eso, el concepto tan abstracto y en ocasiones ambiguo que con tanta inocencia llamamos misterio.

Para The Lighthouse, Eggers utiliza la misma fórmula que The Witch y aísla a dos personajes en medio de una lucha violenta contra la naturaleza y los elementos. Además, agrega la presencia de fuerzas invisibles que pueden o no ser reales y que a medida que los personajes pierden la razón —o son más conscientes de la posibilidad en la locura— se hacen más poderosas. Ambientada en 1890, recrea la condición del hombre contra el hombre, en medio de una percepción de lo inanimado como el enemigo a vencer.

Pero la película es mucho más que eso y Eggers demuestra que aprendió bien la lección de Melville al concebir a la naturaleza como un monstruo implacable y violento. La película elabora un cuidado discurso basado en el aislamiento, que usa el islote rocoso en que habitan los personajes como una forma de dejar claro desde las primeras escenas que lo temible habita más allá de lo visible. Es imposible ocultar cualquier cosa en medio de las grietas embarradas y los pequeños promontorios de piedra erosionados por el mar, y es quizás esa condición de transparencia absoluta y temible —lo aterrador no se oculta— lo que crea un clima de abrumador terror en la película.

¿Qué une a ambas películas? Sin duda, Eggers reformula el planteamiento del terror como una elocuente visión sobre la tensión del miedo como parte de la incertidumbre al borde de la cordura. Mientras que en The Witch la percepción sobre lo sobrenatural se sostiene a través de una concepción inquietante sobre la posibilidad de su existencia, en The Lighthouse lo terrorífico convive con la noción de lo invisible. Los personajes luchan contra su propia mente, la concepción espiritual del miedo y algo mucho más perverso, que al final termina por convertir a ambos en enemigos, en un inevitable enfrentamiento casi primitivo. Si en The Witch lo inexplicable termina por manifestarse como un eslabón de una dolorosa y violenta cadena de eventos, en The Lighthouse lo temible se transforma en el rostro de algo más elocuente, una percepción inquietante sobre la pérdida de la inocencia y la caída en los Infiernos de la razón. Juntas, tanto una como la otra funcionan como discursos idénticos, potencialmente complementarios y de un enorme valor como lenguaje sobre las implicaciones del miedo como discurso.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

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