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NUESTRO REFLEJO EN UNA PANTALLA

 

Edna Montes

 

Cuando era pequeña, mi abuelita se refería a mis videojuegos como “cosa del demonio”. En realidad no tenía nada que ver con alguna creencia religiosa, así llamaba a toda la tecnología que no sabía usar o le parecía inaccesible. Mientras yo crecí en una generación que ha visto el imparable avance de la tecnología en todos los campos, mis abuelos pertenecían a una de maravillas. Fueron ellos quienes presenciaron el nacimiento de la televisión, la carrera espacial, los primeros trasplantes de órganos y la llegada de la telefonía celular, entre muchas otras.  No obstante, asumir que los avances tecnológicos son cotidianos e incorporarlos a nuestra vida ha hecho que creemos nuevos miedos a su alrededor.

La primera vez que entendí que nuestras creaciones podrían volverse contra nosotros fue en una de esas tardes de televisión cuando vi Terminator por primera vez. El robot viaja en el tiempo para ejecutar a Sarah Connor y evitar que su hijo John Connor lleve a los humanos a rebelarse contra las máquinas. En ese futuro no tan lejano, la inteligencia artificial se ha hecho con el control mundial.

"The Terminator", por rcrosby93

«The Terminator», por rcrosby93

La rebelión de la creación contra su creador no es nada nuevo. Empezamos con el ángel que se vuelve contra el padre creador cayendo a los infiernos y pasamos por la criatura de Frankenstein, llena de ira ante aquel quien lo trajo a la vida. Hemos aprendido que los avances conllevan consecuencias las cuales no siempre prevemos o estamos dispuestos a aceptar. Quizá cuando el hombre mismo es el «progenitor» asume como propios los arquetipos del padre traicionado por los hijos. En esta era, nosotros somos Cronos esperando que las máquinas se vuelvan contra nosotros.

Isaac Asimov, uno de los grandes de la Ciencia Ficción, supo adelantarse a este evento postulando sus leyes de la robótica. En el universo del autor, el humano está protegido pues si un robot intenta desobedecer una de las leyes su cerebro positrónico resultaría dañado irreversiblemente. No obstante, la lógica humana está nublada por factores los cuales no parecen afectar (de momento) a los robots. Eso explica el surgimiento de la ley cero que posteriormente postulan R. Daneel Olivaw y R. Giskard Reventlov; dos robots.  «Un robot no hará daño a la Humanidad o, por inacción, permitirá que la Humanidad sufra daño». Esa conclusión resulta mortal para Giskard en Robots e Imperio, tras verse obligado a dañar a un ser humano en virtud de dicha ley.

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Como apunta Olivaw, el problema fundamental con ésta es definir «Humanidad» y lo que  en verdad supondría un «daño» para ella. Es así como las leyes de la robótica anulan el complejo de Frankenstein en el universo de Asimov. Finalmente R. Daneel asimila la ley cero con el sacrificio de su colega, volviéndose un protector de la humanidad, trabajando desde las sombras. Daneel, disfrazado en identidades varias, es uno de los ejes más importantes del ciclo de Trántor y las legendarias «Fundaciones» de Asimov.

Tal vez, en el fondo, los robots o la tecnología son nuestro chivo expiatorio y no una amenaza real. Más allá de Skynet o la Matrix existe un potencial terrible que la Ciencia Ficción de antaño exploró y es más aterrador: el daño que hacen si caen en las manos equivocadas. George Orwell ya nos advirtió que la tecnología podría ser usada por gobiernos totalitarios para controlar a su población. Esta idea se retoma en muchas distopías modernas, en parte porque es un miedo latente para todos y también porque después de casos como el de Wikileaks o Edward Snowden vamos comprendiendo que no está tan lejos de la realidad. En un mundo donde las máquinas toman control hay una practicidad extrema derivada de la lógica que sólo le parece maligna al derrotado. En el otro extremo, cuando una élite humana se hace del control con la tecnología no hay límites para su crueldad.

Expandir nuestros límites es justamente lo que la tecnología hace por nosotros, para bien o para mal. La capacidad humana de adaptarse y cambiar el entorno es el principal motor de los cambios científicos a la vez que su talón de Aquiles. Quizá pensamos que las abuelas exageran al hablar de cómo sus tiempos analógicos eran mejores, pero, en honor a la verdad, debemos aceptarlo: la humanidad cambia con sus logros. Si pensamos en la tecnología como droga (o simplemente con un componente ya indivisible de nuestro diario devenir), ésta debe tener efectos secundarios. Una gran serie que abarca esto es la obra de Charlie Brooker: Black Mirror, la cual ha sido descrita como una Dimensión desconocida contemporánea. Esta serie británica nos coloca justo en esa zona gris y angustiante, aquella en la que, con las herramientas adecuadas, el usuario es su propio enemigo. Porque en la era del Internet donde todo es inmediato, nuestros fallos se magnifican. Supongo que la raíz de todos nuestros miedos es, como siempre, el sabernos vulnerables, expuestos.

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PD esperanzadora: Al final, mi abuelita aprendió a jugar Pacman y se volvió muy buena en ello. Mejor que cualquiera de los más jóvenes de la familia.

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ednaEdna “Scarlett” Montes
Lectora, escritora y friki irredenta. Egresada de Miskatonic con tarjeta de cliente frecuente en Arkham. Tiene tantos fandoms que ya hasta perdió la cuenta. Divaga mientras espera que Cthulhu despierte de su sueño en R’lyeh o al fin le entreguen su TARDIS; lo que ocurra primero.

@Edna_Montes