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THE BOOGEYMAN

cuando el terror se vuelve consumible

 

Aglaia Berlutti

 

The Boogeyman (Rob Savage, 2023) reinventa el temor a la oscuridad y lo convierte en un enemigo real a vencer. Pero lo que podría haber sido una premisa acerca del terror claustrofóbico y primitivo a lo desconocido, termina por ser solo una colección de clichés.

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Hace unos años hubo un debate muy extendido sobre los motivos por el cual el cine de género de terror continúa sobreviviendo a pesar de sus momentos más bajos, el cinismo cultural y toda una nueva generación de espectadores educada por internet y —de alguna forma— insensibilizada para el miedo. La gran conclusión de un grupo de expertos —entre quienes se contaban el director John Carpenter y el escritor Stephen King— fue que el terror apela a un sentimiento primitivo de fascinación y curiosidad destinado a prevalecer a pesar de cualquier sofisticación técnica e intelectual.

¿Pero qué hace que nos atraiga la violencia, el horror y el desenfreno que rechazaríamos en la vida real? Se trata de un fenómeno bien conocido que se relaciona con la simulación, la máscara rota del inconsciente y la búsqueda de símbolos y análisis específicos sobre la identidad del hombre como individuo. Los psicoanalistas sostienen que las películas y la literatura de terror apelan a instintos reprimidos y también a la percepción de una dimensión mucho más profunda —y peligrosa— sobre nuestra manera de comprender la agresión y el desenfreno. Como si se tratara de un espejo distorsionado, las películas de terror no solo reflejan las penumbras privadas sino también sus implicaciones. O eso parece sugerir la evidencia.

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En The Boogeyman lo anterior es más evidente que nunca, al de inmediato dejar claro que la oscuridad —interior y exterior— es un enemigo a vencer. Uno, además, que se esconde —y se alimenta— en los temores, dolores y sufrimientos de las víctimas. No se trata, claro, de una premisa original, pero el director logra que la idea de una entidad primitiva que encarna los peligros que acechan en lo desconocido se construya sobre algo más elaborado que el terror colectivo. La cámara atraviesa pasillos, habitaciones y esquinas polvorientas mientras intenta mostrar lo que se esconde entre las sombras. Pero se trata de un recurso mucho más metafórico que uno lineal.

Durante la primera media hora la cinta mantiene su atmósfera enfocada en un punto. El sufrimiento es un caldo de cultivo idóneo para todo tipo de horrores. Mucho más cuando ese dolor es también el hilo que conecta con una larga historia de desgracias. Basada en un relato corto de Stephen King publicado en 1978, «The Boogeyman» llega a la pantalla grande como un argumento que atraviesa la psicología corrosiva del duelo.

Tanto Will (Chris Messina) —un terapeuta que apenas se recupera de la muerte de su esposa— como su paciente Lester (David Dastmalchian) luchan contra las grietas corrosivas del desarraigo y el luto. Pero mientras el psiquiatra logra encontrar en la soledad y el distanciamiento moral una forma de consuelo, Lester se hunde con lentitud en un terror cercano a la locura. O eso es lo que parece sugerir el guion sobrio de Mark Heymany Scott Beck en el primer tramo de la película.

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Una película que se pierde a sí misma

No obstante, las sombras de la angustia espiritual se condensan en una idea mucho más siniestra. Poco a poco el argumento del largometraje deja claro que lo que anunció como una exploración en la pena y la culpa es también una historia de terror.

Pero en lugar de optar por la medida eficacia de su primer tramo, Rob Savage toma la insólita decisión de convertir a la trama en un elaborado juego del gato y el ratón que no solo desvirtúa la historia original en la que se basa, sino que deja claro que el cine de género en la actualidad —con frecuencia— pierde su apuesta en crear una producción elaborada en favor en una sencillez consumible.

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El director, que debutó con la extraordinaria Host en la que el terror ocurre frente a la pantalla de una computadora, pierde el pulso al intentar lograr un efecto semejante en The Boogeyman.

Lo intenta al contextualizar el escenario original —el cuento de King cuenta apenas una larga conversación terrorífica— en un substrato con sus propias reglas y condiciones. El monstruo titular es, durante las primeras secuencias, una criatura indefinida pero letal. Fruto tanto del impulso del miedo como de la necesidad de buscar un sentido al motor impulsor de la angustia humana. Una y otra vez la trama explora la concepción de las heridas emocionales como caldo de cultivo para un tipo de escenario escabroso.

Pero en lugar de profundizar en sus puntos más elaborados —lo que le podrían haber distinguido de otras tantas películas semejantes—, la película decae en una serie de sobresaltos de sonido y giros de argumento absurdos. ¿Qué hace que un guion, enfocado en la potencia de lo que no se muestra, tome la decisión de decantarse por la simplicidad de lo evidente?

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Lo que se lamenta de The Boogeyman es su caída inevitable en el cliché, a pesar de haberlo podido evitar con la simple decisión de alejarse del terreno común. Luego de una prometedora primera hora —que tristemente avanza hacia un final predecible y anticlimático—, la cinta deja claro que a pesar de sus intenciones el peso de sorprender y cautivar de forma rudimentaria es mucho más importante que el contexto.

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AQUÍ puedes leer el cuento de King.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

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