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EL POSMODERNO PROMETEO

 

Aglaia Berlutti

 

En el verano de 1816, el Volcán Tambora entró en actividad luego de casi un siglo de descanso. La ceniza se esparció por kilómetros a la redonda y convirtió al verano en un cerrado invierno grisáceo. Huyendo del fenómeno, el poeta Percy B. Shelley y su amante Mary Godwin se refugiaron en la Villa Diodatipropiedad de Lord Byron—, junto al lago de Ginebra. Ya había otro invitado en el paradisiaco lugar: William Polidori, el médico personal del noble poeta. Para pasar las horas muertas, se dedicaron por horas enteras a leer cuentos de fantasmas alemanes. Y por último, en el colmo del tedio, se retaron unos a otros a escribir la mejor narración de terror. El elegante y disoluto Lord Byron esbozó un cuento de vampiros que abandonó por tedio. Su médico retomó la idea y dio vida literaria al temible Lord Ruthven, padre referencial del futuro Drácula. Shelley esbozó unas cuentas historias que no convencieron a nadie tampoco a él mismo , pero Mary se lo tomó muy en serio. Tanto, que en menos de dieciséis horas completó el primer borrador de lo que sería una obra trascendental: El moderno Prometeo

"A monster is born", por MumblingIdiot.

«A monster is born», por MumblingIdiot.

De esta manera tan sencilla, nació lo que sería quizá la historia más conocida sobre el intento del hombre de hacerse Dios: Frankenstein. Y para asombro de la época, el nacimiento vino de la mano de una chica dulce y sin mayores aspiraciones literarias (o eso se creía), que no sólo creó a una criatura poderosa, sino que analizó las implicaciones de la moral en la recién nacida mirada científica de su época. Porque el verdadero protagonista de la novela no es el doctor así llamado sino su criatura anónima, que por mera carambola de asociación lleva el nombre de su creador. El monstruo, nacido de la mesa de operaciones del doctor, tiene además una fina conciencia de sí mismo y medita sobre su existencia incompleta desde una perspectiva pesimista que conmueve. “Soy malo porque soy desgraciado”. A siglos que la ciencia tocara a las puertas de la manipulación genética y otros procedimientos parecidos, la propuesta de Shelley sorprende. Su osadía recoge ese afán inmemorial del hombre de enfrentarse a los límites de su naturaleza imperfecta, de luchar contra las imposiciones de un Creador que reconoce y a la vez teme para encontrar una fórmula que le permita emularlo. 

Lo más asombroso de El monstruo de Frankenstein o el moderno Prometeo título original del libroes que fue escrito muchos años antes de que la tecnología destruyera los últimos Dioses de la mente humana y lo sustituyera por la visión científica. Shelley se enfrenta a una época donde nace la gran soledad moderna, en la que los primeros anuncios de la industrialización destruyen los cimientos elementales de lo que hasta entonces había sido una sociedad obsesionada con el colectivismo. Durante siglos, el mundo se concibió así mismo como una gran mancomunidad donde la soledad era una virtual rareza y lo personal, una idea aún en construcción. Con la llegada de la primera mirada al mecanicismo, esa realidad se transformó en otra cosa: de pronto el talento era un reflejo de la identidad y el mundo, una combinación de esa presunción sobre lo íntimo y lo privado. Y es entonces cuando Mary Shelley describe un mundo nuevo: una maravillosa posibilidadel hombre que crea vida, más allá del misterioy, también, el horror de ese descubrimiento. Una alegoría angustiosa a esa búsqueda de una idea que pueda justificar la pérdida de la inocencia, la caída en el dolor del alma humana ante la ausencia de fe. 

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Shelley nunca aclaró el misterio de cómo pudo concebir una obra de tal complejidad en un período de tiempo tan corto. Según sus propias palabras, el relato tenía “vida propia”. Como si la escritora encontrara en la ficciónsobre todo en esa ambiciosa metáfora sobre el dolor y el rechazo que elaboró con tanta rapidezun espejo inmediato de las revoluciones científicas que ocurrían en secreto bajo el cariz de respetabilidad de una época reprimida. Mientras los cadáveres de criminales y seres anónimos eran robados de cementerios para saciar la curiosidad médica, el mundo comenzaba a cuestionarse la herencia divina del hombre. Una lucha de valores que de pronto se enfrentó con una idea inédita en la historia del hombre: ¿Era necesario el Dios cristiano? ¿Qué preguntas podría engendrar esta nueva mirada positivista de una época herida de incredulidad? ¿De qué escribe Mary Shelley en Frankenstein? ¿Sobre una época que se encontraba al borde mismo de una ruptura histórica? ¿Sobre ese papel secundario y eternamente anónimo que le endilga su género? ¿O incluso sobre su madre, quien sufrió la deshonra y el dolor de ser menospreciada intelectualmente durante su vida? ¿Qué se esconde realmente bajo esa monumental visión sobre lo bueno y lo malo, lo temible y lo bello? ¿Qué ocurre debajo de esa aparentemente inocente visión de un monstruo benigno que lucha contra el horror que prodiga sin desearlo? ¿Que aspiraba Mary Shelley al crear, como un moderno Prometeo de la palabra, esa declaración de intenciones tan profunda como dolorosa?

Frankensteinnovela y criaturaresume todo el cuestionamiento de manera simbólica. Quizá por ese motivo no es una historia de terror tradicional sino una reflexión sobre la identidad del hombre y el poder de la razón. El conocimiento destructor, que se asume así mismo como infalible y que intenta definir a la mente humana y que, al final, sucumbe a su propia vulnerabilidad.

Con frecuencia se le acusa al libro de sermoneador. Y podría serlo, si los personajes fueran menos complejos o la historia más edulcorada. Pero hay una crueldad subyacente en lo que se cuenta, que parece impregnarlo todo, que destruye la ilusión de solemnidad que abarca la visión de la autora e incluso la desborda. Una breve ensoñación sobre el poder del hombre y, a la vez, su fragilidad.

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Mary Shelley

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Imagen de cabecera: «Frankenstein pop art», por DevintheCool.

 

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Vampiro23Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

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