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MIENTRAS LA LUZ ESTÁ APAGADA

 

Roxana Elvridge-Thomas

 

 

Oscuridad, frío, sonidos nocturnos que se escapan por alguna rendija, la mirada que atisba y no alcanza a definir si aquello que vio fue verdadero o un trasunto de su imaginación. Temblores involuntarios, incredulidad, desafío a la inteligencia, transportes a un universo paralelo donde todo es posible, incluso lo más terrorífico.

Y sin embargo, placer extremo al experimentar el miedo atroz, la confusión, la incertidumbre, el asombro.

NLO

 

Todo ello emana de Narraciones para leerse con la luz apagada, de Valentín Chantaca, con estupendas ilustraciones de Rosaura Muñoz que acompañan y estrujan, son cómplices del trabajo narrativo del autor, que en el más puro estilo de los cuentos de terror, tiene sus firmes bases en la categoría de lo siniestro u ominoso, dada a conocer por Sigmund Freud en 1919:

Lo Unheimlich, lo siniestro.(…) No cabe duda que dicho concepto está próximo a los de lo espantable, angustiante, espeluznante, pero no es menos seguro que el término se aplica a menudo en una acepción un tanto indeterminada, de modo que casi siempre coincide con lo angustiante en general.[1]

Y sí, sus muy bien estructurados relatos parten de lo angustiante, lo espeluznante, lo espantable. Todos ellos nos introducen en una atmósfera de miedo y angustia sofocante, como en el caso del cuento “El último soñador nocturno”, que además de tener una estructura perfectamente trazada, de ser un meta cuento con dos narradores, uno extradiegético y uno intradiegético muy bien logrados, nos sumerge en la angustia del personaje después de introducirnos paulatinamente en la atmósfera perfecta y dejar un final abierto totalmente aterrador.

Para Freud, lo siniestro es tan terrorífico porque parte de lo cotidiano, lo íntimo, lo familiar, y precisamente, fraguando en lo lo confortable y que aparentemente mantiene a salvo a los personajes, surge la “vuelta de tuerca”, el salto hacia lo desconocido, salvaje, inexplicable. Dice Freud que es tan fuerte porque “Siniestro sería todo lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado”[2].

En Valentín tenemos múltiples ejemplos donde lo siniestro u ominoso se muestra dentro de un ropero familiar, o debajo del refrigerador, o en un objeto aparentemente inofensivo como una máscara o una pequeña perla o en una persona aparentemente bondadosa como una anciana.

Otro de los elementos que contiene lo siniestro es el doble, que con su ambivalencia contiene una amenaza, además del horror que causa la vista de sí mismo en el espejo o repetido en otro por la vida. Es conocida aquella leyenda francesa en la cual cuando alguien encuentra a su doble uno de los dos muere. Así, el doble está cargado de fatalidad y connotaciones ominosas. Dice Freud:

Es preciso que nos conformemos con seleccionar, entre estos temas que evocan un efecto siniestro, los más destacados (…) Nos hallamos, ante todo, con el tema del “doble” o del “otro yo”, en todas sus variaciones y desarrollos, es decir: con la aparición de personas que a causa de su figura igual deben ser consideradas idénticas; con el acrecentamiento de esta relación mediante la transmisión de los procesos anímicos de una persona a su “doble”, de modo que uno participa de lo que el otro sabe, piensa y experimenta; con la identificación de una persona con otra, de suerte que se pierde el dominio sobre su propio yo y coloca el yo ajeno en lugar del propio, o sea: desdoblamiento del yo, partición del yo, sustitución del yo: finalmente con el constante retorno de lo semejante, con la repetición de los mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, actos criminales, aun de los mismos nombres en varias generaciones sucesivas.[3]

En Narraciones para leerse con la luz apagada, Valentín utiliza de manera muy acertada y versátil el tema del doble, así en los cuentos: “La máscara”, el doble se va manifestando en el ente ominoso que es la máscara, que es al mismo tiempo bakemono (monstruo) y el doble que va tomando los rasgos y la personalidad del personaje hasta hacerse con ellos; “La bruja de la luna creciente”, el doble es más complejo, porque el doble de la abuela es el ave nocturna que mata a los niños, pero la abuela y la bruja en verdad son, en un rizoma extraordinario, el doble del niño-personaje principal-narrador intradiegético.

En el cuento “Ojos amarillos”, aquello que el niño más teme termina convirtiéndose en aquello que lo “toma” para si mismo y lo posee transformándose los dos en un mismo predador temible.

En “Zoológico infrarrojo”, se muestra a los dos hermanos tan similares que son uno el envés del otro, las dos caras de una deforme moneda, los dobles de luz y sombra, ambos por igual perversos, donde sólo uno deberá subsistir sobre el otro. No son Caín y Abel, no son el bueno y el malo, son dos versiones del mismo retorcimiento y de la misma crueldad, con vidas paralelas, con puestos de polleros paralelos, con maldad paralela.

Y por último vemos el escalofriante “La voz del títere”, donde la transformación del doble es soberbia y plena de terror y angustia para el personaje principal, que pierde el dominio de sus actos, de su voz, de su vida, ante la avasallante presencia del doble perverso.

Freud nos habla de que uno de los miedos más grandes (y una de las castraciones más penosas) es el de los ojos cegados. Nos dice:

En cambio, la experiencia psicoanalítica nos recuerda que herirse los ojos o perder la vista es un motivo de terrible angustia infantil. Este temor persiste en muchos adultos, a quienes ninguna mutilación espanta tanto como la de los ojos.[4]

Este tema es tratado de manera magistral y ominosa por Valentín en los cuentos “La ventana clausurada”, “Ojos amarillos” y “Zoológico infrarrojo”. No puedo evitar incluir el final de este último cuento:

El pico de Camila se abría y cerraba con un crujido espeluznante. Tal parecía que la consistencia gelatinosa de los ojos de Agustín era suculenta.[5]

Otro tema ominoso muy tratado por Valentín en sus cuentos es la sangre. Para Miguel Servet, médico y teólogo del siglo XVI, en la sangre estaba el alma humana, decía: “Por eso se dice que el alma está en la sangre, y que el alma misma es la sangre o espíritu sanguíneo”. Esto nos daría teorías muy interesantes respecto a los vampiros, pero en el caso de los cuentos de Valentín, podemos observar que la sangre es una constante que mana por todos los orificios naturales y no del cuerpo humano.

Otra categoría que maneja Valentín es la de lo sublime, creada por Emmanuel Kant en 1764, donde especifica el carácter terrorífico de lo sublime y donde, entre otras muchas cosas, lo caracteriza por lo siguiente:

La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa, o la pintura del infierno por Milton producen agrado, pero unido al terror (…). Para que aquella primera impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada debemos tener un sentimiento de lo sublime (Altas encinas y sombrías soledades en el bosque son sublimes (…) La noche es sublime…). Lo sublime conmueve (…). Lo sublime ha de ser siempre grande.[6]

 

En Narraciones para leerse con la luz apagada podemos encontrar este sentimiento de lo sublime en la enorme araña del cuento “Tela de araña”, en el pájaro nocturno de “La bruja de la luna creciente”, pero sobre todo en la aparición del enorme monstruo nocturno de “la ventana clausurada”.

Así, lo sublime nos contagia, lo ominoso toma nuestros miembros, el terror nos hace presas, cuando leemos estos excelentes cuentos de Valentín, ilustrados magistralmente por Rosaura, mientras la luz está apagada.

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[1] Sigmund Freud, Lo siniestro, p. 1

[2] Freud, Op. cit., p. 4

[3] Ibidem, p. 8.

[4] Freud, Op. cit., p. 7.

[5] Valentín Chantaca, Narraciones para leerse con la luz apagada, México, Pearson, 2016, p. 163.

[6] Emmanuel Kant, Lo bello y lo sublime, Madrid, Espasa, 2003, pp. 13-15.

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AQUÍ puedes leer «La caverna del conjurador», columna de Valentín en Penumbria.