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PREVISIONISMO PORVENIRISTA

II

Emiliano González

Primer parte

 

Podemos ver los temas del crimen y el apotecario en un poema de Oliver Wendell Holmes que tal vez influye sobre Barrera: “Rip Van Winkle, M.D.”, incluido en Rimas de una hora. El poema, escrito para una reunión de la sociedad médica de Massachusetts, en 1870, nos cuenta la historia del nieto de Rip Van Winkle, que se vuelva apotecario y, después de tomar una droga extraña llamada “Elixir-Pro”, duerme muchos años y despierta en el futuro, en que resulta matasanos y envenena a un propietario y a un diácono. El poema consta de dos cantos, y al finalizar el primero el autor advierte que va a dar vueltas a la manija de su organillo y que un mono con un sombrero recogerá el dinero al finalizar el segundo canto. Mi cuento sobre el apotecario es premonición de mi lectura del poema de Holmes, ya que aparecen en mi cuento un mono y un organillero, que se despierta gritando de un sueño en que ha sido el mono de un organillero espantoso. El sueño, el mono y el espanto me recuerdan el cuento de Barrera, “La isla de los muertos”, en que un gran mono atrapa al narrador, en el escenario del cuadro de Böcklin, también llamado “Un cuadro para soñar”. He de advertir que cuando escribí mi cuento no recordaba yo conscientemente el libro de Barrera y no conocía aún el poema de Holmes. Este último es precursor de González Martínez al ser médico y escritor de poemas misteriosos.

La necrofilia y el vampirismo, en mi libro de cuentos y poemas, son elementos que transforman la experiencia infantil de oír o leer el cuento de la bella durmiente en otro tipo de experiencia, más propia de jóvenes y adultos. La necrofilia y el vampirismo son también premoniciones de mi lectura del cuento de Clark Ashton Smith “La muerte de Ilalotha”, en que una bella camarera, para conquistar al señor Tulos (amante de una reina celosa), lo excita sexualmente con la muerte, lo atrae con hechizos fúnebres y promesas irresistibles… sólo para chuparle toda la sangre, pues es una vampiresa de hermosura radiante y palidez voluptuosa. El cuento es sorpresivo, pues cuando se anuncia la muerte de la camarera hay orgías funerales en vez de un sepelio, y ella parece esperar los besos de un amante, no los besos del gusano. Finalmente, la reina celosa descubre a su amante vampirizado y huye despavorida, creyendo que Ilalotha es una bruja que, al morir frustrada en sus amores, ha revivido como lamia o vampiresa.

En mi poema “La sonrisa del mono“ están los siguientes versos:

En un lecho de pájaros pintados

se entrelazaban

cuando el rugido de un león de piedra

bajó la escalinata:

luna menguante entre las columnas.

En estos versos hay una premonición de mi lectura de “Historia del león de piedra”, cuento incluido en un libro con el mismo título, publicado en 2001. En la solapa y en la contraportada hay alusiones a lo “mágico y misterioso” del libro, con cuentos y poemas amorosos tibetanos. El cuento es sobre un hermano bueno premiado por un león de piedra y un hermano malo castigado por el mismo león.

El felino de mi poema parece ser uno de los animales del zoológico de piedra del Marqués Invisible, zoológico mencionado en mi texto automático y premonitorio sobre la colegiala Dafne, texto recordado inconscientemente por mí al escribir el poema. La estatua animada del cuento tibetano, relacionada con la justicia, se ve anticipada por la historia de la estatua de Mitis, narrada por Aristóteles en la Poética, y desconocida por mí al escribir Orquidáceas. Cuando con los siglos la estatua de Mitis se vuelve la estatua del Comendador, es para indicar que Don Juan introduce una nota discordante de odio en el mundo armonioso del amor, deformando el viaje de Odiseo y la escala de Diótima, que va de la belleza de los cuerpos particulares al amor universal y que simboliza las capacidades de Afrodita y Eros.

En mi libro Orquidáceas, las estatuas vivas son emblemas de realizaciones de deseo. El pigmalionismo es transformado en poesía erótica.

En mi libro Los sueños de la bella durmiente incluyo unas “Viñetas galantes” del autor imaginario Julito Calabrés (personaje de Antonio de Hoyos). Las llamo eróticas porque al mostrar el mal llevan al bien. Se inician en la inocencia y acaban en la perversión. Algunas contienen groserías, malas palabras que no abundan en mi libro. Los autores griegos de la antigüedad demuestran que la grosería, usada con exceso, afirma la enfermedad que divide a las clases sociales, en vez de ser un alivio o una medicina para esas clases. El lenguaje culto usado junto con el lenguaje popular-vulgar (por Huysmans, Rachilde, Urueta, Valle Inclán, Joyce) es recuerdo del público del ritual dionisiaco, perteneciente por igual a la clase satisfecha y a la clase insatisfecha. La grosería es vestigio de la insatisfacción de las clases bajas, pero no puede ser tomada como elemento humano y deseado: es sólo animal y necesario. Es siempre indicio de anormalidad, pues el ritual se propone humanizar, en vez de animalizar, al iniciado. Los escritores usan groserías para criticar una situación anormal. Toda grosería es instintiva, emotiva y animal. El lenguaje culto es razonado, deliberado y humano. Usado por las clases altas es retórico, no poético, pero el ritual se propone llenarlo de poesía, al modificar la actitud de esas clases altas, asquerosas en su crueldad. Al finalizar el ritual, el esclavo y el amo tienen un futuro ligero, cósmico y universal, en vez de pesado, caótico y regional. Toda grosería debe ser usada un poco. No debe ser usada mucho porque entonces molesta a la gente, en vez de dar un mensaje humano.

En la novela Segunda naturaleza (1994), de Alice Hoffmann, podemos ver a Elizabeth Siddal en la portada, lo cual nos recuerda mi ensayo “De Elizabeth Siddall a Alice Liddel”, y en su interior me encuentro con alusiones al trabajo social, al puppy love (título de una canción que hacía reír a mi amiga Carla Hagen, escritora y trabajadora social) y a un hombre celoso que tenía celos hasta de la ropa interior de su amada (hombre mencionado por Carla Hagen). La novela de Alice Hoffmann trata de un hombre que no consigue dejar atrás su naturaleza salvaje (como Harry Haller de El lobo estepario). Por la foto de la contraportada, puedo apreciar que la autora es parecida a Carla Hagen, aunque tiene cabello oscuro, no claro como Carla. Ginny, personaje de Hoffmann, era el nombre de la mejor amiga de Carla.

 

Poco después de la aparición de mi cuento “El devorador de planetas”, en la antología cubana Relatos fantásticos hispanoamericanos (2005), descubrí unos fragmentos de un libro del cubano Óscar Hurtado relacionados con mi cuento. En “El devorador de planetas”, cuento lovecraftiano, el nieto de un astrónomo contempla un horror indescriptible, pariente del “Horla” de Maupassant. El abuelo enloquece y el narrador también. Dice Hurtado en Los papeles de Valencia el mudo (1983):

“Esta cita de Lovecraft estaba entre los papeles de mi abuelo, cuyo escondrijo me fue revelado en un sueño después de su muerte, si es que muerte se le puede llamar a su estado inverosímil”.

Poco después dice:

“Sosegado, un resplandor por la lucidez del insomnio, esta es la impresión que tengo de mi abuelo. Lo recuerdo caminando por el campo en la noche. Recuerdo su ausencia de varios días, cuando con frecuencia se encerraba en el observatorio.”

En la misma página, Hurtado añade:

“…recuerdo sus alas de murciélago golpeando en mi ventana”.

Esto último parece inspirado por el episodio de la novela El que acecha en el umbral (1945) en que Lovecraft y Derleth aluden al hijo de un bisabuelo misterioso, un hijo con alas de murciélago que ha tenido con una bruja.

Como en mi cuento, hay una serie de hechos inexplicables (coleccionados por el abuelo del narrador imaginario de Hurtado). Dos episodios del libro de Hurtado anticipan fragmentos de mi libro Historia mágica de la literatura (2007). Hurtado se refiere a “una araña mayor que la cabeza de un hombre que bajaba por las noches del campanario de una de las iglesias para beberse el aceite de las lámparas”. Este episodio anticipa un fragmento de mi ensayo sobre Mil y un fantasmas de Dumas padre en que un viejo campesino le cuenta a Nodier un cuento de horror en que la araña se bebe el aceite de una lámpara ubicada encima de la tumba de un antiguo barón. En “Rocío del dragón II” de Hurtado está un fragmento sobre la joven Tulia:

“A mediados del siglo XVI se descubrió un sepulcro en la Via Appia, de Roma. Dentro, se halló el cuerpo de una joven nadando en un líquido de naturaleza ignorada. El cuerpo tenía tales apariencias de frescura, que dijéramos que la muerta sólo estaba dormida.”

El episodio anticipa mi ensayo “Vampirismo”, sobre un fragmento muy similar de John A. Symonds, en que la joven se llama Julia (hija de Claudio), una bellísima joven de quince años. El ataúd es descubierto en el siglo XV, no en el XVI como en el fragmento de Hurtado.

Volviendo a mi cuento “El devorador de planetas”, he de añadir que tiene estructura cervantina: hay relación entre locura y licantropía, libros malditos, el Necronomicón (basado en el Micomicón de Cervantes), Alhazred (árabe imaginario como Cide Hamete), viaje a la luna (que en mi cuento es gigantesca) y el encuentro final con el caballero de la Blanca Luna, que implica locura y muerte (el abuelo muere loco después de haber contemplado la luna).

Oannes, el hombre-pez, precursor de los seres de Innsmouth de Lovecraft, aparece en el libro de Hurtado. El insecto monstruoso de Hurtado no es una araña en realidad sino una cucaracha. Sin embargo, cuando el narrador cree todavía que es una araña, dice Hurtado:

“Mi abuelo movió su brazo y señaló para la escalera que daba al observatorio astronómico. Mientras contemplaba todo aquello, araña, bola de fuego, luna…”

Esto recuerda al abuelo, el observatorio y la luna de mi cuento. Finalmente, la araña desaparece, después del silencio de las aves, de una granizada y de un incendio (al acabar yo de escribir esto, surgió tras los árboles un arco iris muy grande, como no había yo visto en años, lo cual nos lleva al agua y al fuego del título de Hurtado, “Rocío del dragón”).

No hay sólo libros relacionados con los míos: también hay CDs de música popular eléctrica; por ejemplo, uno titulado little bitch (pequeña perra) del grupo musical subterráneo Tito and Tarantula, compuesto por Tito Larriva y otros, muestra en su portada una escena de Neon City Blues en que Tina es poseída por una tarántula gigante, imagen simbólica de bestialismo, original, pero inspirada por los “comix” subterráneos Insect Fear y Bizarre Sex, por el título del libro de Bob Dylan, Tarantula, y por la escena de King Kong (suprimida en la versión final) en que aparece una araña gigante, seguramente inspirada por el dibujante art-nouveau mexicano Carlos Neve, autor de un dibujo en que hay una mujer desnuda y una araña gigante, y de otro dibujo en que hay un mono gigante con corona de rey y una mujer. Ahora recuerdo a Carlos Barrera, autor del libro de cuentos La isla de los muertos, en que hay un mono gigante en una isla. Como los dibujos de Neve, el libro de Barrera es anterior a King Kong. El libro renacentista Regnum Congo de Pigaffetta (en inglés Kingdom of the Congo) influye sobre el título del famoso filme.

Destaca la novela porvenirista de J. G. Ballard Compañía de sueños ilimitada (1979), que no es sobre Hollywood sino sobre el edén. Luego de una pelea con su prometida y de un accidente en un avión robado, el narrador imaginario se convierte en un extraño ser hermafrodítico, mientras un aviario y un jardín botánico empiezan a crecer en el pueblo de Shepperton y a sustituir su aburrida cotidianeidad por un paraíso muy tropical. El ser hermafrodítico celebra una continua cópula con la realidad que lo rodea, uniéndose sexualmente con todos los elementos del mundo. Los sueños húmedos y los sueños de vuelo (que también implican sexualidad) encuentran plena expresión literaria en este libro, prueba definitiva de la libertad del autor.

Los pulmones mentales del público lector se llenan de un oxígeno revivificador y se siente, por las descripciones, al universo en expansión como en el “Manuscrito encontrado en una botella” de Poe, pero en un ambiente mucho más luminoso y placentero, cercano al Coloquio de los pájaros del poeta persa Attar, del siglo XII. Al ser metafórico el libro de Ballard es inevitablemente poético y barroco, aunque está escrito en un lenguaje claro, transparente, con muchas palabras, todas ellas comprensibles. Los misterios eleusinos de la fertilidad se ven unidos a los rituales de Dionysos Zagreus, que controla los defectos y excesos de masculinidad de su padre Zeus (metamorfoseado en águila o en cisne). Hay una alusión indirecta al recuerdo de infancia de Leonardo de Vinci que describe Freud, cuando Ballard se refiere al cuadro sobre la Virgen y Santa Ana. Los buitres, aves devoradoras de carroña, nos llevan al recuerdo de infancia de Leonardo y aparecen siniestramente en la novela de Ballard. El narcisismo de Blake (el narrador imaginario), flagrante en ciertos capítulos, se vuelve horrible al final, cuando los huesos del aviador que él antes ha sido lo apresan. Y es que Blake ha muerto en el accidente aéreo y ha entrado en la eternidad. En el más allá, el alma tiene un cuerpo con necesidades… y deseos.

Al morir, Blake se convierte en dios, nace dos veces como Dionysos y son descritas la apoteosis, las burlas sexuales y la bacanal.

En la portada de Bill Botten para la edición de Minotauro, podemos ver el jardín, la enfermedad, la vejez y la muerte de la leyenda de Buda, modernizadas, con colores muy vivos.

La novela de Ballard, por su ambiente paradisiaco, nos recuerda la novela Lud-en-la-bruma (1926) de la autora inglesa Hope Mirlees, novela que trata de un lugar imaginario.

Según los habitantes del pueblo de Lud-en-la-niebla (capital del país de Dorimare) no existen las hadas. Aun la palabra “hada” está prohibida. Sin embargo, por uno de los ríos de Lud flotan sabrosos frutos de las hadas, que provienen de la tierra de hadas del Oeste, cercana a Dorimare. Aunque se habla de sus efectos espirituales alarmantes (locura, suicidio, danzas orgiásticas y hechos locos a la luz de la luna) los frutos son consumidos y hay contrabando, a pesar del desprestigio social. Influida por Unamuno, Mirlees dice que en Lud “el sentimiento trágico de la vida se ha desvanecido de la poesía y el arte”. Para los prosaicos burgueses de Lud, poesía y visión son mórbidos indicios de degeneración, mas un doctor afirma que los frutos de las hadas no son un mal sino una melodía inolvidable (pues cambian el ritmo interno de las vidas de los consumidores) y un maestro dice que son tan saludables y necesarios para los humanos como el oro, el maíz, las colinas con sus refugios y pastoreos, los árboles con sus uvas, manzanas y sombras. Al final del libro, los frutos de las hadas son aceptados en Lud.

Continuará…

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Imagen de cabecera: lustración de Carlos Neve para La tórtola de Ajusco (Sesto, 1915).

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I(2007) y Ensayos (2009).

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