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LAS MEMORIAS Y CONFESIONES DE JAMES HOGG

El Conde de Betancourt

 

 

¿Alguna vez se han planteado la idea de hacer todo cuanto les venga en gana sin verse obligados a atenerse a las consecuencias? ¿De actuar a como nuestras emociones y cerebro nos dicten sin temor a represalias producto de vivir al límite? ¿De gozar, en su totalidad, de eso a que los modernistas más acérrimos denominan constantemente como “libertad”? Suena bastante bien, ¿verdad? ¿Qué persona no quisiera verse libre de las responsabilidades, compromisos y obligaciones que tanto nos agobian?

Sin embargo, ¿qué pasaría ahora, en el supuesto caso, de que ustedes tuviesen el derecho a pecar (sí, a pecar) sabiendo que Dios no podrá castigarlos jamás? Piénselo tan sólo un momento: son los «elegidos» del Señor o, como diríamos dentro del catolicismo, los «ungidos» por la Providencia. Claro está que yo, dada mi educación católica, se de buena fuente que este precepto jamás lo escucharán en ningún sermón romano y mucho menos en uno ortodoxo; más bien, tal idea proviene de los dogmas luteranos más antiguos que estipulan que el homicidio, la embriaguez, entre muchos otros vicios, son actos propios de los malvados, pero no del hijo de la gracia que ha garantizado la salvación.

Bajo esta idea teológica tan aberrante es en la que el poeta escocés James Hogg (también autor de ciertos relatos como «Expedición al Infierno») es que nos trae una de las mejores novelas góticas que yo haya leído jamás. ¿Por qué digo que es de las mejores? Porque tal y como lo hemos venido manejando desde hace un par de reseñas, una obra literaria del género gótico siempre tiene que verse envuelta con aspectos religiosos de dudosa moralidad y, ante todo, asaz terroríficas. Y por supuesto, la del libro de Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado está colmado de todo ello.

La edición que presento ante ustedes es, de nueva cuenta, aquella perteneciente a la colección Gótica de la editorial Valdemar. Se trata, pues, del tomo número 6 de esta magistral serie, con 192 páginas en su haber y con las ya usuales medidas de 24 x 16 centímetros. Lamentablemente, tal ejemplar actualmente se encuentra descatalogado por la editorial (según tengo entendido, no lo imprimen desde 1992), aunque no por ello es incapaz de conseguir. La versión del Club de Diógenes aún está vigente siendo el tomo 165 en un muy bonito formato de bolsillo; y si eso no les brinda un rayo de esperanza para poderse hacer con este tesoro, tienen la opción que editoriales como Axial, Nórdica Libros y Alfaguara les ofrecen. En lo que a los tirajes de Valdemar se refiere, ambos cuentan con la traducción de Francisco Torres Olivier que, como ya sabemos, es el traductor por excelencia de la obra de Lovecraft. La ilustración de cubierta lleva por nombre Scene of Delugey fue creada por Anne Louis Girodet.

Como primera parte tenemos el prólogo escrito por André Gide (el ganador del premio Nobel de Literatura de 1947), siendo esta una introducción de lo más perfecta que nos será de gran ayuda para comprender el complejo transfondo de la novela. El ensayista tratará de darnos todos los puntos a favor de esta narrativa, resaltando especialmente aquellos factores que incluso hoy en día son considerados objetos de estudio. Eso sí, se nos adelantarán algunos datos que son de vital importancia para el desarrollo de la trama que, si bien el lector más despistado no será capaz de advertirlos, para los más audaces no les resultará ningún problema. Aun así, la experiencia de la lectura no se arruina en lo más mínimo, pues recordemos incluso que ciertos spoilers son necesarios para mantener y despertar el interés.

Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado se divide en dos partes: Relato del editor y otra que lleva un nombre homónimo. La primera sección está narrada en tercera persona y cuenta los orígenes de Robert Wringhim (nuestro oscuro protagonista), mismos que se remontan hasta la boda del Laird de Dalcastle con la futura madre de éste; mientras que en la segunda sección Robert nos narrará (desde su muy simpática perspectiva) cada una de sus atrocidades y pensamientos. Como consecuencia, tales nupcias tuvieron como fruto el nacimiento del pequeño Wringhim (quien es el hijo menor) y de su hermano, George Colwan (el primogénito).

Esta parte de la historia hay que leerla con bastante cuidado pues, a pesar de que es el inicio, en ella se da conocer casi de inmediato el dilema que dará surgimiento a todos los acontecimientos de la trama. Para comenzar, la relación entre el Laird y la Lady de Dalcastle no fue de todo armoniosa: cosechaban más peleas maritales que buenos sentimientos. La aparición del reverendo Wringhim terminó por empeorarlo todo, ya que él apoyaba, de manera sospechosamente incondicional, a Lady Dalcastle durante la mayoría de los altercados.

Quizá se estén preguntando, ¿por qué Robert, siendo hijo del Laird, tiene el apellido del reverendo? Pues resulta que, de sus dos semillas, el terrateniente solamente reconoció a George como su único y legítimo hijo, mientras que a Robert lo despreció gracias a que supuso que su esposa había tenido un arranque de pasión con el clérigo (hecho que, por supuesto, queda bastante claro en los párrafos). Por lo tanto, el reverendo adopta a Robert al pasarle su apellido, a su vez que le imparte una severa educación religiosa que culmina con una ceremonia donde se le hace creer al chico que es un elegido de Dios.

Entre que los dos hermanos se convierten en enemigos mortales y entre el concubinato que el Laird sostiene con una de las criadas encargadas de cuidar a George (siendo aquella un personaje bastante importante para la trama), las cosas no podrían haber empeorado todavía más (o quizá sí). La súbita aparición del mismísimo Satanás, que ha decidido emplear el pseudónimo de Gil-Martin, es el elemento sobrenatural de la historia y el mismo que la hace tan especial. Y es a partir de aquí que el precepto teológico que les planteé al inicio toma relevancia.

A pesar de todos los valores y buenos modales que el reverendo quiso inculcarle a Robert, desgraciadamente el joven intelectual terminó por convertirse en una especie de psicópata egocentrista, donde sus actos cuestionables son vistos por él a buen recaudo y en escenarios o situaciones donde todos los demás son unos canallas menos él. Dicha forma de pensar ya venía haciendo mella en su cabeza incluso antes de que el Príncipe de las Tinieblas se convirtiese en su confidente y amigo (ya que eso sucede tras confundirlo con el Zar de Rusia), pasando a demostrar que, como tal, el tema principal de esta magnum opus se relaciona muy estrechamente con algo que un sabio sacerdote compartió conmigo en una ocasión: «La palabra de Dios mal explicada o, en su defecto, mal entendida, puede conducir al pecado».  Y lo perjudicial del asunto aquí es que, la mayoría de las veces, nuestras interpretaciones se basan en la mera conveniencia. Robert creía que hacía actos piadosos, cuando en realidad pecaba más que cualquier condenado conocido por Dante.

Por ende, y como ya dije, dicha paradoja es la que dota a la historia con un sabor inexplicable, con un tétrico encanto cuyo final no hace sino acrecentarla. Imaginen que tienen al diablo como camarada y que se percatan de ello hasta que miles de demonios y seres de ultratumba comienzan a devorarlos vivos. He ahí otro de los puntos fuertes de esta prosa.

Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado es un libro que recomiendo ampliamente por lo ya dicho. Desconozco el motivo por el que Valdemar ha dejado de editarlo en Gótica durante tanto tiempo (supongo que Nórdica Libros les ganó los derechos de publicación, dado que la traducción y el prólogo también son de Francisco Torres Olivier y de André Gide, respectivamente). Si tienen oportunidad de leerlo, háganlo: les prometo que no se arrepentirán.

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El Conde de Betancourt

En 2015 ganó un concurso de poesía religiosa que organizó una parroquia cercana a su hogar. En 2017 su cuento «En compañía de la muerte» apareció en el número 7 de la revista Vuelo de Cuervos y «Nocturna demacración» hizo lo propio el blog de la revista Fantastique para su especial de vampiros. «Rhythmus Mortis» aparecerá en la antología splatterpunk Gritos Sucios de Ediciones Vernacci. Sus reseñas las sube a YouTube.

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