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EL DOLOR Y EL HORROR

BAJO LA SONRISA DEL PAYASO

 

Aglaia Berlutti

 

¿Cómo nace un monstruo? ¿Qué compleja combinación de elementos convierte todo rasgo humano en algo más complejo, doloroso y quizás aterrador? ¿Qué provoca que una criatura sea el némesis del hombre, esa noción del bien y el mal a mitad de camino entre el ideal y la crueldad? ¿Qué hace que la figura del monstruo sea un reflejo no sólo de lo que somos sino también de esa incertidumbre de la mera experiencia humana?

En el caso del Guasón, la explicación  — el origen —  parece ser incluso más compleja de lo habitual. Porque esta criatura, nacida de la pluma de Jerry Robinson y Bill Finger en el año 1940, es un hombre, pero también es un fenómeno de la naturaleza. Un monstruo brillante que refleja el nihilismo de nuestra época sin una gota de maniqueísmo. Algo más que una criatura destructora, es un símbolo del caos que nace y subyace debajo de esa percepción del mal absoluto que la inocencia de la ilustración desconoce.

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El Guasón puede ser el tradicional estereotipo del villano  — lo es —,  pero a la vez, un vehículo de violencia y crueldad que supera lo meramente humano. También es un delincuente, un psicópata disparatado que se enfrenta por todos los medios posibles a la corriente interpretación de la ley, el orden y el bien en una ciudad derrotada. Sabemos tan poco del Guasón como para que el misterio resulte sugerente: a través de todas sus encarnaciones, este monstruo contemporáneo se ha transformado a la medida del perverso temor humano por la transgresión. Primero se le concibió como un comediante mediocre que sufre una gravísima desfiguración al escapar de un robo menor. Luego, como una víctima de un padre demencial que le corta una sonrisa eterna con la punta de un cuchillo oxidado. No obstante, nada es claro en el Guasón. Y probablemente no lo será nunca.

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Es esta manipulación de su pasado y su figura lo que hace que el mal que representa sea tan poco claro. No hay convicciones que traicionar ni tampoco temores que combatir. El Guasón es todo y nada, es un monstruo de Frankenstein ideológico que se camuflajea en la violencia con una facilidad que sorprende y aterroriza. Entre lo cínico de un ideal difuso  — el crimen como una forma de expresión de cierto análisis sobre el hombre y sus límites —  a un pragmatismo elemental, el Guasón no conoce lealtades ni tampoco otra cosa que su propia convicción sobre el horror. Un tipo de libertad absoluta que desconcierta por sus implicaciones.

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¿Se trata de esa ruptura del bien moral y ético  — que el Guasón representa de sobre manera—  lo que lo convierte en un icono del cómic contemporáneo? ¿Es el asombro y admiración que provoca el Guasón un ejercicio catártico que expone las grietas y dolores de una cultura convencida de su propia ruptura histórica? Se ha dicho que la popularidad del Guasón tiene su origen en fenómenos parecidos a los que convirtieron en héroes a personajes moralmente ambiguos como la Madame Bovary de Flaubert, o ese Dante penitente que recorrió los infiernos para después contarlos como un paisaje de pesadilla. Claro está, hablamos de monstruos éticos, de identidades a la periferia que transmigran esa ingenua mirada del bien y el mal de la cultura occidental. Pero el Guasón representa algo más: una fractura inminente en medio de la percepción de lo espiritual y lo profano que nuestra cultura impone desde el nacimiento.

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No se trata de un fenómeno desconocido: los monstruos han despertado asombro, fascinación e incluso amor durante buena parte de la historia. Durante el medioevo se hablaba sobre la “tentación de los demonios” para expresar la satisfacción casi erótica que provocaba la mención del demonio en hombres y mujeres. De la misma manera que pueblos enteros de Europa del Este celebraban ritos para conmemorar la memoria del Vampiro y pagar tributo a su poder mortífero, el Diablo medieval se convirtió en una forma de representar, expiar e incluso justificar la violencia. Y ese instinto devastador, extrañamente sexual, resulta casi paralelo al de nuestra cultura, asombrada por los asesinos seriales, los villanos y, sobre todo, por la maldad humana.

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Visto así, el Guasón es, de hecho, el primer monstruo moderno, nacido de las fauces de una cultura que se asume infalible pero que descubre sus propias grietas. Inhumano pero, sobre todo, consciente del valor conceptual de la violencia. El Guasón sugiere ideas mucho más esenciales sobre la naturaleza humana que cualquier otro personaje del cómic o la literatura actual. Se antepone a todo lo bueno y convencional. Provoca el odio pero también seduce en la medida que es capaz de simbolizar lo prohibido. Un antihéroe que se nutre no sólo de esa percepción de la cultura como ilusoria  — nada existe sino a través de la decisión de comprender la realidad como una serie de códigos del pacto social — , sino también de nuestra necesidad de rebelarnos contra una serie de aseveraciones sobre lo paradójico de la búsqueda del bien. El Guasón pareciera expresar la frustración de los postmodernidad, esa búsqueda de un sistema de valores e ideas que sean capaz de expresar lo diferente, lo que se opone a lo obvio. Y de allí su impacto a nivel cultural. Porque no se trata sólo del mal como elemento circunstancial o un discurso de ideas inverosímiles que se entrecruzan unas a otras para sostener la rebeldía contra el patrón social. El Guasón es un ícono de esa admisión de la culpa de lo contemporáneo, del pesimismo cínico que elabora un discurso complejo sobre nuestra cultura ególatra, superficial y obsesionada con sus propios valores difusos. Una época deslumbrada por su prosperidad, dolores y pequeños terrores, en la que lo moral y la religión no son suficientes para asumir el lugar de la esperanza. Es entonces cuando el antihéroe, esa figura inquietante y dolorosa, toma mayor relevancia. En la que criaturas complejas y moralmente incomprensibles son mucho más cercanas que una visión elemental sobre la identidad cultural.

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Vampiro23Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld