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Manuel Barroso

 

Nunca lo he dicho aquí, pero si hay un juego en el mundo que tiene mi respeto, admiración, alma y cariño en el mundo es el ajedrez. Me parece bellísimo, perfecto. Un juego total, si se quiere pensar así. Por ende, toda mente capaz de hacer lucir su elegancia me parece digna de todo respeto.

Ignacio Padilla es un ajedrecista del cuento.

Si bien es cierto que es más conocido por a) formar parte del Crack, b) ganar cualquier premio que se le ponga enfrente y c) ganar el Premio Primavera con su novela Amphytrion. Sin embargo, la verdadera naturaleza de Padilla está “oculta” en sus cuentos. Es en ellos donde se puede ver la verdadera calidad de este autor.

Tengo una gran debilidad por “El año de los gatos amurallados” (puedes encontrarlo en las antologías Los viajeros y en Auroras y horizontes), pero el libro de cuentos que más me ha maravillado de su bibliografía es El androide y las quimeras, segunda entrega de su “Micropedia” (conformada, además, por Las antípodas y el siglo, Los reflejos y la escarcha y un libro que espera, paciente, su salida (sé de buena fuente que se trata de un bestiario)).

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El androide y las quimeras está armado por doce cuentos distribuidos en dos partes (“El androide en nueve tiempos” y “Quimeras de tres orillas”). Si bien todos los cuentos tienen temas de lo más dispares entre ellos (desde la colección de fósiles de Mary Anning hasta la perdida tercera parte de las aventuras de Alicia), hay algo que termina uniéndolo todo al punto en que cada cuento se siente (se sabe) inseparable del otro. Me refiero a la prosa de Padilla, que es…

Es…

Esa, justo esa. La ausente.

Pareciera que Ignacio Padilla carece de un estilo. Su lenguaje es el de la enciclopedia, el que señala y explica sin mayor adorno que aquello que cuenta. Y esa prosa “pobre”, “simple”, “deslucida” es producto de un dominio del lenguaje muy superior al promedio.

Me explico: en sus primeras obras (La catedral de los ahogados y Si volviesen sus majestades), Padilla despliega un español cervantino /  barroco / neobarroco / clasicista más complejo que el procedimiento para crear materia oscura (o casi). Y, de repente, dicho español desaparece atrás de una prosa fría, exacta, calculadora.

Prosa que, irónicamente, otorgó más humanidad a las historias creadas por el autor de La teología de los fractales.

Lo sé, humanidad es una palabra extraña en esta situación. Pero créeme, no hay mejor manera de explicar la sensación que invade a cualquiera que lea “Guía de ruso para principiantes”, “Circe en Galápagos”, “Las entrañas del Turco” o “Antes del hambre de las hienas” (que es increíble. Aterrador, doloroso e increíble).

Y pasa porque los cuentos de Ignacio Padilla son los de un maestro, los de un cuentacuentos nato que no puede perderse de vista.

Por cierto, el título de esta reseña es el movimiento con el que Gary Kasparov venció a Deep Blue el 17 de febrero de 1996. Por si tenían el pendiente.

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AQUÍ puedes leer una entrevista que le hice.

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manubchManuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle.