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VAMPIROS

Aglaia Berlutti

 

Decía Paul Barber investigador del folclor de los vampiros del Museo Fowler de Historia Cultural en la Universidad de Californiaque los vampiros “son el rostro del mal que se transforma siglo con siglo”. Un planteamiento interesante que parece resumir esa visión del mal y del monstruocomo un reflejo de la sociedad que le crea, le protege y le teme.

Pero, ¿qué es un vampiro? Para la mayoría de la cultura es un mito, una criatura entre la leyenda y el enigma que metaforiza el temor del hombre hacia la muerte. Por centurias, el vampiro acompañó el hombre al límite de la conciencia cultural: desde las misteriosas mujeres vampiro egipcias, que robaban a bebés recién nacido para beber su sangre y condenarlos al castigo eternolos llamados Guleshasta las larvae y las Lamia griegas, la figura del monstruo bebedor de sangre es común en todas las épocas. Casi siempre relacionado con el inframundo o la oscuridad, se le describe como asesinos y también como la “maldad con rostro humano”.  La mitología del vampiro se extendió en épocas especialmente oscuras y parece tener un alcance y sustancia propia.

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Sin embargo, el precedente inmediato del vampiro como le conocemos en la actualidad es el Vrykolakas griego, descritos como criaturas de incomparable belleza que volvían de la muerte para llevar la muerte a sus parientes, a los cuales, además de beber la sangre, devoraban vivos. Se conservan cientos de pequeños grabados artesanales que muestran al Vrykolakas como una criatura de aspecto humano, que medra durante la noche y bebe la sangre de quienes conoció durante su vida. De allí la vieja costumbre de exhumar cuerpos recién enterrados para comprobar no hubiesen sido poseídos por el mal. También del folclore griego proviene la creencia que la existencia del vampiro tiene una directa relación con un castigo divino. Se insiste que el vampiro se crea a partir del cadáver de un excomulgado, al profanar una fiesta religiosa, tras cometer un gran crimen o muriendo en la soledad.  También es griega la costumbre de traspasar con clavos los cuerpos y de cortar la cabeza, en un intento de detener la “contaminación” del mal que el vampiro suponía. No obstante, al propagarse por Europa Central, la figura del vampiro pasó a formar parte de la mitología regional por derecho propio. Fue entonces cuando el temor del no-muerto se consideró real y fueron muchas las ciudades y pueblos que aseguraron haber sido atacados por los vampiros. Como ocurrió otras tantas veces en el pasado, los “ataques” coincidieron directamente con epidemias de peste negra y otros padecimientos semejantes, lo que convirtió al vampiro en un heraldo del terror y la destrucción. Las crónicas de la época, describen casi con rigor científico, los cadáveres de apariencia “fresca” que solían encontrarse entre los nichos mortuorios e incluso, los ritos que los campesinos locales llevaban a cabo para enfrentarse a los supuestos ataques de las figuras vampíricas.

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Porque el vampiro, al contrario de tantos otros terrores que la Iglesia y la cultura tomó por ciertos durante siglos, era una criatura carnal. Más allá de todo tipo de elucubraciones espirituales y éticas, el vampiro se construye como una visión del temor a la muerte real, a la carne que se descompone, al ritual de la muerte que toda cultura lleva a cabo. Quizá por ese motivo, el Vampiro fue condenado de inmediato como tentación y, más allá, como instigador del pecado.  Con su acostumbrada racionalidad, Rousseau se pregunta en una carta al arzobispo de París, Christophe de Beaumont, en 1762: “Si hay en el mundo una historia acreditada, ésa es la de los vampiros. No le falta nada: testimonios orales, certificados de personas notables, de cirujanos, de curas, de magistrados. La evidencia jurídica es la de las más completas. Con todo, ¿quién cree en los vampiros? ¿Seremos todos condenados por no haber creído en ellos?” Rousseau insiste, en un directo análisis de la naturaleza confusa del mito y, más allá, del temor que engendra. Porque el vampiro, célebre ya por las leyendas que recorrían Europa y el miedo que le convirtió en un reflejo de una Europa enferma y quebradiza, pareció convertirse en algo más: en una idea esencial para comprender la psiquis de la época.

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Paul Barber es también autor de un interesantísimo libro convertido en clásico titulado Vampires, burial and death, folklore and reality (Yale University Press, no traducido al español), en donde, además de analizar la figura folclórica del vampiro, reflexiona sobre su repercusión cultural. Y es que el vampiro abandonó los campos abandonados de la Europa Medieval para construir una figura a su medida en pleno siglo XXI. Al teclear “Vampiro” en Google, encontramos más de 13 millones de entradas, páginas web de vampirólogos y fanáticos, murciélagos con fondos oscuros y sanguinolentos y demás parafernalias de la muerte. Y, sin embargo, el vampiro tradicional continúa siendo una figura esquiva, desconcertante y asombrosa. “La mayoría de la gente ignora que a través de la historia europea se han producido informes extensos y detallados sobre cadáveres que han sido desenterrados de sus tumbas, declarados vampiros, y asesinados”, escribe Barber en su libro, y continúa: “En realidad el vampiro es la medida del temor, de nuestra necesidad de comprender a la muerte — sin lograrlo — y la visión de quién somos como parte de una cultura que teme a la muerte física”.

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¿Sorprende a alguien que su nueva encarnación sea la de un joven andrógino con altos preceptos morales? En realidad,  no se trata de otra cosa  que una visión de esta sociedad estereotipada, hipócrita y temerosa de sí misma. Aun así, la figura del vampiro, el tradicional, el que se llegó a temer como monstruo inevitable en todas las épocas, continúa vivo, al borde de la conciencia y, quizá, muy cerca de regresar a su belleza fatal y sangrienta a la menor oportunidad.

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«Vampire», Edvard Munch (1893)

 

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Imagen de cabecera: «Vampiros vegetarianos», Remedio Varo (1962)

 

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Vampiro23Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

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