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ENTRE JUAN DE PATMOS Y NOÉ

 

Samuel Lagunas

 

 

El extraño brote de la ahora ya recurrente gripe, en sus sucesivas mutaciones, A (H1N1) en marzo de 2009 sembró en Ignacio Padilla el germen de una idea: “la transformación de nuestras patologías de seres efímeros en experiencia estética” (La industria…, 15). Entre ese hecho catastrófico que fue la pandemia de gripe (al menos lo fue discursiva y mediáticamente) y el ansiado cataclismo global vaticinado por las mayas el 21 de diciembre de 2012, Padilla ensayó una respuesta a la pregunta: ¿por qué nuestra obsesión apocalíptica? Esa respuesta advierte la complejidad del fenómeno y aterriza en una conclusión difícil de desechar: lo que antes fue un combustible para la historia -el deseo del fin- ahora es un producto del mercado: una industria donde aparecen cineastas, ufólogos, teóricos conspirativos, diseñadores de moda, productores televisivos, divulgadores científicos, predicadores, filósofos y novelistas (él mismo, entre todos ellos); industria que en 2012 se manifestó en toda su eficacia pero que hoy ha hallado ya un lugar propio en nuestro catálogo de entretenimiento y de consumo.

Ignacio Padilla (1968-2016)

Ignacio Padilla (1968-2016)

La industria del fin del mundo, desde sus primeras páginas, nos arroja una hipótesis borgiana que acompaña todo el libro: “Así como nadie puede asegurarnos que Dios no existe, nadie puede demostrar que no nos hemos extinguido ya, no una sino incontables veces” (38). Dicha suposición de que quizá ya todo acabó encuentra su justificación en algo que Padilla considera inmanente en los seres humanos: su intuición de eternidad. Pero Padilla no es el único que lo ha notado, sino también otras mentes han capitalizado esa intuición y han amasado fortunas a partir de ella; y no sólo eso, sino que han provocado innumerables infortunios. Es entonces que Padilla sienta su postura: el apocalipsis es un combustible perverso. Y con apocalipsis se refiere, en este argumento, al rollo atribuido a Juan de Patmos redactado hacia finales del siglo I y a sus remedos ulteriores. El libro del Apocalipsis, reconoce Padilla con prudencia, abreva de otras fuentes, de ahí que no dude en describirlo como una “caja china de refundiciones escatológicas” (50) a la que se le deben grandes obras de arte (desde Gonzalo de Berceo hasta el comic setentero norteamericano) pero también “millones de asesinatos y no pocos suicidios” (51). ¿Por qué dicha aseveración? Fácil, porque todo proyecto y visión apocalíptica apela a dos actitudes básicas del ser humano: el miedo y el rencor (rasgos que también son definitorios de los personajes centrales de sus novelas). Miedo a la muerte pero también miedo a lo que hay del otro lado de la frontera; miedo a ese otro al que tarde o temprano se le agarra resentimiento y del que se anticipa, en el texto apocalíptico, su pronta destrucción.

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Aunque por momentos, lo mismo que Norman Cohn, Padilla admite el potencial liberador del deseo apocalíptico (del milenarismo), hacia el final declara su simpatía por otro relato bíblico: el del diluvio. El Apocalipsis es un libro que antes que “un vistazo a un futuro posible, es una nostalgia del paraíso perdido” (82). Esta obsesión con el pasado, un pasado de por sí mítico, nubla, según Padilla, los ojos tanto del milenarista como del promotor de utopías apartadas de la realidad; ante ellas, las distopías se convierten en la única crítica que desenmascara esas pesadillas revestidas de promesas redentoras. Además, si el Apocalipsis y sus predicadores apelan al miedo y al rencor, Padilla nos recuerda que “Noé no utilizó el miedo ni la amenaza en su intento por convencer al resto de la humanidad sobre la inminencia del diluvio […]. La suya es una misión constructora, no vindicativa” (172). Noé se convierte así en una alternativa al iracundo Juan de Patmos y su existencia post-diluviana, o sea: post-apocalíptica, en un modelo, modelo que no necesariamente imagina desde la absoluta desesperanza que se halla representada en los páramos devastados de La carretera de Cormac McCarthy o en los enclaves opresores de la saga Mad Max. La vida después del apocalipsis es también un desafío a creer que hay una esperanza y un futuro realista que nos aguarda en este insólito hogar nuestro que es la Tierra. Ese realismo que intenta recuperar Padilla no es otra cosa que saber que “no podemos imaginar el verdadero final” (199) y que, a fin de hallarle paliativo a la angustia que nos provoca la muerte o la destrucción planetaria nos hemos inventado un mito: el mito del fin del mundo.

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El libro de Padilla es, al mismo tiempo, un catálogo fantástico de apocaliptismos: ahí se da cita gran parte de la tradición filosófica occidental (de Joaquín de Fiore a Augusto Comte), salen a relucir nombres de místicas como el de Hildegarda de Bingen y algunos profetas contemporáneos como aquellos que supusieron el colapso de todos los sistemas informáticos en el cambio de milenio: eso que se llamó el Y2K y que en la cinta de Scott Frank Un paseo por las tumbas (2014) aparece como telón de fondo del verdadero fin de siglo que atraviesan los personajes: la violencia urbana.

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Finalmente, La industria del fin del mundo es un recordatorio del amor, y la necesidad, que los seres humanos tenemos de narraciones; y el catastrofismo apocalíptico es sólo otra forma de narrarnos. En una bella alusión a la película de Terry Gilliam El imaginario del doctor Parnasus, la imaginación de Padilla toca puerto: “esta historia me ha hecho pensar que quizás el relato que sostiene al mundo es precisamente el que cuenta el fin del mundo” (40). La narración, por ende, ayuda a postergar ese fin, de algún modo lo conjura a permanecer siempre en un después; pero, sobre todo, contar el fin del mundo es una forma de no olvidar nuestra inevitable finitud: la muerte. Esa muerte, a la que miramos con angustia y con deseo, concluye Padilla, “nos acerca a la plenitud ontológica” (41). Entonces, cuando escogemos a Noé y el post-apocalipsis, escogemos también la desestabilización temporal que provoca (no sabemos bien a bien el antes ni el después) y los bucles que abre. Esos bucles, lapsos de lucidez en medio del desorden anímico, generan un espacio donde la muerte cede ante la vida y el dolor ante la alegría: son un hueco imposible que existe gracias a la tarea de narrar, tarea que Padilla durante gran parte de su vida practicó con una férrea convicción de que efectivamente son los relatos los que sostienen y dan cuerda a este mundo.

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Padilla, Ignacio. La industria del fin del mundo. México: Taurus, 2012

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samlagSamuel Lagunas (Querétaro, 1990). Aficionado a la literatura, el cine y los estudios bíblicos. Cristiano bautista, tiene la esperanza de que el cielo sea el universo de bolsillo que aparecerá cuando el nuestro colapse. Es autor de los poemarios Todavía mañana, Plegaria por la destrucción universal y Godfully.