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RELIC

Un nuevo tipo de terror

 

Aglaia Berlutti

 

 

Relic, la película debut de la directora y escritora Natalie Erika James, podría convertirse en el próximo suceso del cine de terror. Su durísima y retorcida historia, la cuidadosa puesta en escena y su maravillosa versión contemporánea sobre la clásica casa embrujada convierten al film en un recorrido tenebroso por los lugares más oscuros y retorcidos del duelo, la muerte y la incertidumbre. Si eres amante del género, esta recomendación es para ti.

El fenómeno de la “casa embrujada”  —esa comprensión sobre lugares capaces de ser humanizados hasta elaborar conceptos complejos sobre el miedo—  es mucho más que meras aseveraciones alegóricas sobre la oscuridad psicológica y espiritual del hombre. Y lo es por su capacidad para reflejar un tipo de terror basado en algo mucho más complejo que la capacidad del hombre para comprender el miedo o su necesidad de explicar lo desconocido. Como género literario, las “casas embrujadas” engloban un tipo de análisis muy concreto sobre la forma en que percibimos y analizamos el miedo como parte de una nueva dimensión de lo vulnerable. Después de todo, el hogar suele ser el símbolo de lo privado y su destrucción  —el ataque en el ámbito personal—  destroza desde sus cimientos la comprensión básica sobre la identidad. De manera que la “casa embrujada” es quizá la noción más profunda sobre la violencia irreversible y la pérdida de lo privado. Más allá del horror que se sugiere  —o se muestra—,  el miedo que invade el ámbito es quizá la naturaleza más agresiva de lo desconocido.

“La caída de la Casa Usher” (Edgar Allan Poe, 1839) refleja mejor que cualquier otro esa retorcida percepción sobre el miedo que tiene por único origen lo rutinario. Se trata de un relato corto (unas veinte páginas) que recorre no sólo los dolores y temores de los habitantes de una vieja casa sino también el rostro inquietante del lugar. Con frases como «los relieves de los cielorrasos, los oscuros tapices de las paredes, el ébano negro de los pisos y los fantasmagóricos trofeos heráldicos rechinaban a mi paso», «el moblaje en general era profuso incómodo, antiguo y destartalado. Había muchos libros e instrumentos musicales en desorden», Poe dotó a la vieja mansión Usher de una tenebrosa personalidad que reconstruye el ámbito familiar en un tipo de horror nuevo y difícil de definir. Un relato angustioso y pausado que, además, insiste en comprender al hombre  —su circunstancia y vicisitudes—  como una idea originaria de todo horror. El escritor redimensiona la cualidad del miedo, lo humaniza y reflexiona sobre la incertidumbre de la existencia a través de todo tipo de metáforas que resultan inquietantes insinuaciones sobre la oscuridad privada. El alcoholismo de uno de los personajes, las enfermedades, la debilidad mental y la violencia disimulada en medio de las relaciones familiares convierten al relato entero en una reflexión sobre las penumbras íntimas. El ambiente triste y melancólico del caserón sugiere no sólo la devastación definitiva  —como de hecho, ocurre—  sino también la lenta caída a los Infiernos del sufrimiento de los personajes. Todo en medio de un escenario decadente de habitaciones oscuras que se caen a pedazos y una penumbra persistente que parece aplastar de manera gradual la atmósfera en cada escena.

En el mismo estilo siniestro y levemente emocional, El hotel encantado (Wilkie Collins, 1879) reflexiona sobre el fenómeno de la casa embrujada como un reflejo de terrores oscuros e indescifrables. La novela relata los hechos naturales que ocurren en un antiguo palacio veneciano transformado en hotel. De la misma manera que Poe, Collins avanza a través del suspenso creando un clima malsano e inquietante que apunta directamente a conmover al lector y, sobre todo, reflexionar sobre las dimensiones de lo que se esconde detrás de una aparente normalidad. El recurso termina creando un arco argumental tan efectivo como potente: la habitación escenario de una muerte violenta no sólo provoca posteriores dolores y terrores en cualquiera que le habite, sino que permite explorar y profundizar en las historias de los personajes como parte de una trama compleja cada vez más temible. En medio de los hilos de intrigas, crímenes, amores contrariados, herencias y terrores nocturnos, la novela logra convertir a los espacios habitados por el mal primigenio  —el asesinato como símbolo de la absoluta pérdida de identidad—  en algo mucho más denso de lo que podría suponerse. Claro está, las criaturas y monstruos son también símbolos  —y habitantes—  habituales de los lugares embrujados.

En el cine, la tradicional casa embrujada ha tenido una evolución que va desde la habitual lugar habitado por el mal  —como la reinvención para Netflix del relato de Shirley Jackson The Haunting of Hill House—  hasta los dolores de las casas sintientes o que en sí mismas son monstruos, como en la terrorífica película Aterrados (Demián Rugna, 2018) hasta llegar a la raíz mismo del misterio con Relic (2020).

La ópera prima de la directora Natalie Erika James comienza con una desaparición. Una que, además, tiene una relación directa con lo que sea que ocurre en el centro medular del guion. Pero antes de llegar al verdadero terror, la realizadora se toma con paciencia el construir un contexto y un universo de extraordinaria solidez que permite que lo que sea que vendrá se sostenga sobre un amargo contexto que desconcierta por su pulcritud.

James toma la audaz decisión de no explayarse demasiado en dar explicaciones: el film es un prodigio de imaginación y cuidadoso ritmo que convierte a la clásica casa embrujada en algo más que un lugar inquietante para mostrar la raíz misma de todos los terrores que se esconden en la oscuridad de la mente humana. Cuando Kay (Emily Mortimer) y Sam (Bella Heathcote) regresan a la casa de su disfuncional y conflictiva familia, luego que la matriarca Edna (Robyn Nevin) desaparece, una serie de sucesos terroríficos comenzarán a suceder uno tras a otro.

Pero la directora evita los lugares comunes y en lugar de prodigarse en sobresaltos con base en efectos de sonidos o giros de guion predecibles, asume la condición del miedo como una insinuación constante sobre lo que se esconde entre las sombras. Para James es mucho más significativo una palpable atmósfera terrorífica que el miedo como una idea concreta. Lo abstracto de su percepción sobre lo que asusta se traduce en largas tomas silenciosas de pasillos vacíos, el tic tac de un reloj en medio de la noche y, al final, la palpitante sensación de que la casa familiar no sólo está viva, sino al acecho.

La historia de Relic se basa en las ausencias, no sólo de Edna sino de pequeños fragmentos de información sobre el pasado y el presente que se confunden en los pasillos y salas de una casa que en ocasiones parece ser algo más. Pronto, la directora construye una trama en la que el silencio y una discreta mirada a la oscuridad interior lo es todo, a la vez que la cámara se convierte en un narrador poco confiable, en medio de todo tipo de pequeños cataclismos que convierten al terror en un elemento inclasificable.

Con un considerable parecido a Hereditary de Ari Aster, la película profundiza en el duelo y el luto desde una perspectiva extraña: en cada escena hay la sensación de que la muerte es un anuncio y también un destino inminente que se enlaza con algo más complicado. Con sólo tres personajes, la trama podría parecer sencilla o incluso esquemática a no ser por la apropiada decisión de James de enlazar a los tres personajes hasta crear un diálogo íntimo que sostiene también una mirada hacia los pequeños horrores que les unen. Con su ritmo mesurado  —que nunca lento—,  Relic pronto se deshace de sus primeros giros de argumentos  —quizá lo más evidentes—  para adentrarse en un universo complicado cada vez más espeluznante.

 

TRES MUJERES, TRES ROSTROS

Para Relic el peso de la sangre lo es todo: la película medita sobre la relación de tres mujeres que a través del tiempo se ha hecho más agria y dura. Edna no es sólo el símbolo de la vejez y la demencia —un tipo de temor en su propia escala y ámbito— sino también de lo que sea que está ocurriendo en una casa que de pronto es mucho más que paredes y una historia. James analiza la percepción sobre lo oculto y lo siniestro con un fino instinto para sostener una belleza extraña, una textura argumental y visual que emparenta la película con la versión de Suspiria (2018) de Luca Guadagnino, en la que los secretos son parte de una tensión casi insoportable que se fundamenta en lo que se oculta.

Luego de perderse y regresar, Edna también parece encarnar un tipo de enigma siniestro que ni su hija Kay ni su nieta Sam logran comprender del todo. El guion juega con el elemento de la demencia para lograr la percepción de una realidad dislocada e incompleta, lo que hace que los sucesos que ocurren en la casa sean de pronto tan imprecisos como inexplicables. Relic nunca deja claro si lo que muestra es la percepción de la matriarca perturbada o un juego siniestro del gato y el ratón en el que lo sobrenatural lo es todo. No se trata sólo de que la casa está desmoronándose por una inexplicable corrosión interna  —atención a las referencias evidentes con la “La caída de la Casa Usher”—  sino también que su lento proceso conduce a una serie de pequeñas pistas que apuntan a un mal sombrío e invisible que habita cada pared, habitación y esquina del lugar.

Luego de su misteriosa desaparición, Edna se encuentra más desorientada y confundida que nunca: las escenas con que James muestra su caída en la locura desconciertan por su pulcro sentido del absurdo y una dolorosa compasión. No obstante, también utiliza el recurso para insinuar que la locura de la abuela es mucho más de lo que parece a simple vista.

¿Se trata del pasado siniestro de la casa? ¿La reliquia que cuelga de una de las puertas? ¿La insinuación de algo más elaborado, temible y angustioso que se esconde en las raíces mismas de la casa? Relic avanza con un ritmo tenebroso en una trama de terror que se hace cada vez más dura y asfixiante. El guion es lo suficientemente ambicioso como para sustentarse sobre las preguntas que no se responden  —algunas no se responden nunca—  y aun así tiene el suficiente tiempo para plantearse cuestiones importantes sobre la realidad, lo cotidiano y lo sobrenatural.

De hecho, uno de los mayores logros de la película es lograr crear una noción alrededor del dolor tan creíble como sincera. Lo paranormal puede o no ser evidente, pero el sufrimiento de Edna  —la locura en todas sus dimensiones—  es tan poderoso como para encarnar un horror en sí mismo. James crea una visión contemporánea de la habitual casa que siente  —a la manera de Shirley Jackson en Hill House—  y además le brinda un giro aterrador que tiene una inmediata relación con los terrores invisibles que forman parte de la psiquis humana. En conjunto, la película logra unir temas en apariencia disimiles para sostener una poderosa versión del mal y lo siniestro que asombra por su sutileza y sofisticación.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

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