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DEL MISMO SEXO

III

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

 

El hecho de que Hassan use hashish y sea al principio amigo de Omar Khayam (bebedor de vino, poeta y amante) han sido buenos pretextos para prohibir el hashish y permitir el vino, como si éste fuera la droga aceptable y garantizada y como si el hashish (aún sin opio) provocara asesinatos. El hashish, que estimula la voluntad, se ve arruinado por el opio, que la anula y provoca melancolía. Es obvio que Hassan usaba esas drogas para estimular y des-estimular a sus adeptos. Es sabido que finalmente mató a Nizam, el visir que había favorecido a Khayam y a él. De ese asesinato particular de Hassan proviene en gran parte la mala fama de Hassan. En la actualidad, el tabaco es tan dañino como el opio, aunque distinto, al provocar enfermedades en muchas gargantas y pulmones, y sin embargo es legal en todos los países. He ahí una de las consecuencias del fragmento de la República en contra de las drogas de los hechiceros. Los lectores entusiastas de la República prefieren el sufrimiento de las enfermedades al placer del hashish. Esta preferencia los califica como inquisidores genuinos, amantes del dolor y completamente entregados a la censura.

El testimonio de Virgilio, que no relaciona a Eleusis con hongos sino con amapolas, está sujeto a discusión, pues el poeta romano se proponía desprestigiar a Ulises (y a Eleusis) de manera muy clara, compitiendo con Homero. Virgilio, aún ahora, nos hace dudar. ¿Era cierto lo que decía?… Rossetti creía que sí, pues relacionó al viaje subterráneo con Virgilio y las amapolas, al leer la Eneida y la Divina Comedia, en que Virgilio acompaña a Dante. Y como Rossetti identificaba a la celestial Beatriz con Elizabeth, Rossetti nunca se opuso a que Elizabeth usara láudano, derivado de la amapola. Dante en La vida nueva (1292) relaciona a Beatriz con el vampirismo, ya que en una escena aparece alimentándose con la sangre del corazón del poeta. Esta imagen de Beatriz como vampiresa impresionó a Rossetti y seguramente también a Baudelaire. Rossetti, sobrino del suicida Polidori (autor del famoso cuento “El vampiro”), relacionó a Elizabeth con el vampirismo, no sólo por La vida nueva, sino por el hecho insólito de haber destapado el ataúd y contemplado a su mujer (suicida) intacta después de varios años.

Si bien el testimonio de Virgilio es dudoso, no son dudosas las palabras de Homero cuando se refiere a drogas malas y buenas en la Odisea y en la Iliada. La droga de la ferocidad, la droga de la asquerosidad, el loto del olvido, el nepenthe de Elena, son drogas malas que se oponen al vino dionisiaco que duerme al cíclope o a la droga de la eternidad de la ninfa Calipso. En la novela Ulises (1922) de Joyce, Molly Bloom es el antídoto contra el embrujo de Bella Cohen, moderna Circe, así como la droga “moli” fue el antídoto contra el embrujo de la antigua Circe en la Odisea.

Es lógico suponer que la droga de la ferocidad es espartana, pero Homero la transporta a la isla de Cea. A diferencia del vino que duerme al cíclope, la tarta de amapolas que duerme al cancerbero no es para los humanos. Rossetti no atiende a ese detalle al relacionar el viaje subterráneo de la Eneida con las amapolas y a éstas con el vino dionisiaco. Rossetti confía en el láudano y en el uso casero de una medicina de hospital debido a la lectura, apasionada pero confusa, de la Eneida. Es hora de advertir sobre ciertos peligros relacionados con lecturas insuficientes de los llamados clásicos.

La condición de momia de Elizabeth es consecuencia del uso cotidiano del láudano, según la explicación de Ranft en su libro De masticatione mortuorum in tumulis (1728).

En los escritos de Crowley podemos ver una continuación de los temas pre-rafaelitas y una insistencia necesaria en el tema de la libertad, a la manera decadente y simbolista.

Notable por haber subrayado la auto-determinación, que siempre ha existido en filosofía y letras pero que él ha destacado mucho más que otros autores, Crowley se distingue mucho de un autómata.

En la época moderna, el tonto, al querer que otros piensen por él, al carecer de razón e inteligencia, se aproxima al animal o al vegetal (seres puramente imitativos) y también al autómata o robot. El humano es original, es decir, tiende a distinguirse de los demás para no confundirse con ellos.

Veamos la antigüedad griega.

Ante la corrupción política de Alcibíades, que se cree inteligente y no lo es, el demagogo Cleón afirma que “los hombres de menor valía gobiernan, por lo general, las ciudades mejor que los más inteligentes. Estos últimos, en efecto, quieren mostrarse más sabios que las leyes”. A partir de esto, podemos suponer con razón que todas las leyes deben ser buenas para que los tontos, al obedecerlas, no cometan ningún error. Los tontos sólo obedecen: no se preguntan si una ley es buena o mala. Una máquina que no piensa y que está programada para obedecer, muy lejana de la máquina amorosa y pensante de La Mettrie (metáfora del ser humano), un robot en pocas palabras, debe ser usado para un buen fin, como las andreidas de Homero, que al ayudar a caminar a Hefesto (Vulcano) implican una crítica a la crueldad de Zeus. Mi personaje Mefisto, aunque no es un robot actor, es como si lo fuera, ya que está programado para moverse de manera afeminada y para vender antigüedades. Si pensara, podría elegir otra manera de ser. Sonia, una actriz, que cambia todo el tiempo, podría ser menos voluble si pensara. El narrador, en su memoria artificial, tiene un pasado ilusorio, lejano de Penumbria, la única ciudad que ha sobrevivido a la guerra, a la peste y a la muerte, ciudad habitada por Rudisbroeck, que ha construido los autómatas para no sentirse solo, y que desea transformar a esos autómatas en humanos. Por medio de la habilidad humana (de lo artificial) Rudisbroeck pretende convertir lo falso en verdadero. Vive en un mundo melancólico, pero quiere salir de él.

Podemos ver que Crowley, aparte de una vida sexual placentera, buscaba una droga apropiada, buena, positiva, y debido a ello experimentaba con todo tipo de drogas. Es claro que el tipo de droga que él buscaba era la psiquedélica, que en su época no era llamada así: era llamada alucinante, y el hashish era considerado narcótico, bueno para unos y malo para otros. Lo cierto es que a Crowley –como a los humanos en general– no le convenía mezclar opio con hashish, ni usar heroína, aunque sí peyote o mescalina. En nuestro ensayo “De Elizabeth Siddal a Alice Liddell”, Beatriz Álvarez Klein y yo nos referimos al cambio de láudano a drogas más sanas, al paso del viaje eleusino de amapolas al viaje eleusino con drogas psiquedélicas.

En nuestro ensayo hay implícita una defensa de personalidades como la de María Sabina (que desde la infancia conoce los hongos) y de las personalidades subterráneas en general, que se acercan a los paraísos artificiales, pero dándole a la palabra “artificial” un sentido de habilidad humana y no de falsedad.

En nuestro ensayo también hay implícita una crítica a la agresividad, que vuelve inhumanos a los humanos, y esta crítica a la agresividad es como la que destaca en los filmes cuyos argumentos he olvidado pero que recuerdo…. justamente por esa crítica: Charada y El restaurante de Alicia. En el primero, todo gira alrededor de la primera impresión de una estampilla con el rostro de la reina Elizabeth (estampilla muy cara) y en el segundo todo gira alrededor de unos jóvenes psiquedélicos en conflicto con la sociedad de orden establecido. En ambas películas aparece un personaje que podemos llamar el Capitán Garfio, pues nos recuerda al personaje de la novela Peter Pan (1911) de Barrie, novela que ha sido filmada en varias ocasiones.

Recuerdo que en nuestro ensayo está mencionada la primera edición de El Renacimiento (1873) de Walter Pater, en que dice “flores” en vez de “colores”, y hablamos bastante de Elizabeth y Alicia. Un rasgo bondadoso del Capitán Garfio es su amor por las flores, rasgo poco común en un criminal, en un individuo de baja estofa como Garfio, que trata de envenenar a Peter Pan. En nuestro ensayo hay una alusión al cuento “La carta robada” de Poe, que parece ser la inspiración fundamental del filme Charada.

He de añadir que poco después de la publicación del ensayo, durante un recorrido psiquedélico por Cuernavaca, Beatriz y yo vimos nada más y nada menos que al Capitán Garfio, caminando por la calle, y nos preguntamos si era sólo un actor o un mutilado de guerra.

Es preciso recordar el argumento de la novela de Barrie: Peter Pan (moderno Dionysos, espíritu de la naturaleza, símbolo del instinto y del inconsciente) se escapa volando de la casa de sus padres y va a los jardines de Kensington, donde las hadas lo adoptan y se vuelve el músico de ellas. Al principio cree que es pájaro pero luego sabe que es humano con capacidades de ave, pues puede volar y ama la música: en vez de cantar, toca su flauta.

Cuando quiere volver con su madre encuentra barrotes en la ventana y nota que su madre cuida a otro niño, y que lo ha olvidado a él. Más tarde se lleva a los otros hijos de su madre (la sra. Darling) a la Isla de Nunca Jamás, en donde están los Niños Perdidos, los Piratas y las Sirenas. Después de varias aventuras, los niños regresan a casa de los Darling y Peter Pan se une con Campanita. Los dos alcanzan la eternidad (antes, Campanita ha salvado a Peter de la muerte bebiendo la droga venenosa destinada a él, y sólo el deseo de unos niños le ha devuelto a la vida). El cambio mágico de la letra “e” a la letra “a”, tema de nuestro ensayo, se encuentra también en el nombre Peter Pan, que va de la sílaba “pe” a la sílaba “pa”.

En el siglo XX, el anhelo de repetir en la realidad historias como la de Peter Pan llevó a los jóvenes subterráneos a una exploración del mundo que trajo mayor conciencia de una realidad que es preciso modificar, y para eso es necesaria una literatura irreal que acompañe a la realidad sin ocultarla. Y así como se repiten en otras edades las experiencias de la infancia, la ternura se vuelve el erotismo de los jóvenes y los adultos, que dan amor al sexo.

La novela de Barrie es dionisiaca, pero también eleusina y órfica.

La relación de la sra. Darling y Wendy nos lleva a Demeter, Perséfona, y la amenaza con que las hadas horrorizan a la niña Maimie en los jardines, por espiar sus danzas, nos lleva a los misterios de Eleusis. Peter es como Orfeo al tocar su flauta.

Podemos observar que en la antigua Eleusis había una mezcla de civilización y barbarie, de drogas buenas y malas, de experiencias positivas y negativas.

La amenaza de muerte, aplicada a los iniciados para evitar que revelaran los misterios, era un elemento ocultista y bárbaro que no tenía nada que ver con el viaje trascendente y que se oponía al esoterismo dirigido al público instruido. Hoy todos sabemos que la amapola es enemiga de los hongos enteogénicos y psiquedélicos (recuerdo que en la época de Leary era innecesario añadir la palabra “enteogénico”, pues el término “psiquedélico” incluía contacto con la divinidad).

Es obvio que Machen, autor de versos sobre Eleusis, tenía fantasías paranoicas y se identificaba con el joven de gafas de su novela Los tres impostores (1895). De ahí la actitud puritana del personaje Ambrose en “El pueblo blanco”, cuento que también recibe la influencia de Apolonio de Tiana.

El autor argentino Ricardo Rojas, después de los versos modernistas de La victoria del hombre (1903), libro en que se opone a la “mojigatería tradicional” y en que celebra “el lúbrico entusiasmo de la orgía”, saca prosas puritanas en su libro Cosmópolis (1908), una de ellas en contra de la sexualidad en los transportes públicos. Tal vez el tiempo, que pasa como un río heraclíteo en su poema “Oración”, con un fantasma y una estrella (“blanca náyade nocturna”) se lo llevó todo, entre otras cosas el “Banquete” de Platón, con la belleza de los cuerpos particulares que conducen al Amor Universal. Ya sabemos que la erística no coincide con la dialéctica de Sócrates. Podemos ver que Rojas es autor también de un libro titulado Los cantos de Perséfona (1920).

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Imagen de cabecera: Portada para De Masticatione Mortuorum in Tumulis de Ævangelist.

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I(2007) y Ensayos (2009).

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