Seleccionar página

PIENSO, LUEGO… ¿EXISTO?

Edna Montes

 

«¿Quién soy?» Esa pregunta se hace eco en nuestra mente a lo largo de la vida. Sus respuestas llegan a ser tan variables como sorprendentes, pero el origen lo es todavía más. De entrada, tenemos consciencia de nosotros mismos y por eso sabemos que “somos”. Existimos como individuos, nos separamos del todo, poseemos un cuerpo, un rostro, nos reconocemos como una entidad única interactuando con otras. Estas revelaciones ocurren paulatinamente durante la infancia. Son fundamentales porque esa identidad es la que nos permitirá navegar por la vida. Desde entender qué comida o música nos agrada hasta establecer relaciones interpersonales. El autoconocimiento hace posible nuestra experiencia humana. Entonces, ¿el mero hecho de tenerla nos hace humanos?

La Ciencia Ficción lleva décadas ocupándose de un tema cada vez más actual y urgente. En un mundo en el que ni siquiera hemos logrado dar a todos los humanos equidad en sus derechos, pronto habrá un nuevo problema: los derechos de la IA y de los ciborg.

Isaac Asimov creó  el «cerebro positrónico» en sus obras. Esta unidad de procesamiento, muy similar al cerebro humano, dota a los robots de una especie de consciencia.  Por la delgada malla de platino e iridio se transmiten impulsos eléctricos equivalentes a las sinapsis neuronales. El flujo de positrones es lo que da nombre a la tecnología. En los libros de Asimov conocemos el caso de Andrew Martin, un robot «único» que desarrolla la capacidad de crear y eventualmente obliga a la sociedad a plantearse lo derechos de éstos como entidades sensibles. Series como Star Trek y Doctor Who han utilizado el término acuñado por Asimov, que es ya un clásico de la Ciencia Ficción.

A medida que la tecnología avanza, la humanidad se acerca al cyberpunk que parecía tan extraordinario durante su auge en los años 80 del siglo pasado. Las modificaciones corporales se van tornando en “mejoras” que permiten a seres tan frágiles y delicados como nosotros expandir sus capacidades. Elon Musk, empresario sudafricano, acaba de lanzar Neuralink. La intención de esta nueva empresa es conectar el cerebro con la IA por medio de implantes, Musk sostiene que este nuevo avance podría ser de utilidad en el tratamiento de enfermedades degenerativas relacionadas con funciones cerebrales como el Parkinson, el Alzheimer o la epilepsia. El siguiente paso sería conectar el cerebro de las personas con la IA para expandir sus capacidades. Aunque todavía no hay grandes avances en el campo y Neuralink aún tiene que vérselas con la legislación mundial, puede ser que en unos años Black Mirror nos parezca tan nostálgico y vintage como La dimensión desconocida.

La fusión ente el hombre y la máquina es uno de los miedos más naturales de los fanáticos del género. Black Mirror nos presenta esto en su peculiar universo con los implante de memoria o la sustitución de un esposo muerto por un androide dotado de su identidad, reconstruida a partir de sus “recuerdos” en redes sociales y medios electrónicos.

Basta con recordar al clásico Leijiverso de la animación nipona. En sus historias, Leiji Matsumoto nos cuenta cómo el planeta La-Metal sufre la decisión de mecanizar a todos sus habitantes. Esto ante la llegada de un crudo invierno que terminaría por exterminarlos de permanecer en sus cuerpos orgánicos. Los intereses ocultos del ingeniero encargado del proyecto terminan por complicar la situación dando lugar a la huida de las princesas Esmeralda y Maetel, las últimas humanas orgánicas de su planeta natal.

Terminator y Matrix enuncian que las máquinas son en el enemigo, pero, regresando con Asimov y Black Mirror, habría que considerar si no lo somos nosotros. Después de todo, es el desprecio de los humanos hacia la Inteligencia Artificial lo que dignifica la pelea de Andrew Martin por sus derechos o la legislación la cual otorga derechos humanos a las “galletas”, luego de años de ser sometidas a tortura para servir a sus crueles amos.

Algo similar ocurre con los replicantes de Blade Runner, se trata de seres con una sensibilidad desarrollada. El monólogo final de Roy Batty es, quizá, la prueba más contundente del dolor al que son sometidos ¿Qué es más cruel que condicionar el desarrollo de un ser consciente a la obsolescencia programada? En la novela homenaje de Rosa Montero, Lágrimas en la lluvia, la replicante Bruna Husky se lanza a la búsqueda de prolongar su tiempo de vida.

En el anime y manga de Ghost in the Shell, la protagonista, Motoko Kusanagi, se pregunta si es humana debido a su condición de ciborg, con su mínima parte orgánica, o porque sus colegas la tratan como tal.

Por ahora, la existencia ciborg comienza a tentarnos. Por ejemplo, Chris Dancy, “El hombre más conectado del mundo” ya digitaliza sus constantes vitales como la temperatura corporal, presión sanguínea y peso. Además recibe datos que le permiten monitorear la calidad del aire que respira, la eficacia alimenticia de su comida, los factores ambientales que influyen en su cuerpo e incluso el volumen de su voz. También hay gente que ya está probado el North Sense, un chip que permite a las personas que se lo integran sentir el norte magnético de la Tierra  a modo de brújula.

El futuro es hoy, la Cyborg Foundation establecida en Barcelona ayuda a las personas a volverse ciborgs. El mundo está en constante evolución, no es descabellado que el cuerpo humano sea la sede de la próxima gran revolución. ¿Dónde radica la humanidad? Quizá nunca tengamos una respuesta clara, lo cierto es que sólo podemos especular mientras las respuestas llegan solas.

Neil Harbisson, fundador de Cyborg Foundation

 

****

Edna “Scarlett” Montes
Lectora, escritora y friki irredenta. Egresada de Miskatonic con tarjeta de cliente frecuente en Arkham. Tiene tantos fandoms que ya hasta perdió la cuenta. Divaga mientras espera que Cthulhu despierte de su sueño en R’lyeh o al fin le entreguen su TARDIS; lo que ocurra primero.

@Edna_Montes

¡LLÉVATELO!

Sólo no lucres con él y no olvides citar al autor y a la revista.