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PREVISIONISMO PORVENIRISTA

I

 

Emiliano González

 

Artefactos infernales (1987), novela de K. W. Jeter, autor norteamericano, está influida, directa o indirectamente, por mi cuento “Rudisbroeck o los autómatas”: hay un Caronte en el río Támesis, de aguas heladas, que se basa en el ceñudo Caronte del río Tang, de aguas hirvientes. Hay una taberna y alusiones a perros. Uno de ellos le sirve de guía al narrador, así como en “Rudisbroeck” el hombre-perro le sirve de guía al narrador. El padre del narrador ha sido fabricante de autómatas, y en mi cuento el narrador, ante Rudisbroeck, recuerda a su padre (ya que el narrador ha sido fabricado por Rudisbroeck). La novela de Jeter se subtitula “Una loca fantasía victoriana”, y entonces recuerdo “una loca pesadilla de campanas” de Beatriz Álvarez Klein en el cuento “La espera”. En el libro que incluye “Rudisbroeck” hay “un cuento de fantasmas victoriano” y un cuento onírico, “La huída”, en que el narrador es perseguido por perros hasta que llega a una iglesia. En la novela de Jeter, el narrador es guiado por un perro hasta una iglesia en que hay autómatas clericales, y luego es perseguido. En mi cuento “La huída”, el sueño –circular– termina cuando el monstruo que persigue al narrador con perros destruye a pedradas un vitral de la iglesia; en la novela de Jeter, una de las ventanas de la iglesia es destruida con la cabeza de porcelana de un querubín.

Jeter inicia su novela con una cita de Goethe, lo cual nos lleva al personaje Mefisto de “Rudisbroeck”, basado en Mefistófeles de Fausto. En mi cuento, Mefisto tiene una tienda, y en la novela de Jeter, el padre del narrador ha tenido una tienda, que el narrador hereda. En mi cuento, Rudisbroeck es Mefisto y todos sus autómatas son él. Y aunque el narrador de la novela de Jeter no es un autómata, su cerebro le ha servido a su padre para activar a un autómata igual al narrador, un violinista virtuoso, hermano gemelo del narrador, su réplica exacta. K. W. Jeter ha realizado un duplicado, un doble de “Rudisbroeck” al elaborar su novela Artefactos infernales, novela que tiene su originalidad, lo cual implica identidad clara.

En la novela del judío Edmund Cooper (publicada en 1958) Imagen letal, todo ocurre en otoño y aparecen una ciudad de robots –Londres en el futuro– y un personaje disfrazado de Santa Claus que es en realidad Mefistófeles en una tienda de juguetes en que las muñecas crecen hasta volverse mujeres sensuales (como cierto juguete que crece mientras duermen los niños, en “Rudisbroeck”). Recuerdo una lectura previa, que también implicó intuición, de un poema modernista en que aparecía Mefisto en una tienda de antigüedades (como en “Rudisbroeck”, no como en Fausto). En la primera versión de “Rudisbroeck”, la ciudad se llamaba Corcira, y en la segunda versión, “Sweendlinboom”, deformación de “Swingin’ London”, como era llamada la ciudad de Londres en la época psiquedélica. Finalmente, la ciudad de “Rudisbroeck” fue llamada Penumbria.

En este caso, no puede haber influencia mía (pues la novela de Cooper es de 1958), pero hay previsión de lectura y arquetipo particular (Mefisto como vendedor de juguetes) ubicado dentro del arquetipo general (el Diablo).

Pero volvamos a la novela de Jeter.

Otros temas de “Rudisbroeck” aparecen: la monja contrastada con la prostituta es uno de ellos. La jefa del burdel, Mollie Maud, cuyo maquillaje oculta las facciones de Mrs. Trabble, jefa de la Unión de Damas para la Supresión del Vicio Carnal, nos recuerda a la prostituta que Baudelaire llevó al museo y que se escandalizó ante los cuadros eróticos. Así como la cursilería –exceso de piedad– lleva a la crueldad –defecto de piedad– la monja es la otra cara de la prostituta. El narrador es perseguido por los empleados del burdel y por los integrantes de una sociedad religiosa, pero se salva de todos ellos.

La poesía de Sor Juana, emoción (cristiana y pagana) dominada, es para evitar cursilería y crueldad, ya que no es arte al servicio de la religión sino transformación de emoción religiosa en arte religioso. Lo sacro-profano existe en Sor Juana: es la sagrada locura.

Las prostitutas son llamadas “muchachas verdes”, debido a la unión supersticiosa del diablo y del color verde, que se inicia con la calumnia que envuelve al legendario “caballero verde”, confundido con el diablo en la edad media, y que se vuelve una superstición, delatada por los románticos, que escriben sobre el verde y el monstruo verde nacido del diablo y una mujer. Uno de los decadentes, Jean Lorrain, habla del color verde como de algo diabólico en Monsieur de Phocas, en que se mencionan las jóvenes ofrecidas al minotauro de Londres. En la novela de Jeter reaparece el verde diabólico, relacionado esta vez con las “casas verdes” o burdeles del Japón y del Perú, según el autor Vargas Llosa. El libro verde de Helen es considerado diabólico por el inmoralista Ambrose en “El pueblo blanco” de Machen.

Un diablo verde aparece en un cuento sobre ilusionismo, en el libro de cuentos El museo Barnum de Steven Millhauser, libro que tiene afinidades con Los sueños de la bella durmiente.

Otro elemento de mis libros en la novela de Jeter es el de los perros empleados en un burdel para prácticas bestialistas (o tribadistas), que aparecen en la sátira, para criticar el predominio de sexualidad animal sobre erotismo humano. Crowley, Rachilde y recientemente Marosa di Giorgio se han referido a tal perversión. También Jeter se refiere a ella. El perro de las hibridaciones de mi poema “En Júpiter”, poema de ciencia-ficción, es un animal monstruoso para dar origen a seres híbridos.

En Los sueños de la bella durmiente aparecen dos jardines de metal: uno en “Rudisbroeck” y otro en “La última sorpresa del apotecario”. En la novela de Jeter hay una flor de metal.

No soy el único autor que ha influido sobre Jeter: también Lovecraft lo ha influido, ya que hace aparecer hombres-peces muy semejantes a los de Innsmouth, puerto imaginario de Lovecraft. En El museo Barnum de Millhauser hay un hombre-crustáceo.

Es curioso el hecho de que los dos autores norteamericanos que han hecho diferentes versiones de “Rudisbroeck” toquen el tema de las criaturas oceánicas después de tocar el tema de los autómatas. Joan D. Vinge en la novela fantacientífica, publicada en 1980, La reina de las nieves (en que se refiere a la ciudad del invierno perpetuo) toca el tema de los seres marinos que son sacrificados para darles la eternidad a los habitantes de la ciudad. En “Rudisbroeck” la única mención del mar es la “esencia de tiburón de Poltarnees” para transportar cuerpos a largas distancias, y Poltarnees es una ciudad marina en un cuento de Lord Dunsany. En la novela de Vinge, la sangre de los seres marinos es el “agua de la vida” para los seres humanos.

En la novela, ya mencionada, Imagen letal de Edmund Cooper, sobre autómatas y Mefisto en una tienda de juguetes, está el siguiente fragmento: “Estaba desnuda y completamente inmóvil. Su pierna izquierda y su brazo derecho eran plateados, la otra pierna y brazo eran dorados, su cuerpo y cara eran negros como el azabache, y su pelo un verde fosforescente (capítulo 9). El fragmento se ve anticipado por un fragmento mío de “La muerte de Vicky M. Doodle” en que hay una mujer con una pierna dorada y la otra plateada, imagen que es también premonición de otra, idéntica, en Bay City Blues de R. Chandler, leída varios años después de mi escritura del fragmento y de mi novela Neon City Blues.

Me recuerdan las mujeres de plata y oro de William Blake y las mujeres de oro de Hefesto, en la Iliada de Homero, que acaso inspiran a las imágenes de piernas de plata y oro a Cooper y a Chandler. Es probable que la relación fónica entre los nombres Hefesto y Mefisto le haya sugerido a Cooper la unión de Mefisto y los autómatas. No puedo decir lo mismo de mí, pues yo ignoraba a las mujeres de Blake y Homero al escribir mi fragmento y también al escribir “Rudisbroeck”.

He mencionado al autor Seven Millhauser. En su libro El museo Barnum, publicado en 1990, podemos leer fragmentos muy parecidos a los que yo escribí para elaborar Los sueños de la bella durmiente: “Alicia cayendo”, uno de los cuentos de Millhauser, nos lleva a la caída infinita del arquitecto en mi cuento “Relación de un esclavo”, y la arquitectura engañosa del museo Barnum nos recuerda mi fragmento sobre el Palacio de las Decapitaciones. La ninfa de la mitología contrasta con la colegiala de la realidad en el libro de Millhauser, en que el cuento sobre Alicia termina con una imagen de agua y fuego y la palabra “oscura”, lo cual nos recuerda a Alanna, la ninfa oscura de Machen evocada al comienzo de mi libro. La idea que los trucos de ilusionismo enmascaran la verdadera magia, de que la aparente dama disfrazada es en realidad una sirena, fascina a Millhauser, y nos recuerda cuentos como “Levitación” de J. P. Brennan, o “El leve Pedro”, del argentino Anderson Imbert, que parece basado en el de Brennan. La repetición de un rostro ansioso en los espejos de un corredor, en el cuento “Detrás de la cortina azul”, de Millhauser, nos lleva al rostro de Malamita, “repetido cien veces en cada vagón”, de mi cuento “El peregrino amarillo”, y la repetición del rostro de una mujer en otros espejos, en el mismo cuento de Millhauser, cuando vemos que la mujer ha sido ayudada por otra mujer, de edad madura, vestida de negro, pensamos en la primera versión de Malamita, “Caminos desiertos”, publicada en el boletín bibliográfico Azteca del Fondo de Cultura Económica. Es poco probable que Millhauser conozca el boletín, y por ende resulta asombrosa esta afinidad con un poema en prosa anterior a “El peregrino amarillo”. Millhauser considera narcisistas y pesadillescos a los espejos, como podemos ver en el relato sobre el ilusionista. En otro cuento, “Komix Klásicos # 1”, hay otra mujer vestida de negro, que es descrita minuciosamente. En mi cuento “El museo” hay un fragmento que prefigura el título de Millhauser: “Un dios me ha dado en un sueño ámbitos de fiera luz y complicada imaginería de metales, y he creído discernir en ellos la galería de un Museo de Historia Natural cuyas vitrinas exponen todo aquello que Barnum y sus discípulos han preferido dejar en el olvido.”

Los movimientos literarios no se hacen sólo con influencias literarias: también se hacen con afinidades, ya que existen los arquetipos particulares, que se refieren a cosas muy concretas, a diferencia de los arquetipos generales, como Dios o el Diablo, que se refieren a cosas muy abstractas.

La obra colectiva de 1968, Banú (novela subtitulada “La Tierra Prometida”) es premonición del filme El submarino amarillo y también del disco de Frank Zappa, The Grand Wazoo (1972), basado en las trompetas de Jericó, episodio bíblico relacionado con la Tierra Prometida, a la que se alude en la canción de los Seekers, “Nunca encontraré a alguien como tú”, canción anterior a la escritura de Banú. Esta canción es poética, igual que la canción sobre el submarino amarillo, pero no incluye descripciones fantásticas. Sólo alude a la vida y al amor. Lo mismo podemos decir de la canción de los Beatles.

Los músicos que han abordado el tema de la Tierra Prometida han ofrecido diferentes versiones, para darle libertad al tema.

Como Banú, El Gran Wazoo de Zappa se inicia en el sótano, ahora del laboratorio secreto de un científico, el Tío Carne, no del viejo Erik de Banú. En vez de un barco antiguo, el científico tiene una réplica pervertida de la Roma Antigua, ciudad regida por el emperador Cletus, cuyo ejército de músicos sin empleo se enfrenta al ejército del archi-villano Mediocrates de Redestrum. Este último quiere llevar a la gente, con disparates y cancioncillas, a una sumisión babeante. El emperador se dirige a los enemigos de la música usando un megáfono llamado El Grand Wazoo y pretende controlarlos. Al referirse a la sumisión de la gente, Wazoo nos recuerda también mi obra El rey, posterior a Banú. Personajes y lugares raros y sexuales son descritos en el breve cuento que acompaña al disco (instrumental, sobre todo, de rock y jazz). El motivo del coro, “¿Adónde van? ¿De dónde vienen?”, proviene del cuadro de Gauguin “¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?”, y me recuerda el disco Gauguin (2000) de Eugenio Toussaint, uno de los autores de Banú, obra escrita en la secundaria; los otros somos Uri Schweber Zimmerman, Pablo Barahona y yo.

Si Banú es una premonición del filme El submarino amarillo, mi cuento “El peregrino amarillo” es una variación de éste. En la canción popular “Green Tambourine” (Pandereta verde) del grupo efímero The Lemon Pipers hay una variación del título de la canción de los Beatles. Mi cuento se refiere indirectamente a las cosas amarillas y simbólicas de la literatura: la década amarilla, el libro amarillo, el tapiz amarillo, el rey de amarillo, etc. Para los escritores de fines del siglo XIX, el amarillo es el color de la locura profana que puede ser sagrada, y es que el rey de amarillo es metáfora del oro, que puede pasar de lo material a lo espiritual en la alquimia.  En la novela La locura de Almayer (1896) Joseph Conrad alude a la locura del oro. En la época del filme sobre el submarino amarillo, la beatlemanía del fanatismo se transforma en apreciación musical, en dominio de la emoción. En mi cuento, una figura obsesiva oriental se vuelve personaje de terror y así puede ser dominada.

Reconozco mi influencia en el fragmento de la novela El síndrome de Ambras de Pilar Pedraza: “Levantó los ojos hacia los de Florence y clavó en ellos una mirada azul que la joven había visto antes, aunque no sabía dónde”. El fragmento recuerda el final de mi cuento “Rudisbroeck o los autómatas”: “‘Hasta pronto’, insistió el viejo, clavando en mí su mirada azul.” Este final es irónico, pues alude a un poema de Nervo en que una joven clava su mirada azul en el poeta. El viejo, al ser el creador de Mefisto (el anticuario afeminado) tiene algo de su creación, es decir, también es femenino y fenómeno, y masculino, ya que algo tiene de todos los “robots” que ha hecho. Rudisbroeck trata de hacer pensar a sus “robots”, logrando que uno de ellos (el narrador imaginario) piense. Y al final, lo está logrando. El narrador se percata de que la parte femenina de la mente de Rudisbroeck es conflictiva, así como el apotecario se da cuenta de que la parte femenina de la mente de Mirlitón el egipcio es conflictiva. Pero volvamos a la novela de Pedraza. En ella se alude a “la muerte perdida en el eterno crepúsculo”. Esto me lleva a Penumbria, la ciudad del otoño perpetuo, habitada por Rudisbroeck y sus “robots”, uno de los cuales es Braulio, un caso de hipertricosis, enfermedad que da origen al mito de la licantropía, sobre todo al aspecto físico del hombre-lobo, ya que el aspecto mental se origina en la ferocidad. En la novela de Pedraza figuran la hipertricosis y la licantropía. La novela es de 2008.

Recuerdo que cuando adquirí el libro de Alice Hoffmann sobre el hombre-lobo encontré un libro que había regalado y quería recuperar: El último pétalo (1989) de Miriam Ruvinskis. El título me hizo recordar –como el libro de Hoffmann– a Carla Hagen, escritora y trabajadora social, que pronunciaba “petalo” en vez de “pétalo”. Y un pétalo de rosa aparece en el lomo del libro que encontré un año después, Rosa invernal (Winter Rose) de Patricia McKillip, influido –directa o indirectamente- por “El jardín que florecía en invierno”, cuadro de Ruggiero que aparece en mi cuento “La última sorpresa del apotecario”. Y es que en el libro de McKillip también aparece un apotecario, que examina el cadáver de Nial Lynn, padre cruel que ha sido víctima de su hijo y que deja una maldición. La narradora sueña con una rosa roja floreciendo en la nieve, como fuego en la oscuridad. Imágenes de rosas brotadas de la sangre llenan la novela de McKillip, así como imágenes de rosas ardientes, de rosas en llamas que se vuelven cenizas, formando la materia prima que luego se vuelve el espectro de la rosa, en la alquimia.

Cuando escribí, en París, “La última sorpresa del apotecario”, no recordaba yo el cuento del mexicano Carlos Barrera “El crimen de Fandila Gómez, apotecario” ni la lista de libros impresa al final del libro de cuentos La isla de los muertos (1922) de Barrera, en que está anunciado El mirador de los panoramas, título que anticipa “La torre de los espejismos”, segunda parte de mi libro Los sueños de la bella durmiente,  en cuya primera parte hay un soneto sobre un vampiro que tiene por escenario “el islote lunar / de Böcklin” (el cuadro La isla de los muertos). En el libro de McKillip también hay un crimen y un apotecario, y ella antes ha tomado como inspiración La isla de los muertos de Böcklin en su libro anterior, La luna y la cara (1985). Cuando la autora, cerca del final de Rosa invernal, recuerda el filme Las fresas silvestres de Bergman en que aparece un sueño basado en el cuento “El signo amarillo” de Robert W. Chambers, inspirado por Poe, Darío, Martí, Bierce y Nerval. En el sueño bergmaniano, y en el resto del filme, aparece el actor Isak Borg, muy parecido físicamente a mi tío abuelo Carlos de la Torre, y el sueño recuerda mucho el cuento de Carlos Barrera “La muerte del monje” (Pesadilla), en que el narrador se sueña en un ataúd como en el filme Vampyr de Dreyer. En el filme la isla de los muertos, protagonizado por Karloff, hay horror y vampirismo. ¡Qué raro que Carlos –autor de un cuento anterior a King Kong, en que hay un mono gigante en una isla– se vuelva luego Karloff! Aun la isla del libro de Barrera anticipa “La isla de la Calavera” de King Kong. El poeta uruguayo Herrera y Reissig, autor de “La torre de las esfinges”, influye sobre Barrera y sobre mí cuando escribo “La torre de los espejismos”, sección de mi libro basada asimismo en la torre de los panoramas en que vivía Reissig.

En el libro de Barrera, el capitán Milbombas, flaco, movido por celos anormales, reta al apotecario Gómez, gordo, pero fracasa, pues muere “de miedo a la muerte”, sugestionado, creyendo que las cápsulas de azúcar que ha tomado contienen estricnina.  El último cuento del libro de Barrera, “La bohemia de mis amigos”, se subtitula “Aventura de dos flacos y un gordo”. Vienen a la memoria Laurel y Hardy, los famosos cómicos del cine. Curiosamente, en la novela de McKillip, la hermosa hermana de la narradora se llama Laurel. En mi libro, el crimen y el apotecario están claramente separados, pues el crimen es la muerte de Cristo –a la que se alude varias veces– y el apotecario es inocente. También lo es en la novela de McKillip. El cuento de Barrera sucede en la primavera, y el mío también. El libro de Barrera, originalmente, me fue prestado por su nieta Patricia, por si quería yo seleccionar uno de los cuentos para mi antología Miedo en castellano (1973) y yo, absurdamente, no incluí ninguno, al notar que eran realistas y satíricos. A pesar de ello, algunos tenían algo macabro, y el estilo en que estaban escritos era decadente. Debí incluir alguno, y si no lo hice, con el tiempo he corregido esa equivocación dedicándole a Barrera un ensayo sobre literatura y vida, para destacarlo. Aunque lo sobrenatural es rechazado por el autor, lo onírico es aceptado.

Continuará…

 

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Imagen de cabecera: «A look back in time», por Mike Savad.

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I(2007) y Ensayos (2009).

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